Por Gabriel Cartaya
Cuando se edifique la extensa galería de los héroes que han vivido en
Tampa a lo largo de su rica historia, hay que anotar, en letra fulgurante, el
nombre de Gerardo Castellanos Leonard.
Es deber de gratitud evitar que se vaya desdibujando en la memoria el
nombre de quienes, en las generaciones precedentes, dedicaron su tiempo a trabajar por un
futuro mejor. Uno de ellos, Gerardo
Castellanos, vino a vivir a Tampa en la década de 1890, cuando los cubanos de
la isla y los del exterior se reunían para conseguir la independencia de su
país.
Llegó a la vida en 1843, en el poblado de Esperanza, Ranchuelos,
provincia de Las Villas. De manera que
cuando Carlos Manuel de Céspedes dio inicio a la llamada Guerra Grande, tenía
25 años. Se incorporó inmediatamente a la contienda, con las fuerzas alzadas de
su región. Debió distinguirse mucho desde los primeros días, porque su nombre
aparece entre los asistentes a la Asamblea de Guáimaro, el 12 de abril de 1869, cuando los guías del
independentismo cubano se reunieron a crear la primera República en Armas.
Castellanos
participó en varios combates y ascendió hasta el grado de Comandante, pero en
1873 fue hecho prisionero y lo condujeron a la ciudad de Camagüey. Se salvó de
milagro y las gestiones de la familia consiguieron trasladarlo a su pueblo
natal.
Allí pudo
burlar la vigilancia, hasta salir por Cienfuegos en la goleta “Cristina”, en la
que llegó a Nueva York.
En el destierro neoyorquino trabajó con la emigración revolucionaria
cubana a favor de la guerra de independencia y estaba en planes de participar
en una expedición hacia la isla cuando supo que la guerra había terminado con
la paz del Zanjón. Unos años más tarde se establece en Cayo Hueso, donde fue a
parar una gran cantidad de militantes de una guerra que había concluido sin la
independencia. Allí estaba cuando llegó José Martí el 25 de diciembre de 1891.
En Cayo Hueso, Gerardo Castellanos, junto a Francisco Lamadriz, José
Dolores Poyo y otros altos oficiales del
Ejército Libertador durante la Guerra del 68, fue uno de los líderes más
activos en secundar la obra martiana de
creación del Partido Revolucionario Cubano, organizar la emigración y
conducir todo el proceso que condujo al reinicio de la guerra en 1895.
Justamente, fue Castellanos quien dirigió la Asamblea donde se aprobaron las
Bases y Estatutos de la nueva organización revolucionaria, en el Club San
Carlos, en abril de 1892.
Pero la labor más sobresaliente de Gerardo Castellanos y tal vez la
que más lo distingue ante la historia, es que fue el hombre elegido por José
Martí para la labor más delicada y peligrosa que se trazó cuando ya el PRC
estaba establecido en las ciudades más activas de la emigración cubana. El plan
era que un dirigente del Partido entrara clandestinamente en Cuba, se reuniera
con independentistas de todas las regiones posibles del país, explicándoles el
nivel de preparación, los objetivos, el plan de la nueva organización y que
confiaran en que ese era el camino adecuado para reiniciar la guerra, lograr la
independencia y fundar una república “con todos y para el bien de todos”. Había
que lograr no sólo que se incorporaran al nuevo proyecto, sino algo más
difícil, evitar alzamientos prematuros que desgastaran inútilemnte las fuerza revolucionarias.
Esa Misión a Cuba (como se tituló ejemplarmente el libro que su hijo
Gerardo Castellanos García escribió sobre ese hecho), le correspondió al héroe
a quien dedicamos estas líneas.
