martes, 20 de diciembre de 2016

Simón Bolívar y la República de Florida

Por Gabriel Cartaya
                                                                                                   Para Manuela Ball

       La lista de libertadores americanos es extensa, repleta de fulgurantes rostros continentales que se alzaron contra la dominación colonial en cada esquina donde los europeos implantaron la bandera conquistadora. Pero cuando se dice El Libertador, la imagen que viene a los ojos es la de Simón Bolívar, como si el extraordinario caraqueño condensara el símbolo de todos los que consagraron sus vidas “para que América fuera del hombre americano”, como nos dijo José Martí en “Tres Héroes”, el bello artículo para La Edad de Oro dedicado al venezolano, al Padre Hidalgo, de México, y al argentino José de San Martín.
       Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco murió el 17 de diciembre de 1830, hace ahora 186 años.  Aunque solo vivió 47 años, la extensa biografía del héroe ha ­reclamado millares de páginas, desde sus campañas militares admirables por la independencia de ­Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú, hasta la hondura de pensamiento político con que acompañó el corpus ideológico que ­trasciende a nuestro tiempo hispanoamericano.
       Pero esta vez quiero detenerme en una página ­biográfica de Bolívar que ha sido menos recurrida,  cuyo escenario floridano la acerca al  lector habitual de La Gaceta. Cuando se repasa la historia del estado número 27 de esta nación, se atiende a las poblaciones aborígenes que le habitaron, a la larga presencia española en la península, al traspaso de su propiedad a Estados Unidos, a su participación en la evolución histórica del país y a la cultura multiracial que ha cimentado durante siglos, pero pocas veces se le inserta dentro del proyecto independentista continental de Simón Bolívar.
      En medio de las campañas de El Libertador para conseguir y mantener la independencia de los pueblos hispanoamericanos donde actuaba, concibió el proyecto que devino en la fundación de la efímera República de Florida, cuya duración se limitó a casi cinco meses, desde el 29 de junio hasta el 23 de diciembre del año 1817.
En ese tiempo Bolívar se encontraba en la Provincia de Guayana, esforzándose por recuperar la libertad de ­Venezuela, territorio que había sido reconquistado por las fuerzas españolas con la caída de su Segunda República. Entonces el venezolano consideró la posibilidad de  tomar la  isla española de Cuba, como estrategia para impedir el paso de barcos que, desde los puertos de Boston y La Habana, trasladaban armamentos y municiones a los ­realistas que él enfrentaba en el sur del continente, y de paso, liberar a Cuba –y después a Puerto Rico–  de la dominación española.
  Para este propósito, lo ­primero debía ser la ocupación de la Florida. En esa dirección y desde Angostura, destinó a su oficial Gregor MacGregor para que dirigiera una expedición a este lugar. MacGregor cumple las orientaciones y recluta en Charleston y Savannah alrededor de 150 hombres, casi todos veteranos de la guerra de independencia de Estados Unidos. Entre ­ellos se destacaron Pedro Gual, Constante Ferrari y Lino de Clemente, quien fue propuesto por Bolívar para atender  las posibles relaciones entre la República a crearse y el ­gobierno estadounidense.

Gregor McGregor
   El 25 de junio de 1817, McGregor toma por sorpresa la isla de Amelia,  donde izó la bandera venezolana y la Cruz Verde de la Florida. La guarnición española –que radicaba en el  Fuerte San Carlos de Fernandina, bajo el mando del  brigadier Francisco Morales–, fue sometida y se consideró a este sitio como sede para la ­fundación de una nueva  República.
    Inmediatamente, se  crearon las instituciones que debían regir al nuevo gobierno y se fijaron plazos para que los inconformes abandonaran la isla. El 1.º de julio de 1817 se ­proclamó oficialmente la República de Florida, desde un poblado llamado ­Vacapilatca –ubicado en el actual Jacksonville– y se nombró a  Pedro Gual para que redactara su Constitución. 
  Bolívar se sintió tan ­complacido con la noticia del nacimiento de la República de Florida, que se animó a violar un acuerdo que establecía no apresar barcos de bandera estadounidense, aun cuando ­sospechara que podían ­contener material bélico que sirviera a fuerzas españolas. Enseguida detuvo en el Orinoco a las goletas “Tiger” y “Liberty”, lo que provocó una airada ­respuesta de Estados Unidos.
  MacGregor se mantuvo en la isla de Amelia hasta septiembre de 1817, cuando se trasladó con sus naves a las Bahamas. Al abandonarla, encargó al corsario francés Louis Aury, que actuaba con patente mexicana, para que se ocupara de la recién fundada República, aunque éste la declarara una extensión del país que lo cobijaba. El filibustero, de gran pericia militar, fue muy efectivo en cortar los sumistros de armas que salían de La Habana para las campañas españolas que combatían a Bolívar.


