viernes, 19 de abril de 2024

Roma: el lugar donde asesinaron a Julio César

 Al caminar por las calles de Roma, en un momento vino a mi memoria que Ybor City tiene mucho de Italia, pues cientos de sus hijos participaron de sus orígenes a fines del siglo XIX. Por ello, hay tantos apellidos de esta procedencia en Tampa y apreciamos su sello en voces,  restaurantes, fiestas, en un espacio de La Gaceta  y, especialmente, en el  hermoso edificio de la Séptima Avenida donde radica el Centro Italiano. En homenaje a esta herencia, traigo a mi columna algunos comentarios sobre la impresión que se recibe al recorrer los lugares históricos de una de las civilizaciones más grandes de la antigüedad, donde se conservan tesoros de la ingeniería y arquitectura de hace dos mil años que despiertan el asombro entre los miles de personas que diariamente les visitan.

Las torres,  cerca del Foro Romano, en la avenida Largo di Torre Argentina,
señalan el lugar exacto donde murió Julio César. Foto: José Gabriel Cartaya.

Esta vez, me acerco a un sitio no incluido entre los sugeridos como obligatorios. Lo hice junto a mi hijo José, acompañados por mi yerno Maurizio Tripodi, un romano que conoce y ama su ciudad. En una conversación me preguntó si quería ir al lugar exacto donde murió Julio Cesar y, al instante, le respondí afirmativamente, dándole prioridad sobre otros lugares que tenía en mi lista. Percibí la admiración de Maurizio hacia la figura histórica del legendario romano desde que, al recibirme en el aeropuerto Da Vinci, dijo que éste debió llamarse Julio César, pues el gran Leonardo “era florentino”.

Unas horas después, en la sobremesa de unas exquisitas pastas elaboradas por él (incluida la carbonara de origen romano), al brindarme la posibilidad de ir al lugar donde apuñalaron al líder del Senado romano durante los idus de marzo del año 44  antes de nuestra era (exactamente el 15 de ese mes), hablamos sobre el héroe más relevante de la antigua Roma y, tal vez, uno de los más famosos de toda la antigüedad. Uno y otro fuimos indicando algún elemento de su grandiosa biografía. El recordó el alea jacta est (la suerte está echada), que exclamó el jefe militar al pasar el Rubicón para derrotar al ejército de Pompeyo en una guerra civil. Entonces, en vez de acudir a Veni, vidi, vici (vine, vi y vencí) con que César declara su victoria sobre el reino del Bósforo en la actual Turquía,  creí oportuno volver al final de su vida, cuando, según tantos repiten, César gritó a Cayo Bruto al verlo entre los asesino:  tu quoqui fili mi (tú también, hijo mío). 

Pero Maurizio me explicó que nunca hubo esa mirada de hijo a padre y que ni Plutarco, ni Suetonio,  ni algún otro historiador de esa época se refirió a esa frase.  Según Plutarco, César se defendió  “como un animal salvaje”, enfrentándose a los cuchillos  que le asaltaban. La crónica de Apiano cuenta que, tras ser apuñalado varias veces, el héroe se defendió con ira y entre gritos. Suetonio describió que César dejó de pelear tras los dos primeros golpes y que y murió sin exclamar una palabra.

La deificación de César fue narrada por Suetonio: “Murió a los cincuenta y seis años de edad,
y fue contado entre los dioses, no solo por un decreto formal, sino también por la convicción
de la gente común. Porque en el primero de los juegos que su heredero Augusto dio en honor
de su apoteosis, brilló un cometa durante siete días seguidos, saliendo como a la hora
 undécima, y se creyó que era el alma de César, que había sido llevado al cielo”.

Para darle fuerza a la idea de que no hubo un sentimiento filial entre ellos, Maurizio me recuerda que Bruto se unió a Pompeyo en la guerra contra César y que el vencedor le perdonó la vida y le dio cargos en el Senado; pero eso no fue suficiente para limar una vieja aversión que venía desde que Julio César fue amante de Servilia, la madre de Bruto. Claro que de esa amante pasamos a otras, incluyendo a Cleopatra, la poderosa y bella egipcia con la que tuvo un hijo (Cesarión), hasta extendernos a diversas costumbres romanas de aquel tiempo.

Al día siguiente, al dirigirme hacia el emplazamiento histórico, situado en la avenida  Largo di Torre Argentina,  admiré la habilidad con que Maurizio indica lugares significativos sin desatender el timón de su auto inmerso en un tráfico agobiante. Antes de llegar, fuimos comentando la labor de investigación que permitió la señalización.  Hace solo doce años, en 2012, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España informó que un equipo hispano-italiano encontró el lugar exacto en que asesinaron a Julio César, en el fondo de lo que fue el teatro de Pompeyo, lugar donde entonces se reunieron los miembros del Senado. Los investigadores se basaron en una declaración de Augusto –hijo adoptivo de César que le sucede en el poder y se encumbra con la fundación del Imperio Romano–, quien mandó a construir unas columnas de hormigón de dos metros de alto y tres de ancho que perpetuaran el sitio exacto en que pereció su glorioso antecesor. Aunque los arqueólogos descubrieron ese emplazamiento en la década de 1920, ese sitio –al que hay que descender por unas escaleras–, fue registrado en su valor histórico hace solo algo más de una década. Mientras, y en gran medida hasta hoy, ese lugar ha sido más visitado por los gatos callejeros de la ciudad que en acto de reverencia hacia la estatura histórica de Julio César.

