jueves, 18 de enero de 2018

Una conversación con Juan Padrón comienza por Elpidio Valdés

Por Gabriel Cartaya

  Hace unos días estuvo en Tampa, en su primera visita a la ciudad, el cineasta cubano Juan Padrón, a quien debemos la larga existencia del personaje de dibujos animados Elpidio Valdés, ese protagonista de ficción que, en revistas, televisión y cine –en cortos y largometrajes– ha devenido símbolo del triunfo de los mambises sobre el ejército colonial español en la Guerra de Independencia de Cuba. Aunque en esta columna reseñamos la presencia de Padrón en los lugares históricos de Ybor City, le propuse una entrevista para, desde su voz, conocer más acerca de su obra cinematográfica.
  ¿Qué proyectos tenías cuando, siendo muy joven, entregas a la revista Pionero tu primer muñequito de Elpidio Valdés?´
Uh, era un crío, 23 añitos. Los demás dibujantes me decían Padroncito, pues empecé a los 16. En esa época, mi objetivo era lograr guiones para dibujos animados que me permitieran trabajar como colaborador del ICAIC. Antes había hecho Animación en el estudio de la TV.
Juan Padrón, frente al Parque "Amigos
de José  Martí", Ybor City, Tampa

  Ahora, que has cumplido 70, ¿qué significa para ti Elpidio Valdés?
  Es un proyecto que me hace sentir orgulloso por haber ganado el cariño del público de varias generaciones de compatriotas. Siempre me frustró no haber podido hacer más cosas con el personaje. En tantos años de existencia, no se ha hecho casi nada en la comercialización del personaje. No hay juguetes de Elpidio Valdés. Espero que eso lo pueda realizar en los próximos años con la ayuda de mis hijos.
  En el discurso cubano de la década de 1970 –que es cuando llega a la pantalla el dibujo animado más famoso del país–, alcanzó mucho auge el estudio de las guerras de independencia, especialmente desde el discurso de Fidel Castro en la Demajagua, el 10 de octubre de 1968. ¿Influyó este hecho en la aparición de Elpidio y, a su vez, contribuyó a su triunfo?
  Recuerdo que se reeditaron muchos libros sobre las luchas por la independencia. La librerías ofertaban títulos nuevos cada mes, y me hice de una gran colección. Otros libros los compré en la URSS, en una librería de Leningrado que tenía libros en diferentes idiomas por centavos, digo, kopeks.
  Me sorprendió lo poco que sabía del tema. Caballos y rifles, para mí, eran tiroteos entre indios y cowboys, no había visto nada de mambises. Lo que me motivó a dibujar a Elpidio fueron los diarios de campaña de varios mambises, especialmente el del coronel Piedra Martel. Por ahí empezó mi deseo de saber todo acerca de los inmortales mambises, los que le partieron el espinazo al ejército colonial español. Lo del triunfo, creo, es porque se divertían con las películas.
  En la larga vida de Elpidio Valdés, en la que han participado realizadores, músicos, narradores, etc., aunque todos imprescindibles, ¿qué contribuciones le han enriquecido más?
  Los actores que ponían las voces. Hicieron un trabajo formidable. Actores como Toni González, Frank González, Manuel Marín, Irela Bravo, Teresita Rúa, y muchos otros. Eran tan buenos en Elpidio Valdés, que hacía que yo tratara de lucirme escribiendo los diálogos.  Durante las grabaciones improvisábamos o experimentábamos entonaciones, distintas voces… Eran capaces de hacer ocho voces de distintos personajes en un mismo proyecto, y no se notaba que eran tan pocos. Es una suerte tener artistas como ellos. Una vez grabé en España y tuve que usar siete actores para siete personajes. En Cuba habría usado a Frank o a Marín, y ya.
  ¿Cómo esperas celebrar, y que celebre Cuba,  el cincuenta aniversario de Elpidio Valdés en la pantalla cubana?
  Espero tener una temporada nueva de Elpidio Valdés. A ver si llego allí con energía. Si no, pasarlo a los jóvenes realizadores de animados.
  Creo que la serie  Quinoscopio pudo haberse llamado Padronquinoscopio o Quinopadronoscopio. En fin, ¿hasta dónde llegó tu participación en esa obra compartida con el argentino Joaquín Lavado?
  Fue un trabajo donde nos divertimos mucho. Discutíamos cada detalle de los chistes, que eran páginas publicadas en el diario El Clarín, de Buenos ­Aires. Era adaptarlos a cine y dice Quino que aprendió nuevas cosas al trabajar para ­Animación. Por mi parte, creo que haber desarmado los dibujos de Quino para animarlos,  me enseñó muchas cosas sobre las poses de los personajes, el dibujo de las manos, la limpieza de la puesta en escena. Fue un privilegio trabajar con Quino.
  En 1992, a los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, vas a España con un corto donde el Almirante se encuentra con Mafalda. ¿Qué repercusiones tuvo esa presentación?
  Era un guion de Quino. Fue para inaugurar una muestra sobre Mafalda en Madrid. Los españoles se rieron mucho, pues Mafalda era una indita que le ofrecía frutas al Almirante. Agradecido, Colón chasqueaba los dedos y le regalaba a Mafalda… un plato de sopa.
  ¿Cómo se ha evaluado tu obra cinematográfica en la crítica nacional e internacional?
  Creo que bien. Elpidio Valdés fue elegido por los niños como su héroe, los críticos cubanos han destacado las películas de Elpidio Valdés como los mejores animados cubanos en distintos años. “Vampiros en La Habana” está entre las 100 mejores obras del cine iberoamericano del siglo XX (con el número 50, y el único film animado) y está en la colección de cine del MoMA.
  En tu larga relación con el Instituto Cubano de Arte y Cinematografía (el poderoso ICAIC para los cineastas cubanos), ¿cuáles han sido los momentos más difíciles?
  Creo que un pleito sobre el patrimonio de personajes usados en mis películas, y que al final gané.
  El prestigio ganado por Elpidio Valdés en el pueblo cubano, ¿ha contribuido de alguna manera a la libertad de creación artística de su autor?
 