  
Por supuesto que la denominada República de Florida chocó con los intereses de Estados Unidos, que miraba cercano el día de desplazar a España de ese territorio. Entonces, el presidente James Monroe  consideró una afrenta a su país el ­atrevimiento de llamar República de Florida a la ocupación de la isla de Amelia. Lo evaluó como un acto de piratería, peligroso para los intereses nacionales, pues favorecía a los indios seminolas que entonces “perturbaban” a los colonos de la vecina Georgia.
 El Presidente solicitó al Congreso la autorización para ­aniquilar aquel proyecto bolivariano, avivando su determinación con la explicación de que el buque venezolano  “Tentativa” había invadido sus aguas. El 22 de diciembre de 1817, el comodoro J. D. Henley y el mayor J. Bankhead le informaron a Aury la determinación estadounidense de tomar la isla de Amelia. Un día después, tropas provenientes de Texas, bajo el mando de Andrew Jackson, ocuparon la isla y expulsaron a las fuerzas concentradas en el  Fuerte San Carlos de Fernandina, poniendo fin a la brevísima República de marras. 
    Para reforzar la victoria estadounidense y evitar acusaciones de  ­ilegitimidad, se designó al propio Jackson como Gobernador de la Florida, mientras se ­adelantaba la adquisición del territorio que jurídicamente pertenecía a la Corona de España. Poco tiempo después, el gobierno de Estados Unidos negoció con España el Tratado  Adams-Onís, firmado el 22 de febrero de 1819, con el que incorporaron definitivamente este territorio a la primera nación libre del continente americano.