La respuesta, a los 2068 años del crimen,  no la intentamos en la conversación, ni Maurizio Tripodi ni yo. Puede estar envuelta en los presagios de la noche del 14 de marzo del año 44 antes de Cristo, cuando Calpurnia, la última esposa de Julio César, soñó con cuchillos y sangre y él mismo se vio ascender en sueños a los cielos, llamado por el dios Júpiter. Camino hacia el Senado desatendió una señal más terrenal, al no leer con cuidado una advertencia escrita que le entregaron. Después de todo, tanta gloria, tantas guerras ganadas, tantas páginas escritas para dejar fe de sus hazañas, tanto aplauso por las riquezas derramadas, sin entender que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. 

 

viernes, 12 de abril de 2024

Una visita a la Iglesia de San Pedro, en Roma

El pasado 30 de marzo, en mi primera visita a Italia, asistí a la Vigilia Pascual del año en curso en la Basílica de San Pedro, presidida por el papa Francisco, una ceremonia conmovedora en un recinto impresionante.

Sin ser católico, ni pertenecer a ninguna institución religiosa, pude apreciar la riqueza espiritual transmitida en las declaraciones papales, cánticos, lecturas bíblicas, oraciones y acompañamiento musical en las diferentes intervenciones propias de la celebración.

Antes de entrar a la Diócesis, se percibe la emoción entre los cientos de personas que se adentran en la Ciudad del Vaticano, muchos de los cuales han tenido que esperar durante horas en una larga fila para lograrlo, pero desde allí ya están imantados con su alta cúpula y su majestuosa edificación renacentista y barroca. Todos saben que entran a un nuevo estado, pues así está considerado este espacio geográfico de solo 49 hectáreas y aproximadamente 800 habitantes. Y sienten, a su vez, que se encuentran en un sitio sagrado donde, según aseguran siglos de transmisión oral, yace enterrado el cuerpo de Simón Pedro, uno de los 12 apóstoles que acompañaron a Jesús. Vendría a ser en la época de Constantino, más de tres siglos después de la muerte del llamado Primer Pontífice de Roma, cuando sobre su sepultura se construyó la primera iglesia que tomaría su nombre.

El papa Francisco bautiza a Yenitza Cartaya

Pero el edificio actual, el que ahora admiramos, es una obra arquitectónica de inicios del siglo XVI, en el que está la mano de arquitectos y pintores como Donato Bramante, Miguel Ángel y Gian Lorenzo Bernini. Justamente, al entrar al recinto religioso, se destaca la imagen de La Piedad, obra temprana de Miguel Ángel, quien, de una enorme piedra de mármol de Carrara llevada por él mismo, nos dejó esculpida la imagen joven de María con su hijo muerto en los brazos.

La Basílica de San Pedro, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1980, atesora tantas obras de arte hacia donde quiera que se corra la vista, que resulta difícil concentrarse en la ceremonia religiosa a la que se asiste. Mirar desde el interior hacia la alta cúpula,  con pinturas de Miguel Ángel, Sandro Botticelli y otros famosos artistas renacentistas es un regalo al espíritu que se sigue enriqueciendo ante el Altar Papal,  el Baldaquino con bellas columnas adornadas con capiteles corintios y el trono de San Pedro, obras de Bernini.

También llama la atención el Monumento al papa Alejandro VII, la estatua de bronce de San Pedro, creada en el siglo V y que lo muestra con un traje papal sobre una silla de mármol, así como otras obras de arte, pero mi atención se concentró en la razón de mi presencia allí: en el marco de la Misa Pascual correspondiente a 2024, el papa Francisco derramaría agua bendita sobre  ocho personas elegidas para recibir el bautizo, considerado por la Iglesia católica como el sacramento de la salvación. Entre ellas estuvo incluida mi hija mayor, bautizada como Yenitza Cristina, quien me invitó a estar con ella en una fecha de tanta significación en su vida. Allí estuve y en el instante del rito del agua, cuando el Sumo Pontífice colocó con delicadeza su mano sobre su cabeza, no pensé en si con ese acto podía redimirla de algún pecado, sino en el inmenso amor que se derrama cada vez que alguien acaricia con ternura. Asimismo,  al percibir la riqueza de su alma en la bondad de su sonrisa, yo también la bendije.

Con Yenitza, en la iglesia de San Pedro

Las palabras de Francisco fueron hermosas, porque más allá de la devoción religiosa, incluyeron un mensaje de profundo humanismo, como cuando expresó  que “la esperanza no tiene fin”, o al manifestar  que “ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir”.

