jueves, 29 de junio de 2017

La Gaceta, 95 años con Cuba


Cuando Victoriano Manteiga fundó, en el Ybor City de 1922, un periódico hispano al que bautizó con el nombre de La Gaceta, seguramente no alcanzó a imaginar que 95 años después su publicación gozaría de buena salud, en manos del nieto a quien contribuyó a formar y cuyo nombre –Patrick–  guarda una sutil asociación con el de patria, a la que tanto el abuelo alentó en su magna obra.
En el momento del 95 cumpleaños de La Gaceta –la más antigua publicación en español de la Florida que vive aún–, me detengo en uno de sus ángulos permanentes: la atención ­detallada a los acontecimientos que proceden de la isla de Cuba. Puede decirse, sin exageración, que este periódico tampeño es un registro de la ­historia de Cuba  durante casi cien años.
La enorme presencia cubana en La Gaceta se adhiere al origen de su fundador y al compromiso constante, de hondo sentimiento patriótico, con que asumió hasta el final de su vida a la tierra que lo vio nacer. Entre 1893 y1982  discurre la existencia fructífera de un hombre inteligente, decidido, valiente, quien puso la palabra y la acción en absoluta correspondencia con las causas de su tiempo que consideró progresivas para la humanidad.

La inserción de Manteiga en el corazón de Ybor City se produce cuando aún la ciudad florecía en torno a las fábricas de tabaco que le dieron esplendor desde finales del siglo XIX, en un ambiente donde cubanos, españoles e italianos marcaron el sello identitario más visible de la pujante comunidad. Él llegó en 1914, en el despuntar de la juventud, con lecturas suficientes para ascender al asiento del lector de tabaquería, donde antes escalaron Dolores Poyo, Ramón Rivero, Bonifacio Byrne y tantos hombres ilustres. Todavía vivían muchos de los que oyeron en el Liceo Cubano los discursos de José Martí y miembros de la primera generación de la república cubana.
Victoriano Manteiga
Los primeros años de Victoriano en Tampa coincidieron con el estallido y terminación de la Primera Guerra Mundial. En 1922, a cuatro años del conflicto bélico, cuando las voces humanistas más profundas del universo comienzan a divulgar los horrores de la guerra con la intención de evitar su repetición, Manteiga decide fundar La Gaceta, que sería una voz más de ese empeño  humanista. Entonces, en Cuba, donde el periodista fija primero su atención, el gobierno estaba en manos de Alfredo Zayas, expresión de los “generales y doctores” que el escritor Carlos Loveira identificara con el caudillismo criollo en que derivó la soñada república nacida en 1902. Desde los primeros números, La Gaceta se ocupó de informar, día a día, todo el acontecer político, económico, social, cultural, deportivo, acaecido en la Isla, con tal abundancia que parecía una extensión  de las publicaciones realizadas en ella.
Así, desde las primeras páginas estuvieron reflejados en ella  los acontecimientos históricos que a partir de la década de 1920 jalonaron el curso de la nación. Al ser imposible en este espacio hacer siquiera un registro sintético de esa presencia, quiero detenerme en uno de sus momentos definitorios: la caída del gobierno de Gerardo Machado, a partir del levantamiento popular contra su dictadura.
He revisado en los últimos días algunos números de La Gaceta correspondientes a días anteriores y posteriores al 12 de agosto de 1933, fecha en que Gerardo Machado abandona el poder y el país, empujado por una huelga general obrera, la oposición creciente de partidos políticos, las luchas estudiantiles y, ­finalmente, el retiro del apoyo de Estados Unidos. El 1.º de julio de 1933, Manteiga escribe en su columna diaria ‘Chungas y no chungas’:   “Los amigos del general  Machado dicen que éste se haya dispuesto a aceptar todas las condiciones que el embajador Welles le imponga, pero a cambio de que se le deje en la presidencia hasta 1935”. Es el momento, anterior a su caída, cuando el embajador estadounidense, Summer  Welles, mediaba entre el gobierno y la oposición en un último intento por resolver la crisis.
