martes, 20 de diciembre de 2016

Simón Bolívar y la República de Florida

Por Gabriel Cartaya
                                                                                                   Para Manuela Ball

       La lista de libertadores americanos es extensa, repleta de fulgurantes rostros continentales que se alzaron contra la dominación colonial en cada esquina donde los europeos implantaron la bandera conquistadora. Pero cuando se dice El Libertador, la imagen que viene a los ojos es la de Simón Bolívar, como si el extraordinario caraqueño condensara el símbolo de todos los que consagraron sus vidas “para que América fuera del hombre americano”, como nos dijo José Martí en “Tres Héroes”, el bello artículo para La Edad de Oro dedicado al venezolano, al Padre Hidalgo, de México, y al argentino José de San Martín.
       Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco murió el 17 de diciembre de 1830, hace ahora 186 años.  Aunque solo vivió 47 años, la extensa biografía del héroe ha ­reclamado millares de páginas, desde sus campañas militares admirables por la independencia de ­Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú, hasta la hondura de pensamiento político con que acompañó el corpus ideológico que ­trasciende a nuestro tiempo hispanoamericano.
       Pero esta vez quiero detenerme en una página ­biográfica de Bolívar que ha sido menos recurrida,  cuyo escenario floridano la acerca al  lector habitual de La Gaceta. Cuando se repasa la historia del estado número 27 de esta nación, se atiende a las poblaciones aborígenes que le habitaron, a la larga presencia española en la península, al traspaso de su propiedad a Estados Unidos, a su participación en la evolución histórica del país y a la cultura multiracial que ha cimentado durante siglos, pero pocas veces se le inserta dentro del proyecto independentista continental de Simón Bolívar.
      En medio de las campañas de El Libertador para conseguir y mantener la independencia de los pueblos hispanoamericanos donde actuaba, concibió el proyecto que devino en la fundación de la efímera República de Florida, cuya duración se limitó a casi cinco meses, desde el 29 de junio hasta el 23 de diciembre del año 1817.
En ese tiempo Bolívar se encontraba en la Provincia de Guayana, esforzándose por recuperar la libertad de ­Venezuela, territorio que había sido reconquistado por las fuerzas españolas con la caída de su Segunda República. Entonces el venezolano consideró la posibilidad de  tomar la  isla española de Cuba, como estrategia para impedir el paso de barcos que, desde los puertos de Boston y La Habana, trasladaban armamentos y municiones a los ­realistas que él enfrentaba en el sur del continente, y de paso, liberar a Cuba –y después a Puerto Rico–  de la dominación española.
  Para este propósito, lo ­primero debía ser la ocupación de la Florida. En esa dirección y desde Angostura, destinó a su oficial Gregor MacGregor para que dirigiera una expedición a este lugar. MacGregor cumple las orientaciones y recluta en Charleston y Savannah alrededor de 150 hombres, casi todos veteranos de la guerra de independencia de Estados Unidos. Entre ­ellos se destacaron Pedro Gual, Constante Ferrari y Lino de Clemente, quien fue propuesto por Bolívar para atender  las posibles relaciones entre la República a crearse y el ­gobierno estadounidense.

Gregor McGregor
   El 25 de junio de 1817, McGregor toma por sorpresa la isla de Amelia,  donde izó la bandera venezolana y la Cruz Verde de la Florida. La guarnición española –que radicaba en el  Fuerte San Carlos de Fernandina, bajo el mando del  brigadier Francisco Morales–, fue sometida y se consideró a este sitio como sede para la ­fundación de una nueva  República.
    Inmediatamente, se  crearon las instituciones que debían regir al nuevo gobierno y se fijaron plazos para que los inconformes abandonaran la isla. El 1.º de julio de 1817 se ­proclamó oficialmente la República de Florida, desde un poblado llamado ­Vacapilatca –ubicado en el actual Jacksonville– y se nombró a  Pedro Gual para que redactara su Constitución. 
  Bolívar se sintió tan ­complacido con la noticia del nacimiento de la República de Florida, que se animó a violar un acuerdo que establecía no apresar barcos de bandera estadounidense, aun cuando ­sospechara que podían ­contener material bélico que sirviera a fuerzas españolas. Enseguida detuvo en el Orinoco a las goletas “Tiger” y “Liberty”, lo que provocó una airada ­respuesta de Estados Unidos.
  MacGregor se mantuvo en la isla de Amelia hasta septiembre de 1817, cuando se trasladó con sus naves a las Bahamas. Al abandonarla, encargó al corsario francés Louis Aury, que actuaba con patente mexicana, para que se ocupara de la recién fundada República, aunque éste la declarara una extensión del país que lo cobijaba. El filibustero, de gran pericia militar, fue muy efectivo en cortar los sumistros de armas que salían de La Habana para las campañas españolas que combatían a Bolívar.


  
Por supuesto que la denominada República de Florida chocó con los intereses de Estados Unidos, que miraba cercano el día de desplazar a España de ese territorio. Entonces, el presidente James Monroe  consideró una afrenta a su país el ­atrevimiento de llamar República de Florida a la ocupación de la isla de Amelia. Lo evaluó como un acto de piratería, peligroso para los intereses nacionales, pues favorecía a los indios seminolas que entonces “perturbaban” a los colonos de la vecina Georgia.
 El Presidente solicitó al Congreso la autorización para ­aniquilar aquel proyecto bolivariano, avivando su determinación con la explicación de que el buque venezolano  “Tentativa” había invadido sus aguas. El 22 de diciembre de 1817, el comodoro J. D. Henley y el mayor J. Bankhead le informaron a Aury la determinación estadounidense de tomar la isla de Amelia. Un día después, tropas provenientes de Texas, bajo el mando de Andrew Jackson, ocuparon la isla y expulsaron a las fuerzas concentradas en el  Fuerte San Carlos de Fernandina, poniendo fin a la brevísima República de marras. 
    Para reforzar la victoria estadounidense y evitar acusaciones de  ­ilegitimidad, se designó al propio Jackson como Gobernador de la Florida, mientras se ­adelantaba la adquisición del territorio que jurídicamente pertenecía a la Corona de España. Poco tiempo después, el gobierno de Estados Unidos negoció con España el Tratado  Adams-Onís, firmado el 22 de febrero de 1819, con el que incorporaron definitivamente este territorio a la primera nación libre del continente americano.