Ya al final de la primera Vigilia Pascual a la que he asistido, cuando al término de las bendiciones el Papa, y todos con él, pronunciaron amén, yo transferí involuntariamente a llana esa palabra aguda, para decir amen.

jueves, 11 de abril de 2024

Liliana Villavicencio y la riqueza infantil de la Primera Feria Internacional del Libro de Tampa

Liliana Villavicencio, con un doctorado en Ingeniería Eléctrica, actualmente enseña en el Departamento de Ingeniería Eléctrica de la Universidad del Sur de la Florida. Tuvo su primera formación superior en Venezuela, de donde es originaria y, seguramente, estaría contribuyendo al desarrollo científico y académico de su país, si no se hubiera impuesto un régimen dictatorial en él.

Desde conocerla, se adivina en ella inteligencia, bondad y franqueza, cualidades con que se entrega a servir a la comunidad. A su vez, es escritora e ilustradora. Se enfoca en la literatura infantil, rama en que conjuga ambas cualidades para crear una literatura cuyo contenido y belleza se funden en una verdadera obra de arte.

Como Liliana organizó y dirigió el pabellón infantil en la primera Feria Internacional del Libro de Tampa, hemos considerado conveniente hacerle una entrevista para que, a través de La Gaceta, se divulgue su obra y sirva de motivación a muchos para la segunda edición de este evento, previsto para marzo de 2025.

Liliana, sé que eres una venezolana que comenzó su vida profesional en una universidad de tu país y hoy te desempeñas como profesora en la Universidad del Sur de la Florida (USF). ¿Cómo se produjo ese tránsito que, de alguna manera, te aleja de tus orígenes?

Las circunstancias me trajeron a Tampa en el 2006, cuando siendo profesora de la escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Carabobo (UC) en la ciudad venezolana de Valencia, esta me otorgó una beca para realizar mis estudios doctorales. Elegí USF porque mi Tutor de Maestría en la Universidad de los Andes, en Mérida, Venezuela, había obtenido su doctorado en USF y me había motivado a continuar mis estudios acá. También me motivó el hecho de poder conocer al Dr. Carlos Smith, por cierto, de origen cubano, quien es un catedrático de reconocimiento mundial y con múltiples publicaciones en mi área de experticia, Control Automático de Procesos, y de quien he tenido el privilegio de recibir su valiosa mentoría y hasta aceptó ser el Presidente de mi Defensa de tesis doctoral, gesto que le agradezco infinitamente y me hace sentir muy honrada.


¿Qué haces en USF?

En USF, terminé recientemente mi Doctorado en Ingeniería Eléctrica y durante mi trayecto como estudiante de doctorado me dieron la posibilidad de trabajar como asistente del Dr. Wilfrido Moreno en el área de Control de Sistemas Lineales y también imparto el Laboratorio de la misma materia. Mi experiencia de casi 30 años en la educación de Ingeniería me ha permitido seguir en este campo formando a las futuras generaciones de ingenieros, tanto en Venezuela como acá en Estados Unidos. También trabajo en investigación usando la Teoría de Control de Procesos para modelar procesos industriales y algunas aplicaciones en el área de la educación en ingeniería usando neurociencias.

Cuando se inició la preparación de la Primera Feria Internacional del Libro de Tampa, fuiste incluida en su Comité Organizador. Para su desarrollo, propusiste y se hizo realidad la apertura de un pabellón infantil al que se denominó Yborín. Háblame sobre los autores y textos que se presentaron allí, incluido un libro tuyo.

La idea de una feria del libro para Tampa comenzó a fraguarse hace un tiempo atrás, pero no fue hasta hace poco más de un año que constituimos el Comité Organizador para comenzar formalmente nuestras tareas.  Durante mi vida, me ha interesado mucho impactar positivamente a los niños. Son los herederos del mundo y es nuestra responsabilidad dejarles un mundo mejor. Desde la Ingeniería, he trabajado en proyectos para ensenar nociones básicas de electricidad a estudiantes de escuela primaria. Luego, me lancé a escribir para los niños en un intento de formarlos en valores humanos, así que mis dos primeros libros para niños están muy motivados a educar en valores. También los ilustré, porque lo de la ilustración es algo innato en mí. Comencé a dibujar y pintar desde que era una niña y esa vertiente artística la he llevado hasta mis libros. Por eso, cuando comenzamos a hablar de la Feria del Libro de Tampa, mi foco fue inmediatamente en el área infantil. De esa forma, puse todo mi empeño en mostrarle a los pequeños un mundo de colores, con variedad de literatura infantil y actividades lúdicas. Fueron muchos los textos que expusimos en el Pabellón Infantil. Se presentaron autores de Colombia, Puerto Rico, Guatemala, Honduras, México, Venezuela, Cuba, Estados Unidos y otros países. Tuvimos hasta un libro en italiano. Yo presenté El niño que no quería dormir, mi último libro, esta vez en español e inglés.  El nombre de Yborín se me ocurrió por su pertenencia a Ybor City. El personaje que lo representa es un gallito bebé, también con el objetivo de hacer alusión a la protección de los gallos y gallinas en esta ciudad. Así que Yborín es un gallito muy alegre y feliz que recibe a los niños para alegrarlos, divertirlos, pero, sobre todo, educarlos.