viernes, 9 de diciembre de 2016

Martí City: el primer sitio con el nombre del Apóstol cubano

Por Gabriel Cartaya

Parece ser que el primer municipio hispano –esencialmente cubano- incorporado a la estructura político-administrativa de Estados Unidos, fue un pequeño pueblo fundado alrededor de unas fábricas de tabaco en Ocala, en la década de 1890. Esa primacía, que por sí misma cobra un enorme sentido histórico, alcanza una trascendencia muy significativa cuando constatamos que fue también el primer sitio del mundo en recibir un nombre que en el siglo siguiente se esparciría a centenares de calles, parques, plazas, escuelas, bibliotecas y también a otros pueblos: el nombre venerado de José Martí. 
  La nominación ocurrió en el marco de la efervescencia independentista cubana desatada a partir del primer viaje de José Martí a la Florida, en noviembre de 1891. Para esa fecha comenzaban a fundarse algunas fábricas de tabaco en el oeste del condado de Marion, en Ocala, donde un grupo de cubanos extendió la experiencia  adquirida en Cayo Hueso y Tampa en la fabricación de puros. La existencia de una línea de ferrocarriles, desde 1881, estimuló el crecimiento económico del lugar e hizo posible su inclusión en la expansión fabril tabacalera que se estaba operando en la cercana Tampa.
  Con la inauguración de aquellas  fábricas, como La Crio-lla (en N.W. 27th St. y Warren Ave. ) y  la J. Vidal Cruz y Co. (en Félix Varela Street y Broadway)  llegaron varios cientos de cubanos, entre los que se destacan algunas figuras que jugarían un rol destacado en la historia de Cuba, como es el caso de Carlos Baliño y Gerardo Castellanos Leonard.
Vista de Martí City, en la década de 1890
   Es natural que José Martí fuera invitado a visitar aquel sitio cubano al que nombraban “Havana City”, seguramente por la cantidad de hijos de  esa ciudad cubana que se establecieron allí y que estaba creciendo a la par del Partido Revolucionario Cubano (PRC), fundado a raíz de la primera Lo hizo por primera vez el 21 de julio de 1892, acompañado por tres figuras relevantes del independentismo cubano: Serafín Sánchez, Carlos Roloff y José Dolores Poyo. Hacía tres meses que se había declarado la fundación oficial del PRC y la tercera vez que su fundador se desplazaba de Nueva York a la Florida. Al ser informado de la existencia de un grupo de cubanos en Ocala, quiso inmediatamente visitarles. Cuando se desmontó con sus entusiastas acompañantes en la estación de ferrocarril de Ocala, el sol le pareció cubano, tanto como el ambiente que encontró en la fábrica ese jueves, en medio de la jornada laboral. Lo recibieron con aplausos, pues ya les había llegado la voz de los discursos tampeños y muchos se sabían de memoria sus mejores frases. 
  Desde esa vez, Martí quedó impresionado con esa bella localidad, especialmente con la confraternidad que encontró entre estadounidenses y cubanos, entre negros y blancos, así como entre personas de diferente estatus social. En la tribuna improvisada tuvo que hablar en español y en inglés, para que todos le entendieran directamente, sin el peligro de que se perdiera un matiz con la traducción. Al día siguiente, desde allí, escribió a Gonzalo de Quesada: “Ayer llegamos a Ocala, que es tierra de delicias, donde los cubanos viven dichosos (…)  El pueblo construye cien casas para los cubanos, y esta noche,  en el banquete que nos dan el comercio y las autoridades, pido una más para casa de estudio y de lectura”.
  En esa carta, nos presenta a algunos de sus compatriotas: “Los cubanos todos, conmovidos y lealísimos.  Cabrera, un corazonazo. Y Barreto, y Vidal, y Camino, y Cañizares”.  En esa carta, donde confiesa que este nuevo lugar “sereno y frondoso, recuerda a Cuba”, después de contarle a Gonzalo los frutos valiosos de su visita a Tampa y Cayo Hueso, le agrega: “Y ahora Ocala,  con la demostración de los americanos en nuestro hogar”.
La segunda vez que Martí llega a Ocala es el 14 de diciembre de 1892, otra vez acompañado por Carlos Roloff  y José Dolores Poyo, pero en esta oportunidad se incorpora también la patriota Carolina Rodríguez, que entonces vivía en Tampa. Según el investigador cubano Ibrahim Hidalgo,  quien ha publicado la más completa cronología del Apóstol cubano,  en esta ocasión los ilustres visitantes “participan en la inauguración del nuevo poblado que los emigrados denominan Martí City”.  Es probable que desde entonces los cubanos hayan querido identificar a su nuevo pueblo con el nombre de quien les estaba dibujando el ideal de  patria a conquistar, pero su nominación oficial se produce más tarde, cuando queda incorporado como municipio al condado de Orange.  Según un artículo aparecido en Patria, el 22 de septiembre de 1894,  Martín Rodríguez, residente en ese lugar, da a conocer: “…la constitución de nuestra comunidad independiente, levantada y regida por los propios cubanos. El primer municipio cubano que se establece en este continente es el de Martí City (…) El 10 de los corrientes se celebró en esta ciudad la elección y constitución del Ayuntamiento. Se comenzó por la votación del nombre de la ciudad y nos cabe la honrosa satisfacción de que por unanimidad fuese escogido el nombre de Martí City, este era el colmo de nuestras aspiraciones, y no hubo ni una sola voz en contra de este añorado deseo”.
  En el acto de constitución de ese primer municipio cubano-hispano en Estados Unidos –antecedió en algo más de un año al Municipio de West Tampa-, que es a la vez el primer lugar en recibir el nombre de Martí, quedaron electos José E. de la Cuesta, como Alcalde, y Carlos Baliño, Guillermo Sorondo y Segundo González, como consejales, todos llegados desde Cuba.

