viernes, 25 de enero de 2019

Horatio Rubens, un neoyorquino amigo de José Martí


Por Gabriel Cartaya

En Líneas de la memoria queremos recordar a un estadounidense que hizo mucho por la independencia de Cuba y por las buenas relaciones entre los dos países. Cuando, en nuestro tiempo, apreciamos la labor de hijos de este país que pugnan por eliminar los conflictos que alejan a dos naciones tan cercanas en la geografía, la historia y la cultura, pensamos en aquel antecesor que se llamó Horatio Seymour Rubens.
A 77 años de su muerte,  para muchos puede ser un nombre desconocido, aunque quienes se han detenido en el  proceso  de  preparación de  la Guerra de Independencia de Cuba, y a su curso entre 1895 y 1898, seguramente se han encontrado con este nombre en algunas de sus páginas.
Leer ese nombre en la misma línea en que aparece José Martí, ha sido probablemente la primera referencia sobre el  neoyorquino que fue amigo de Cuba. Al menos, es donde yo lo encontré muy temprano, cuando en las cartas del Apóstol  a sus más cercanos colaboradores en el Partido Revolucionario Cubano (PRC), menciona al abogado estadounidense en más de una ocasión, especialmente durante los días difíciles del fracaso de las expediciones en Fernandina,  la segunda semana de enero de 1895.

En el instante en que todo parece perdido, cuando son apresados los tres barcos que debían llevar a Cuba  a los hombres –sus más grades líderes incluidos– con los recursos necesarios para dar inicio a la Guerra de Independencia, José Martí, desde un hotel en Jacksonville donde está de incógnito, envía un cablegrama a Nueva York para que vengan enseguida Gonzalo de Quesada y Horatio Rubens, quien como abogado se encargaría de pelear en las cortes la devolución de las propiedades incautadas.
¿Cómo Rubens había ganado tan absoluta confianza  en quien presidía el Partido Revolucionario Cubano?  En realidad, desde 1893, cuando Quesada se lo presentó,  venía siendo el asesor legal de la organización independentista y había acompañado a su líder a Tampa y Cayo Hueso en los días en que fue necesario defender la causa de tabaqueros cubanos. Fue muy meritoria su labor en enero de 1894, al producirse en Cayo Hueso una crisis de consecuencias incalculables, a partir de una componenda entre dueños de fábricas de tabacos (estadounidenses y españoles) con el gobierno español en Cuba, para sustituir a los obreros que habían participado en una cadena de huelgas pidiendo mejoras salariales.
En el fondo, el gobierno español pretendía quitarse de encima la efervescencia independentista que prevalecía en los tabaqueros cubanos, mientras muchos dueños de fábricas podrían poner fin a las huelgas sin atender las demandas de los trabajadores.
En el marco de aquella tensión, Martí vino hasta Tampa con Rubens, a quien envió al Cayo a defender a varios cubanos que habían sido apresados o expulsados de su trabajo. El abogado no sólo se enfocó en defender  a los detenidos,  sino también en probar la ilegalidad de una contratación de obreros que dejaba sin empleo a los ya establecidos allí. Su actuación se destaca en un escrito del periódico Patria, el 20 de enero de 1894: “El Departamento del Tesoro espera que las pruebas ya recogidas se completen por las declaraciones que han de prestar los señores Rubens y Marino, quienes se han nombrado como Comisión por los residentes cubanos en Cayo Hueso para venir a Washington y protestar contra la entrada de obreros españoles en los Estados Unidos”.
Entonces, el abogado Rubens, quien fue compañero de estudios de Gonzalo de Quesada en la Universidad de Columbia, era un joven de 25 años, pues  nació en Nueva York el 6 de junio de 1869.
Sobre la cercanía, amistad y apoyo que tuvo Martí de parte de Rubens hay múltiples referencias. Sin embargo, se ha hecho menos énfasis en su obra durante el curso de la  guerra que se extendió hasta 1898, cuando era Abogado Consultor General de la Junta Revolucionaria Cubana. Estuvo muy cercano a la labor del PRC y de la representación en el exterior del gobierno de la Republica en Armas,  ambos bajo la dirección de Tomas Estrada Palma. El abogado jugó un rol muy meritorio en la defensa de patriotas detenidos por organizar expediciones hacia Cuba, entre ellos Carlos Roloff y los hermanos Carrillo.
El mismo Rubens, en un libro que dio a conocer en 1932 con el título Liberty: The History of Cuba, recordó: “Mucho se ha hablado de la benevolencia de las autoridades americanas respecto a las expediciones filibusteras, como se las llamaba. Nada más lejos de la verdad (…) La cantidad de arrestos y juicios, y el número fenomenal de reclamaciones contra barcos y armamentos prueban la gran diligencia de las autoridades americanas”.
Por sus servicios a la independencia,  la Junta Revolucionaria Cubana le otorgó de manera honorífica el cargo de Coronel del Ejército Libertador.
Durante la intervención militar norteamericana, Rubens se desempeñó como comisionado de revisión de Código y Leyes, de Finanzas y de Elecciones. Trabajó activamente a favor de la candidatura de Estrada Palma para la presidencia de la República y, a partir de su creación, en 1902, se quedó a vivir en la Isla, aunque no se vinculó a la política directamente, sino a intereses económicos propios y de compañías estadounidenses, señaladamente en la naciente empresa Cuba Railroad Company, de la que llegó a ser presidente.
Ya siendo un hombre de negocios, se construyó una mansión en el Mariel, cerca de La Habana, que se conserva como parte del patrimonio de esa localidad.  Aquella obra ecléctica, con arcos y columnas donde los motivos moriscos y de palacios medievales llamaron la atención, fue la residencia durante muchos años del abogado amigo de José Martí, quien era atendido en las ciudades de Cuba que visitaba como un Veterano de la Guerra de Independencia. Después de la caída de Gerardo Machado, donó la propiedad del Mariel al gobierno, quien la convirtió en sede de la Academia Naval en el Mariel. En su último viaje a Cuba, en 1938 (tres años antes de morir en Nueva York), se hospedó en el lujoso Hotel Nacional, lugar aun predilecto de los estadounidenses que visitan La Habana,  donde tal vez encuentran en el espíritu de aquel antecesor, para bien,  una luz hacia las positivas relaciones entre dos pueblos que requieren, más que sus gobiernos, la amistad que enriquece.