Fue muy emocionante apreciar en Yborín el talento infantil en diferentes manifestaciones artísticas, particularmente en la música. ¿En qué te apoyaste para conseguir un programa de tan hermosa amplitud?

Fue muy interesante mostrarles a los niños el mundo de la literatura en el medio de actividades artísticas y musicales. Tuvimos cantantes, una orquesta de cámara, bailes folclóricos con marionetas, un coro infantil, un niño violinista de apenas 6 años, dos escritores que a su vez son músicos y nos deleitaron con su cello y piano. Fue realmente una fiesta literaria y musical para los pequeños de todas las nacionalidades, en inglés y español. Honestamente, como venezolanos nos sentimos muy orgullosos de la formación musical de alto nivel que tiene nuestro país. El proyecto musical venezolano ha sido material de exportación desde hace muchas décadas. En Venezuela, hoy por hoy, tenemos músicos muy bien formados en las principales orquestas sinfónicas del mundo. Mi esposo, Omar Guerra, es trompetista y viene de ese mundo musical llamado “El Sistema” y esta cercanía a la música me permitió coordinar muchas de las actividades al contar con talentosos artistas que han llegado a este país con al ánimo de servir y formar a las futuras generaciones. En el proceso de este deber compartido, hicimos las invitaciones pertinentes y hemos quedado maravillados por la hermosa acogida a nuestro proyecto y estamos confiados que vamos a seguir contando con ellos para las futuras ediciones de la Feria Internacional del Libro de Tampa. 

¿Seguiremos con Yborín en su segunda edición? ¿Qué nuevos ingredientes lo enriquecerán?

Por supuesto, Yborín llegó para quedarse y fortalecerse cada año. Nuestros niños y familias necesitan estos espacios culturales en español e inglés. Para nuestra próxima edición queremos fortalecer la parte relativa a la literatura juvenil y ampliar el número de editoriales invitadas.

¿Cómo aprecias, en general, el desarrollo de la Primera Feria Internacional del Libro de Tampa?

Creo que nadie puede negar que fue un éxito. No es fácil llevar a cabo eventos de esta magnitud sin contar con un gran liderazgo y elevado compromiso como el que Alberto Sicilia, nuestro líder, asumió desde sus inicios. Con sus altos y bajos y, con tan limitados recursos, la Feria Internacional del Libro de Tampa es un sueño hecho realidad.  Seguiremos trabajando para que se convierta en una tradición primaveral para esta ciudad y que aporte cultura y valores provenientes de muchos países orgullosamente representados a través de los libros.

No quiero despedir esta entrevista sin antes agradecer a los autores, editoriales, patrocinadores, colaboradores y voluntarios, especialmente nuestras familias, por el apoyo que recibimos de cada uno de ellos, que nos permitió darle este hermoso regalo a Tampa: su Feria Internacional de Libro.

viernes, 22 de marzo de 2024

La Feria del Libro de Tampa en la libertad de pensamiento

 Es una pena que algunos medios de difusión -algunas personas– hayan prestado más atención a un circunstancial e inesperado ingrediente político de la Feria del Libro de Tampa que al propósito cultural que desde la literatura se propuso y se hizo evidente en su programa y realización. 

Aunque en la feria estuvieron argentinos, chilenos, venezolanos, estadounidenses y originarios de otros países, el virus político asomó solamente en el componente cubano, si bien la mayor parte de los organizadores, incluido quien preside la directiva, son de origen cubano. Pero no se trató –no se trata, pues la feria continuará– de una feria del libro cubana, sino internacional como indica su nombre, aunque algunos de los que prefieren la crítica dañina han querido disminuir esta amplitud espacial fijándose más en las ausencias que en las presencias.

De izq. a der.: Alberto Sicilia, Joaquín Gálvez y Luis de la Paz.

He visto breves artículos alarmados por la asistencia de una delegación cubana a la Feria del Libro de Tampa. Cualquier lector no avisado relacionará la palabra delegación con toda una comisión enviada por el gobierno cubano al evento literario tampeño. Y no es así. La Comisión Organizadora de la Feria no tiene enlaces con ningún gobierno y no puede vincularse incluso con el de la ciudad donde nació, aunque cursara una invitación cortés a su alcaldesa para su inauguración.

No sabemos, ni preguntamos, si en la feria estuvo alguien que admira a Nicolás Maduro, pero sí que la organizadora del hermoso pabellón infantil del evento es una venezolana opositora al régimen que prevalece en su país.  No sabemos si entre las diferentes carpas llenas de libros anduvo algún devoto de Daniel Ortega, pero si estuvo uno de sus opositores debió sentirse representado cuando en algunas salas se levantó la voz contra todas las dictaduras y toda forma de represión al pensamiento.  