II

  Martí City, cuya breve existencia se enmarca entre la última década del siglo XIX y los primeros años de la centuria siguiente, probablemente se hubiera perdido en algún documento de la época, de no haber sido por la presencia en ella del héroe cuyo nombre recibe, pues no fueron conservadas las ruinas de las edificaciones, especialmente las que dieron cobijo a algunas fábricas de tabaco, cuyo efímero dinamismo justificó el asentamiento de cientos de trabajadores cubanos que llegaron a ese lugar con su familia, inspirados en construir un espacio como ya lo era Cayo Hueso, Ybor City, West Tampa y otras localidades propicias a la emigración cubana de ese tiempo.
  La coincidencia de la ­apertura de las primeras fábricas de tabaco en ese espacio ubicado al oeste de la ciudad de Ocala, con el momento en que José Martí está unificando al movimiento revolucionario independentista cubano en torno al Partido Revolucionario Cubano (PRC), determinó que los entusiastas cubanos llegados a este lugar, identificados con su prédica, decidieran que su pequeño poblado llevara su nombre, lo que legalizaron con su fundación como municipio independiente, en 1894, cuando ya todos le estaban llamando de esa manera, aun cuando su nombramiento inicial era Havanatown, ubicado entre lo que es hoy Southwest 17th Avenue y Martin Luther King Avenue, a lo largo de West Silver Springs Boulevard (antiguo West Broadway). Los mapas más antiguos muestran que Martí City fue dividida por lo que ahora es Southwest 20th Avenue.
El límite sur era Southwest 10th Street (State Road 200) y el límite norte se encontraba cerca de Northwest Fourth Street.
  Aunque las ciudades de la Florida más visitadas por José Martí fueron Tampa y Cayo Hueso, por la densidad de cubanos que radicaban en ellas, cada vez que le era posible también llegaba a Ocala y Jacksonville, donde también fueron apareciendo clubes patrióticos  adscritos al Partido Revolucionario Cubano.
  Como vimos anteriormente, casi siempre iba acompañado por gloriosos representantes de la generación de 1868, como lo eran los generales Carlos Roloff, Serafín Sánchez y otros. Pero también lo hizo con los más jóvenes, como fue el caso de llegar, el 22 de diciembre de 1893, acompañado de Bernardo Figueredo –uno de los hijos de su amigo Fernando–, quien viaja con Martí de Cayo Hueso a Nueva York. Es justamente en la travesía en tren entre Tampa y Ocala, cuando el jovencito eterniza la imagen del Maestro en un dibujo a lápiz, como él mismo contara años después de ésta, una de las escasas pinturas conservadas que se le ­hicieron en vida al Apóstol, quien probablemente iba leyendo o ­escribiendo en el tren, mientras su acompañante lo mira y dibuja.
Dibujo a Martí por Bernardo Figueredo
  Sobre la visita del 14 de septiembre de 1893, un testimonio suyo es la carta que dirige a Manuel Barranco, en que dice escribirle desde “los vientos de Ocala, que es un cesto de luz…”  En esa misma epístola, añade su contento de ver a “Ocala como nunca”, “Ocala de fiesta y de mucha amistad”.