La reacción del periodista tampeño, en plena coincidencia con los latidos del pueblo cubano, apunta: “Una cosa no admitirá la oposición y no puede ser admitida: que Machado continúe ‘desgobernando’ hasta 1935.”
En la edición del 6 de julio, unas notas reflejan la sagacidad con que Manteiga advirtió el peligro de una atmósfera donde los ajustes de cuentas personales podrían derivar –como derivaron–  en ajusticiamientos por mano propia, pidiendo que la justicia no fuera mezclada con el crimen. A su vez, indicaba el camino democrático que requería el país:  “Hay que gobernar para todos los cubanos, y arrancar la semilla de la tiranía, distribuyendo la democracia que tanta falta hace, la genuina democracia”.
El 10 de agosto, Manteiga está informando en los cintillos de su Diario, a la par de los periódicos cubanos: “Machado declaró la Ley marcial en Cuba (...) La huelga general se mantiene en toda la isla”, y explicando “…la vigorosa protesta de los trabajadores, abrumados por la miseria y las iniquidades del machadato”.
El 11 de agosto, cuando escribe que ya “…Welles notificó al déspota, indicándole que para bien del pueblo debía ausentarse, nombrando un nuevo secretario de estado,  el Dr. Carlos Manuel de Céspedes”, el periodista, a tono con el fino humor de sus ‘Chungas y no chungas’, se vuelve más irónico: “El ‘gallo’, que pronto cesará de cacarear, tiene que marcharse”.
Ocurrió en las horas siguiente y el 12 los lectores  de La Gaceta pudieron leer en las calles de Tampa: “Ha caído cubierto de fango, y en su desesperación tratando de entregar el gobierno a los soldados americanos, no a un presidente provisional cubano. El ‘animal’ se ha marchado y que Dios le perdone todas la atrocidades de su régimen de violencia”.
El 16 de agosto, Manteiga dio a conocer en su columna una carta que había dirigido al presidente Franklin D. ­Roosevelt en los días previos a la dictadura machadista, en la que describía la situación por la que estaba pasando Cuba y la necesidad de que su gobierno mediara en su solución. “Si usted le pide al presidente de Cuba que devuelva a los cubanos los derechos que les ha arrebatado, el Gral. Machado renunciará y Usted habrá prestado otro servicio a la justa causa de miles de hombres que son acosados por la Dictadura”, le dice en uno de sus párrafos.
Como se hace evidente en las diferentes citas elegidas, la condición informativa del periodista se mezcla con el sentimiento del patriota cubano que siempre fue Victoriano Manteiga. Por ello, a los 95 años de la fundación de La Gaceta, sea el primer homenaje para su insigne fundador.
II
Un ángulo interesante de las intensas relaciones de La Gaceta con Cuba se relaciona con el nivel de cercanía que su fundador, Victoriano Manteiga, desarrolló con personalidades relevantes de la historia de la Isla.  Su intercambio epistolar o conversacional con Eduardo Chibás, Ramón Grau San Martín, Fidel Castro y otras figuras que jugaron roles descollantes en la política cubana a partir de la década de 1920, son pruebas inequívocas de la implicación permanente del periodista de Tampa en las causas cubanas.
Hurgando en las páginas viejas de una publicación que llega a los 95 años con toda vitalidad, encuentro una prueba más de los estrechos vínculos de Victoriano con cubanos ilustres. Esta vez, me refiero a sus lazos con  Fernando Ortiz, el sabio cubano de mayor universalidad en el campo de las Ciencias Sociales, quien como antropólogo, etnólogo, jurista, historiador, geógrafo, arqueólogo, periodista, editor, creó una obra imperecedera. Tantos aportes hizo Ortiz a la cultura cubana, al conocimiento de sus raíces, sincretismos y composición nacional, que se le ha visto como un segundo descubridor de la Isla, un término más exacto que el otorgado a Cristóbal Colón.