Es verdad que estuvo en la feria algún cubano cuya firma aparece en  una declaración que justifica la represión gubernamental frente a quienes tienen todo su derecho a condenar su gobierno. Ese cubano pudo ver la ausencia de odios en muchos de los que le dieron la mano y, dígalo o no, pudo encontrar en ese acto más limpieza que la que lo compulsó a una firma que tal vez tuviera más motivación existencial que convicción ideológica.  Podría, sí, sugerírsele con respeto a los organizadores de la feria que miraran al currículo de sus invitados, porque la presencia de escritores vinculados a  regímenes represivos pudiera herir a quienes tuvieron que abandonar su país por políticas que ellos respaldaron. Así, aunque muchos de los que se han sentido heridos apoyaron antes la misma política que hoy combaten desde una prudente distancia.

Liliana Villavicencio, quien dirigió magistralmente el Pabellón Infantil (Yborín)

Si algunos medios de difusión –y personas– se hubieran fijado en la felicidad de cientos de rostros que en el marco de la Feria del Libro de Tampa se saludaban, abrazaban, mostraban y firmaban sus libros, escuchaban poemas de amor y esperanza, en el magnífico coro de niños cuya música se percibía entrando en el corazón de todos los presentes, en las lágrimas de emoción arrancadas desde el amor de un libro para la atención a niños autistas, en las palabras de un tampeño amoroso sobre los lectores de tabaquería, en las nuevas amistades anudadas alrededor de la literatura, en tantos momentos hermosos y profundamente humanos donde hay más luces que sombras, entonces los medios de difusión –las personas–, estarían trabajando para el mejoramiento humano del que habló José Martí, palabras con que dio inicio la Feria Internacional del Libro de Tampa.

viernes, 15 de marzo de 2024

Ismaelillo, en la inauguración de la Primera Feria del Libro de Tampa

 Esta noche no es para la presentación de libros. Pero hacemos una excepción, una deferencia a uno de los más grandes escritores hispanoamericanos, al que consideramos un invitado de honor. Al presentar un libro suyo, le damos presencia en esta sala y durante todo el evento.

Porque es un escritor que cuando llegó a Tampa por primera vez, invitado a una velada artístico-literaria, trajo consigo un pequeño libro que hemos reeditado para esta ocasión, un libro de poemas en cuyo exordio el   autor confesó su fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. Claro que hablamos de José Martí y su poemario Ismaelillo, inscrito por la crítica literaria en la fundación del Modernismo.

Perfil editorial y diseño de Edgar Jerez

Como sabemos, Martí llegó al andén ferroviario de Ybor City, a pocas cuadras de aquí, en la primera hora del 26 de noviembre de 1891.

La velada artístico-literaria de aquel anochecer se convirtió en el amanecer de la independencia de Cuba. Allí se prometió fundar una república cuya primera ley fuera, de verdad, el culto de cada cubano a la dignidad plena del hombre.

La dignidad plena del hombre entraña, primeramente, el derecho a la libertad, al trabajo como fuente de progreso, la sensibilidad hacia todos los seres humanos, al límite de sentir en la mejilla el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre, más allá del color de la piel, del rango social, de la ideología, de la elección política, imaginario que echó raíces en el alma cubana desde el discurso de aquella noche, a pocos metros de esta sala: Con todos y para el bien de todos.

En aquella velada también hubo versos, canciones, añoranza de patria y compromiso de redimirla. Fueron solo tres días los que en aquella primera visita estuvo Martí en Tampa, el mismo tiempo que debe durar esta feria del libro. El dejó el Ismaelillo en manos de Eligio Carbonell, ustedes dejarán decenas de libros en manos de habitantes de Tampa procedentes de diversos orígenes y serán libros útiles.

Aquel Ismaelillo de Martí, dedicado a su hijo, ha tenido decenas de ediciones, casi todas en Cuba. Pero en Tampa, que fue tan significativa para él y donde él mismo lo trajo, no se había editado. Por ello, pensamos útil hacerlo ahora, en el marco de nuestra Primera Feria Internacional del Libro, y mostrarlo en su momento de inauguración en la ciudad que él llamó Tampa fiel.

Porque es una noche de gratitud, se hace esta excepción con un escritor mayor de Nuestra América, al presentar un libro suyo que le da presencia en esta sala y en todo el evento de tres días. Muchos de los escritores que están hoy aquí y han traído sus libros, vienen a Tampa por primera vez. Cuando Martí trajo su Ismaelillo, también vino por primera vez, sin saber entonces que con aquel poemario se estaba abriendo el camino –como con tanta prosa poética suya– a la fundación del Modernismo literario. Después vino 20 veces más y esperamos que algunos de nuestros visitantes superen esa cifra.