  En 1894 el delegado del Partido Revolucionario Cubano debió pasar por Martí City  en dos ocasiones, aunque no hay constancia de ello en sus textos. Pero seguramente al visitar  Jacksonville (consignado en sus letras), en mayo de ese año, llegó también al pueblo que ostentaba su nombre. Y con más razón al saber que en esa visita estaba acompañado por Francisco Gómez Toro “Panchito”,  el hijo del General Máximo Gómez, al que iba presentando con orgullo de padre en cada localidad donde había un grupo de cubanos.
  José Martí vuelve a  Florida a principios de octubre de 1894, cuando ya está casi concluida la obra de preparación para el estallido de la guerra en Cuba. El 8 de ese mes llega a Jacksonville, pero en los últimos engranajes que va haciendo desde Cayo Hueso hacia el norte, el eslabón de Martí City debió ­constituir una parada necesaria.
  Merece investigarse, paso a paso, todos los detalles del último viaje de Martí a Florida, a partir del momento en que llega  a Fernandina, el 12 de enero de 1895, a tomar el barco que lo ­hubiera llevado a Santo Domingo, donde preveía  recoger a Máximo Gómez y seguir para Cuba a desatar la guerra. El fracaso de la expedición por el apresamiento de los tres barcos (uno de ellos en Fernandina), llevó a sus líderes a ocultarse inmediatamente. Martí sale, con nombre falso, hacia Jacksonville y de allí a Nueva York. Tal vez no pudo llegar a despedirse de aquel pueblo que llevaba su nombre, pero seguramente pensó en sus fieles habitantes y en el aire que tanto le recordó al de Cuba.
  El paso del Apóstol cubano por ese fragmento de Ocala al que llamaron Martí City, es suficiente para considerarle un lugar histórico. Fui hasta allí acompañado de mi amigo Henry Echezabal y no encontramos huellas de las fábricas de tabaco, de los clubes donde se reunían los cubanos a fines del siglo XIX.
  Algunos han escrito que unos fríos y ventiscas nevadas de 1896 azotaron las fábricas de tabaco y los dueños las ­trasladaron a Tampa y Cayo Hueso, que los habitantes de la casitas recién levantadas ­tuvieron que abandonarlas, que se fue apagando el efímero fulgor del primer ­pueblo que honró a Martí con su nombre y que hombres como Carlos Baliño, Gerardo Castellanos y otros afirmados en la historia de las profundas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, se mudaron a Cayo Hueso y Tampa, donde siguieron trabajando por una Cuba libre.
  Cuando ya había escrito estas notas, me regalaron en Cuba el Anuario 38 del Centro de Estudios Martianos. Al abrirlo, encontré el artículo “El ­cuaderno de Ocala: Martí, el diálogo y la escucha”, escrito por Carmen Suárez León, investigadora de dicho centro. Para mi sorpresa, la prestigiosa ­ensayista cubana da a  ­conocer que el número 17 de los 22 Cuadernos de Apuntes que corresponden a Martí, fue escrito en una libreta comprada en Ocala y en cuyo grabado  de portada se lee The Ocala Commercial & Bazan Co. En los apuntes que contiene, Martí refleja interesantes detalles sobre sus vivencias en este pueblecito que le fue tan querido.
 Nota: Mi gratitud a Henry ­Echezabal, que buscó los mapas antiguos de Ocala y me acompañó hasta allí. Y a Emliano Salcines, por el préstamo de un libro de Loy Glenn Westfall sobre la manufactura tabacalera en Martí City y los comentarios alrededor de este tema.
Publicado en La Gaceta, los días 25 de noviembre y 9 de diciembre, 2016