En una nota que apenas se propone presentar un intercambio epistolar entre Fernando Ortiz y Victoriano Manteiga, sólo quiero señalar que el intelectual cubano era ya una de las figuras más descollantes del ambiente científico y cultural de la Isla y sus publicaciones  llamaban la atención en Europa y Estados Unidos, cuando conoció al periodista tampeño. Ortiz, comprometido con la lucha antimachadista, vivió exiliado en Washington entre 1931 y 1933, desde donde jugó un papel importante en el derrocamiento de aquella dictadura. En ese ambiente se origina la relación entre Ortiz y Manteiga y las cartas que presentamos son un reflejo del aprecio que sintió el uno por el otro.
Fernando Ortiz
Las misivas fueron publicadas en La Gaceta, el 23 de agosto de 1933, en la sección “Chungas y no chungas” y esta es la segunda vez que se dan a conocer. En esa fecha, Ortiz estaba viajando en barco hacia La Habana, donde se celebraba la huída del tirano Machado. Al darlas a conocer en su periódico, Victoriano ­escribió: “El Dr. Ortiz es una personalidad cumbre en la nueva era republicana y deseamos al noble amigo un regreso feliz”.
Fragmentos de  la carta de Victoriano Manteiga a Fernando Ortiz
Don Fernando: algunos caudillos deseaban la intervención, pero conseguimos evitarla; algunos políticos deseaban ver a los soldados americanos en las calles de La Habana, mas logramos impedirlo, con la decisiva cooperación del Presidente Roosevelt; algunos caudillos prometían para engañar, con la esperanza de que el gobierno de Washington interviniera.
(…)
Ahora, en la República sin tiranía, usted volverá a sus labores, si el pueblo no lo llama a ocupar un alto puesto o el gobierno,  y este periodista tampeño que iniciara su protesta al día siguiente del asesinato de Armando André y la mantuviera hasta la caída del tirano, continuará escribiendo, sin esperar recompensa de Cuba.
(…)
Tampoco usted pide nada por sus afanes y por sus importantes servicios.
Hemos servido a la causa de la libertad y lo hemos hecho como nativos de Cuba y como ciudadanos.
(…)
Para las nuevas luchas que surjan, en honor de Cuba, cuente con nosotros. 
Carta de Fernando Ortiz a Victoriano Manteiga
Washington, agosto 21, 1933
Sr. Victoriano Manteiga
Tampa
Querido amigo:
Unas líneas de despedida. El jueves saldré para Cuba, volviendo por Key West, por donde vine a este Washington, hace unos tres años, a socavar el baluarte de la barbarie que nos envilecía, aquí donde tantas eran las  influencias poderosas coadyuvantes. Me voy para Cuba satisfecho de haber visto la vía por donde nuestro pueblo podrá recuperar plenamente su soberanía, burlada lustro tras lustro por una liga de cubanos y extranjeros, todos unos a explotarnos y traernos a miseria y deshonor. Y crea que me veo muy obligado con usted, que sin conocerme, me acompañó desde su diario, dándome públicamente su apoyo y consejo. He leído ayer su recuerdo. Gracias. Si no fuera apremiante mi regreso a Cuba, no podría disculparme el no llegarme a Tampa para estrechar su manos. Pero ya nos veremos un día… Y no necesitarán colaboraciones, que volverán a juntarnos.
En La Habana me tendrá pronto, en O’Reilly 8, como un abogado vuelto a sus papeles después del “pleito grande”; o en L y 27, Vedado, como un “encuevado” entre librajos y cosas de la tierra, Donde quiera me encuentre, tendrá estas manos abiertas el noble amigo,
Suyo, devoto
     Fernando Ortiz.
Habría que seguir rastreando en las páginas de La Gaceta, para saber si en los años siguientes, en los que Manteiga se mantuvo atento a Cuba,  llegaron a darse la mano estos dos grandes hombres.