En una carta que Martí le escribe el 4 de agosto de 1892, cuatro días
antes de salir Castellanos para Cuba, le dice:
“Pocos hombres, amigo Gerardo, podían llevar a cabo con éxito la misión
que le he echado encima porque, pocos han aprendido la necesidad de dirigir el
valor y unir el entusiasmo”. Al final de esa carta extensa, donde le da todos
los detalles de su misión, el Apóstol le pide, con la ternura de un niño:
“…tráigame noticias que me pongan contento”.
El enviado especial de José Martí desembarcó en el Puerto de La Habana
el 9 de agosto de 1892, con una documentación que lo identificaba como
comprador de materias primas para la fábrica de tabacos de la que era
copropietario. A partir de ese día es impresionante la labor que realiza, desde
la capital del país hasta la región oriental. Visitó decenas de ciudades y
poblados, reuniéndose en cada uno de ellos con los principales exponentes del
independentismo de la vieja y la nueva generación. El comisionado, cuya
honradez y valor eran probados, debía
realizar toda su labor de memoria y aprender todos los mensajes recibidos de
ida y vuelta, en absoluta clandestinidad. Tres veces viajó Castellanos a la
isla, la última en 1894, y en todas le llevó contento a José Martí.
No tengo indicios de la fecha en que Gerardo Castellanos abandonó su
hogar de Cayo Hueso, donde trabajó en distintas fábricas de tabacos. Considero
que fue en 1894, cuando muchos emigrados cubanos se retiraron de ese lugar,
tras un arduo clima de huelgas. Muchos se establecen en un pequeño pueblo que
se está fundando en esa fecha al oeste de Ocala, al que nombraron Martí City,
del que hablaremos en una próxima entrega de esta columna. En el Acta de
Constitución de esa ciudad de cubanos aparecen los nombres de un grupo de
vecinos, entre los que está su nombre, siendo
uno de los más eficaces en la labor del Partido Revolucionario Cubano en ese
lugar.
Tampoco puedo precisar el momento en que Castellanos se radica en
Tampa. Tengo copia de una carta suya a Tomás Estrada Palma, de febrero de 1898,
donde se prueba que está viviendo en esta ciudad, pero seguramente su mudanza
había ocurrido muchos meses atrás, pues las heladas de fines de 1895 resultaron
tan dañinas en Ocala que las fábricas de
tabaco empezaron a trasladarse a Tampa y otros lugares.
En los años finales de la Guerra de Independencia en Cuba y cuando
Tampa era el centro de apoyo más importante desde el exterior, Gerardo Castellanos era un hombre con algo
más de cincuenta años que tenía un pequeño negocio de venta de tabacos en la
calle Franklin, entonces con el número 1011, a donde llegaba cada líder de la
causa cubana que pasaba por la ciudad. Ese lugar, al que llamaban La Cueva
del Gato Prieto, fue un hervidero de ideas y acción independentista y, por
qué no, un grato espacio donde brindar por los sueños de una república libre,
trabajadora y próspera, en el camino a la modernidad.
Hay una sentida frase de Fernando Figueredo, cuando al terminar la
guerra en 1898 decide regresar a Cuba: “Gerardo, me voy y te dejo en tu Cueva del Gato Prieto”. Es que
Castellanos no estuvo entre los primeros en correr a tomar un vapor en Port
Tampa, pues tenía la responsabilidad de
ordenar el destino de miles de cubanos que ansiaban volver a la patria. En
septiembre de 1899, organizó el regreso a Cuba de cien personas, a quienes los
fondos del declinante Partido Revolucionario Cubano les pudo costear el pasaje.
Pero él no pudo volver a su país hasta 1902, cuando ya se había constituído la
República.
El 16 de abril de 1923, en vísperas de cumplir 80
años, murió en Guanabacoa Gerardo Castellanos Leonard, el patriota cubano que alcanzó el grado de
Comandante en la Guerra de los Diez Años, el hombre valiente de la misión a
Cuba a petición de José Martí, el héroe americano que vivió en West Tampa y en
su Cueva del Gato Prieto, soñó y luchó por un mundo mejor.
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