viernes, 2 de diciembre de 2016

Entrevista al escritor cubano José Miguel Sánchez Gómez “Yoss”

Por Gabriel Cartaya 

A principios de esta semana, estuvo de visita en Tampa el escritor cubano José Miguel Sánchez Gómez, conocido por el apelativo monosilábico con que siempre firma sus libros. Representante de la generación literaria que emerge en la Isla en los años 80 y que fuera bau­tizada como “Los Novísimos” y de la que proceden varios escritores y poetas que han alcanzado relevancia a nivel internacional. De ellos, Yoss ha sido uno de los más publicados y los cuentos suyos aparecen en antologías publicadas en Argentina, Francia, España y otgros países.
     A Tampa fue invitado por la Biblioteca de la Universidad del Sur de la Florida, con la que ha colaborado en su colección de literatura cubana de ficción. En una de sus salas, ofreció una charla el pasado lunes. La rapidez y gentileza con que res­pondió a nuestra solicitud de entrevistarle para La Gaceta, devino en las líneas que pre­sentamos al lector tampeño.
    Hay ya muchos libros y re­vistas donde el lector reconoce que está leyendo a un autor que se denomina Yoss, sin saber el nombre verdadero del autor. ¿A qué se debe esta preferencia por el monosílabo con que se te reconoce?
     Bueno, ante todo Yoss, más que un seudónimo, es un nombrete, debido al defecto en el habla de una profesora de Educación Física de la se­cundaria. Cada vez que quería pronunciar mi nombre, José, sonaba así más o menos... Yoss... y por años muchos me llamaron así, sin mayores consecuencias. Hasta que empecé a escribir, en 1984, y a mandar a concursos, en los que necesitaba un seudónimo, lo tuve que escribir por primera vez. Luego, José Rodríguez Feo, el mecenas de Lezama Lima y Virgilio Piñera, que fue el editor de mi primer libro, Timshel, en 1989, me dijo que con un nom­bre tan bonito como el mío no debía usar un seudónimo tan egocéntrico. Pero un amigo del judo encontró el libro firmado  José Miguel Sánchez y vino a casa muy furioso, para avisar­me de que alguien había publi­cado con su nombre cuentos que él sabía que yo había escrito... así que le aclaré que ese era mi nombre. Me respon­dió que si quería que supieran que yo era yo, pusiera en mis libros el apelativo por el que todos me conocían. Mi segundo libro, W, ya fue publicado como Yoss... y todos los demás desde entonces.
      Tus primeros textos se publican a fines de la dé­cada de los 80. ¿Cómo ves la literatura cubana que arranca en esa eta­pa, cuando se comienza a rebasar el período al que muchos llaman “quinquenio gris”?
       Nuestra generación fue bautizada por Salvador Re­donet como “Los Novísimos”. Nunca me gustó ese rótulo, pero parece que era obligado, después de los Nuevos Narra­dores, como Arturo Arango, Francisco López Sacha, Senel Paz. A mí me habría gustado más los Posmodernos, porque queríamos hablar de las heri­das infectadas en el socialismo cubano: de los balseros, la homofobia, la corrupción po­licial, la intolerancia con los rockeros, de las cicatrices de la guerra de Angola, de todo lo que el periódico Granma no hablaba ni habla aún.
      Hacíamos una narrativa de sustitución periodística, éramos ingenuos, queríamos epatar, pero no teníamos mie­do, y en el pulso eterno entre la cultura y el poder, hicimos retroceder un poco el brazo de hierro de la censura. Ahora, casi 30 años después, ya no somos tan novísimos, ni tan temidos, ni muchos están siquiera en Cuba, ni siguen escribiendo. Creo que fue la última generación de la Revo­lución que creyó que podíamos cambiar el proceso y mejorarlo desde adentro. De ahí en ade­lante, nadie más lo intentó, ni le importó.
     Creo que el cuento, como género literario, ha sido el que más ha proliferado dentro de la narrativa cubana de las últimas décadas. De ser así, ¿a qué se debe esta preferencia por obras de corta extensión?
     Es fácil: resulta mucho más simple escribir un cuento y sobre todo, ¡publicarlo!, que una novela. Un cuento puede ser incluido en una antología de las que proliferan y siguen proliferando en nuestra narra­tiva. Y si es en el extranjero, ganar unos dólares o euros que nunca vienen mal para alguien que, como yo y otros, vive total o parcialmente del cuento. Una novela, si eres desconocido, na­die querrá arriesgare con ella. En la narrativa cubana hay una especie de jerarquía paulatina muy bien establecida, aunque nunca escrita: primero cuen­tos, luego un libro de cuentos, luego novelas.
     En tu caso, ¿es en el cuento donde mejor te realizas como escritor?
     Me gusta más escribir cuentos, varios, que perte­nezcan al mismo universo, y luego ir armando con ellos una novela, como vértebras de una espina dorsal. Es el fix/up, una género que adoro y que tiene lo mejor de novela y de cuento. Y creo que soy realmente bueno ensam­blándolos.
     ¿Qué influencia ha te­nido sobre los escritores cubanos de tu generación el ambiente socio-político del país, especialmente a partir de la desintegración del llamado “campo socialista”?
