Por Gabriel Cartaya
A principios de 1892, cuando José Martí está comenzando a organizar a
los patriotas cubanos de la emigración y dando los primeros pasos en la
creación del Partido Revolucionario Cubano, se produjo un incidente que pudo
dañar duramente su imagen como líder político de aquel movimiento. Fue la carta
publicada por el Comandante Enrique Collazo en un periódico de La Habana y
firmada por otros tres oficiales del Ejército Libertador (José María Aguirre,
Francisco Aguirre, Manuel Rodríguez). En dicha misiva se condenaba con epítetos
llegados hasta la ofensa al hombre que comenzaba a ganar un alto prestigio como
guía principal de la revolución cubana.
La carta de Collazo se escribe como reacción a un fragmento del
discurso que Martí pronunciara en Ybor City el 26 de noviembre de 1891, en el
que hace alusión a Ramón Roa, un veterano de la Guerra Grande. Roa había
publicado el libro A pie y
descalzo, donde se exponían con crudeza las penurias que la vieja
generación había padecido en los diez años de guerra. Martí consideró que
aquella exposición podía crear un clima inapropiado en el momento de estar
llamando al reinicio de la epopeya bélica.
El párrafo del discurso que provocó la polémica fue
el siguiente:
“¿O nos ha de echar atrás el miedo a las
tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del
gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy
común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en
Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? -Pues como yo sé que el mismo
que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy
buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en
Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos
quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo:-¡Mienten!”
Tal vez considerar a Roa “gente impura” y condenarlo
por cobrar un salario del gobierno español en Cuba, no fue un acto de sensatez
política en el momento en que son requeridas todas las fuerzas para la
unificación de un movimiento revolucionario que llevaba décadas de dispersión.
Más grave, si se tiene en cuenta la amistad del viejo mambí con altos oficiales
del mambisado.
La reacción de algunos veteranos que radicaban en La
Habana, cercanos a Roa y bajo su influencia, se expresa con toda violencia en
la carta que dio a conocer Collazo el 6 de enero de 1892, donde confiesa haber leído “un discurso de
usted pronunciado en Tampa el 26 de noviembre de 1891”, en que según Collazo, se ofende a los cubanos al decir que pueden
temer a las penalidades de la guerra.
La carta defiende al autor del libro aludido en el
discurso de Tampa. “Pues bien, señor Martí: ofensa tan grave a los cubanos,
jamás pensó inferirla el autor de A pie y descalzo, ni ninguno de sus
compañeros, que unánimemente aplaudimos la veracidad y oportunidad de un libro
cuya moral debe llenar de orgullo a todo corazón cubano”.
A continuación, Collazo ataca a Martí, haciéndose
eco de calumnias e intrigas:
“No nos extraña que usted haya comprendido mal la
índole de A pie y descalzo: el libro ha debido parecer a usted
terrorífico. El que (...) no cumplió con los deberes de cubano cuando Cuba
clamaba por el esfuerzo de todos sus hijos; el que prefirió continuar primero
sus estudios en Madrid, casarse luego en México, ejercer en La Habana su
profesión de abogado, solicitar más tarde, como representante del Partido
Liberal, un asiento en el Congreso de los Diputados, (...) el que prefirió
servir a la Madre Patria, o alejar su persona del peligro, en vez de empuñar un
rifle para vengar ofensas personales aquí recibidas, ése, usted, señor Martí,
no es posible que comprenda el espíritu de A pie y descalzo. Aún le dura
el miedo de antaño”.
En realidad se trataba de una calumnia, pues durante
la estancia de Martí en Cuba (1878-1879)
le ofrecieron algunos cargos en el Gobierno, pero no aceptó ninguno. También confesó en
múltiples ocasiones que sólo hubiera ocupado un cargo, para desde él pedir la
independencia de Cuba.
Collazo es también injusto al acusarlo de estar
“adulando a un pueblo incrédulo para arrancarle sus ahorros”, cuando sabía que
la prédica martiana se dirigía a incorporar cada centavo recaudado por los
trabajadores cubanos emigrados a la preparación de la guerra necesaria.
Finalmente, lo ofende en el plano que más puede
doler al hombre que está llamando al levantamiento armado: el valor personal
para el combate. “Si de nuevo llegase la hora del sacrificio, tal vez no podríamos
estrechar la mano de usted en la manigua de Cuba; seguramente porque entonces
continuará usted dando lecciones de patriotismo en la emigración, a la sombra
de la bandera americana”.
La carta
en que Enrique Collazo ataca a José Martí se dio a conocer enseguida en Tampa,
Cayo Hueso y Nueva York. El agraviado, inmediatamente, hizo pública su
respuesta, expresando “la obligación de contestar la infortunada carta que con
fecha 6 de enero se sirvió Vd. dirigirme, y me causó más pena que enojo, porque
en ella revela Vd. la capacidad de ofender sin razón, y muestra su
desconocimiento lamentable de la obra de generosidad y de prudencia” de la
emigración.