viernes, 9 de diciembre de 2016

Martí City: el primer sitio con el nombre del Apóstol cubano

Por Gabriel Cartaya

Parece ser que el primer municipio hispano –esencialmente cubano- incorporado a la estructura político-administrativa de Estados Unidos, fue un pequeño pueblo fundado alrededor de unas fábricas de tabaco en Ocala, en la década de 1890. Esa primacía, que por sí misma cobra un enorme sentido histórico, alcanza una trascendencia muy significativa cuando constatamos que fue también el primer sitio del mundo en recibir un nombre que en el siglo siguiente se esparciría a centenares de calles, parques, plazas, escuelas, bibliotecas y también a otros pueblos: el nombre venerado de José Martí. 
  La nominación ocurrió en el marco de la efervescencia independentista cubana desatada a partir del primer viaje de José Martí a la Florida, en noviembre de 1891. Para esa fecha comenzaban a fundarse algunas fábricas de tabaco en el oeste del condado de Marion, en Ocala, donde un grupo de cubanos extendió la experiencia  adquirida en Cayo Hueso y Tampa en la fabricación de puros. La existencia de una línea de ferrocarriles, desde 1881, estimuló el crecimiento económico del lugar e hizo posible su inclusión en la expansión fabril tabacalera que se estaba operando en la cercana Tampa.
  Con la inauguración de aquellas  fábricas, como La Crio-lla (en N.W. 27th St. y Warren Ave. ) y  la J. Vidal Cruz y Co. (en Félix Varela Street y Broadway)  llegaron varios cientos de cubanos, entre los que se destacan algunas figuras que jugarían un rol destacado en la historia de Cuba, como es el caso de Carlos Baliño y Gerardo Castellanos Leonard.
Vista de Martí City, en la década de 1890
   Es natural que José Martí fuera invitado a visitar aquel sitio cubano al que nombraban “Havana City”, seguramente por la cantidad de hijos de  esa ciudad cubana que se establecieron allí y que estaba creciendo a la par del Partido Revolucionario Cubano (PRC), fundado a raíz de la primera Lo hizo por primera vez el 21 de julio de 1892, acompañado por tres figuras relevantes del independentismo cubano: Serafín Sánchez, Carlos Roloff y José Dolores Poyo. Hacía tres meses que se había declarado la fundación oficial del PRC y la tercera vez que su fundador se desplazaba de Nueva York a la Florida. Al ser informado de la existencia de un grupo de cubanos en Ocala, quiso inmediatamente visitarles. Cuando se desmontó con sus entusiastas acompañantes en la estación de ferrocarril de Ocala, el sol le pareció cubano, tanto como el ambiente que encontró en la fábrica ese jueves, en medio de la jornada laboral. Lo recibieron con aplausos, pues ya les había llegado la voz de los discursos tampeños y muchos se sabían de memoria sus mejores frases. 
  Desde esa vez, Martí quedó impresionado con esa bella localidad, especialmente con la confraternidad que encontró entre estadounidenses y cubanos, entre negros y blancos, así como entre personas de diferente estatus social. En la tribuna improvisada tuvo que hablar en español y en inglés, para que todos le entendieran directamente, sin el peligro de que se perdiera un matiz con la traducción. Al día siguiente, desde allí, escribió a Gonzalo de Quesada: “Ayer llegamos a Ocala, que es tierra de delicias, donde los cubanos viven dichosos (…)  El pueblo construye cien casas para los cubanos, y esta noche,  en el banquete que nos dan el comercio y las autoridades, pido una más para casa de estudio y de lectura”.
  En esa carta, nos presenta a algunos de sus compatriotas: “Los cubanos todos, conmovidos y lealísimos.  Cabrera, un corazonazo. Y Barreto, y Vidal, y Camino, y Cañizares”.  En esa carta, donde confiesa que este nuevo lugar “sereno y frondoso, recuerda a Cuba”, después de contarle a Gonzalo los frutos valiosos de su visita a Tampa y Cayo Hueso, le agrega: “Y ahora Ocala,  con la demostración de los americanos en nuestro hogar”.
La segunda vez que Martí llega a Ocala es el 14 de diciembre de 1892, otra vez acompañado por Carlos Roloff  y José Dolores Poyo, pero en esta oportunidad se incorpora también la patriota Carolina Rodríguez, que entonces vivía en Tampa. Según el investigador cubano Ibrahim Hidalgo,  quien ha publicado la más completa cronología del Apóstol cubano,  en esta ocasión los ilustres visitantes “participan en la inauguración del nuevo poblado que los emigrados denominan Martí City”.  Es probable que desde entonces los cubanos hayan querido identificar a su nuevo pueblo con el nombre de quien les estaba dibujando el ideal de  patria a conquistar, pero su nominación oficial se produce más tarde, cuando queda incorporado como municipio al condado de Orange.  Según un artículo aparecido en Patria, el 22 de septiembre de 1894,  Martín Rodríguez, residente en ese lugar, da a conocer: “…la constitución de nuestra comunidad independiente, levantada y regida por los propios cubanos. El primer municipio cubano que se establece en este continente es el de Martí City (…) El 10 de los corrientes se celebró en esta ciudad la elección y constitución del Ayuntamiento. Se comenzó por la votación del nombre de la ciudad y nos cabe la honrosa satisfacción de que por unanimidad fuese escogido el nombre de Martí City, este era el colmo de nuestras aspiraciones, y no hubo ni una sola voz en contra de este añorado deseo”.
  En el acto de constitución de ese primer municipio cubano-hispano en Estados Unidos –antecedió en algo más de un año al Municipio de West Tampa-, que es a la vez el primer lugar en recibir el nombre de Martí, quedaron electos José E. de la Cuesta, como Alcalde, y Carlos Baliño, Guillermo Sorondo y Segundo González, como consejales, todos llegados desde Cuba.

II

  Martí City, cuya breve existencia se enmarca entre la última década del siglo XIX y los primeros años de la centuria siguiente, probablemente se hubiera perdido en algún documento de la época, de no haber sido por la presencia en ella del héroe cuyo nombre recibe, pues no fueron conservadas las ruinas de las edificaciones, especialmente las que dieron cobijo a algunas fábricas de tabaco, cuyo efímero dinamismo justificó el asentamiento de cientos de trabajadores cubanos que llegaron a ese lugar con su familia, inspirados en construir un espacio como ya lo era Cayo Hueso, Ybor City, West Tampa y otras localidades propicias a la emigración cubana de ese tiempo.
  La coincidencia de la ­apertura de las primeras fábricas de tabaco en ese espacio ubicado al oeste de la ciudad de Ocala, con el momento en que José Martí está unificando al movimiento revolucionario independentista cubano en torno al Partido Revolucionario Cubano (PRC), determinó que los entusiastas cubanos llegados a este lugar, identificados con su prédica, decidieran que su pequeño poblado llevara su nombre, lo que legalizaron con su fundación como municipio independiente, en 1894, cuando ya todos le estaban llamando de esa manera, aun cuando su nombramiento inicial era Havanatown, ubicado entre lo que es hoy Southwest 17th Avenue y Martin Luther King Avenue, a lo largo de West Silver Springs Boulevard (antiguo West Broadway). Los mapas más antiguos muestran que Martí City fue dividida por lo que ahora es Southwest 20th Avenue.
El límite sur era Southwest 10th Street (State Road 200) y el límite norte se encontraba cerca de Northwest Fourth Street.
  Aunque las ciudades de la Florida más visitadas por José Martí fueron Tampa y Cayo Hueso, por la densidad de cubanos que radicaban en ellas, cada vez que le era posible también llegaba a Ocala y Jacksonville, donde también fueron apareciendo clubes patrióticos  adscritos al Partido Revolucionario Cubano.
  Como vimos anteriormente, casi siempre iba acompañado por gloriosos representantes de la generación de 1868, como lo eran los generales Carlos Roloff, Serafín Sánchez y otros. Pero también lo hizo con los más jóvenes, como fue el caso de llegar, el 22 de diciembre de 1893, acompañado de Bernardo Figueredo –uno de los hijos de su amigo Fernando–, quien viaja con Martí de Cayo Hueso a Nueva York. Es justamente en la travesía en tren entre Tampa y Ocala, cuando el jovencito eterniza la imagen del Maestro en un dibujo a lápiz, como él mismo contara años después de ésta, una de las escasas pinturas conservadas que se le ­hicieron en vida al Apóstol, quien probablemente iba leyendo o ­escribiendo en el tren, mientras su acompañante lo mira y dibuja.
Dibujo a Martí por Bernardo Figueredo
  Sobre la visita del 14 de septiembre de 1893, un testimonio suyo es la carta que dirige a Manuel Barranco, en que dice escribirle desde “los vientos de Ocala, que es un cesto de luz…”  En esa misma epístola, añade su contento de ver a “Ocala como nunca”, “Ocala de fiesta y de mucha amistad”.
  En 1894 el delegado del Partido Revolucionario Cubano debió pasar por Martí City  en dos ocasiones, aunque no hay constancia de ello en sus textos. Pero seguramente al visitar  Jacksonville (consignado en sus letras), en mayo de ese año, llegó también al pueblo que ostentaba su nombre. Y con más razón al saber que en esa visita estaba acompañado por Francisco Gómez Toro “Panchito”,  el hijo del General Máximo Gómez, al que iba presentando con orgullo de padre en cada localidad donde había un grupo de cubanos.
  José Martí vuelve a  Florida a principios de octubre de 1894, cuando ya está casi concluida la obra de preparación para el estallido de la guerra en Cuba. El 8 de ese mes llega a Jacksonville, pero en los últimos engranajes que va haciendo desde Cayo Hueso hacia el norte, el eslabón de Martí City debió ­constituir una parada necesaria.
  Merece investigarse, paso a paso, todos los detalles del último viaje de Martí a Florida, a partir del momento en que llega  a Fernandina, el 12 de enero de 1895, a tomar el barco que lo ­hubiera llevado a Santo Domingo, donde preveía  recoger a Máximo Gómez y seguir para Cuba a desatar la guerra. El fracaso de la expedición por el apresamiento de los tres barcos (uno de ellos en Fernandina), llevó a sus líderes a ocultarse inmediatamente. Martí sale, con nombre falso, hacia Jacksonville y de allí a Nueva York. Tal vez no pudo llegar a despedirse de aquel pueblo que llevaba su nombre, pero seguramente pensó en sus fieles habitantes y en el aire que tanto le recordó al de Cuba.
  El paso del Apóstol cubano por ese fragmento de Ocala al que llamaron Martí City, es suficiente para considerarle un lugar histórico. Fui hasta allí acompañado de mi amigo Henry Echezabal y no encontramos huellas de las fábricas de tabaco, de los clubes donde se reunían los cubanos a fines del siglo XIX.
  Algunos han escrito que unos fríos y ventiscas nevadas de 1896 azotaron las fábricas de tabaco y los dueños las ­trasladaron a Tampa y Cayo Hueso, que los habitantes de la casitas recién levantadas ­tuvieron que abandonarlas, que se fue apagando el efímero fulgor del primer ­pueblo que honró a Martí con su nombre y que hombres como Carlos Baliño, Gerardo Castellanos y otros afirmados en la historia de las profundas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, se mudaron a Cayo Hueso y Tampa, donde siguieron trabajando por una Cuba libre.
  Cuando ya había escrito estas notas, me regalaron en Cuba el Anuario 38 del Centro de Estudios Martianos. Al abrirlo, encontré el artículo “El ­cuaderno de Ocala: Martí, el diálogo y la escucha”, escrito por Carmen Suárez León, investigadora de dicho centro. Para mi sorpresa, la prestigiosa ­ensayista cubana da a  ­conocer que el número 17 de los 22 Cuadernos de Apuntes que corresponden a Martí, fue escrito en una libreta comprada en Ocala y en cuyo grabado  de portada se lee The Ocala Commercial & Bazan Co. En los apuntes que contiene, Martí refleja interesantes detalles sobre sus vivencias en este pueblecito que le fue tan querido.
 Nota: Mi gratitud a Henry ­Echezabal, que buscó los mapas antiguos de Ocala y me acompañó hasta allí. Y a Emliano Salcines, por el préstamo de un libro de Loy Glenn Westfall sobre la manufactura tabacalera en Martí City y los comentarios alrededor de este tema.
Publicado en La Gaceta, los días 25 de noviembre y 9 de diciembre, 2016


viernes, 2 de diciembre de 2016

Entrevista al escritor cubano José Miguel Sánchez Gómez “Yoss”

