jueves, 1 de octubre de 2015

La visita de José Martí a Máximo Gómez en septiembre de 1892

Por Gabriel Cartaya

Los primeros meses de 1892 fueron arduos y decisivos en la consagración de José Martí como máximo dirigente del independentismo cubano. Desde su primera visita a Tampa, a fines de noviembre de 1891, dedicó todo su esfierzo a la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), definiendo en el primer artículo de sus Bases su objetivo central: “…lograr, con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”.
El fervor que en Tampa, Cayo Hueso, Nueva York y otras ciudades donde radicaba la emigración revolucionaria cubana, permitió que en abril de 1892 se proclamara oficialmente el nacimiento de esa organización, de la que resultó electo José Martí para su máxima dirección.
La organización del reinicio de la guerra de independencia, detenida en 1878 con el Pacto del Zanjón, la habían encabezado hasta entonces los máximos líderes del 68, pero ni los grandes generales Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto García y otros que lo intentaron, consiguieron vertebrar un movimiento unificado eficaz para lograr sus propósitos. Sin embargo, el valor y gloria de ellos era imprescindible en cualquier proyecto encaminado a desatar nuevamente la guerra. 
Consciente de esa realidad y sobre todo estimando los valores de los veteranos, Martí sabía que mientras no se incorporara la  jerarquía militar de la Guerra Grande al proyecto del PRC, no era posible avizorar el triunfo de sus postulados. No resultaba una tarea fácil, por las viejas rencillas cultivadas desde los años de la guerra entre la dirección militar y la civil del Gobierno de la República en Armas. La ojeriza hacia el elemento civil del que Martí procedía, podía despertar suspicacias en los militares a la hora de ser llamados a las filas de la nueva organización.
Los escollos eran mayores porque en las relaciones del Delegado del PRC con el General más acatado por toda la oficialidad del 68, había una página discrepante a la que podían acudir los detractores de un movimiento que no procedía de los militares.
Es la página de 1884, cuando Gómez y Maceo hicieron un enorme esfuerzo para organizar un plan que propiciara el reinicio de la guerra. Los dos generales consideraron que era imprescindible el apoyo de la emigración cubana de Nueva York, donde Martí era una de las figuras más sobresalientes. El 2 de octubre de ese año Martí se reúne por primera vez con los dos grandes héroes que tanto admira, en el hotel de Madame Griffou, situado en la calle 9, n.º  21 este. Se entrega al proyecto con todo su entusiamo, pero cuando aprecia en los días sucesivos su carácter militarista y ante las objeciones de los generales cuando intenta sugerir ideas nuevas, decide separarse de un intento que fracasó por carecer de un sustento ideológico que hubiera podido nutrirse con el pensamiento que el nuevo líder ya estaba proponiendo.
 Es verdad que la carta de ruptura que Martí le dirige a Gómez, el 20 de octubre de ese año, es bastante dura, amarga y hasta injusta, si se desprende de las circunstancia en que se produce. Es su “determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal”.
El método de ‘ordeno y mando’ con que lo generales llegaron a pedir apoyo a la emigración, hicieron temer a Martí que los líderes de la causa independentista, como pasó en tantas repúblicas hispanoamericanas, se enseñorearan del país. “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”, le dijo entonces a Gómez el mismo hombre que llegó, a caballo hasta la finca La Reforma, en Montecristi, el 11 de septiembre de 1892, para apartarlo de los bueyes con que labraba la tierra y pedirle que se pusiera al frente del ramo militar del PRC.
Grandeza de los héroes verdaderos. Tres días estuvo Martí en la casa de campo del General, que estaba al cumplir 57 años cuando él llegó a pedirle que abandonara la tranquilidad de la esposa, los hijos, la casa amada, para volver a la guerra en un país que no era el suyo, “sin más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”. Al final de esa carta, inmensamente bella, el Maestro le declara no tener un “orgullo mayor que la compañía y el consejo de un hombre que no se ha cansado de la noble desdicha, y se vio día a día durante diez años en frente de la muerte, por defender la redención del hombre en la libertad de la patria”.
La aceptación inmediata de Máximo Gómez fue la consagración definitiva de José Martí como el máximo conductor del movimiento revolucionario cubano de su tiempo. Al conocerse la entrega de Gómez al proyecto de Martí, desde su puesto como Jefe del Ramo Militar del PRC, se despejó el camino para que el resto de los prestigiosos oficiales del Ejército Libertador se sumaran a la convocatoria martiana, la que no sólo se limitaba a la conquista de la independencia, sino a la construcción de una república libre   y democrática.
     Por esa idea cayó el Apóstol en combate, al lado del Generalísimo, a quien en septiembre de 1892 fue a visitar en su casa dominicana, para pedirle que lo acompañara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario