viernes, 8 de agosto de 2025

Dania Ferro presenta en Tampa su última novela

 El próximo 17 de agosto, la escritora Dania Ferro presentará en Tampa la novela  Mi esposa y yo tenemos amantes. La autora, de origen cubano y radicada en Fort Myers, ya había llamado la atención con Me cansé de compartir a mi pareja, una polémica novela donde también el erotismo se expresa con desinhibida franqueza.

La literatura erótica, sin ser un género en sí mismo, expresa desde la antigüedad la relación íntima del amor de pareja, si bien los patrones morales impuestos por la sociedad –establecidos mayormente por la religión– han limitado  su libre expresión durante siglos. Si la novela El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence (1885-1930), fue prohibida durante décadas en varios países por ser considerada obscena, hoy se le evalúa como una obra cumbre del erotismo literario. Es solo un ejemplo para ilustrar la resistencia a tratar la experiencia sexual humana en los libros que se ofrecen al público y la osadía de sus autores, especialmente cuando se trata de una mujer. Pero Dania Ferro (1984) ahonda con esmero en las pasiones amorosas con espontaneidad, sin ocultar el lenguaje del cuerpo en los latidos del corazón.

Esperando su presencia en Tampa en una presentación organizada por Tampa Lector en el Club Cívico Cubano, le pedimos a Dania nos respondiera unas breves preguntas para La Gaceta, a lo que accedió con manifiesta gentileza.

¿Frente a qué desafíos nace y crece la escritora que hay en ti?

La escritora en mí nace del silencio y del desamor. Nace en una infancia sin grandes celebraciones, donde no se hablaban las emociones y donde había tantas carencias emocionales como materiales. Creció como un refugio frente al abandono, como una forma de encontrar sentido a lo que dolía.

Escribir fue primero una necesidad, luego una salvación y, más adelante, una decisión consciente de contar lo que muchas callan. Mi literatura crece entre los escombros de lo no dicho, de lo prohibido, de lo íntimo y lo social que a veces se entrelazan.

¿Cómo se equilibran –o pugnan– el goce del cuerpo, la satisfacción del espíritu y las exigencias morales en Mi esposa y yo tenemos amantes?

En Mi esposa y yo tenemos amantes, esas tres fuerzas no solo pugnan, se abrazan, se contradicen, se confiesan. El cuerpo pide placer, el alma exige conexión, y la moral interfiere como un juez interno que a veces se cuestiona a sí mismo. No hay respuestas cerradas en esta novela, porque está escrita desde la complejidad del ser humano real. La voz narrativa, masculina y profundamente vulnerable, nos lleva por un camino donde lo correcto no siempre es lo que se elige, pero lo elegido siempre deja una huella. Mi literatura no da lecciones, plantea preguntas.

 ¿A cuánto has renunciado y cuánto has ganado (no en términos monetarios, claro) en el ­camino de la literatura?

He renunciado a la comodidad, a encajar, al silencio, a ciertas relaciones que no supieron sostener la intensidad de mis sueños. La escritura me ha costado horas de sueño, me ha enfrentado a mi propia sombra, me ha hecho cuestionar mis recuerdos y, muchas veces, abrir heridas que ya estaban cerradas con cinta adhesiva.

Pero he ganado verdad, comunidad, una voz propia y la posibilidad de tocar otras almas con la palabra. He ganado libertad, y eso vale más que cualquier estabilidad.

¿A qué autores debes más como escritora?

Les debo mucho a los autores que han escrito desde la herida, desde la piel y la entraña. A Jaime Baylye e Isabel Allende, por su forma de entretejer historia y emoción; a José Martí, una pluma que tanto amo y respeto; a Elena Poniatowska, por darle voz a las mujeres silenciadas; a Eduardo Galeano, por hacer poesía con la política. Y también a Clarice Lispector, por enseñarme que lo íntimo es tan literario como lo épico.

Pero también le debo a mis abuelas, a las mujeres que escuché contar historias de la vida real con una intensidad literaria sin saberlo.

Eres una escritora joven, ¿hacia dónde vuelan tus sueños?

Mis sueños vuelan hacia el cine, hacia los escenarios, hacia el corazón de cada lector que se atreve a reconocerse en lo que escribo. Quiero seguir contando historias que incomoden y sanen, que sacudan y abracen.

Sueño con una literatura más honesta, menos domesticada. Con libros que no necesiten aprobación para existir, y con mujeres que se reconozcan en mis páginas y digan: “Esto también me pasó a mí”.

De tus labios, alguna frase a la ciudad de Tampa...

Tampa es para mí el umbral de lo posible. Fue en esta ciudad donde me invitaron por primera vez a una feria del libro. Aquí han florecido tantos cubanos, lejos de sus raíces, pero sin olvidar su origen.

A esta ciudad le digo: Gracias por acoger mis palabras como si también fueran tuyas, por ser testigo del renacer de una mujer cubana que escribe para no olvidar de dónde viene, pero también para imaginar hacia dónde puede ir.

 

 

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