Por Gabriel Cartaya 

A principios de esta semana, estuvo de visita en Tampa el escritor cubano José Miguel Sánchez Gómez, conocido por el apelativo monosilábico con que siempre firma sus libros. Representante de la generación literaria que emerge en la Isla en los años 80 y que fuera bau­tizada como “Los Novísimos” y de la que proceden varios escritores y poetas que han alcanzado relevancia a nivel internacional. De ellos, Yoss ha sido uno de los más publicados y los cuentos suyos aparecen en antologías publicadas en Argentina, Francia, España y otgros países.
     A Tampa fue invitado por la Biblioteca de la Universidad del Sur de la Florida, con la que ha colaborado en su colección de literatura cubana de ficción. En una de sus salas, ofreció una charla el pasado lunes. La rapidez y gentileza con que res­pondió a nuestra solicitud de entrevistarle para La Gaceta, devino en las líneas que pre­sentamos al lector tampeño.
    Hay ya muchos libros y re­vistas donde el lector reconoce que está leyendo a un autor que se denomina Yoss, sin saber el nombre verdadero del autor. ¿A qué se debe esta preferencia por el monosílabo con que se te reconoce?
     Bueno, ante todo Yoss, más que un seudónimo, es un nombrete, debido al defecto en el habla de una profesora de Educación Física de la se­cundaria. Cada vez que quería pronunciar mi nombre, José, sonaba así más o menos... Yoss... y por años muchos me llamaron así, sin mayores consecuencias. Hasta que empecé a escribir, en 1984, y a mandar a concursos, en los que necesitaba un seudónimo, lo tuve que escribir por primera vez. Luego, José Rodríguez Feo, el mecenas de Lezama Lima y Virgilio Piñera, que fue el editor de mi primer libro, Timshel, en 1989, me dijo que con un nom­bre tan bonito como el mío no debía usar un seudónimo tan egocéntrico. Pero un amigo del judo encontró el libro firmado  José Miguel Sánchez y vino a casa muy furioso, para avisar­me de que alguien había publi­cado con su nombre cuentos que él sabía que yo había escrito... así que le aclaré que ese era mi nombre. Me respon­dió que si quería que supieran que yo era yo, pusiera en mis libros el apelativo por el que todos me conocían. Mi segundo libro, W, ya fue publicado como Yoss... y todos los demás desde entonces.
      Tus primeros textos se publican a fines de la dé­cada de los 80. ¿Cómo ves la literatura cubana que arranca en esa eta­pa, cuando se comienza a rebasar el período al que muchos llaman “quinquenio gris”?
       Nuestra generación fue bautizada por Salvador Re­donet como “Los Novísimos”. Nunca me gustó ese rótulo, pero parece que era obligado, después de los Nuevos Narra­dores, como Arturo Arango, Francisco López Sacha, Senel Paz. A mí me habría gustado más los Posmodernos, porque queríamos hablar de las heri­das infectadas en el socialismo cubano: de los balseros, la homofobia, la corrupción po­licial, la intolerancia con los rockeros, de las cicatrices de la guerra de Angola, de todo lo que el periódico Granma no hablaba ni habla aún.
      Hacíamos una narrativa de sustitución periodística, éramos ingenuos, queríamos epatar, pero no teníamos mie­do, y en el pulso eterno entre la cultura y el poder, hicimos retroceder un poco el brazo de hierro de la censura. Ahora, casi 30 años después, ya no somos tan novísimos, ni tan temidos, ni muchos están siquiera en Cuba, ni siguen escribiendo. Creo que fue la última generación de la Revo­lución que creyó que podíamos cambiar el proceso y mejorarlo desde adentro. De ahí en ade­lante, nadie más lo intentó, ni le importó.
     Creo que el cuento, como género literario, ha sido el que más ha proliferado dentro de la narrativa cubana de las últimas décadas. De ser así, ¿a qué se debe esta preferencia por obras de corta extensión?
     Es fácil: resulta mucho más simple escribir un cuento y sobre todo, ¡publicarlo!, que una novela. Un cuento puede ser incluido en una antología de las que proliferan y siguen proliferando en nuestra narra­tiva. Y si es en el extranjero, ganar unos dólares o euros que nunca vienen mal para alguien que, como yo y otros, vive total o parcialmente del cuento. Una novela, si eres desconocido, na­die querrá arriesgare con ella. En la narrativa cubana hay una especie de jerarquía paulatina muy bien establecida, aunque nunca escrita: primero cuen­tos, luego un libro de cuentos, luego novelas.
     En tu caso, ¿es en el cuento donde mejor te realizas como escritor?
     Me gusta más escribir cuentos, varios, que perte­nezcan al mismo universo, y luego ir armando con ellos una novela, como vértebras de una espina dorsal. Es el fix/up, una género que adoro y que tiene lo mejor de novela y de cuento. Y creo que soy realmente bueno ensam­blándolos.
     ¿Qué influencia ha te­nido sobre los escritores cubanos de tu generación el ambiente socio-político del país, especialmente a partir de la desintegración del llamado “campo socialista”?
      Fue tremendo, para mu­chos el futuro dejó de tener sentido, si ya no pertenecía por entero al socialismo. Deja­ron de escribir o lo empezaron a hacer sin ganas, sin ánimo. Otros vieron las puertas del mercado abiertas y aún están tratando de entrar por ellas. Otros seguimos tratando de entender este cambio que sigue ocurriendo en la Isla y preparar a los cubanos para vivir en ese nuevo mundo que inevitablemente se nos viene encima, sobre todo después del 17 de diciembre de 2014. Y creo que todas las vías son igualmente válidas.
       Entre Timshel (1989) y Super Extra Grande (2012), tienes más de diez libros publicados. ¿Cómo ha reflejado la crítica, dentro y fuera de Cuba, la aparición de tu obra?
Bueno, ya he publicado más de 20 libros en Cuba, contando las antologías. Por mucho tiem­po la crítica, que no se ocupa mucho de la ciencia ficción y la fantasía, no me ha tomado en serio... después de todo, es una literatura de género, escapista, menor, y todo eso... Cuando he ganado premios internaciona­les, apenas lo han notado... pero en los últimos 5 años, como la ciencia ficción y la fantasía van cobrando más importancia, y he ido apareciendo más en la tele­visión y en la prensa, algunos han empezado a considerarme como una figura más o menos relevante y no sólo de lo fan­tástico. Pero ha llevado tiempo, para muchos en la UNEAC, incluso amigos, sigo siendo una joven promesa... a los 47 años.
     ¿Cómo ves la literatura cu­bana en el ámbito de la literatura hispanoamericana?
     Ah... para muchos resulta asombroso y difícil de creer la cantidad de escritores que hay en Cuba, en relación a la canti­dad de habitantes. Los cubanos queremos escribir, queremos contar cosas, y tenemos muchas lecturas, porque en Cuba los libros siguen siendo baratos. Además, existe esa maravilla que es el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, creado por Eduardo Heras León “El Chino”, escritor con más vocación todavía de pedagogo.
      Ya con 20 años, forman­do cada curso entre 40 y 60 graduados, casi toda la joven generación de narradores cu­banos ha pasado por sus aulas. Pocos países, incluso los de gran tradición, como Argentina, Chile, Colombia o México, tienen algo así.
Por desgracia, muchos de esos jóvenes se van de Cuba y dejan de escribir. ¿Cuánto de todo eso es bueno? Muy subje­tivo: algunas novelas y cuentos funcionan bien en Cuba, otros sólo fuera de ella. Pero nom­bres como Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez, Wendy Guerra, Ronaldo Menéndez, Daniel Chavarría, Ena Lucía Portela y Karla Suárez, por sólo citar a un puñado, son insoslayables en cualquier panorama actual de las letras cubanas. Y me olvido además de Abilio Estévez, Daína Cha­viano... la lista sería infinita, o casi.
   Has sido bendecido con una gran diversidad de premios, nacionales e internacionales. ¿Qué han significado para ti?
      En Cuba un premio es como un atajo a publicar. Y un poquito de dinero que nunca viene mal. Y un ladrillo más para la torre de un curriculum literario. Ya tengo tantos que cuando escriben mis notas de contracubierta me piden que elija 5 ‘o 6 de los principales. Yo prefiero poner diversos pre­mios nacionales y extranjeros.
Un premio es siempre un escalón hacia algo, una con­firmación y el reto de, en lo adelante, no decepcionar a los que te lo conceden y a los lectores que, atraídos por ese galardón, se aceran a tu obra. El desafío de no repetirse, de superarse, de experimentar sin miedo, y si el experimento sale mal, probar otro y seguir adelante.
     ¿Cómo recibiste la invit­ación de venir a Tampa, que tiene tanto de cubana?
Gracias a la Universidad del Sur de la Florida, cuya biblio­teca tiene una gran colección de ciencia ficción y fantasía cubana, con la que estoy co­laborando desde el año 2008. Soñaba desde entonces con ver los estantes de esa colección para la que tantas búsquedas he hecho en las librerías de vie­jo en Cuba. Porque hasta temía que la memoria de nuestras publicaciones desapareciera cuando eran retiradas de las librerías. Nancy Cunningham, de la biblioteca de USF, co­ordinó esa visita, esa charla y no negaré que también un gran valor agregado es visitar esa ciudad de importante in­migración histórica cubana, donde tanto hizo José Martí por nuestra independencia.
      ¿Esperas en estos días ser visitado por las Musas que pasean por la bahía de Tampa?
       La verdad es que, salvo contestar correos electrónicos y preguntas de entrevistas, en estas 9 semanas de viaje por Estados Unidos no he tenido ni creo que vaya a tener tiem­po para escribir mucho. Una crónica artículo para la revista electrónica cubana BAND ERA (así mismo, separado, en dos palabras) que quiere conce­derme una columna semanal y ya. Así que si el 6 o el 7 de noviembre las musas de Tampa me visitan... les daré mi tarjeta para que me repitan la cortesía en La Habana, a la que volveré el 20 de noviembre. No, mejor el 27, porque el 21 me voy para República Dominicana hasta el 26 y veremos cuantas musas me siguen el paso.