jueves, 8 de junio de 2017

Sobre las visitas de Martí a Tampa: las razones de Emiliano Salcines

Cuando en 1999 vine a Tampa por primera vez, in­vitado por la Universidad del Sur de la Florida a impartir una conferencia sobre José Martí, hablé a un grupo de profesores y estudiantes so­bre las 11 visitas conocidas del Apóstol cubano a la Flori­da, desde su arribo a Tampa el 25 de noviembre de 1891, hasta su presencia en Fer­nandina en enero de 1895. En esas 11 ocasiones, estuvo en Tampa más de una vez. En un momento de la charla, un profesor pidió la palabra para decir que un notable aboga­do de la ciudad, apasionado de la historia, sostenía que Martí había estado en Tampa por lo menos 20 veces. Creo que en aquel momento no mencionó su nombre, pero unos años más tarde, ya resi­diendo yo en esta maravillosa ciudad, quiso la vida darme el privilegio de la amistad con el prestigioso letrado, Emiliano Salcines, conocido y respeta­do por tres generaciones de tampeños.

De der. a izg. Emiliano Salcines, Patrick Manteiga, Eusebio Leal y Gabriel Cartaya

Es natural que el tema José Martí haya estado presente en las diversas pláticas que hemos sostenido. Cuando fi­nalmente he leído un extenso artículo que Salcines publicó en La Gaceta, en su edición del 27 de junio del año 1997, titulado “Las 20 visitas do­cumentadas de José Martí a Tampa”, he comprendido que, en la diferencia numéri­ca con que ambos hemos se­guido la presencia de Martí en esta ciudad, la mejor razón es la de Emiliano Salcines.

Hace un tiempo publiqué un artículo en este mismo perió­dico, donde men­cioné la cifra de 17 visitas. Tuve en cuenta, esencialmente, las propias confe­siones conocidas de Martí, otras fuentes primarias y la cronología que el investiga­dor cubano Ibra­hín Hidalgo ha ido actuali­zando durante años, a partir de una acuciosa investiga­ción. A pesar de que incluí las llegadas breves a Tampa cuando regresaba de Cayo Hueso, no consideré algunas por no encontrar mención a ellas en ningún documento.
  
Pero Salcines me ha co­mentado, con una lógica irrebatible, que el viaje del Cayo a Nueva York, a fines del siglo XIX, requería de dos boletos obligados: el pri­mero para el barco que lle­gaba al puerto tampeño y el segundo en ferrocarril para seguir hasta Nueva York. Sólo unos años más tarde, Flagger llegó en tren hasta el sur, a través de los cayos. Con la sexta visita me que­daban dudas, porque, aun­que Hidalgo señala el 7 de noviembre como su salida de Nueva York, debió hacer­lo dos o tres días antes, de los que no hay pruebas rela­cionadas con otra labor suya que lo hiciera imposible. Sa­bemos que se requerían algo más de dos días en ferrocarril de Nueva York a Tampa y 18 horas más en barco para arribar al Cayo, de manera que era im­posible completar la travesía entre el 7 y el 9.

Cuando en mayo de 1893 está regresando de Cayo Hue­so, tampoco se menciona que llegara a Tampa, lo que es inobjetable con el mismo razo­namiento, aunque su última señal en Cayo Hueso pertene­ce al 16 y al 20 su estancia en Nueva York, lo que hace posi­ble su presencia en las calles tampeñas al menos por un día. Lo mismo ocurre con la visita de octubre de 1892, que sólo se considera su presencia en esta ciudad cuando está yendo para el cayo del sur el 3 de octubre, pero se obvia su llegada al regresar, que debió ser el 6 o el 7, porque el 8 se encuentra en Jacksonville, ya camino hacia el norte.
     De manera que a mi cifra de 17, sumándole dos en que regresa del Cayo y otra en ida hacia él, no apuntadas en la documentación conocida, pero justificadas con el cono­cimiento de las vías de trans­porte utilizadas en su tiempo para estas travesías, se jus­tifica el número 20 que ha sido apuntado por Emiliano Salcines.

Y como el encanto de la eterna indagación nos re­serva siempre una sorpresa, una mirada detenida otra vez en nuestro viajero, nos regala una visita número 21: porque si el 5 de septiem­bre de 1893 salió de Nueva York y el 8 lo están recibien­do en Cayo Hueso, hay que sumar esta presencia de Martí a la querida ciudad del “con todos y para el bien de todos”. En­tonces ésta la ano­tamos como número 13 y corremos las siguientes hasta el número 21, favoreciendo a la intuición con que Salcines ha venido sospechando que había algu­na visita más a las anotadas en su excelente artículo.
  