Acto seguido defiende las ideas expuestas por él en
el discurso del 26 de noviembre en Ybor City, contenidas en el párrafo
impugnado por el militar desde La Habana. No se retracta de haberlas expresado,
porque considera que en el libro
aludido, Roa ha recreado una atmósfera
sombría que puede ser contraproducente en el momento en que se está convocando
al reinicio de una guerra necesaria.
Collazo tergiversa la crítica martiana a quienes sirvieron en la revolución y
después usaron “su influencia para aflojar la virtud renaciente”,
identificándola injustamente con una supuesta condena de Martí a quienes estuvieron
en el campo mambí. Por eso la respuesta es tajante: “El que peleó en la revolución es santo para
mí, señor Collazo”.
Con relación a los ataques a su persona, se defiende
con este párrafo que cito íntegro: “¿Qué le diré de mi persona? Si mi vida me defiende,
nada puedo alegar que me ampare más que ella. Y si mi vida me acusa, nada podré
decir que la abone. Defiéndame mi vida. Sé que ha sido útil y meritoria, y lo
puedo afirmar sin arrogancia, porque es deber de todo hombre trabajar porque su
vida lo sea: responder a Ud. sería enumerar los que considero yo mis méritos.
Jamás, Sr. Collazo, fuí el hombre que Ud. pinta. Jamás preferí mi bienestar a
mi obligación. Jamás dejé de cumplir en la primera guerra, niño y pobre y
enfermo, todo el deber patriótico que a mi mano estuvo, y fue a veces deber muy
activo. Queme Ud. la lengua, Sr. Collazo, a quien le haya dicho que serví yo a
la madre patria. Queme Ud. la lengua a quien le haya dicho que serví en algún
modo, o pedí puesto alguno, al Partido Liberal”.
En cuanto a “arrancar a los emigrados sus ahorros”,
la respuesta la remite a la reacción que tuvo la propia emigración ante la
carta infortunada: “Y en cuanto a lo de
arrancar a los emigrados sus ahorros, ¿no han contestado a Ud. en juntas
populares de indignación, los emigrados de Tampa y de Cayo Hueso? ?No le han
dicho que en Cayo Hueso me regalaron las trabajadoras cubanas una cruz? Creo,
Sr. Collazo, que he dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura de su amor,
cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchas veces fortuna y
honores. Creo que no me falta el valor necesario para morir en su defensa”.
La cita anterior cierra con la seguridad de tener
“el valor necesario” para morir por la independencia de su país, de lo que dio
muestras con su vida. Pero, por si había alguna sombra de amenaza en la
indicación de encontrarse cara a cara más adelante, José Martí le expresa toda
su disposición: “… no habrá que esperar a la manigua, Sr. Collazo, para darnos
las manos; sino que tendré vivo placer en recibir de Ud. una visita inmediata,
en el plazo y país que le parezcan convenientes”.
En carta de esos días a Fernando Figueredo, Martí le
dice: “Ya El Cayo les respondió. Y
Tampa”. Y a Eligio Carbonell: “Y la
nobleza y sensatez de Tampa han sido mucho mayores que la astuta malignidad con
que se ha querido envenenarnos. No es sólo gratitud lo que siento por haberles
inspirado esa fe, ni la alegría de poder ver a un vasto número de hombres con
cariño de familia, sino el gozo de ver a un pueblo tan bien preparado ya para
la libertad; de ver tanta alma de oro, por el brillo y por la fortaleza”.
El apoyo de la emigración cubana a Martí, ante el
pronunciamiento con que Enrique Collazo y otros viejos oficiales del Ejército
Libertador intentaron dañar su imagen, resultó decisivo en los días que se
iniciaba la organización del Partido Revolucionario Cubano. Y en ese acto de
conciencia tuvo la emigración cubana de Tampa una actitud muy avanzada.
Es bueno saber que el incidente quedó zanjado con
esta carta. Al mes siguiente, Martí escribe a Figueredo, confesándole que se lamentaba de tener que “razonar contra
un cubano que se expuso mil veces a morir por su país; y se dolía mi corazón
profundamente de lo que me mandaba escribir el interés público y la dignidad
(... ) Lo que rechacé no fue la ofensa, sino el peligro (...) Y si cerré mi
respuesta con un convite inevitable, no fue por alarde odioso (…) sino porque
en campaña es indispensable el valor”.
Le aclara a Fernando que ya ha olvidado una agresión
“que no me causó más pena que la de que fuera autor de ella un hijo de mi misma
madre”.
En 1894 Martí felicita a Collazo por su libro Desde
Yara hasta el Zanjón y a fines de enero de 1895 se encuentran en Nueva
York, donde firman la orden de alzamiento. Juntos salen de Nueva York hacia
Santo Domingo, con la idea compartida de encaminarse a la guerra. Otras razones
determinaron que Collazo no pudiera entonces salir para Cuba, pero lo hizo en
marzo de 1896, llevando una expedición preparada en Tampa.