domingo, 29 de junio de 2025

Con la palabra del escritor Amir Valle

El reconocido intelectual Amir Valle, de origen cubano y radicado en Berlín, nos visitará en Tampa el próximo 28 de junio. El escritor, cuya obra ha merecido elogios de Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos,  Carlos Alberto Montaner y otros prestigiosos narradores, llega a nuestra ciudad a presentar su novela Mi nombre es polvo, “memorias impúdicas de un tatuador enloquecido por sus delirios de grandeza, sus traumas familiares y sus sueños de alcanzar la posteridad”, como advierte la la nota de contraportada.

Cuando Vargas Llosa leyó una de las novelas de Amir le escribió para “agradecerle nuevamente Las palabras y los muertos que por fin he podido leer entre maletas, aviones y desplazamientos frenéticos. La novela es excelente y me siento honradísimo por tu generosa dedicatoria”.

Amir, quien también es ensayista, periodista y editor, tiene una vasta obra que ya cuenta con unos treinta libros, entre ellos varias novelas que han merecido premios y una atención muy favorable de la crítica. Previo a su visita, nos comunicamos con el escritor, quien dirige la editorial Ilíada en Alemania, con el pedido de que nos contestara algunas preguntas para La Gaceta, a lo que accedió con amabilidad.

Con tu última novela, Mi nombre es polvo, acompañada de un subtítulo aún más incitante –Memorias impúdicas de un tatuador enloquecido–, te esperamos en Tampa a finales de junio. ¿Con qué ilusiones anotas en tu itinerario nuestra ciudad?

Estados Unidos, país que nunca me ha gustado para vivir, tal vez porque mi espíritu es más mediterráneo que americano o caribeño, siempre despierta en mí dos niveles de ilusión. El primero, histórico, puesto que se trata de un sitio que está más conectado –más de lo que muchos imaginan– con la historia de nuestra sufrida isla, conexiones que en el caso de Tampa se profundizan en el intelectual que creo ser porque allí dejó muchas marcas el más universal de los cubanos, José Martí, figura que en muchos modos venero en lo humano/poético/periodístico, aunque esa veneración no sea tanta, lo confieso, en relación a ese accionar que lo convirtió también en una figura central de nuestra historia política.

 El segundo nivel de ilusión es más, digamos, carnal… allí hay amigos, colegas, lectores, fieles todos a toda prueba, y a muchos de esos amigos hace ya casi 30 años que no los veo, y la posibilidad de compartir un abrazo, conversaciones actualizadoras, confrontar visiones aprendidas en décadas de exilio, complicidades cerradas nuevamente cara a cara, es un generador de ilusiones inagotable.

¿En qué mundo fantástico y real se adentra Mi nombre es polvo?

Lo que pueda haber de fantástico en la novela es el pretexto que me tomé, el canal que construí para hablar de problemas humanos esenciales, todos relacionados con esa bestia cada vez más miserable y más alejada de Dios que es el ser humano. Lo fantástico, que muchos consideran “lo irreal posible”, se convierte en un espejo que pretende mostrarnos al míster Hyde que todos llevamos bajo la piel y que solemos esconder. Pero todo parte de una historia real y de un personaje real.

 En septiembre de 2009, en Berlín, la ciudad donde vivo, un amigo pintor me llevó a conocer a un conocido tatuador en el populoso y depauperado barrio de Kreuzberg. Un muy joven tatuador que tenía fama de loco, que poseía una cultura alucinante y hacía tatuajes realmente extraordinarios –y esto es lo que anunciaba a gritos la locura que todos le endilgaban– supuestamente gracias a un talento que, juraba él, le había sido concedido por Dios –un dios, por cierto, que podía ser cualquiera de los dioses existentes porque él jamás definió cuál era. Aseguraba además que en cada una de las obras de arte que tatuaba sobre la piel de las cientos de mujeres que él consideraba haber “embellecido”, lo acompañaba, aconsejándolo, una especie de ángel –cuya descripción tampoco tenía que ver con la imagen tradicional de lo que entendemos como ángel. Y en las paredes de su sucio estudio se veían las fotografías de muchos de sus tatuajes a mujeres, pues solo tatuaba a mujeres y, sin exageración alguna, tenían ese sello de genialidad de los grandes artistas universales, que parecen inspirados por una fuerza sobrenatural.

Meses después de conocerlo, el tatuador mató a una de sus clientes luego de estampar en su cuerpo otra de sus maravillas, huyó de la ciudad y se refugió durante un tiempo en un apartado pueblito en las montañas de la Selva Negra, en el sur de Alemania, para finalmente suicidarse.

La prensa roja alemana, pues la noticia jamás fue reflejada por la “prensa seria”, insistió en sus artículos sensacionalistas que existía la posibilidad de que esa muchacha asesinada no fuera la única víctima de aquel tatuador. De ahí, hurgando en los motivos humanos o bestiales, ocultos y públicos, míticos o reales, fascinantes o repulsivos, que pudieron crear el universo vital de este tatuador, nació la idea de esta novela.

En tus años de vida en Cuba hasta 2006 te diste a conocer como uno de los más significativos escritores de tu generación, con varios libros publicados y premios importantes. ¿Qué significó para ti iniciar la madurez literaria en un medio tan lejano (culturalmente hablando) del entorno de tus primeras creaciones?

Mi destierro fue desde el mismo inicio un reto. Cierto comisario cultural, cuyo único sello en la cultura cubana ha sido portar una melena y ascender en la política pese a ese rasgo afeminado en un mundo político machista, dijo cuando me desterraron: “ahora Amir, como muchos otros exiliados, conocerá la muerte literaria, se morirá como escritor, y perderá sus raíces culturales…”.

Ese, como sabemos, es el discurso que le hacen allá a los jóvenes intelectuales: si te vas del país, te mueres como creador, jamás serás nadie. Quienes me conocen, saben bien que soy muy tozudo, muy empecinado… Cuando me fui de Santiago de Cuba a La Habana, recuerdo que Aida Bahr me dijo: “¿para qué te vas? Acá eres cabeza de león, y allá serás solo cola de ratón” … y recuerdo que, sacando toda la autosuficiencia que entonces me caracterizaba (y que por suerte Dios ha ido arrancando a desgarrones de mí desde que le entregué mi vida a Cristo), le respondí a Aida: “me voy a ir, y te juro que voy a ser el mechón más visible de la melena del león”…

Mirando atrás, creo que logré ser uno de esos mechones visibles, eso que tú acabas de definir como “uno de los más significativos escritores de tu generación, con varios libros publicados y premios importantes…”. Y te confieso que no tardé en descubrir en mi destierro forzado (primero en Madrid y luego en Alemania, donde ya cumplo 20 años de vida) que en Cuba la política cultural obliga a los escritores a transitar los caminos que los políticos establecen y, encima, como si fueran caballos con orejeras, condenados a mirar solo ese camino predeterminado por la política y la ideología “revolucionaria”.

No tardé en descubrir en mi destierro que el verdadero reto de un escritor no es solo conquistar un sitio en la literatura de su país, es conquistar también ese amplísimo escenario que es el territorio de la lengua –la española o castellano en nuestro caso–, y después seguir la conquista hacia ese espacio más abierto y plural que es el de la literatura universal.

Y aunque uno nunca está satisfecho, ver mis libros publicados en las más grandes editoriales en lengua española, haber obtenido premios literarios internacionales de seriedad indiscutible, que mi obra literaria se incluya en los planes de estudio de las más importantes universidades en casi todo el mundo, y que mis libros se traduzcan a numerosos idiomas, me hace sentir que las malsanas intenciones del melenudo comisario cultural no se han cumplido. Y todavía me siento con fuerzas para seguir asumiendo el reto de no dejarme aplastar por las circunstancias casi siempre adversas que impone el destierro.

Dijiste en una entrevista que los cubanos no distinguimos bien entre los conceptos de ­exiliado y desterrado, condición con la que empezamos a vivir sin estar preparados para entenderlo. ¿Cómo se da, desde tu experiencia, la interpretación de esa afirmación?

Que yo insista en que tengamos bien claras la diferencia entre esos dos términos legales nace de mi experiencia con la política exterior europea, donde esa diferencia decide el tratamiento  que  se le ofrece a un emigrante. Por ejemplo, he escuchado a muchos cubanos decir que son desterrados, pero jamás se metieron en política en Cuba, en la Isla se vieron ahogados por la miseria económica y por ello un día huyeron del país por sus propios medios. Otros dicen “soy un desterrado porque me vi obligado a huir de Cuba”. En esos casos usted es un exiliado económico o político, no es un desterrado.

El destierro es otra cosa: un desterrado es alguien a quien un gobierno expulsa del territorio nacional, con sus medios y, además, establece una prohibición legal de regreso a ese territorio. Desterrados en su tiempo fueron Heredia o Martí; desterradas hoy han sido la periodista Karla Pérez o la activista Anamely Ramos, para poner solo algunos ejemplos. En mi caso, viajé a España en 2005 a presentar una de mis novelas, el gobierno había decidido no dejarme regresar al país y ni siquiera pude montarme en el avión hacia la Isla, y después, cuando tras mis gestiones personales exigiendo mi derecho a regresar y tras las peticiones del gobierno alemán de una definición oficial a mi caso, la dictadura dejó ver que no permitiría mi entrada a Cuba bajo ninguna circunstancia y que yo, como me dijo el funcionario alemán que llevaba mi expediente migratorio, había perdido “el derecho a ser considerado ciudadano cubano”… me vi obligado durante años a vivir con un pasaporte alemán acuñado por la Oficina de Refugiados de Naciones Unidas que determinaba mi condición de “apátrida” hasta que recibí la nacionalidad alemana en 2020.

Además de los traumas derivados de vivir separado de mis hijos unos años, hasta que mi esposa y yo logramos sacarlos del país, no pude estar al lado de mi madre en sus últimos años y me vi obligado a hablar por teléfono cada semana con un ser indefenso cuya demencia senil le permitía intuir que su único hijo estaba lejos (“mi único huevo”, me decía ella), sin identificar en mi voz la voz de ese hijo lejano.

Un día hablé con ella sin que me reconociera y, horas después, recibí la llamada de mi padre haciéndome saber que había muerto dormida el mismo día en que cumplía 80 años. La imagen que conservo de mi madre muerta es la foto de una urnita con sus cenizas que me envió mi padre desde La Habana. Aún así, mi destierro ha sido un duro aprendizaje de que nada de lo sucedido, ni de lo que pueda suceder, envenenará mi alma con la ponzoña del odio. Dios me ha dado la sabiduría para no odiar, ni siquiera a quienes tanto daño me han hecho. Mi alma está limpia de rencor, de deseos de venganza, de odios.

El universo de tu escritura es muy polifacético: cuento, novela, ensayo, periodismo. De esos géneros, seguramente es en la novela donde se cumple mejor tu confesión de que escribir “es un divertimento”. ¿Cómo te aíslas del mundo para tanto jugar?

Creo que la clave es que jamás me he aislado del mundo, vivo conectado al mundo.

Me precio de decir que he vivido intensamente cada instante de mi vida. Y, yendo a lo literario, al método de creación, nunca duerme el periodista que soy, siempre estoy mirando el mundo, analizando lo que sucede, leyendo todo lo que cae en mis manos en todos los ámbitos, buscando lo que de humano y divino y diabólico hay en todo ese desastre que vivimos en este mundo que, para colmo, estamos convirtiendo en un verdadero infierno. El diablo no necesita sus huestes demoníacas, nos tiene a nosotros, los seres humanos, para crear ese terrible infierno en la tierra de la que habla el Apocalipsis, en la Biblia. Y en tanto escritor me alimento de esa carroña, como aconsejaba Hemingway, porque un día ese inolvidable hermano que fue el escritor Guillermo Vidal, junto a ese otro hermano entrañable que es el escritor Alberto Garrido, me llevaron a los pies de Dios y allí, mi primer miedo fue: ¿si yo me entregaba a Dios, Dios aprobaría que yo siguiera escribiendo de putas, drogadictos, asesinos, violadores, bestias humanas en toda regla hundidas en ese estercolero sodómico y gomórrico que es el mundo en que habitamos?... Le dije, allí, de rodillas, “si no es eso lo que quieres, arráncame de raíz esta enfermedad de escribir y ciérrales las puertas a todos mis libros”, y sucedió lo contrario.