En esta edición del Ismaelillo que presentamos, creímos útil un breve preámbulo donde se enlazaran el libro y Tampa y unas notas finales para los lectores no informados sobre el destino de aquel niño a quien se le dedicara uno de los poemarios más hermosos que un padre haya escrito a su hijo ausente. Por ello, junto a varias fotografías de José Francisco Martí Zayas-Bazán, se ofrecen datos biográficos suyos, para que, al leerse esta obra a los 133 años de haber llegado a Tampa por primera vez, sepamos cuál fue la vida de aquel niño al que su padre llamó caballero, reyecillo, príncipe…

Después de todo, leer una y otra vez el Ismaelillo, además del disfrute estético que produce siempre la buena poesía, es también sentir a Martí entre nosotros, entonando un canto eterno a la libertad y al amor, que tanta falta nos hace.

 Muchas gracias.

lunes, 4 de marzo de 2024

Una agradable charla con la tampeña Liana Fuente

 Cuando se conversa con Liana Fuente, se adivina enseguida la estirpe de su apellido, insertado en la historia de la industria del tabaco en  Tampa. Siguiendo a los grandes titanes que fundaron Ybor City y West Tampa a fines del siglo XIX, hombres como Arturo Fuente le dieron continuidad a ese legado en el siglo XX, contribuyendo al florecimiento de una ciudad que llegó a ser la capital mundial de la fabricación de puros.

Arturo, el bisabuelo de Liana, llegó desde Cuba a principios del siglo XX y en 1912 instaló su primera fábrica, inscribiendo un sello que 112 años después mantiene su prestigio alrededor de un hábito cuyo hechizo se envuelve, como su humo, entre la censura y la alabanza.

Conversando en La Gaceta con Liana Fuente

Fuente interrumpió la elaboración de tabacos en 1924, cuando su fábrica en West Tampa fue destruida por un incendio. La restableció en 1946 y durante las décadas de 1950 y 1960 estuvo produciendo en el edificio situado en el 2708 N 18th St., el que acaba de adquirir su biznieta. Su abuelo Carlos y su padre Carlos Jr. expandieron la firma Arturo Fuente Cigar Co. por el Caribe al perderse el mercado cubano a inicios de los sesenta, para consolidarse en República Dominicana. Pero, hasta hoy, conservan en Tampa su distribuidora a través de Ybor’s J.C. Newman Cigar Co., desde donde hacen llegar el tabaco a todo Estados Unidos.

Ahora, cuando Liana se empeña en dar vida al edificio, en cuya estampa se adivina desde lejos una vieja fábrica de tabacos, conversar con ella es darle voz a un fragmento de la historia de la ciudad. 

En tu decisión de comprar un edificio que perteneciera a tu abuelo Arturo Fuente,  ¿cómo se equilibra el impulso sentimental y la utilidad inversora?

Para ser honesta, todo comenzó como un impulso sentimental. No podía soportar que una parte de la historia de Fuente pudiera ser destruida, y mucho menos que el edificio en que estuvo la fábrica de tabacos, que tiene casi 100 años y es una parte crucial de la historia de Ybor, pudiera desaparecer. En la parte alta de esa misma  fábrica vivieron mis bisabuelos Arturo y Cristina. También, allí vivió mi abuelo Carlos, quien trabajó al lado de su padre Arturo, haciendo crecer el negocio familiar.

En el primer piso de ese edificio trabajaban hasta 500 tabaqueros. La empresa proporcionó empleos a la comunidad y todos se acercaron y se cuidaron unos a otros como una familia.

Mi padre Carlos P. Fuente (Carlito) y sus hermanos también crecieron allí. Cuando cierro los ojos, a menudo pienso en esos maravillosos recuerdos nacidos allí. Puedo imaginar el olor del café cubano recién colado, entre conversaciones y risas. No podía aceptar que eso fuera destruido. Sabía que la adquisición tenía que tener sentido financiero, si lograba hacerla funcionar como negocio y, a la vez, mantener viva la historia de este edificio. Por ello, mi proyecto es restaurar la vieja edificación y  traerla de vuelta a la vida, para que siga siendo una de las joyas preciadas de Ybor City.

Aquí, pretendo ofrecer espacios a empresas, especialmente  a mujeres propietarias y crear una comunidad con sentido histórico y cultural. Espero que algún día mis hijos y las generaciones futuras mantengan viva nuestra historia a través del lugar donde existió  esta hermosa e histórica fábrica.

Tu abuelo legó un apellido a la cultura del tabaco que goza de un prestigio a nivel internacional. ¿Qué momentos de su vida y su obra te resultan más inspiradores?

Aunque tuve la suerte de conocer a mi bisabuela Christina, mi bisabuelo Arturo falleció antes de que yo naciera, pero lo mantengo vivo a través de las historias familiares que crecimos escuchando. Una de las cosas que tengo muy ­presente es el hecho de que nuestra familia era muy trabajadora y unida.

Su ética de trabajo y tenacidad se impregnaron en sus hijos y nietos. Él todavía está vivo en todos nosotros.

Hasta la década de 1960, la firma de Arturo Fuente cuenta con la hoja de tabaco cubana para la calidad de su elaboración de puros. Sin embargo, con el rompimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, tuvo que reinventarse para mantener su empresa.  ¿Como se recuerda en tu familia el esfuerzo de tu abuelo en su paso por Centroamérica hasta su triunfo en República Dominicana?