 En realidad, la Animación cubana es cine de autor. Haces lo que quieres, siempre que no te vayas del presupuesto. Me he tomado años sabáticos para trabajar en España realizando mis chistes sobre cine para el Canal Plus España, o para escribir novelas de aventuras y luego ilustrarlas (algo muy divertido y estimulante) o dirigiendo video clips. En México trabajé storyboards para el oso Yogui, Wally Gator y otros personajes de Hanna y Barbera. Pero sí, ayuda la fama de Elpidio Valdés.
  En el marco del reciente  incremento de los intercambios culturales entre Estados Unidos y Cuba,  alguien hizo el chiste de que Elpidio Valdés había pedido visa para venir a ver a Mickey Mouse. Si la sugerencia fuera trasladable a la realidad, ¿cuál sería la mejor hazaña que podrían hacer en común?
  En los tiempos de Elpidio, no hacía falta visa. Ahora no la conseguiría para ver a Mickey, creo que tendría que ser al revés, Mickey sería quien visitara Cuba. Mickey es atemporal, lo mismo es caballero medieval que cosmonauta. Así que podría ser uno de aquellos estadounidenses que lucharon por la independencia de Cuba, ayudar a Elpidio –por ejemplo– con un cañón neumático de dinamita, terror de los blocaos españoles. Y luego Elpidio ayudarlo a él. Pero no sigo, no sea que la Disney esté oyendo.
  Como sabes, la relación de Tampa con Cuba es muy profunda, no sólo por el significado de esta ciudad en la obra de Martí y en todo el independentismo cubano, sino por su trascendencia hasta hoy. ¿Qué ha significado para ti visitarla? 
  Fue muy emocionante sentarme en los escalones donde Martí posó para aquella famosa foto (autotipias también les decían). Me ha picado el bicho y me gustaría volver con tiempo suficiente para documentarme más. Elpidio por Ybor City, vigilado por agentes del general Resóplez… un tema para un buen cómic, o un animado.
  Publicado en La Gaceta, el 19 de enero, 2018



viernes, 12 de enero de 2018

Conversación entre un poeta cubano y un ávido lector estadounidense

En una reciente charla con el poeta Alberto Sicilia –vino incluído– me contó de sus reiteradas conversaciones con un jubilado estadounidense en quien encontró, además de la sabiduría acumulada por los años –donde incorpora vivencias de su participación en la guerra de Viet Nam–, un interlocutor literario cuyas lecturas le parecieron abundantes y  aprehendidas con la agudeza de un lector crítico e inteligente. Convinimos, entonces, en lo oportuno de transmitir en esta columna una vivencia que, por su contenido, resulta edificante. 
(Entrevista de Alberto
Sicilia a Dare Summers)
     Dare Summers es un hombre esbelto, que no aparenta los días vividos en la tierra, cuando ha llegado a los 75 años. El azar nos pone cara a cara una cálida mañana del 2017,  cuando él solicita los servicios de mi  pequeña  compañía  familiar para la limpieza de su apartamento. De un golpe observé a un hombre muy educado e intuyo en él una sólida formación cultural. Sus hábitos son moderados, casi podría decir ascéticos. A pesar de la insuficiencia de mi comunicación en idioma inglés, cada sábado entablamos una conversación donde los temas oscilan de la familia a la Guerra de Viet Nam, donde él participó, deteniéndonos en las innumerables lecturas de nuestras vidas. Por momentos,  Dare me dice algunas frases en español, y así, con lentitud, vamos ensamblando un coloquio matizado de referencias interculturales. En la medida que pasan las semanas el diálogo va fluyendo y mi amigo Dare me recibe con nuevos detalles sobre sus preferencias literarias. Sobre su mesa de trabajo, cada sábado, una hoja escrita por él en perfecto español me motiva a esta aventura, al admirar la pasión por los libros en este estadounidense tenaz y luchador. Voy anotando el cuestionario, entusiasmado con su aceptación a responderlo.
   Usted me ha dicho que no es del estado de la Florida y que al mudarse una enorme biblioteca quedó atrás. Seguramente comenzó a leer desde muy joven. Por favor, cuénteme sobre usted y acerca de sus primeras experiencias con los libros.
   Nací en Opelousas, en el suroeste de Louisiana, y crecí en Nueva Orleans. Mi padre era director de funeraria y mi madre ama de casa. Había cinco hijos, de los que yo era el segundo más joven. Mis padres eran lectores ávidos y esto se nos transmitió. Uno puede ingresar a otro mundo, si se quiere, a través de la literatura. En mi juventud, me gustaron un par de clásicos griegos de Homero, junto a una multitud de libros de historia. Naturalmente, cuando era joven, hice frecuentes viajes a la biblioteca y saqué libros.
  En el sur, muchos de nosotros nos interesábamos en la Guerra Civil –la Guerra entre los Estados del Norte y el Sur– así que mis selecciones de lectura reflejaban la de otros jóvenes interesados en ese conflicto que tuvo lugar entre 1861 y 1865. Mis antepasados lucharon por el Norte y el Sur. Mi padre nació en 1903 y murió en 1969. Estuvo en el ejército en la década de 1920 y habló con veteranos de las guerras indias en el oeste de los Estados Unidos y con personas que conocieron a George Armstrong Custer. Él y su comando inmediato perecieron en junio de 1876 en “The Little Bighorn”.
  Por lo tanto, he leído mucho sobre ese graduado de West Point. No sólo eso. Cuando me trasladé al valle del Mid Hudson, después de huir del huracán Katrina en 2005, trabajé para West Point Tours y atendí visitas de turistas a la Academia Militar de los Estados Unidos y como parte de la gira mostraba a todos la tumba de Custer. ¿Te lo puedes imaginar, Alberto? ¿Este veterano de la Armada de 1961 a 1965 dando giras relacionadas con el Ejército?
  Mis dos hijas fueron las primeras gemelas del estado de Louisiana en obtener sus comisiones en West Point. Mis tres hijas fueron y son prolíficas lectoras. Realizaban visitas frecuentes a las bibliotecas. Puedo imaginarme a las chicas cuánto disfrutaban en esas salas, desarrollando sus mentes con la lectura.
  Me retiré de la industria farmacéutica, donde fuí representante de ventas por muchos años. Mi trabajo conectaba a los clientes con médicos, farmacias y hospitales.
  ¿Cuáles fueron sus selecciones de lecturas?
  Pero mis mayores recompensas vienen de la literatura, gracias a lecturas ilimitadas. A lo largo de los años, mis selecciones de lectura han sido George Orwell, Ayn Rand, Evelyn Waugh, literatura victoriana alta y media, Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, ­Flannery O’Conner, Frank Norris, O’Henry, Oscar Wilde, George Bernard Shaw, las hermanas Bronte, William Manchester, Virginia Woolf, Kate Chopin.  Esto es sólo la punta del iceberg. Uno puede leer mucho durante 75 años. Shakespeare, H.G. Wells, los escritores realistas, los escritores naturalistas, Emily Dickinson y James Joyce. Hablando de este último, leo cada palabra de Ulises. No lo entendí. No creo que Joyce lo haya entendido. No creo que Dios lo entienda. En cualquier caso, obtienes la imagen. En este momento estoy leyendo un libro titulado Bouncing Back. Se trata de prisioneros de guerra en Vietnam del Norte y cuenta cómo hicieron frente a una situación terrible.
  Veo que conoce el idioma español, puede hablarlo y escribirlo. ¿Cómo lo ha logrado?
  Desde que me mudé a ­Valrico, en julio de 2016, me he hecho amigo de varias personas con raíces cubanas. Me agradan todos. Hace muchos años, cuando mis tres hijas eran pequeñas, las alenté a tomar un idioma extranjero. Yo prefería el español y ellas hicieron lo mismo. Mis gemelas lo estudiaron por ocho años. La hija menor vive en Austin, Texas, y lo practica de forma rutinaria.
  ¿Qué sensación le produce la lectura?
  La sensación que siento cuando no puedo parar de leer un libro, es similar a la que tuve cuando corría largas distancias en maratones y conseguía el nivel más alto con la producción de endorfinas. Pero a medida que aumentaba la distancia, la acumulación de ácido láctico cobraba un precio en mi cuerpo estresado. No es así con los libros, que los disfruto como viajar.  En este momento no estoy viajando,  pero en los últimos tres años he ido a Budapest, Viena, Praga, Dresde, Cracovia, Riga y Tallin. Sepa esto: ¡La gente en Europa Central y Europa del Este lee libros a lo grande! Me recuerda cómo era América cuando era pequeño. Leer libros y escribir cartas nos transportan a una especie de época dorada de comprensión y comunicación. Teníamos (y tenemos) una gran ventaja con los comunicadores electrónicos de hoy. Recuerde, los amantes de la literatura mejoran con la edad. Siempre tienes algo que esperar (libros fascinantes). No alcanzas el pico a una edad temprana y luego la pierdes. Entonces ... lees y escribes. Una carta a la vez. Una palabra a la vez. Una oración a la vez. Un párrafo a la vez. Una página a la vez ... transmitiendo lo que has leído. Los beneficios para todos son inmensos.
   Me comentó de su predilección por la obra de Emily D y también por la obra poética de Edgar Allan Poe. También hablamos de Ezra Poud y su enorme importancia en la formación de otros escritores como T S Eliot y el propio Joyce. Se dice que la poesía es una pasión de juventud, yo no lo creo así. ¿Leyó usted mucha poesía? ¿Cómo ha cambiado, con los años,  su apreciacion al leerla?
    Con los años, supongo que he leído una buena cantidad de poesía. Me gusta Emily Dickinson porque no se parecía a ningún otro poeta ni antes ni después. Su estilo era independiente. Ella no siguió las reglas. No entiendo mucho  sus poemas. No entiendo a ­Kandinsky, pero me gusta su arte abstracto. Edgar Allan Poe dio vida a las historias de detectives junto con su espléndida poesía. “Annabel Lee” se destaca, junto con “The Raven”. Sé poco sobre Ezra Pound, excepto que probablemente influenció a muchos lectores. Era una figura controvertida, similar a tantas en la literatura. El Ulises de James Joyce, aunque considerado por muchos como la mejor obra de todos los tiempos, deja  al lector exhausto. 
  ¿Que puede usted decirle a las nuevas generaciones sobre su experiencia personal?
No hay consejos aquí para los jóvenes, sino una sugerencia de que lean lo que quieran leer.

  Seguiré hablando de literatura con el amigo Dare Summers, porque en él se confirma un credo en el que coincido con el autor de esta columna: casi siempre, un apasionado lector es un buen ser humano.
 Publicado en La Gaceta, el 12 de enero, 2018

jueves, 4 de enero de 2018

Victoriano Manteiga, su busto de bronce en Tampa Riverwalk

El 19 de junio de 1914 el barco Olivette, procedente de La Habana, atracó en el puerto de  Tampa, como venía haciendo desde hacía un cuarto de siglo. En él habían viajado José Martí, Tomás Estrada Palma y un sinnúmero de figuras que trascendieron a su tiempo. Ahora, un joven cubano de 19 años, alto, delgado, de piel blanca bronceada con el sol del Caribe, está entre los pasajeros que desembarcan en el muelle, apurados para internarse en las calles que se abren donde termina la ancha bahía. El joven, sin saberlo entonces, estaba destinado a inscribir su nombre en la historia de la ciudad, aunque nadie lo conocía cuando entró a una casa de huéspedes –en los altos de la tintorería El Encanto– a pedir una habitación. –¿Su nombre, por favor?, le preguntaron.
 –Victoriano Manteiga, respondió.
     Al día siguiente, cuando ya había  recorrido  las  calles  de Ybor City y apenas le alcanzaba el dinero para una noche más de hospedaje, se detuvo en la fábrica de tabacos Morgan Cigar, cuyo edificio de ladrillos rojos, de tres pisos,  se alzaba imponente en la calle Howard, en West Tampa. Su porte elegante y buena dicción le abrieron enseguida una plaza de lector en aquel local.
  Al mes siguiente comenzó la Primera Guerra Mundial, cuyo estallido, evolución y desenlace estuvo en la voz del joven cubano, no sólo como transmisor de las noticias que traían los periódicos, sino aportando su análisis alrededor de un acontecimiento que implicó también a Estados Unidos y cuya divulgación requería explicar a sus ciudadanos las razones para el tránsito de la neutralidad a la intervención por parte de su gobierno.
Busto en homenaje a Victoriano Manteiga, ubicado en
Benefical Drive y Channelside, Tampa

