El sábado pasado, se hizo en Miami una presentación de la novela El secreto de la andaluza. La reunión tuvo lugar en un amplio zaguán de la casa del escritor Gumersindo Pacheco, a la que ya sus contertulios llaman El consulado de Cabaiguán. Allí, el escritor y poeta Manuel Vázquez Portal, autor de Donde madura el limonero, entre otras obras, leyó unas palabras que comparto con los lectores de esta columna.
Palabras de
Vázquez Portal (fragmento)

Cuando digo tramposa, digo llena de ardides narrativos
propios de un novelista maduro que sabe hilar una progresión dramática matizada
con subjetividades y suspensos, con misterios y revelaciones que rebasan los
límites de la novela y se adentran en el alma nacional. La linda gaditana es
protagonista y narradora a la vez. El punto de vista está ubicado en sus
vivencias y memorias, mientras la trama gira alrededor de unas páginas perdidas
que serán la aguja con que se va tejiendo una historia de amores y lealtades,
traiciones y desencantos.
Emilia Sánchez Collé es la primera emboscada narrativa que
nos tiende Cartaya. Parece que ella será el pretexto para desarrollar una de
las tantas hipótesis sobre la páginas perdidas del Diario de campaña de José
Martí, pero pronto comprendemos que es el hilo conductor de una historia que va
más allá de anécdotas, pasiones y recuerdos personales, una historia que
involucra a la independencia, la república, la nación y las personalidades que
la harán avanzar o retroceder a través del tamiz que ella guarda como secreto:
el criterio martiano de república “con todos y para el bien de todos”.
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La estratagema literaria de un amor secreto entre Emilia y
Martí, recién llegado este al Puerto de Cádiz tras su encarcelamiento y
deportación, mucho antes de conocer al heroico y bueno de Rosalío Pacheco, es
el detonador de una historia de amor y lealtad que irá sazonando la verdadera
historia que se desea reflotar: la historia de una república inconclusa que
Emilia corrobora con su vida a lo largo de un siglo.
El dilema entre civilidad y militarismo, entre caudillismo y
democracia, que hizo de la reunión de La Mejorana un cónclave ríspido e
incómodo y, que al perecer es el tema de las páginas perdidas del Diario,
subyace a lo largo de toda la novela. Emilia aspira a una republica idealizada
por un iluminado mientras vive una república real que avanza y retrocede, según
el liderazgo de turno. Ella se ilusiona y desilusiona continuamente porque
todos para llegar al poder apelan al sagrado legado de un apóstol que luego
traicionan o no pueden llevar a la práctica. Así el secreto de la andaluza se
va convirtiendo más en metáfora que en verdadero secreto. Pasa a ser un secreto
a voces y se convierte en ideario popular: Martí no debió de morir. Lo que hace
del sueño de Emilia y la aspiración de la nación una historia contrafáctica
donde Martí sigue siendo un monte de espumas, un anhelo inalcanzable.
Luego de tres generaciones observando los vaivenes de una
república que cojea, pero avanza, Emilia tiene la última revelación, según el
misticismo espiritista muy popular en la zona oriental cubana y que ella parece
descubrir en la ancianidad: “Lo imperdonable es que, en la búsqueda de la
república deseada, soñada, se sustituyera la que tenemos por una extranjeriza,
ajena a nuestra cultura, tradición y rica diversidad. Muy nocivo sería que se
imponga un gobierno en el que, en nombre de todos, una persona ocupe el lugar
de todos. Y siempre, siempre, habrá que levantar la bandera de la república
soñada, poniendo empeño en mejorar cada día la que se ha logrado”.
Todo ello desde el punto de vista temático, porque desde el
punto de vista formal El secreto de la andaluza recorre caminos diversos. Va de
una prosa poética con verdaderos hallazgos en la trasformación del lenguaje
coloquial en lírica delicada y sugerente, a una coloquialidad expositiva y
ensayística en los diálogos donde se teoriza sobre tendencias políticas y
filosóficas de la época y en los cuales participan personalidades reales de
reconocida trayectoria cultural y política, pasados por descripciones de un
erotismo galopante, pero sin vulgaridades que afeen el acto de amar, hasta
llegar a una serenidad narrativa que hace de su lectura un trascurrir ameno por
la vida de sus personajes y la historia de un país.
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