                                                       Publicado en La Gaceta, los días 4 y 11 de noviembre, 2016.

jueves, 27 de octubre de 2016

El día que llegó Colón a “la tierra más hermosa”

Cuando los nativos cubanos descubrieron a Cristóbal Colón, no conocían el calendario gregoriano para saber que estaban viviendo el domingo 28 de octubre de la era cristiana. De hecho, en el instante en que los visitantes europeos apuntaron el acontecimiento, registrando que habían encontrado tierras con pobladores que constituían una rareza humana, se llamaron a sí mismos descubridores, afirmación que dura hasta nuestros tiempos.
Adelantarse en establecer el concepto no sólo reflejó el dominio de la escritura, sino también el desarrollo tecnológico que les permitió cruzar el Atlántico, donde  se les atravesó un continente desconocido para ellos cuando iban hacia la India.
Estaba anocheciendo cuando las tres carabelas se detuvieron en la costa norte del oriente cubano y  76 hombres blancos pusieron sus pies en la arena. Con las últimas rendijas de luz, alcanzaron a ver una  vegetación tan verde y frondosa que debió parecerles la entrada al paraíso. Es famosa la frase de Cristóbal Colón ante la majestad natural que se abrió a sus ojos: “...es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.
Ya estaban avisados por los “indios” de las islas vecinas, donde arribaron los marineros dos semanas antes, después de dos meses de incierta navegación iniciada en el puerto español de Palos de la Frontera, desde el que se lanzaron a la mar océana, sin imaginar que serían los inauguradores europeos del nuevo continente y que a partir de ellos la historia se partiría en dos: antes y después de Cristóbal Colón, casi igualando el antes y después de Cristo.


   Al bravo Capitán apenas le alcanzaban las palabras para dar órdenes sobre lo que podían o no hacer ante una realidad desconocida, absorto él mismo frente a un reino vegetal, animal y humano que desbordaba todos los cánones que la sapiencia humana había nominado y reglamentado. Ni las combinaciones florales multicolores que bordeaban los ríos, ni lo que creyeron perros mudos amaestrados, ni los hombres y mujeres semidesnudos que corrieron a rodearles como a dioses,  estuvieron previstos en la imaginación delirante de quienes montaron en la Santa María –nave capitana–, en la Pinta, o en La Niña.
Desde la llegada de Colón a las primeras islas del Caribe las vino bautizando, siendo la violación de sus apelativos originales la primera expresión de sometimiento, como si comenzaran con su abolengo a ser parte del universo, tierras descubiertas para sus Majestades, los Reyes Católicos de España, con todos sus derechos a reinar, a decidir el sitio de las riquezas que por orden divina les pertenecían y qué hacer con aquellos miles de hombres y mujeres que no estaban inscriptos entre los hijos de Dios, por lo que no pertenecían al prójimo que la palabra divina ha sugerido amar como a sí mismo.
Después de una primera noche durmiendo en las arenas merecedoras de Bariay (hay varias teorías sobre el punto exacto donde el Almirantese depositó por primera vez sus plantas en Cuba) y dijo la palabra Juana para ungir una tierra que, sin saber su extensión, merecía el nombre de la hija de sus Soberanos (más tarde se le llamó Fernandina, en honor al rey Fernando, porque una minúscula islilla a que habían puesto su nombre era insignificante para su Alteza),  las naves siguieron bordeando el norte oriental cubano, avanzando desde el puerto de Gibara hacia el oeste, impresionados  al no encontrarles fin mientras se sucedían los primeros días y noches, hasta que el excesivo entusiasmo del Gran Almirante del Mar desestimó la posibilidad de estar ante una isla, y comenzó a acariciar la ilusión de encontrarse a un paso de saludar al Gran Kan en las fronteras de China, alcanzado el continente asiático con el que cumplía la promesa a los Reyes de llegar al Oriente navegando a poniente y, de paso, probar las teorías entonces refutadas sobre la  redondez de la tierra.
Cuando iban navegando por  el norte de lo que hoy es Camagüey, ya era suficiente para Colón la confirmación de una masa continental y puso la proa de regreso, pasando cerca de Maisí y encontrándose con la isla que llamó La Española –Santo Domingo y Haití–.
El Gran Almirante de la Mar Océana regresaba a España paladeando sensaciones encontradas: encanto y preocupación, seguridad y dudas, optimismo y desesperanza. Bajarse de la Santa María mostrando unos pajarillos de colores, mínimas pepitas de oro, algunos aborígenes asustados balbuceando palabras raras y cientos de cuentos alucinantes, ¿sería suficiente para suplir las grandes cargas de oro que esperaban los Reyes Católicos?
La respuesta vino a completarla en Valladolid, donde murió en 1506,  sintiendo que no sólo los Reyes y sus contemporáneos se habían olvidado de él, sino hasta el mismísimo Dios. Carajos, que ni siquiera le pusieron su nombre, sino el de un pintamapas cualquiera, al continente que descubrió. 
                                                                                                           Publicado en La Gaceta, 10/28/2016