Desde entonces, dejé de ser solo conocido en mi país y comenzó el reconocimiento internacional del que hoy disfruto. Tiempo después, un respetado profeta norteamericano, de visita en Berlín, y sin conocerme de nada, se paró ante mí en uno de los cultos de mi iglesia y dijo: “Como dice Dios en Jeremías 30:2 Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado”. Supe que Dios respondía y me daba una misión: “seguir escribiendo de esos mundos perdidos, de esos infiernos humanos, para que el hombre se viera cara a cara con todas las miserias que ha generado negar a Dios, darle la espalda a su infinito amor”.

Son muchos tus libros (alrededor de 30), entre ellos varias novelas. Sé que los padres no excluyen hijos, pero, si tuvieras que elegir tres de ellos, ¿qué criterios te llevarían a hacerlo?

Justo el criterio anterior: esa materialización de los pocos talentos que Dios me dio para poner a nuestra especie, supuestamente superior, de cara a sus propios y más íntimos demonios. Mis preferidas en ese sentido, Las palabras y los muertos, Santuario de sombras y Mi nombre es polvo; tres variantes distintas en mi creación novelística: histórica, policiaca y fantástica; tres estilos que se unen en eso que los investigadores de mi obra han definido como “la obsesión de Amir Valle en las distintas esencias de los infiernos humanos”.

En todos los caminos por donde te ha llevado la vida, ¿cómo va Cuba?

Siempre recuerdo que mi editor alemán, Peter Faecke, se conmovía cuando yo repetía unas palabras que pueden leerse en la página inicial de mi sitio web personal, y que aquí parafraseo porque es lo que mejor responde a tu pregunta: Soy un escritor cubano: esa es mi cruz. Cada ser sobre la tierra carga su cruz personal e intransferible, con idéntica cuota de amor y agonía, desde que nos hizo Dios o el gran estallido. No habito Cuba: Cuba me habita. Y amo mi Isla con la misma rabia en que la padezco. Amo su diversidad y padezco sus cegueras. Amo a Benny Moré y a Celia Cruz, a Fernando Ortiz y Moreno Fraginals, a Lezama Lima y Eugenio Florit, a Carpentier y Cabrera Infante, a Enrique Arredondo y Guillermo Álvarez Guedes; a Wifredo Lam y Cundo Bermúdez, y padezco las razones absurdas que intentan negarles lo que son: patrimonio de todos los cubanos, por encima de credos, filiaciones, intolerancias y extremismos.

Desde esa Cuba escribo (y aquí debo indicar que no es la Cuba geográfica sino la espiritual). Buscando librar a mis palabras del encierro que impone esa “maldita circunstancia del agua por todas partes”, de la que habló Virgilio Piñera. Porque soy dueño de un país íntimo, intransferible, que ninguna coyuntura de poder puede arrebatarme: una Cuba que viaja conmigo a todas partes, libre, seductora, altiva y rebelde. Mis personajes gravitan sobre esa Cuba como fantasmas. Como Cuba, ellos también me habitan, seducen, esclavizan; dictan las historias que otros locos disfrutan o padecen en mis libros. En un mundo sin diálogo como el que nos toca vivir, creer en la libertad de la palabra es de locos. Me confieso empecinadamente loco.

Muchas gracias.

 

 

 










No hay comentarios:

Publicar un comentario