viernes, 18 de enero de 2019

La fiesta de género, una nueva celebración


     Desde el fondo de los tiempos matrimoniales, el embarazo de la mujer ha provocado distintos momentos de celebración. Ya en la época védica de la antigua India, la familia celebraba una fiesta a la que llamaban seemantha, hacia el octavo mes de la gestación de la mujer, en la que acercaban música al vientre de la madre, pues sabían que ya los oídos del feto estaban preparados para oírla.
Felices jóvenes madre y abuela
Con el avance científico técnico de nuestro tiempo, asistimos a la aparición de nuevas ceremonias, que en la medida en que se repiten y extienden, van convirtiéndose en  costumbre. Si la repetición de los actos, individuales o colectivos, van definiendo el conjunto de las tradiciones que caracterizan a una familia, un barrio, una nación, una cultura –hasta que su arraigo lo hace ser un componente de su definición–, asistir al nacimiento de los mismos ofrece la particular satisfacción de sentirse inmerso en el ambiente de su creación.
 Eso sentí al participar, por primera vez, en una fiesta que en mi infancia era imposible imaginar. Se le ha dado por nombre, en inglés, gender party, que en su traducción literal significa “fiesta de género”. Aunque parece ser hermana gemela, preámbulo o alternacia del conocido baby shower (alusión a un baño de regalos), nacido en Estados Unidos y ya extendido a varios países, éste es posible por el conocimiento de la ecografía, que emplea el ultrasonido para crear imágenes bidimensionales o tridimensionales. Esta técnica, sin el riesgo de los rayos X, al permitir a los médicos fotografiar los más mínimos detalles del feto, ofrece, casi con exactitud, la evidencia  de que la madre tendrá hembra o varón.
 Si al divertido baby shower no le es imprescindible ese detalle –aunque útil para adecuar los regalos al género de la criatura por venir–, al gender party es quien le justifica. La idea de su celebración no se relaciona con los regalos que se dedicarán al recién nacido,  sino con la noticia a la familia y amistades cercanas de que quien va a nacer será niño o niña.
 Sin lugar a dudas, en una u otra festividad, el componente de la mercadotecnia es fuertemente influyente, pues con su filosofía de identificar los requerimientos del consumo, construye también nuevas necesidades que lo compulsen a satisfacerlas.
 En los tiempos en que llegamos al mundo los que hoy sobrepasamos el medio siglo, cuando todavía las cigüeñas eran convocadas para encargar al bebé, la magia de nueve meses se rompía con el alumbramiento, instante en que se levantaba al recién nacido de frente, con las piernas abiertas, para que el mundo supiera  si su nuevo integrante sería hombre o mujer. Desde hace algunas décadas el ultrasonido ha determinado la buena nueva –también al baby shower–, pero sólo en los últimos años viene acompañada de una fiesta de anunciación que se empieza a incorporar a las costumbres posmodernas de una aldea global que tiene en este país un innegable faro.
 En estas cosas estuve pensando cuando fui invitado, junto a mi esposa, a un gender party dedicado a Érica Marina, la hija mayor de un matrimonio de viejos y queridos amigos: Eric de la Cruz y Gretel Sánchez. Fue en el atardecer del viernes pasado y al entrar a la sala de su casa, adornada con globos azules y color de rosa, sentí en la contagiosa alegría con que familiares y amigos rodeaban a la joven embarazada, una hermosa justificación para la festividad. Apenas ­traspasamos el umbral de la casa, su primera dama nos preguntó a  qué apostábamos: –Hembra, respondió mi esposa; varón, dije yo–, por lo que fuimos marcados con un adorno de diferente color en las solapas.
Entonces, yo creía que los únicos en no saber el género de la criatura guardada en el interior de Érica Marina éramos los amigos, pero al intentar seducir a quien se estrenará de abuela con una información adelantada, mi vanidad periodística tropezó con una inesperada confesión: –Ni la madre lo sabe. 
 Acto seguido me explicó que el médico, quien ocultó a los padres el resultado del pesquisaje, había entregado un sobre sellado que ocultaba el diagnóstico. En toda la familia hubo una sola excepción, a quien le encargaron  la preparación de un globo cuyo color negro impedía mirar a su interior, donde se ocultaron cientos de partículas cuyo color, al reventarse, revelaría cual de los dos bandos sería el ganador.
 Mientras esperamos por el instante de la verdad, que cada quien creía tener, hubo comida, brindis y charlas perfumadas con atisbos de adivinación. Cuando se advirtió que el globo iba a ser perforado, todos rodeamos a la joven pareja, y entre risas y augurios  era difícil descifrar en quiénes la emoción era mayor, si en los que se estrenarían de abuelos o de padres. Al fin, Julio –joven progenitor que suma el ala puertorriqueña de su origen a la cubana de Érica Marina–, con un golpe bien medido quebró el globo y se expandió a toda la sala una lluvia azul de múltiples fragmentos y una voz repetida: varón, varón, varón. 
 Al final, vencida la presunción con que los ganadores miramos a las víctimas rosadas que se sumaron a la felicitación, todos ganamos con una fiesta de amistad y sumamos un nombre a las costumbres que va imponiendo nuestro tiempo.
                   



La visita a Tampa de Juan Gualberto Gómez



    Cuando supe que el nombre de Juan Gualberto Gómez había sido uno de los elegidos por el urbanista Ariel Quintela para bautizar a uno de los ocho edificios que él, junto a otros inversionistas, están remozando en Ybor City, me pregunté por los vínculos que el conocido patriota cubano pudo tener con esta ciudad, más allá de sus méritos como político, intelectual y cercano colaborador de José Martí, para esa preferencia.  Sobre los nombres seleccionados para otros edificios –José Martí, Fernando Figueredo, Pedroso, Socarrás–, es bien conocida su presencia en  Tampa. Al conocer los nombramientos,  me  pregunté por qué no se pensó en Carbonell, por el peso que tuvieron padre e hijo (Néstor Leonello y Eligio), no sólo en la primera visita de Martí a Tampa, sino en toda la obra realizada desde Ybor City por el desarrollo de este pueblo y por la independencia de Cuba. Pero seguramente nuevos lugares recibirán este nombre, como sería justo también que el de Carolina Rodríguez “La Patriota”, Ramón Rivero  y el de otros guías luminosos de su tiempo, sean grabados en un sitio que perpetúe su ejemplo.
Juan Gualberto Gómez
Ahora, quiero exponer algunos elementos que justifican plenamente el haber pensado en Juan Gualberto Gómez para que, con su nombre en uno de los edificios que darán vigor a la urbanización renovada de Ybor City, se rinda homenaje permanente a su memoria. Sabemos que en él José Martí depositó toda su confianza y lo designó  máximo representante del Partido Revolucionario Cubano (PRC) dentro de la Isla, y le dirigió la Orden de Alzamiento cuando se consideró llegado el momento del levantamiento simultáneo en varios lugares de Cuba, el 24 de febrero de 1895.
El que Juan Gualberto recibiera en el fondo de las capas de un tabaco la orden de iniciar la guerra con el olor a Tampa en su envoltura, es ya, por sí misma, una razón para que el nombre de aquel matancero, que nació del vientre de una esclava, luzca en el portón de uno de los hermosos edificios que ahora están renaciendo en la histórica ciudad floridana.
Pero es bueno saber que Juan Gualberto también anduvo por las calles de Tampa, durante una visita que realizó en 1898. Ese año llegó a Nueva York, acabado de salir de la cárcel de Ceuta, en España, donde estuvo desde que lo aprisionaron al alzarse en armas el 24 de febrero de 1895.
Desde su llegada a Estados Unidos se mantuvo alrededor de Tomás Estrada Palma, quien fungía como Delegado del PRC desde la muerte de Martí, siendo, a la vez, el máximo representante de la República en Armas en el exterior. En el mes de julio de 1898, cuando se produce la derrota de España en la batalla naval de Santiago de Cuba y es inminente el fin de la guerra,  Estrada Palma envía a Juan Gualberto a Tampa, con el interés de conocer detalles sobre la comunidad cubana en esta ciudad, cuando muy pronto se va a producir el regreso de una parte de sus integrantes  a la Isla y cuyo ordenamiento es preocupación de la máxima dirección revolucionaria en la emigración. El periódico Patria, en su edición del 9 de julio de ese año, da a conocer que Juan Gualberto está en Tampa “desde hace ya varios días”.
En el número siguiente –29  de julio– Patria informa: “Juan Gualberto Gómez está  a punto de terminar satisfactoriamente los trabajos que le encomendara la Delegación cerca de los cubanos residentes en Tampa”.
Cuando se produjo la visita de Juan Gualberto Gómez a Tampa, aunque sólo tenía 44 años, ya acumulaba un largo historial de lucha por la independencia de Cuba. Nació libre en Sabanilla del Encomendador, en la provincia de  Matanzas, porque su madre logró ahorrar dinero para, al salir embarazada, impedir que su hijo naciera esclavo.
Además de libre, Juan Gualberto nació con una inteligencia prodigiosa, lo que le  abrió el camino a estudios en La Habana. El talento le hizo ganar el apoyo de maestros y personas con recursos económicos, y en 1868, ya iniciada la guerra de los Diez Años, pudo ir a Francia, donde ingresó en una escuela preparatoria de ingenieros. En París se produjo su primer vínculo con los líderes independistas cubanos, sirviendo de traductor a Francisco Vicente Aguilera en su labor de recaudación de fondos para la guerra.
En 1875, Juan Gualberto abandona Francia y se radica en México. En 1878, regresa a La Habana, casi en el mismo tiempo en que lo hace José Martí desde Guatemala. Se conocen ese mismo año y comienzan una amistad que duró hasta siempre. Juntos comienzan a conspirar por el reinicio de las hostilidades. Cuando el 17 de septiembre de 1879 detienen a Martí, lo hacen en la casa de su amigo Juan Gualberto, quien ya está publicando el periódico La Fraternidad. Después lo  encarcelan y deportan también a él.
Tenía mucha historia a favor de la libertad el afrocubano ejemplar cuando Martí funda el Partido Revolucionario Cubano. Había vivido un largo tiempo en Europa, regresando por segunda vez a Cuba en 1890, preparado para la alta responsabilidad que le asignó su amigo. Ambos coincidían en la necesidad de una contienda bélica rápida y eficaz que abriera el camino  a una república moderna y justa.
Martí no pudo llegar a su fundación, pero su amigo fue uno de los más fieles defensores de su  ideario en el intento de ordenarla. Su labor como miembro de la Asamblea Constituyente de 1900, su papel en la Cámara de Representantes (1914-1917) y en el Senado (1917-1925), pero especialmente en sus notables  escritos,  son prueba de ello, aun cuando no pudiera contener los rumbos que se apartaban de la verdadera república martiana. Pero fue su defensor, hasta los 78 años con que murió, el 5 de marzo de 1933.
Aquel fiel defensor de la igualdad racial, de la libertad de pensamiento y la fraternidad humana, un día caminó por las calles de Ybor City y West Tampa. Debió ser honda su emoción al mirar la fábrica de tabacos de O’Halloran, donde el buen Fernando Figueredo debió contarle los detalles secretos del día en que cubrieron en las  capas profundas de un tabaco  el edicto enviado a él, para que avisara la hora del alzamiento. Su nombre, que lo lleva hoy el pueblo donde nació,  también lo veremos al frente de un hermoso edificio de Ybor City.