viernes, 14 de octubre de 2016

Jorge Camacho, un aporte notable a la bibliografía pasiva de José Martí

Por Gabriel Cartaya

  En las primeras décadas del siglo XX fue publicada la mayor parte de la extensa escritura de José Martí que conocemos. En ello, el mérito más grande correspondió a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, un privilegiado discípulo del Apóstol que cumplió con devoción la solicitud que le hiciera su Maestro, a las puertas de la guerra que le costó la vida. En la carta que le dirige desde Montecristi el 1.º de abril de 1895, le expresa el deseo humildísimo de que sus mejores textos fueran organizados y que al “venderlos para Cuba” pudieran contribuir a su ideal patriótico.
  Con ello, a su vez, complacía al cariñoso Gonzalo, quien venía insistiéndole en este propósito. “Más de una vez rogué al Maestro para que juntase su magna obra literaria antes de emprender la épica jornada”, apunta Quesada en la introducción al cuarto de los 14 tomos que alcanzó a culminar, en una titánica empresa que realizó entre 1900 y 1915, año en que muere, cuando estaba trabajando en el tomo número 15, que fue culminado con el apoyo de su viuda, Angelina Miranda.
  Su hijo, Gonzalo de Quesada y Miranda, continuó su obra y en los años siguientes fueron apareciendo otros tomos con la papelería del Apóstol. Las fuentes principales en esa ardua obra de rescate procedía, esencialmente, de las publicaciones realizadas por el poeta, escritor, periodista, pedagogo y político que fue Martí, diseminadas en sus pocos libros, en varios periódicos y revistas con los que colaboró y en los depósitos personales de quienes gozaron de su comunicación epistolar.
       Entre 1936 y 1949 se publicó en La Habana una vasta edición de las Obras Completas de José Martí, en 74 volúmenes, impresa en los talleres Seaone, de Fernández y Cía., que mucho debía al intenso trabajo iniciado  por Quesada  y  Aróstegui y a sus descendientes que la continuaron. En 1962, el Consejo Nacional de Cultura y el Consejo Nacional de Universidades de Cuba, realizaron una nueva edición de las Obras Completas, a la que se incorporaron nuevos textos. Fueron 30 mil ejemplares de cada uno de los 25 extensos tomos (los tomos 26 y 27 se dedicaron a índice onomástico y guía). La edición estuvo bajo el cuidado de Alejo Carpentier, entonces Director de la Editorial Nacional de Cuba.
  Aunque en las décadas siguientes volvieron a publicarse en Cuba estas Obras Completas, siguieron, en general, el mismo orden y fueron incorporados escasos textos (sobre todo en un tomo 28) de los que ya se conocían.
  En las últimas décadas el Anuario del Centro de Estudios Martianos ha dado a conocer diversos textos desconocidos del Apóstol, gracias a esporádicas donaciones de personas que los conservaban o han aparecido en publicaciones de la época. Con toda su obra conocida, desde hace varios años el Centro de Estudios Martianos viene preparando la primera Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí, bajo la dirección del Dr. Pedro Pablo Rodríguez,  y ya ha dado a la luz 24 tomos.
  Esta extensa introducción,  a  pesar del esfuerzo de síntesis, es para llamar la atención a la enorme importancia que cobra el trabajo paciente –y demasiado callado– que ha realizado el investigador Jorge Camacho, Profesor de la Universidad de Carolina del Sur. Probablemente, desde la labor de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, no se hayan dado a conocer tantos textos de Martí de una sola vez, como los 23 que presenta el Dr. Camacho en su reciente libro El poeta en el mercado de Nueva York, publicado por la Editorial Caligrama, Columbia, SC., en 2016.  Si a ello agregamos 17 textos que hizo públicos en El Economista americano en México, Crónicas desconocidas de José Martí, (Alexandria Library, Miami, en 2015) y once más en Las toman donde las hallan, once textos inéditos de José Martí, sumamos la cifra impresionante de 51 escritos martianos que sólo pudieron ser leídos en los periódicos que publicaron o reprodujeron esas reseñas hace unos 130 años.

  Cuando recibí los tres libros que con generosidad Camacho me ha hecho llegar y que al instante comencé a leer, la emoción ante su autenticidad se ha equiparado al asombro de no ver reflejada tan buena nueva en la prensa, en Cuba y fuera de ella, con el aplauso inmediato que merece el autor, aún cuando, martiano al fin, su esfuerzo de años de intensa investigación no buscara ese premio.
  Los agudos ensayos que preceden, a modo de introducción, los tres libros en que Camacho presenta los textos martianos que hasta ahora desconocíamos, contienen un detallado razonamiento que los explican, aún cuando pueda objetársele la condición de inédito al subtítulo de uno de ellos –Once textos inéditos de José Martí- toda vez que en la década de 1880 fueron publicados, hasta más de una vez, como el autor demuestra con tanta sagacidad.
  El esfuerzo de investigación de Camacho se ha centrado en la revista El Economista Americano, que Martí publicó entre 1885 y 1888 en Nueva York. La precisión de esta fecha también es un aporte suyo, pues a partir de los escasos artículos que se conocían, se había considerado su nacimiento en 1886.  De todos los números de este mensuario, sólo se conservaba uno en la Biblioteca Nacional de Cuba, del que el Centro de Estudios Martianos dio a conocer, en 1971, la existencia de 16 crónicas, como señala Camacho en la introducción a El poeta en el mercado de Nueva York.
  Pero, premiando la paciencia y el agudo olfato de este investigador, el Instituto Iberoamericano de Berlín puso en sus manos un ejemplar íntegro de El Economista, correspondiente a noviembre de 1886. La suerte premió su pasión, con más de 20 escritos desconocidos en la actualidad, cuando ya había dado a conocer otros procedentes de la misma fuente y que fueron reproducidos  en periódicos de Panamá, México y Argentina, a los que llegó Camacho empujado por una perspicacia muy acentuada: la convicción de que los periódicos de la época acostumbraban reproducir textos de otros, muchas veces sin anotar la procedencia del autor y en ocasiones ni siquiera la fuente.
  Camacho, al encontrar un camino que despejó a fuerza de talento y paciencia, buscó explicaciones en el propio Martí, quien le contó a amigos (el autor nos ofrece las  citas) este comportamiento, a veces quejándose de que sus reseñas “las toman donde las hallan”, sin pagarle por ellas y ni siquiera citarle.
  No puedo aquí extenderme como quisiera, con opiniones acerca de la significación de cada uno de los libros de Camacho, quien ha publicado otros libros sobre el Apóstol de Cuba. Pero, en la brevedad de esta nota, va la inmensa gratitud a quien, lejos de su tierra original, ha entregado  tiempo y talento provechosos a que conozcamos más al cubano universal, entregándonos nuevos textos que, como suyos, contienen tanta verdad y belleza.
       A su vez, ojalá y puedan estas líneas contribuir a extender una buena noticia, cuando estamos tan necesitados de ellas. Que no caiga esta vez, en cualquier lugar donde haya un martiano verdadero, una gota de la “ingratitud probable de los hombres”  con que el autor de los Versos sencillos alertó a Máximo Gómez al invitarlo al sacrificio de la guerra. Y que al decir gracias al profesor Jorge Camacho, en vez de aquella frase consoladora del Poeta, nos acompañe, con la virtud de agradecer,  un sentimiento que no desdiga del mejoramiento humano con que José Martí vislumbró el futuro.
Publicado en La Gaceta, Tampa, 14 de octubre, 2016


lunes, 10 de octubre de 2016

Yahima Hernández y el buen ejemplo de una familia de inmigrantes

Por Gabriel Cartaya

 Yahima Hernández, con apenas 40 años, es una abogada reconocida en el área central de la Florida, consagrada a la compleja especialidad de inmigración. Está atenta, cada día,  a la última hendija de luz con que las leyes estadounidenses cobijen al inmigrante que llega a esta nación.  Es miembro de la Asociación de Abogados del condado de Hillsborough y de la Asociación Americana de Abogados de Inmigración, con licencia para ejercer en los cincuenta estados que conforman los Estados Unidos.
La joven abogada, después de horas de oficina, asistencia a la Corte de Justicia, entrevistas, investigación y todo el cúmulo de trabajo propio de esta profesión,  encuentra tiempo para atender de forma voluntaria diversos asuntos de la comunidad, mermando las horas de descanso para asistir a eventos que muestran y enriquecen la fuerte presencia de nuestra cultura en la bahía de Tampa, así como asistiendo a personas cuyos ingresos le impiden acceder a un abogado. La presencia de su nombre entre los      elegidos  como   Orgullo Hispano por la Herencia Hispana de Tampa, en 2016,  –en la modalidad de desarrollo cívico–, es una muestra del reconocimiento que ha ganado en esta ciudad.
Yahima Hernández (la niña a la derecha)
junto a su familia, al llegar a EE.UU.
 Alcanzar un título de abogado en una Universidad de Estados Unidos ha estado, generalmente, en manos de quienes han llegado a la enseñanza superior amparados en el estatus económico heredado. Los hijos de médicos, abogados, ingenieros, profesores, grandes empresarios y profesionales de altos ingresos, acceden con frecuencia a esta ocupación. Sin embargo, el mérito de quienes, como la abogada Hernández, matricularon en esta especialidad sin contar con más recursos que la vocación, el talento, la firmeza de carácter y una buena dosis de sueños, es infinitamente mayor. Llegó a este país en 1995, con 20 años y 6 miembros de su familia que incluían cuatro generaciones de cubanos: una bisabuela, dos abuelos, los padres y una hermana. Entre todos, al desmontarse de un avión en el aeropuerto de Louisville, en Kentucky, encontraron 12 dólares en los bolsillos, estrenando el país m más rico del mundo con un respaldo económico de 1.70 por cada uno.
 Veinte años más tarde, en una tarde de domingo, en la comodidad de su hermosa casa de Riverview y tras descorchar una botella de vino al lado de sus admirables padres, les pido que me cuenten acerca de los primeros días en Estados Unidos. Las anécdotas se suceden, completando detalles, en su voz, en la de Pedro y Rosa –los padres–  y entre risas que se cortan con breves comentarios que hacemos todos.
Recuerdan que nadie les estaba esperando en el aeropuerto, pues llegaron 4 horas después de lo previsto a un lugar muy lejos de su Remedios. En medio de la noche y sin asomos de desconsuelo, dos personas se les acercan, preguntando si eran una familia cubana. –“Somos nosotros”–, dijo la abuela, sin inquirir a quiénes buscaban ni quiénes eran. Montaron con ellos en dos carros que fueron a detenerse en un campamento de refugiados.  Allí permanecieron pocos días, entre cientos de cubanos y miembros de otras nacionalidades, pues aunque nadie quería irse a un barrio que consideraban conflictivo, ellos aceptaron el primer techo privado que se le presentó a la familia.
 –Teníamos 3 sillas, había que esperar que uno se parara para otro sentarse– dice Yahima. –Pero como los tres más viejos tenían prioridad, nosotros casi siempre estábamos de pie– aclara Rosa.
–Yo recuerdo que después encontramos un sofá en la calle–  recuerda Pedro. Entonces, entre los tres, completan la historia surealista de lo que pudiéramos llamar “el sofá de Louisville”, artefacto que, aunque sin cojines,  era más cómodo que el piso.
 A los pocos días,  invitaron a la casa a otro cubano que conocieron en el mercado. El hombre se quedó asombrado con el sofá, y sólo con la confesión pudieron entender su encanto: –¿Dónde lo encontaron?– preguntó, y agregó, sin esperar la respuesta: –No me lo van a creer, yo tengo los cojines. Los recogí en la calle y al regresar a los diez minutos por el sofá, no quedaba ni el rastro–. Todos se quedaron con la boca abierta, hasta que el visitante dijo, casi con desconsuelo: –No se preocupen, yo se los voy a traer, total, ustedes tienen lo principal–.  Ninguno entendió bien si ‘lo principal’ a que se refería aquel buen hombre era al sofá, o a la familia unida que emprendía una nueva vida con tanto entusiasmo.
 Así empezó la familia Hernádez en Estados Unidos. Enseguida empezaron a trabajar, con todo el empeño, la honradez y la alegría que traen en la sangre desde sus antepasados. A los 8 meses de llegar compraron su primera casa, para asombro de todos. Yahima entró a la universidad y las horas que un estudiante requiere para la biblioteca las tuvo que emplear en trabajar para una cafetería. Pero a los cuatro años se graduó con honores, alcanzando una Licenciatura en Psicología en la Universidad de Louisville.
Yahima Hernádez (la tercera desde la derecha),
 entre sus padres, su hijo y otros familiares
 Sin embargo, la vocación la llamó a las Ciencias Jurídicas y, trasladada con su familia a la Florida,  las puertas del Colegio de Derecho de la Universidad Stenson se abrieron a su inteligencia. En ella, no sólo completó todos los créditos para graduarse de abogada, sino que fue galardonada con el Premio William F. Blews por sus notables servicios a la comunidad.
 Ya con la Licencia  para ejercer en la Corte Suprema de la Florida, se inclinó hacia las leyes relacionadas con la inmigración, especialidad a la que ha dedicado sus últimos años y en la que ha alcanzado prestigio profesional y consideración.
 En 2011 creó su propia firma de abogados –Law Offices of Hernandez & Smith, P.A.–, la  que comparte con su amiga Christine Smith, otra maravillosa abogada. Conversar con ella, como con sus padres, es siempre un premio, porque entre el exquisito humor se desgrana una agradable sonrisa, una palabra de aliento, una enseñanza que alimenta la confianza en  los valores universales del ser humano.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Conversar en Tampa con el cineasta cubano Juan Carlos Cremata