Cuando llegó el embargo estadounidense a Cuba, destruyó la industria tabaquera en Ybor City. Mi abuelo Carlos A. Fuente tuvo la previsión de invertir antes del embargo y comprar la mayor cantidad de hoja de tabaco cubano que pudo antes de que fuera prohibido. Fue esa previsión la que permitió a la empresa permanecer en el negocio durante años, a pesar de que muchas fábricas tuvieron que cerrar. Durante ese tiempo, mi abuelo Carlos experimentó mezclando tabacos de todo el Caribe, incluidos Puerto Rico, Honduras y Nicaragua.

 En 1980 encontró el futuro hogar de Arturo Fuente Cigars en el corazón de la República Dominicana. Fue allí donde su hijo Carlito lo ayudaría a llevar la compañía a nuevas alturas con la creación de la famosa línea denominada Hemingway y, más tarde, el primer tabaco premium totalmente dominicano, la línea Fuente Opus X, que dio reconocimiento mundial a toda la compañía. Fue la tenacidad y el valor de ellos lo que realmente permitió que la familia prosperara.

¿Qué papel ha jugado tu padre, Carlos Fuente, en el sostenimiento de una firma que sigue gozando de reconocimiento en el mundo?

La pasión de Carlos por la calidad y por elevar el prestigio de la marca ha llevado a la empresa  al más alto nivel. Su visión para todos los  detalles de la manufacturación del tabaco, unida a su  personalidad embriagadora captaron la atención y determinaron la lealtad de muchas personas. Cada día lleva la empresa a más alto nivel, superando todos los límites para lograr mejores mezclas y envases para mantener intacta la integridad de la marca familiar.

¿Qué significa Tampa para la familia Fuente y, específicamente, para ti?

Tampa es mi hogar. Es la cuna de nuestro centenario negocio familiar de tabacos. Amo mi cultura, música y tradiciones cubanas, que siempre estuvieron presentes mientras crecía en esta mágica ciudad. Tampa es donde conocí a mi esposo y donde me casé, es la comunidad a la que me enorgullece hacer un aporte, es el lugar donde viven mis familiares y amigos más queridos. Tampa es donde está y siempre estará mi corazón.

¿Cuál es tu proyecto con el edificio ubicado en 2708 N 18th Street?

Mi objetivo para 18th Street Factory es restaurarla a su estado original, pero con las comodidades modernas de hoy. Quiero que la gente reviva los viejos tiempos con el ambiente ecléctico de Ybor City.  Planeo, a largo plazo,  tener viviendas arriba y tiendas minoristas abajo. La parte comercial incluirá una barra de vinos y café que ofrezca una variedad de deliciosos comestibles provenientes de panaderías locales y que representen a las diferentes culturas de esta rica ciudad. Planeamos tener un negocio propio para mujeres y presentar a varios artistas locales en su interior. Aunque todavía es un proyecto en progreso, lo único que puedo prometer es que haré todo lo posible para que la fábrica de cigarros Arturo Fuente más antigua siga existiendo por otros 100 años; porque mi familia, nuestro legado , y nuestra hermosa ciudad lo merecen.

 

 

lunes, 26 de febrero de 2024

La escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo estará en la Feria del Libro de Tampa

 Yolanda Arroyo Pizarro es una escritora puertorriqueña que goza de un gran prestigio internacional y sus textos se estudian en diversos centros académicos europeos, latinoamericanos y estadounidenses. 

Entre sus primeros libros se encuentran Vimbi Botella, Origami de letras y Los documentados, novela que ganó el Premio PEN Club 2006. Después publicó el libro de cuentos Ojos de Luna,  seleccionado por el periódico El Nuevo Día como uno de los mejores del 2007.  Ese mismo año  fue elegida como  una de  las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39, un evento convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá.

En 2013, Arroyo Pizarro publicó las Negras, en cuyas narraciones propone una recuperación de la memoria histórica de la población afrofemenina de Puerto Rico y, por extensión, a todas las afroamericanas que han sido víctimas de la violencia contra su raza y género. La autora que recibiremos en Tampa ha sido publicada en varios países y en muchos de ellos aparece en antologías.

Cuando invitamos a Yolanda a venir a la Primera Feria Internacional del Libro de Tampa accedió cariñosamente, como lo hizo para responder unas preguntas para La Gaceta, cuyas respuestas acompañamos de unos fragmentos que nos hace llegar sobre su obra las Negras.

Después de algunos comentarios sobre su origen y evolución como escritora, le comenté que su coterránea Luisa Capetillo vivió un breve tiempo en Tampa, donde fue lectora de tabaquería. Sobre ella afirmó la escritora: “Soy admiradora de esta mujer cuyo pensamiento liberador nos inspira. Actualmente estoy escribiendo un libro sobre su huella, inspirada en las noticias publicadas en el periódico La Gaceta de Puerto Rico, la que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos ha digitalizado. Me hace mucha ilusión saber que voy sobre los pasos de Capetillo, de su reivindicación femenina y feminista, para liberar a muchas más mujeres a través de un pensamiento afrofeminista”.