  El joven Manteiga, que comienza a hacerse visible en Tampa durante los años de aquella primera conflagración mundial, había asistido en sus primeros años a otro clima bélico, pues no había cumplido cuatro meses de nacido cuando estalló en su país la Guerra de Independencia,  a cuya preparación, desarrollo y culminación tanto contribuyeron los cubanos que le antecedieron en aquel asiento de lector que a él le correspondió ocupar dos décadas después. 
  Antes de terminar la Primera Guerra Mundial, otro acontecimiento requirió la voz de Manteiga en la silla de lector: la Revolución de Octubre, en 1917,  de la que emerge Vladimir Ilich Lenin como guía del proletariado ruso, cuando todavía no se ha producido el Pacto de Versalles con que finaliza  la guerra de las potencias capitalistas, reordenando las fronteras en un nuevo reparto del mundo.
  Para esa época, Manteiga regresa a Cuba, al lado de sus padres, Patricio y Ramona de los Ríos. Pero la atracción de Tampa fue poderosa en él, acrecentada por su amor a Ofelia Pedrazas, de origen cubano como él, con la que se casó al regresar de Cuba, en octubre de 1918, para fundar su nueva familia y a cuyo lado va a inaugurar la empresa que lo consagra en la historia de esta ciudad: el periódico La Gaceta, que aparece en 1922.
  La Gaceta estaba llamada a ser la gran obra de Victoriano Manteiga. De alguna manera, daba continuidad a la prensa hispana que desde la década de 1880 fue publicada en Tampa, iniciada con el periódico Yara, traído por José Dolores Poyo desde Cayo Hueso. Después, Ramón Rivero fundó El Crítico de Ybor City y la Revista de la Florida, sobresalientes entre las diversas publicaciones hispanas de esta ciudad. Seguramente Victoriano, admirador de esa historia ligada a su país de origen, sintió el impulso de continuarla, alineado a las causas más progresistas de su tiempo.
  En la fundación de La Gaceta merece recordarse al Dr. José Luis Avellanal, cuyo financiamiento inicial contribuyó a que el proyecto se hiciera realidad. La salida del nuevo periódico tampeño, en idioma español en sus primeras décadas,  se afirmó en la comunidad por la calidad de sus escritos –sobresaliendo la columna escrita por su fundador “Chungas y no chungas”–, la sagacidad de su contenido, profundidad de sus valoraciones críticas en torno a la realidad local, nacional e internacional y un humor salpicado de cubanía.
  Junto a la obra social que representaba el periódico, en su deber de informar y educar, Victoriano Manteiga construyó su vida familiar. En la década de 1920 le nacieron cuatro hijos al matrimonio –Rolando, Victoriano, Claudette y Ramona– y el primero de ellos, que adoptaría el nombre de Roland, seguiría el camino editorial de su padre, al frente de la publicación desde 1961 hasta morir en  1998, cuando ya La Gaceta había incluído en sus páginas el idioma inglés y el italiano, para representar a las tres culturas que más influyeron en la identidad de Ybor City. Así ha llegado a nuestro tiempo, hoy bajo la dirección del nieto de Victoriano, Patrick Manteiga, cuando se acerca el centenario de su fundación.
  Victoriano Manteiga, quien vivió hasta 1982, tuvo una vida ejemplar. Desde el trabajo al que consagró su vida, las páginas de La Gaceta constituyen el mejor registro de su pensamiento y acción. Adentrarse hoy en ellas, es encontrar la historia viva de la ciudad que lo adoptó como hijo, pero también la de su patria original, de tantas confluencias una y otra. Es impresionante apreciar en las páginas de este periódico la permanencia de los acontecimientos que ocurren en Cuba en la lucha frente a Machado a principios de la década de 1930, y la atención con que el periodista tampeño se adentra en ellos, al lado de los intereses del pueblo cubano. Así ocurrió en el devenir posterior, hasta el propio 1959.
  Victoriano no sólo participó en los asuntos cubanos desde su publicación, sino también en múltiples acciones. Sus relaciones con los principales políticos cubanos fue constante y comprometida. Así lo demuestra su amistad con Eduardo Chibás y su atención a Fidel Castro, cuando éste visita Tampa en 1955. Manteiga es elegido para dirigir el Movimiento 26 de Julio en  la ciudad, en apoyo a la lucha armada contra el gobierno de Fulgencio Batista, en el camino de una revolución martiana y democrática que no contenía un pronunciamiento socialista. Por ello, es desacertado el calificativo de comunista para ubicar la filiación de quienes apoyaron al M-26-7.
  El pensamiento y acción de Manteiga se entiende desde la perspectiva humanista que encierra el quehacer progresista de su tiempo. Estuvo al lado de los españoles que defendieron la República frente a la agresión franquista. Existen en los archivos de La Gaceta documentos que muestran el agradecimiento de los milicianos a quien les defendía desde sus páginas en Tampa. Asimismo, las columnas de su periódico dieron aliento a la lucha contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, en cuyo desenlace experimentó el orgullo ciudadano junto al sobresalto de padre, en los días en que su hijo Roland combatía en el Pacífico en las filas del ejército de su país.
  Un hombre como él, respetado en la comunidad tampeña, sin miedo a defender las ideas en que creyó, tuvo que enfrentar muchas veces a quienes se aliaban en los bandos contrarios. Alguna vez tuvo que sacar su revólver para defenderse, pero las amenazas no lo apartaron de lo que consideró su deber.

  Así fue Victoriano Manteiga, un hombre que legó a Tampa, y desde ella a la humanidad, un ejemplo íntegro de servicio a la comunidad, a la verdad y la justicia. Por ello, es justo que su efigie de bronce esté entre las que se alzan en Tampa Riverwalk, para recordación y enseñanza.
Publicado en La Gaceta, el 5 de enero, 2018.