Creo en la verdad del co­razón y con ella, acompaña­da a la lucidez de su pensa­miento, ha mirado Emiliano Salcines la presencia de José Martí en Tampa, una ciudad en la que quiere y es querido y donde también él ha prota­gonizado, como jurista, pro­fesor e historiador, páginas que engrandecen la huella hispana –mejor, la presencia humana— desde esta por­ción del universo. De ma­nera que el artículo de Salci­nes, aparecido en La Gaceta tampeña el 27 de junio de 1997, lo tomamos como una contribución valiosa para se­guir los pasos del gran ame­ricano por nuestra ciudad y damos gracias sinceras a su autor.
Publicado en La Gaceta, el 5 de septiembre de 2014


viernes, 2 de junio de 2017

Momentos de un diálogo con Ariel Quintela, un paladín en el renacer de Ybor City

 “Queremos crear un mundo nuevo”, me dijo Ariel Quintela, en un momento de la grata conversación que sostuvimos la semana pasada, a sólo unos metros de donde, hace más de 125 años, José Martí dijo –en su primer discurso de Tampa– que había encontrado una comunidad “con las manos puestas en la faena de fundar”. Fundar, entonces aludía a la creación de una república libre, democrática y próspera, desde un sitio donde cientos de familias cubanas estaban gestando un  pueblo nuevo –el pueblo de Ybor City–, junto a españoles, italianos,  estadounidenses y personas de otras procedencias.
 Más de un siglo y cuarto después, cuando el tiempo   ha   deteriorado las edificaciones que
vieron florecer a Ybor City entre finales del siglo XIX y principios del XX, la ciudad ha encontrado un apasionado constructor que no sólo sueña con recuperar aquel esplendor arquitectónico, sino que ha puesto manos a la obra para  conseguirlo. Es Ariel Quintela, de origen cubano y habitante de esta ciudad, tan enamorado de su pasado histórico como de la obra de conservación que se empeña en legar al futuro.
 He visto a Quintela con un manojo de fotografías, croquis y mapas en la mano, explicando  a quienes le rodean el origen  de algunos edificios importantes de  Ybor City –los que ha  adquirido junto a Darryl ­Shaw–, señalando el deterioro en que los ha recibido,  la historia que guardan y los pasos de  su recuperación. Es evidente el entusiasmo con que el urbanista, al hablar sobre sus proyectos, imagina estos espacios convertidos en oficinas, restaurantes y, esencialmente, poblados con nuevas familias.  
 ¿Con qué antecedentes te has entregado a una obra de esa envergadura?, quise saber, cuando, haciendo un breve espacio en su ocupada agenda laboral, me recibió en una de sus salas de trabajo.
 Yo no sé si uno nace con eso. Desde pequeño veía a mi padre atareado con materiales de construcción. Me empezó a gustar ese mundo de edificar. Cuando tenía algo más de 20 años, compré una propiedad –con la ayuda de mi padre, claro– . Allí fabricamos 8 apartamentos y dos casas. Entonces no sabía mucho de eso y dependía de los contratistas. Pero comencé a fijarme en todo el proceso de la construcción y notaba que muchas veces las cosas no se hacían como a mi me gustaba. Siendo así, decidí adquirir mi licencia para, en vez de buscar a contratistas, dirigir yo las obras. Así empecé, comprando solares,  comprando edificios pequeños para renovarlos. Como ya había creado mi propia oficina, comencé a buscar a los obreros, los que seguían mis instrucciones en toda la obra de edificación.

