viernes, 27 de octubre de 2017

Festival Conga Caliente 2017

   Entrevista a Maritza Astorquiza
Por Gabriel Cartaya

   La expresión “conga caliente” se ha hecho común en Tampa, identificada con la esencia de la cultura hispana en la ciudad. Para muchos estadounidenses, incluso, aparece entre las pocas locuciones que aciertan a pronunciar con toda claridad. De alguna manera, la feliz nominación remite a un primer  proceso de transculturación operado en nuestro continente, al incorporar la voz africana conga a la española caliente y que al juntarse en un festival cultural en Tampa agregan otro ingrediente a la fusión de diversos pueblos.
      Durante el Mes de la Herencia Hispana en la bahía de Tampa, se asiste a una pluralidad de eventos que rinden homenaje a la larga presencia y utilidad de la hispanidad en la ciudad, pero ninguno alcanza la masividad que ha logrado el Festival Conga Caliente, que reúne en el Parque López a miles  de  hispanoamericanos,  pero también a decenas de anglosajones. Asimismo, es fácil adivinar, entre el gentío que canta, baila, toma una cerveza, juega dominó, o se acerca a los comestibles de aroma hispano, a  rostros de origen asiático, africano, europeo. En fin, una fiesta que tiene el acento iberoamericano, pero que invita a toda la diversidad poblacional de esta región floridana.

   Para saber del origen y algunas particularidades de esta celebración, hago unas preguntas a Maritza Astorquiza, quien junto a su esposo Alex Cora es fundadora y guía del evento, organizado a traves de su firma común –Coda Sound–,  con  patrocinio de importantes entidades de la ciudad.
   ¿Cómo se origina el Festival Conga Caliente, que es ya uno de los espacios culturales hispanos más populares en la bahía de Tampa?
   El Festival Conga Caliente se originó por necesidad de crear un evento hispano de alta calidad, a pedido del gobierno y alcaldía de Tampa.
   El concepto del festival, la creatividad y la producción, desde el comienzo ha estado a cargo de Alex Cora y yo, con nuestra empresa Coda Sound.
   ¿Qué ha significado para Coda Sound –la empresa de producción de eventos que diriges junto a tu esposo– ser la productora de Conga Caliente?
   Para Coda Sound ser la productora del festival es una forma de demostrar el potencial de nuestra empresa y un reto personal y profesional de crear y producir por 14 años un evento gratuito, familiar, para la comunidad,  respetando y manteniendo una alta calidad. 
   Este año, el evento llega a su edición número 14. ¿Cuáles son las atracciones principales que tienen previstas para su desarrollo?
   Este año 2017 contamos con “El león de la salsa”, Oscar  de León y “el romántico de la bachata”, Andy Andye; además estarán con nosotros Pedro Rivera, Aylin, conocida como  “la mákina timbera”,  Michael Pelayo y otros.
  ¿Qué es lo que más impacta al público durante la celebración del festival?
  Para nosotros lo más impactante durante la celebración del festival es la unión, la armonía dentro de la diversidad de la comunidad, sea o no hispana, cuando juntos aprecian, celebran y aprenden sobre la cultura hispana en los Estados Unidos.
                              Publicado en La Gaceta, 27 de octubre, 2017.