Al preguntarle si en una hipotética clasificación a los escritores solo se les permitieran salvar uno de sus libros, respondió con toda seguridad: “Salvaría el libro las Negras,  porque es un recuento de mi propia historia y la de mis ancestras. Este libro es un “Herstory” de las cimarronas que nacieron con los apellidos Arroyo-Pizarro. Me gustaría que las futuras generaciones le conocieran y que mis futuras nietas y biznietas se sintieran tan orgullosas y dignas como me siento Yo”.

La autora, quien ha publicado Afroqueridades, Golpes de gracia, Violeta y varios más–,  también fundó en Puerto Rico una editorial que ha enriquecido los espacios de publicación en su país. Al inquirirle sobre ello, contestó: “Me impulsó a fundar la Editorial Boreales el deseo de aportar saberes literarios a mi cultura. Luego, en 2015, cuando Boreales se convierte en la Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales, ese sueño se agrandó. La Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales es un proyecto de creación literaria, que responde a la convocatoria promulgada por la UNESCO de celebrar el Decenio Internacional de los Afrodescencientes (2015-2024).  El objetivo de la Cátedra es estudiar la historia de la negritud y la afrodescendencia desde una óptica antirracista. Los textos creativos hacen énfasis en la presencia de las mujeres negras que ha sido invisibilizada a lo largo de la historia”.

Evidentemente, debíamos comentar sobre la próxima Feria del Libro en Tampa, ciudad a la que Yolanda llegará por primera vez, motivada por el evento. Entonces ella afirmó: “Para mí es un gran honor participar en esta Feria del Libro de Tampa y de todas las Ferias a las que he sido invitada, como la de Guadalajara, la de Bogotá, la de República Dominicana y las de Puerto Rico. Cada celebración ferial es un diálogo hermoso que se abre con los lectores de esas metrópolis”.

A su vez, aprovechó para enviar un mensaje especial a los asistientes:

“A los lectores, gracias por hacerme visible entre ustedes. Gracias por ver mis hermosos colores, mi lucha feminista, mis anhelos, mi deseo de acercarme a ustedes desde  las palabras. Es un orgullo y un honor. Ustedes me demuestran que hay esperanza para vivir en un mundo ideal que puede ser construido desde la manifestación más óptima de la justicia social”.


Yolanda Arroyo habla sobre la escritura de las Negras:

Por eso cuando me senté a las 3:00 a.m. aquella vez, a escribir el primer párrafo de las Negras en 2003, supe que quería resaltar el femenino de la negritud. Supe que deseaba que el título de mi libro empezara con la minúscula del artículo y le siguiera la mayúscula del sustantivo. Quise que la adjetivación de aquel sustantivo, o la sustantivación de aquel adjetivo, fuera protagonista. Fuera prietagonista. Por eso en 2003, ante el dolor del fallecimiento de mi abuelamadre, solo me restó entrar en trance…, escribir las historias que Petronila me había contado, escuchar el dictado de las mujeres de mi casta en la voz de la memoria de mami Toní.

Tengo en la memoria el recuerdo de mi abuela haciéndome estas historias de sus propias abuelas. Las negras que llegaron en barco, las negras que labraron la tierra, las negras que fueron comadronas, las negras que pavimentaron los caminos, que fueron castigadas, amonestadas, que se vengaron, que envenenaron captores. Abuela me hacía dictados cuando estaba viva, en presencia, en carne y hueso, y luego de fallecida también me hizo dictados en mis sueños, en mis recuerdos, en mis alucinaciones, porque yo alucinaba de tanto llorarla, y de tanto necesitarla, y de tanto extrañarla.

Por eso aquel día de 1978 cuando la monja enseñó la foto del risueño indio taíno y el gallardo conquistador español junto al encadenado y “feliz” africano que llevábamos semanas “aprendiendo” como parte de la historia de nuestra Isla, yo convoqué a mi “espíritu de contradicciones” y altanera articulé a lo Petronila: “nadie encadenado puede ser feliz”. Acto seguido el salón estalló en risas, alborotos y griteríos que como era de esperarse, culminaron con mi visita a la oficina de la principal del Colegio San Vicente Ferrer. Sor Soledad recomendó la escritura en cursivas en la pizarra, de una sentencia amonestadora como castigo infalible y frente a todos: “Debo respetar la autoridad”. Y yo así así lo hice. Escribí con tiza blanca en aquella plataforma verde, mis letras caligrafiadas a la perfección, mientras recitaba “la autoridad es mi abuela Petronila”.

Nadie encadenado puede ser feliz. Por eso en el ejercicio de mi libertad, resucito a mi abuelamadre cada vez que me da la gana, cada vez que la sueño, cada vez que la alucino, cada vez que la escribo. Cada vez que ustedes leen “las Negras”.