 ¿Siempre en Tampa?
 Sí, desde hace más de 25 años estoy construyendo en este lugar.
 ¿Y cómo nació la idea de invertir en edificios viejos de Ybor City?
 ¡Ybor City es un mundo tan diferente y tan hermoso!  Tú miras estos edificios viejos y piensas en quienes vivieron aquí, en quienes estuvieron en este lugar. En tal caso, uno sueña con volverlos a ver como fueron. Esa fue la primera motivación para comenzar a adquirir edificios vinculados a la historia de Ybor City.
 Una motivación importante es la historia, las personalidades que estuvieron aquí, no sólo José Martí, sino todos los que le ayudaron. Por eso los edificios van a recibir el nombre de esas  figuras históricas.
 ¿De qué edificios se trata?
 Uno de los edificios, que pronto vamos a ­inaugurar, tendrá el nombre de “Martí”.   Será un hermoso inmueble, de 130 mil pies cuadrados, con 128 apartamentos para familias y 8 mil pies cuadrados para espacio comercial. Es en la entrada a Ybor City por la Séptima Avenida.
 También está la “Casa Pedroso”, que se llamará así por Ruperto y Paulina Pedroso, en cuya casa se hospedó Martí. Tendrá 7500 pies de espacio comercial y 33 apartamentos para vivienda familiar.
Al lado estará el edificio “Bomberos”, en el mismo lugar donde estuvo la primera unidad de bomberos de Ybor City. Tenemos las fotografías del edificio primario y vamos a recuperar su sello original. Cuando lo terminemos, va a lucir como cuando lo fabricaron, a fines de la década de 1880.
 Otro edificio llevará el nombre de Fernando Figueredo Socarrás, ¿verdad?
 Correcto. Va a ser aquí, al lado de donde está la Casa Martí-Maceo. Lo hemos bautizado como edificio “Socarrás”, pues Fernando fue uno de los que más ayudó a Martí, aquí en Tampa.  Tendrá 18 mil pies dedicados a área comercial y 21 apartamentos.
 ¿Otros proyectos?
 Bueno, está el edificio “Oliva”, de 38 apartamentos, ya está en proceso su construcción. Tendrá 30 mil pies cuadrados en total. En esa obra mantendremos la fachada arquitectónica de la antigua fábrica de tabaco Oliva.
 Estará la “Casa Buchman”, cuyo primer piso tendrá 6 mil pies cuadrados de espacio comercial y habrá 8 apartamentos en el segundo piso.
 Muy pronto se va a terminar el edificio “Don Vicente”, con cuyo apelativo se honra a Martínez Ybor,  quien le dio nombre a este pueblo.  En este edificio, situado en la calle 14, estuvieron las oficinas de Martínez Ybor. Al frente estaba su fábrica, en cuya escalera de entrada se tomó la fotografía de Martí. El mes que viene queda inaugurado.
 También tenemos un edificio que recibirá el nombre de “Juan Gualberto Gómez”,  a quien Martí le envió la Orden de Alzamiento para iniciar la Guerra de Independencia en la Isla. Este será de 21 apartamentos y el primer piso se destinará a un restaurante.
 Queremos crear un mundo nuevo. Un edificio no es importante, ni dos, ni diez edificios –dice Quintela– .  Lo importante es ver a muchas familias viviendo aquí, familias de todas las edades, de todas las culturas, ver que se vuelve a poblar Ybor City y que la ciudad recupera el esplendor que tuvo en otro tiempo. Eso es lo importante.
 La conversación con Quintela se extendió a otros temas relacionados con la historia de Ybor City, con anécdotas sobre las figuras que él ha privilegiado para que sus nombres identifiquen estos espacios.
 Al final, miro al rostro del tenaz urbanista, en el que adivino sinceridad. Entonces, uso una broma para decir lo que pienso sin lastimar la evidente sencillez –verdadera grandeza– de un hombre que llegó a Tampa siendo un niño de diez años y hoy, dado su talento y voluntad,  hace inversiones millonarias que enriquecen a la ciudad: en Ybor City –le digo–, un edificio del futuro podría llamarse Ariel Quintela, en honor a quien le devolvió el esplendor a esta ciudad.
 Sonríe y le doy la mano, hasta una nueva conversación.
Publicado en La Gaceta, el 2 de junio, 2017