Por Gabriel Cartaya

Juan Carlos Cremata Mal­berti es un nombre impres­cindible en el cine cubano de nuestro tiempo. Aunque con el filme “Nada”, de 2001, alcanzó premios que lo llevaron a la notoriedad, vino a ser “Viva Cuba”, primer filme cubano en alcanzar un premio Cannes, quien lo anotó con tinta sólida en la pléyade privilegiada de los cineastas de la Isla.
      Con seis películas rodadas, decenas de premios en diversos continentes y en plena madurez creativa, Cremata ha elegido recientemente a la ciudad de Tampa para vivir. Desde cono­cerlo personalmente y hablar sobre cine, Cuba, Tampa y pro­yectos de trabajo, le propongo una entrevista a la que accede con agrado.
       Aunque ya habías dirigido otros filmes, es “Viva Cuba”, del 2005, la que te sitúa en la cús­pide del cine cubano, convirtién­dote en un director reconocido a nivel internacional. ¿Qué signifi­có –y significa– “Viva Cuba” en tu creación cinematográfica?
     “Viva Cuba” fue como una iluminación. Al seguir mis ins­tintos. No sé bien por qué siem­pre agradezco al cielo haberla concebido. Yo había estudiado mucho – incluso, antes de reali­zar mi primera película titulada  “Nada” - al cine cubano anterior a mi propuesta. Y descubrí que aunque se habían hecho muchos proyectos para niños, nunca hubo una película con ellos como protagonistas de un largometraje. Era un proyecto pionero en muchas vertientes. Un road-movie por toda la isla, con tecnología digital, que la alejaba del contexto cuasi habanero-centrista del resto de las películas cubanas. Y viaja a lo largo de todo el país.
       Yo había renunciado al Insti­tuto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC). Y en un enojo, me propuse hacer algo de lo que el ICAIC se arre­pintiera por no haber hecho. Y fue lo primero que logramos, con el excelente guión coescri­to con mi amigo de siempre, Manolito Rodríguez, porque “Viva Cuba” no es una película del ICAIC. Se hizo con el con­curso de la Casa Productora de Telenovelas de la Televisión Cubana en coproducción con QUAD Productions de Francia y DDC de Estados Unidos. Sin embargo, se convirtió en el primer filme cubano con niños como protagonistas.
Juan Carlos Cremata visita
La Gaceta. Fotografía de
Manuel Portales
      Luego la bendijo el premio “Grand Prix Ecrans Junior”, en el Festival Internacional de Cannes del 2006. Y la colocó como la primera película cuba­na que obtuvo un premio en el que es considerado el Festival más importante de cine del mundo. Yo había estado en Cannes dos años antes, con “Nada”, mi primer filme, en la “Quinzaine des Realisateurs”. ¡Pero si a eso sumas que luego se desató un aluvión de pre­mios e invitaciones a festivales! La lista de distinciones suman la cifra récord de 46 galardones entre nacionales e internacio­nales. “Viva Cuba” es aún la película más premiada en la historia de la cinematografía cubana.
      Pero, curiosamente, y más allá de su cubanía intrínseca, “Viva Cuba” es, en realidad, una producción francesa, fi­nanciada con fondos norteame­ricanos. Fue vendida en casi todo el mundo. Y representa al mismo tiempo una carta de presentación de nuestro país natal. Aunque te confieso que nada se equipara a la sonri­sa de los niños al verla. O de aquellos más creciditos que se resisten todavía a dejar de serlo. No imaginas la maravilla que es entrar a un cine y ver a muchos niños recitando los textos de tu película.
      “Viva Cuba” me dio a cono­cer más al mundo. Y me dio la posibilidad maravillosa de conocer mucho más mundo también. Es un “raro” filme fa­miliar. Los niños y los adultos disfrutan por igual. Y eso hace que más gente se aficione y el rango o espectro de público sea mayor. Fue emocionante mos­trarla en la India, ante casi mil personas en Calcuta. Además, fue un proyecto familiar en otro sentido, en tanto se realizó con el concurso de casi toda mi familia de sangre. Mi madre la codirigió. Un hermano actúa. Mi primo Guillermo Ramírez Malberti fue el director de arte. Y mi otro primo, Amaury, su hermano, compuso parte de la música. Tengo recuerdos muy lindos de las experiencias que aún hoy me ofrece esa tierna, dulce y linda película. Aquí en Estados Unidos se ha visto bas­tante, y hasta hay quién ha visto “Viva Cuba” y se ha motivado a visitar la isla.
       Antes de ese filme paradig­mático, que rompió con el esque­ma de que para hacer una gran película en Cuba había que con­tar con el ICAIC, habías rodado otras cintas y alcanzado premios en Cuba y en otros países. Há­blame de Juan Carlos Cremata antes de “Viva Cuba”.
      Bueno, a ver, desde que tengo uso de razón, sé que pro­vengo de una familia muy artís­tica. Mi madre es coreógrafa y directora de televisión. Mi padre era un actor innato. Mis tíos de infancia fueron actores muy fa­mosos y reconocidos. Imagínate que yo nací, prácticamente, en un estudio de televisión. Y luego trabajé un tiempo en ella. Es de­cir, desde muy chiquito, nada de lo artístico me es ajeno. Luego de haber transitado como actor en la televisión desde pequeño, recorrí el extenso camino del artista aficionado, hasta que me gradué en el Instituto Superior de Arte, en la especialidad de Teatrología-Dramaturgia, como crítico de ballet. En realidad nunca lo ejercí. Hice televisión como actor, guionista y direc­tor, ya de joven. Y además, en 1991, me gradué con la Primera Generación de la Escuela Inter­nacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, que es el proyecto más importante de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FLC) y que fuera comandada, hasta su fallecimiento, por el Premio Nobel de Literatura Ga­briel García Márquez.
       Bueno, pues yo al termi­nar esa, aún hoy, importante escuela, hice una tesis en 35 mm, dibujada a mano, cuadro a cuadro, por la cual me invitaron a más de una decena de festi­vales en Europa, que me llevó a enseñar Teoría de la Edición Cinematográfica, durante dos años en la Universidad Pública de Buenos Aires, Argentina. Además, ya había trabajado en algunas producciones en Chile, Ecuador y México. Y había ex­perimentado largas e intensas estancias de vida en varios países del mundo. Todo eso me hizo obtener una Beca Guggen­heim en Nueva York en el año 1996, donde, también, esa tesis de la escuela titulada “Oscuros rinocerontes enjaulados (muy a la moda)” pasó a integrar los fondos del Archivo del Museo de Arte Moderno (MOMA).
Luego de vivir un año en esa ciudad maravillosa que es Man­hattan, decidí regresar a Cuba. Y después de algunos tropiezos pero mucho empeño, logré hacer “Nada”, mi primera película. Y bueno… después vino todo lo demás. Junto con “Viva Cuba” nació mi proyecto “El Ingenio”, con el que quiero asumir todo lo que pueda hacer en teatro y en cine. Soy yo mismo. He hecho mucho cine. Y mucho teatro.
        En el 2006 empezamos una intensa carrera durante diez años consecutivos, con diferen­tes puestas en escena y éxitos de público y atención de la crítica. He podido hacer sueños reali­dad. Y es que yo no me canso de soñar. Por lo tanto, creo. Consi­dero que crear es la manera más linda de vivir.
       Sobre tu filme “El Premio Flaco”, estrenado en La Haba­na durante el Festival de Cine Latinoamericano de 2008, tú has confesado que expresa “la importancia de agarrarse a lo es­piritual en lugar de lo material”. ¿Se relaciona esta expresión con la voluntad de hacer cine a pesar de las carencias materiales que enfrenta la producción cinema­tográfica en Cuba o trasciende este contenido?
Juan Carlos Cremata en Tampa.
 Fotografía de Manuel Portales