viernes, 13 de octubre de 2017

Héroes en el tren de Tampa a Ocala

Por Gabriel Cartaya

  Fue una de las conversaciones  más animadas que se oyeron en uno de los coches del tren que viajaba de Tampa a Ocala, el 21 de julio de 1892. Seguramente, la mayoría de los pasajeros no sospechaba que aquellos cuatro hombres  tenían una relevancia que se encajaría en la Historia, tanto por lo que ya habían hecho, como por el proyecto que animaban en aquel momento.
      A primera vista, se confundían con los viajeros comunes, vestidos con humildad, a no ser para quien se acercara al fuego de sus ojos, cuando no podían contener el brillo de la palabra que, en voz baja, iban intercambiando en el tren.  Pero más allá del físico y la vestimenta,  algo sobresalía en la personalidad de cada uno de ellos. El mayor de todos era un hombre que se acercaba a los sesenta años, de piel blanca, delgado, con el pelo lacio bien peinado y dividido por una raya casi imperceptible hacia el lado izquierdo. En la conversación, siempre en idioma español, se adivinaba a un hombre culto,  de múltiples lecturas, lo que pudieron confirmar los pasajeros más cercanos cuando alguien dijo que era José Dolores Poyo, muy conocido en Cayo Hueso. Otro recordó haberlo visto en la silla alta de lector de tabaquería, cuando Martínez Ybor inauguró en Tampa su fábrica de tabacos –El Príncipe de Gales–, de ladrillos rojos. Y claro, sabía que fue el fundador del primer periódico en español que tuvo la ciudad –el Yara–, que publicaba desde tiempo atrás en Cayo Hueso, donde lo siguió cultivando al regresar a aquel nido de cubanos.
   Rumbo a Ocala, a pesar de intervenir con frases inteligentes, Poyo iba más atento a sus compañeros, especialmente al de menor edad, al más pequeño de estatura. Carlos compartía con él un asiento ubicado de espaldas al maquinista y, más que hablar, escuchaba atentamente la palabra apasionada del viajero de enfrente y miraba hacia los otros dos, como calibrando su aprobación. Desde la primera vez que lo vio, Poyo supo que no era de origen cubano. Una tarde le contó en El Cayo que había nacido en Polonia, donde lo inscribieron como Karol Rolow-Mialowski. Pero era tan cubano como el que más, con el nombre de Carlos Roloff, General del Ejército Libertador. Llevaba una barba negra, abundante, como equilibrando la escasez de cabellera.
José Dolores Poyo, Carlos Roloff,
Serafín Sánchez y José Martí
  Sentados de frente, hacia el destino del tren, iban los otros dos hombres, atentos a la conversación gracias a que los primeros pudieron invertir el asiento duple. El más alto de ellos era Serafín, maestro y militar, dos profesiones que en pocos como en él podían concordar. En realidad, de vocación, estudios y ejercicio era maestro, desde su ­primera juventud espirituana, en el centro de la isla de Cuba, pero la patria le impuso el rol castrense, en las filas del Ejercito Libertador, donde llegó a General. De manera que en el coche del tren que corría de Tampa a Ocala esa mañana de verano,  iban dos generales vestidos de civil, sin que lo adivinaran los pasajeros.
   Pero más que entre ellos, que podrían irse contando las batallas tremendas en que participaron durante la Guerra Grande, los dos generales y el periodista habanero se inclinaban a oír las palabras que brotaban del más joven de todos, entonces con 39 años.  En él, de rostro pálido, ojos avellanados y cuerpo pequeño y delgado,  sobresalía la frente ancha, el mostacho grande que le camuflaba la boca, y, esencialmente, el verbo apasionado.
   Pero en el tren, los tres compañeros de José Julián Martí Pérez, como fue bautizado en la Iglesia del Santo Ángel Custodio de La Habana, iban menos atentos  a la riqueza expresiva que a la profundidad con que describía los pasos a dar –que estaban dando–, no sólo para unir los elementos dispersos de la nacionalidad cuajante en un movimiento libertador de su país, sino para fundar desde la raíz una república “con todos y para el bien de todos”, como dijo aquel hombre meses atrás en el Liceo Cubano de Ybor City. A eso iban a Ocala,  a seguir reuniendo los clubes revolucionarios, a continuar recabando el esfuerzo de todos,  como harían a continuación en Jacksonville y en cuanto lugar viviera un grupo de sus compatriotas.
   Cerca de ellos, en el asiento de al lado, iba un joven cubano atento a los cuatro pasajeros, esforzándose en no perder una sola palabra. Mientras el tren se acercaba a Ocala y el sol al  mediodía, asentía al oír las palabras agudas de Poyo, las frases concisas de Roloff, la voz confirmadora de Serafín,   y las palabras como de luz, ¡qué palabras!, del más conversador de los cuatro.
   Al verlos desmontarse en la primera estación de Ocala,  decidió bajarse del tren y seguirlos, pues adivinó en un párrafo que una concentración de cubanos los esperaba. Entró detrás de ellos a una sala concurrida y se apuntó sin pensarlo, para contribuir a la Patria que aquellos cuatro hombres venían dibujando en el tren.
                                                       Publicado en La Geceta, el 13 de octubre, 2017.


jueves, 5 de octubre de 2017

Las armas de fuego son para matar


Por Gabriel Cartaya

  Las armas de fuego son para matar. Puede decirse también que sirven para defenderse, pero eso no le suprime la anterior condición. Suponiendo un momento en que alguien pueda atentar contra ti con un cuchillo o una pistola, un arma similar a la del atacante pudiera salvarte la vida, siempre que tengas la reacción, rapidez y serenidad de adelantarte al agresor.
  No desconozco el beneficio de portar un arma como defensa, sino las razones que determinan la necesidad de defenderse del prójimo.
    Unas horas antes de despertarme con la noticia terrible de la balacera que, en Las Vegas, terminó con la vida de 59 personas, más de 500  heridos y decenas de familias destrozadas, tuve una conversación con mi hijo José Gabriel, de 21 años, que me preocupó bastante. Venía de una gasolinera, a las diez de la noche, donde un hombre le bloqueó la puerta del carro y acercó su rostro a la cara de mi hijo con una mueca agresiva. José lo apartó con fuerza, entró al carro y se fue. Pero me comentó que no era mala la idea de poseer un arma, porque aquel homeless (así lo calificó) pudo haberlo  agredido con un cuchillo u otro tipo de armamento. Cuando yo razoné contra las armas de fuego, él sostuvo que, por lo menos, sería bueno tener un dispositivo de electrochoque a la mano como prevención.
   Pero no basta. ¿Quién sabe cuántos de los asistentes al concierto de música country en las Vegas tenían un arma en la guantera de su coche? O aún de haberla tenido consigo, ¿hubieran podido evitar el fuego que se desató contra ellos? ¿No sería preferible evitar que las personas tuvieran armas?
   Las armas cumplen una función de defensa únicamente donde hay personas que están armadas. Si nadie las llevara consigo, ¿de quién te ibas a defender con ellas?
   Leí en uno de los tantos comentarios que han inundado la prensa desde el amanecer del lunes que “Nevada tiene una de las leyes sobre armas más laxas de Estados Unidos. Los usuarios pueden portar un arma y no tienen que estar registrados como propietarios. El estado no prohíbe los rifles de asalto, que son armas de fuego automáticas o semiautomáticas, y no hay límites para comprar munición”.
   ¡Qué barbaridad! ¿Quién es entonces culpable de un crimen como el de Las Vegas? Stephen Paddock es sólo el nombre de quien pudo subir al piso 32 de un hotel con un arsenal de armamentos. ¿Quién le vendió las armas?  Hasta familiares suyos se han preguntado cómo pudo pasar esto, lo que indica que era visto como un hombre normal. Pero ser normal, o parecerlo,  ¿es suficiente para que en una tienda te vendan un poderoso fusil de asalto? ¿Para qué alguien necesita una ametralladora, a no ser que vaya para la guerra? ¿Contra quién se va a defender dentro de la ciudad? Porque ni a los leones es lícito atacar con tan mortífera arma, aún si en la selva eres atacado por uno de ellos, pues hace tiempo se sabe que con disparar un dardo anestesiante es suficiente.
En los últimos días estamos asistiendo a una escalada peligrosa del conflicto entre Corea del Norte y Estados Unidos. El centro de la contradicción es la naturaleza de las armas, que a nivel global constituyen parigual amenaza que tener un vecino psicópata con un fusil. Una amiga, amante de la literatura y profesora en la Universidad del Sur de la Florida, tuvo que mudarse de Riverview porque su vecino salió con una escopeta a gritarle que sus gatos le estaban molestando. Es el mismo tono de voz con que el líder norcoreano ruge que  explotará una bomba de hidrógeno en el Océano Pacífico y el Mandatario estaounidense responde que va a destruir un país donde viven más de 25 millones de seres humanos.
   El remedio no es que Estados Unidos se mude a otro planeta –como hizo mi amiga–, sino entender que la guerra nos destruiría a todos y, por tanto, lo más inteligente es la diplomacia disuasoria, la que debe encabezar el más inteligente, incorporando en el contrario temporal la confianza de que  no va a ser atacado, premisa para desviarle la justificación de armarse.  Claro que para desear que tu vecino no se acorace, no debes pavonearte blindado frente al patio de su casa.
   El crimen de Las Vegas debería conmover a quienes pueden decidir modificar la ley que ampara la tenencia de armas de fuego. Un dato podría serles revelador: en lo que va de este año, el sitio Gun Violence registra la impresionante cifra de 272 tiroteos masivos en Estados Unidos, lo que le otorga el título mundial en esta lid. De no ser exacta, no andaría muy lejos, o, por lo menos, más lejos parece la ley que contribuya a alejar las armas de manos civiles, como las que provocaron el  crimen terrible que acabamos de sufrir en Las Vegas.
  Una bomba atómica no es más peligrosa que un fusil de asalto. La ráfaga puede matar a diez y la explosión nuclear a un millón, pero la condición criminal conlleva la misma culpabilidad. Donde se mata a un hombre, se elimina la expresión de mundo que se resume en él. El hombre del hotel Mandalay Bay, con su privilegio de andar armado entre la población apacible, destruyó en 59 personas a una porción irrepetible de la humanidad.

                                                   Publicado en La Gaceta, 6 de octubre, 2017.