      Fue tremendo, para mu­chos el futuro dejó de tener sentido, si ya no pertenecía por entero al socialismo. Deja­ron de escribir o lo empezaron a hacer sin ganas, sin ánimo. Otros vieron las puertas del mercado abiertas y aún están tratando de entrar por ellas. Otros seguimos tratando de entender este cambio que sigue ocurriendo en la Isla y preparar a los cubanos para vivir en ese nuevo mundo que inevitablemente se nos viene encima, sobre todo después del 17 de diciembre de 2014. Y creo que todas las vías son igualmente válidas.
       Entre Timshel (1989) y Super Extra Grande (2012), tienes más de diez libros publicados. ¿Cómo ha reflejado la crítica, dentro y fuera de Cuba, la aparición de tu obra?
Bueno, ya he publicado más de 20 libros en Cuba, contando las antologías. Por mucho tiem­po la crítica, que no se ocupa mucho de la ciencia ficción y la fantasía, no me ha tomado en serio... después de todo, es una literatura de género, escapista, menor, y todo eso... Cuando he ganado premios internaciona­les, apenas lo han notado... pero en los últimos 5 años, como la ciencia ficción y la fantasía van cobrando más importancia, y he ido apareciendo más en la tele­visión y en la prensa, algunos han empezado a considerarme como una figura más o menos relevante y no sólo de lo fan­tástico. Pero ha llevado tiempo, para muchos en la UNEAC, incluso amigos, sigo siendo una joven promesa... a los 47 años.
     ¿Cómo ves la literatura cu­bana en el ámbito de la literatura hispanoamericana?
     Ah... para muchos resulta asombroso y difícil de creer la cantidad de escritores que hay en Cuba, en relación a la canti­dad de habitantes. Los cubanos queremos escribir, queremos contar cosas, y tenemos muchas lecturas, porque en Cuba los libros siguen siendo baratos. Además, existe esa maravilla que es el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, creado por Eduardo Heras León “El Chino”, escritor con más vocación todavía de pedagogo.
      Ya con 20 años, forman­do cada curso entre 40 y 60 graduados, casi toda la joven generación de narradores cu­banos ha pasado por sus aulas. Pocos países, incluso los de gran tradición, como Argentina, Chile, Colombia o México, tienen algo así.
Por desgracia, muchos de esos jóvenes se van de Cuba y dejan de escribir. ¿Cuánto de todo eso es bueno? Muy subje­tivo: algunas novelas y cuentos funcionan bien en Cuba, otros sólo fuera de ella. Pero nom­bres como Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez, Wendy Guerra, Ronaldo Menéndez, Daniel Chavarría, Ena Lucía Portela y Karla Suárez, por sólo citar a un puñado, son insoslayables en cualquier panorama actual de las letras cubanas. Y me olvido además de Abilio Estévez, Daína Cha­viano... la lista sería infinita, o casi.
   Has sido bendecido con una gran diversidad de premios, nacionales e internacionales. ¿Qué han significado para ti?
      En Cuba un premio es como un atajo a publicar. Y un poquito de dinero que nunca viene mal. Y un ladrillo más para la torre de un curriculum literario. Ya tengo tantos que cuando escriben mis notas de contracubierta me piden que elija 5 ‘o 6 de los principales. Yo prefiero poner diversos pre­mios nacionales y extranjeros.
Un premio es siempre un escalón hacia algo, una con­firmación y el reto de, en lo adelante, no decepcionar a los que te lo conceden y a los lectores que, atraídos por ese galardón, se aceran a tu obra. El desafío de no repetirse, de superarse, de experimentar sin miedo, y si el experimento sale mal, probar otro y seguir adelante.
     ¿Cómo recibiste la invit­ación de venir a Tampa, que tiene tanto de cubana?
Gracias a la Universidad del Sur de la Florida, cuya biblio­teca tiene una gran colección de ciencia ficción y fantasía cubana, con la que estoy co­laborando desde el año 2008. Soñaba desde entonces con ver los estantes de esa colección para la que tantas búsquedas he hecho en las librerías de vie­jo en Cuba. Porque hasta temía que la memoria de nuestras publicaciones desapareciera cuando eran retiradas de las librerías. Nancy Cunningham, de la biblioteca de USF, co­ordinó esa visita, esa charla y no negaré que también un gran valor agregado es visitar esa ciudad de importante in­migración histórica cubana, donde tanto hizo José Martí por nuestra independencia.
      ¿Esperas en estos días ser visitado por las Musas que pasean por la bahía de Tampa?
       La verdad es que, salvo contestar correos electrónicos y preguntas de entrevistas, en estas 9 semanas de viaje por Estados Unidos no he tenido ni creo que vaya a tener tiem­po para escribir mucho. Una crónica artículo para la revista electrónica cubana BAND ERA (así mismo, separado, en dos palabras) que quiere conce­derme una columna semanal y ya. Así que si el 6 o el 7 de noviembre las musas de Tampa me visitan... les daré mi tarjeta para que me repitan la cortesía en La Habana, a la que volveré el 20 de noviembre. No, mejor el 27, porque el 21 me voy para República Dominicana hasta el 26 y veremos cuantas musas me siguen el paso.

                                                       Publicado en La Gaceta, los días 4 y 11 de noviembre, 2016.