      Bueno es que en “El Premio flaco”, que es para algunos cubanos “su película favorita”, ja, ja, eso incluso, se convir­tió en la propia filosofía de la realización del filme. No había recursos. Y se pudo hacer todo eso, con muy poco. De hecho no pude asumir movimientos de cámara. Porque no había pre­supuesto para su alquiler. Y se hizo en coproducción con Gua­temala, un país más pobre cine­matográficamente que Cuba . Lo que defiende esa película es que “se puede ser carente de bolsillo, pero no se debe ser miserable de alma”. Hay quien nada tiene y lo da todo. Hay quien tenien­do de todo, se ha quedado sin nada dentro. Muchos latinos se identifican con la película. Hacer cine es para cualquiera un lujo, pero para los cubanos es una necesidad, porque es la manera de mantener viva la memoria de estos tiempos nuestros para el futuro, aunque estemos ha­blando del pasado. ¿Cómo van a saber nuestros hijos o nietos cómo éramos? Por eso hay que crecerse. A veces las dificultades materiales te dictan el camino para ser ingenioso y creativo.
      “El Premio Flaco” fue el pro­yecto que durante más tiempo soñé. Incluso, hasta antes de soñar con ser cineasta. Por eso abandoné todo otro proyecto, ante el fallecimiento repentino de su autor (amigo) Héctor Quintero. Y decidí asumir la definitiva versión al cine de su obra más importante, “Contigo pan y cebolla”, que se estrenó en enero del año pasado, co­mercialmente, en los cines que aún quedan en el país. Luego de su estreno, para nuestro dolor, también falleció su protagonis­ta Alina Rodríguez, una de las actrices más queridas y respeta­das por el pueblo de Cuba. ¡Que ambos estén en la gloria!
     En la década de 1990, la más cruda del llamado período especial, estuviste algún tiempo viviendo fuera de Cuba, incluido Nueva York. Sin embargo, tras el enorme aprendizaje y disfrute que debió significar para ti ese periplo extranjero y seguramente para sorpresa de algunos, regresas a La Habana. ¿Qué razones determinaron esa decisión?
       En esa época pensaba que, salvo experiencias aisladas como las de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, o Néstor Almendros, el cine cubano sólo podía hacerse en Cuba. Y quería volver, precisamente, para entregar a mi pueblo todo lo que había aprendido en el camino o viviendo lejos de allá, donde tengo amigos, algo de familia y una hija a la que adoro con todo mi ser. Pero,  sobre todo, regresé con la intención, declaradamente artística, de abrir las mentes de mis coterráneos a concepciones y maneras, si no originales, al menos distintas de hacer, sentir y pensar. Mi vocación fue, es, y seguirá siendo: expandir horizontes mentales. Abrir puertas al conocimiento, al aprendizaje, a la comprensión, al respeto y a la tolerancia Tuve suerte. Y a golpe de “surfeo” con las dificultades, combinado con talento y talento y  empeño, realicé “Nada”, mi primera película. Luego vino “Viva Cuba”, a la que siguió “El premio flaco”.Después vino “Chamaco”, tres cortos de la serie “Crematorio” y por último “Contigo pan y cebolla”. Ah, y durante todo ese tiempo, acompañado de una decena de puestas teatrales con éxito permanente de público y bastante resonancia de la crítica.
    Ahora los tiempos han cambiado y el concepto de cine cubano ha evolucionado. Y tiene que seguir cambiando, pues ya no es sólo cine cubano el que hace el ICAIC, ni siquiera el que se realiza, gracias a la Virgen de la Caridad del Cobre y todos los santos o esfuerzos del mundo, fuera de la mal llamada hoy “industria cinematográfica cubana”, que se ha convertido en un triste edificio que concentra más burócratas que artistas.
    Cine cubano es también el que hace cualquier cubano que viva en cualquier rincón del mundo. Para colmo, puedo afirmarte que he visto cine cubano, en cineastas como Carlos Marcovich, de México, Laurent Cantet, de Francia, el mallorquín Agustí Villaronga o los catalanes Carles Bosh y Josep María Domenech con el documental “Balseros”, entre otros, que muy bien pueden ser también perfectamente catalogados como ejemplos de cine cubano. Yo soy de los que cree que cubano es más que un apego a una tierra en concreto, una atadura razonable y sentimental a una cultura común que nos identifica.
    En los últimos años, el ICAIC ha ido perdiendo el monopolio de la producción cinematográfica en Cuba, en la medida en que el cine independiente ha alcanzado más protagonismo. ¿Cómo evalúas esta tendencia?
    En este momento me interesa mucho más ser distribuido por el “paquete” –que es una alternativa popular al control sobre el Internet en Cuba– que estrenar en los pocos y lamentables cines que quedan en pie, o tambaleándose, en el país. Me interesa que mi obra se siga conociendo y darla a conocer a través de las redes sociales, encontrar vías alternativas de distribución que la tecnología parece ofrecer cada día más. En Cuba, como en todos lados, se está dando un fenómeno interesante y es que ahora todo el mundo puede filmar lo que sea, hasta con un celular. A veces vemos cosas que antes no veíamos y ni siquiera sabíamos que podían existir. Digamos que el protagonismo se ha esparcido, difuminado, derramado, pulverizado. Y, en fin, democratizado cada vez más, gracias a la tecnología. Por eso cada vez es más difícil controlar la explosión de visiones distintas sobre un mismo hecho, proyecto, proceso o supuesta verdad. Existen tantas lecturas como espectadores y cada espectador tiene una historia que puede contar. Eso producirá, sin lugar a dudas, un público diferente, por la expansión intelectual que supone. Aunque, por supuesto, no está ajena al riesgo que supone cierta banalización y la mediocridad acechante, las que parecen acechar con saña los tiempos que corren.
    Pienso que el componente económico, más que el nivel profesional, ha sido una razón esencial en que el cine cubano actual haya buscado el recurso de las coproducciones con otros países. ¿Crees que la mirada desde el extranjero a la realidad cubana, latente en la mayor parte de los filmes de y sobre Cuba, es fiel a la cultura que intenta transmitir?
    Chico, la palabra extranjero me saca de quicio. Es tan déspota, cruel, racista y limitada, que trato de eliminarla de mi vocabulario. Hoy insisto en que primero se es humano y luego, de cualquier nacionalidad que sea, la visión externa de un fenómeno, ayuda siempre a su comprensión por todo el mundo. Y este es un universo urgido de entendimientos, necesitado de tolerancias, carente de convivencia y pletórico de culturas. Lo diverso es lo que nos hace auténticos. Pero lo común es lo que nos distingue e identifica como seres humanos iguales, parecidos y/o diferentes. Así que agradezco, la mayor parte de las veces, sobre todo cuando lo adornan las buenas intenciones, la visión de cineastas no nacidos en Cuba. Lo más triste es que en nuestra propia isla se promueva la filmación de mega filmes, usando a la realidad como pura escenografía. Y no se apoye más, contradictoriamente, al cine independiente cubano, que ofrece sin dudas una versión más cercana a lo que realmente sucede allá. 
    Hoy, las coproducciones casi siempre traen intereses comerciales y a veces ha primado en ellas una mirada ajena, fría y distante. Pero cuando se mira con el corazón y la razón más plena, el resultado siempre se agradece. Ver, por ejemplo, la última película de Rolando Díaz me ha expandido aún más el concepto de la universalidad de lo cubano. Rolando es un cineasta cubanísimo, que aborda en su última entrega un tema no cubano. Y lo hace con esa carga de cubanidad suya tan honda, intrínseca y tremenda, al tiempo que desde una universalidad sin límites, sin fronteras y sencillamente liberada. Es como una bomba, una explosión de sentimientos, ritmo, cadencia y manera de ver las cosas. Pienso que todo es un proceso donde se impondrá esa mirada única que ofrece el alma y la mente de nuestra nación. Esa es su cultura, y a la vez, el acervo del mundo.
    ¿Cuál es, en tu opinión, la mejor película cubana de todos los tiempos y si ella coincide con el mejor director?
    Mira, sería demasiado injusto con todos mis gustos decirte el nombre de una única película o de un sólo director. Porque todas las películas y todos los directores han dejado una huella, más grande o más pequeña, en mí. Me es imposible ponerme a escoger una película entre tantas, muchas. Y no sólo cubanas, sino en la historia entera de la cinematografía mundial. Lo mismo me sucede con los directores. Disfruto tanto del cine silente (que en verdad era solamente mudo) como de todas las escuelas documentales, las películas de todas partes del mundo, los estrenos comerciales, los musicales, el cine experimental, los cortometrajes, las series de televisión, los video-clips, los espectáculos filmados, etc. Casi nada de lo visual me es ajeno y, por el contrario, se me torna vital, esencial, casi como respirar. Así que te dejo en esa. Todo el cine y el arte me interesan. En el arte, en mi opinión, son injustas, banales, irracionales y hasta absurdas las competencias. Nada es igual a otra cosa. Y me considero un defensor acérrimo de la diferencia.
     ¿Estás de acuerdo conmigo en que después de “Fresa y Chocolate”, las dos películas de mayor impacto del cine cubano son “Conducta”, de Ernesto Daranas y “Viva Cuba”?
    Bueno, eso lo dices tú y  yo no tengo porque estar en desacuerdo. Ni te voy a llevar la contraria. Pero hay muchas películas y directores cubanos que han marcado pauta también. Cada una a su manera y en su tiempo, todas han sido importantes, hasta las que están por venir. Y han conformado puntos de vista distintos, pero auténticos, en nuestra manera de ser. Otras películas y directores que tú no mencionas han tenido impacto en otros lugares y en otros momentos. Y todas han tocado a decenas, cientos y miles de espectadores. He estado tentado de mencionarte títulos, más clásicos o más recientes, pero no quiero correr el riesgo de ser injusto al olvidar tantos artistas y obras importantes en nuestra cultura. Estoy seguro que están aún por arribar otros ejemplos de películas memorables. Creo en la gente joven que está haciendo cine en Cuba y fuera de ella también.
        ¿Quieres hablarme de los logros alcanzados con tu grupo de teatro “El Ingenio” y de los avatares de la obra “El Rey ha muerto”?
   “El Ingenio” surgió con “Viva Cuba” como productora independiente. Por ese entonces comencé mis dos primeros tanteos con el teatro profesional: “Las viejas putas” y “Frigidaire de Copi”, que fueron amparados, para mi honra y muy amablemente, por el teatro “El Público”, que aún dirige el Premio Nacional de Teatro Carlos Díaz Alfonso.
    Pero ya al tercer año, y con la tercera puesta en escena de “El malentendido”, de Albert Camus, nos independizamos para consolidarnos como una referencia artística concreta. Así es que surge “El Ingenio”, como grupo de teatro. Pero era, más bien, un grupo de artistas que se reunían en torno a mí, para distintos proyectos en cine o teatro. Porque, en esencia, “El Ingenio” soy yo, con mis ideas y la manera que persigo de ingeniarme la posibilidad de convertir ciertos sueños en realidad.
   Transitamos por una decena de puestas, estilos y funciones que nos consolidaron como un referente importante dentro del ámbito escénico en La Habana. Fue un proyecto irreverente, iconoclasta, experimental, anárquico, contestatario, muy divertido, a veces duro, pero la mayoría memorable y, en mi opinión, demasiado conflictivo para las autoridades culturales de la isla.
  Por ende, muy atractivo para un público que fue creciendo cada vez más y repletando cada una de las funciones de cada temporada en los espectáculos que hicimos. Fue todo un suceso y estuvo  a punto de cumplir 10 años, cuando sucedió la desafortunada censura de la puesta en escena de “El Rey se muere”, de Eugene Ionesco, del que sólo nos dejaron hacer dos funciones. Me acusaron de estarme burlando de Fidel Castro, a lo que siempre respondí que cada uno lee lo que quiere leer en el arte, con lo que se puso en evidencia la lectura oculta de los propios censores.
El autor, conversando con Juan Carlos Cremata.
Fotografía de Manuel Portales
   Siempre he pensado que la censura hace más daño al censor que al censurado, porque trasluce el miedo a que se digan ciertas cosas y la inseguridad de un sistema, arbitrado anacrónicamente por una “seguridad” del estado. Y la arbitrariedad de una injusticia arcaica, fascista y anacrónica por medieval, no detuvo ni acalló mi denuncia pública. Creo que tuve el derecho de gritar y decir a los cuatro vientos lo que pienso. Cualquier censura es aborrecible. Y sobre todo es intrínsecamente opuesta a la expresión artística, que es por naturaleza y por esencia libre. Me prohibieron hacer teatro y decidieron desintegrar “El Ingenio”.
    Los cineastas, por otro lado, se pronunciaron en contra de tamaño atropello. Entonces quedó claro, para mí, que se me había decretado ya la muerte en vida.
  Pude, de todas formas, probar fuerzas antes de salir de Cuba y filmé un cortometraje (una cuarta historia de la serie “Crematorio”). Además, con la ayuda financiera de la Real Embajada de Noruega en Cuba, y en sólo 8 días, con un presupuesto de únicamente 5 mil dólares, filmar un largometraje titulado “Semen”, basado en la obra de Yunior García, un joven dramaturgo cubano. Filmar una película es sólo el 20% de todo proceso cinematográfico. Luego queda un 80% de trabajo con la postproducción. Cargo conmigo todo lo filmado, debidamente sincronizado. Y espero tener la ocasión de editar y post-producir esos filmes, para darlas a conocer al mundo, y a Cuba, por supuesto. Anhelo lograrlo lo antes posible.
    Has decidido recientemente radicarte en Tampa. ¿Por qué la elección de esta ciudad y qué sueños inmediatos tienes desde ella?
   Tampa nunca estuvo en mis planes, te lo confieso. Es una elección que me regaló la vida. Aquí vive mi excuñada, Yoha, que es casi como mi hermana. Y viven mis sobrinas, que me ofrecieron alojamiento en su casa, donde inicio esta nueva etapa de vida norteamericana. Y como yo hace mucho tiempo aprendí a vivir con intensidad lo que me quede, trato siempre de aprender y de avanzar. En el camino, he descubierto que aquí vivieron dos grandes intelectuales cubanos: el esencial José Martí y el gran compositor y pianista Ernesto Lecuona.
    Es una ciudad bellísima, en la que ojalá pueda encontrar un espacio, pues me siento orgulloso de vivir hoy en ella. La recorro todo lo que puedo, en bicicleta, y la aprendo a vivir un poco más cada día. Pero, sobre todo, la siento, porque la vivo a diario. Ojalá pueda sentar base aquí. Aunque yo, como artista, nunca me cortaría las alas, porque lo que amo es el vuelo. Tampa, sin embargo, es un buen nido. Por lo menos, hasta ahora, ha sido refugio, amparo, cuidado, amistades y muchas esperanzas. Ya veremos donde puedo colocar y hacer valer mis sueños. Y yo soy un soñador al que le gusta mucho insertarse en el “sueño americano”, sobre el soporte y la base de mis raíces, claro.
     Hace años, ideo una película sobre la etapa que Martí estuvo por aquí. Un proyecto que titulé: “La leyenda de las niñas de Tampa”. Es alrededor de un grupo de niñas y sus distintas historias, en la empresa de obtener financiamiento para entregarle, a través del Apóstol de Cuba, a la causa de la lucha independista. Pero una película de época requiere de mucho financiamiento. Y yo apenas estoy empezando a vivir en este sitio, acostumbrándome a él y buscando la forma de hacer realidad mis proyectos y delirios.
    Tampoco me gustaría abandonar mi carrera teatral. Creo que Tampa necesita y merece, además de su belleza, una mejor apuesta por todo lo cultural. Eso engrandece a todas las ciudades importantes. Por ello, podría aún venir mucha más gente a visitarla. Yo le ofrezco a esta ciudad tan hermosa todo mi saber y acervo cultural. Y el universo infinito de todo mi talento en pos de hacerla aún más bella, vivible y memorable. Aquí he sido muy feliz. Y espero seguirlo siendo en cualquier lado. Primero, sintiéndome ser humano. Y luego, entonces, orgulloso de ser cubano.

Entrevista publicada en La Gaceta, Tampa, en 26 de agosto, 
2 y 9 de septiembre, 2016