Por Gabriel Cartaya
Cuando el jueves, 15 de
octubre, tuve la noticia del feliz nacimiento de mi nieto Ernesto Manuel
Cartaya Sánchez, compartí la alegría con quienes me acompañan en el trabajo de La
Gaceta. Agradezco a todos la jovialidad con que me expresaron las
felicitaciones, especialmente a Patrick Manteiga
por las palabras instantáneas con que acompañó el gesto: ponlo en el periódico.
No se me hubiera ocurrido, por
temor a que una brizna de nepotismo pudiera avistarse con la preferencia
familiar, sobre todo conociendo que ese vocablo con que se juzga la acción de
privilegiar a familiares en el desempeño de cargos públicos, tiene como raíz
latina la palabra neptis, cuyo significado en su uso popular era nieto.
Entonces, he preferido
compartir la alegría recibida por el advenimiento del primer sucesor de mi hijo
Ernesto, con breves asomos que desborden el alcance familiar.
En la tradición universal, la
figura del abuelo alcanza una presencia e intensidad que no posee la del nieto
y creo que ello se deriva de que sean esos ascendientes quienes cuentan la
vida. Sin embargo, paradójicamente, las obras que han encumbrado la figura del
abuelo en la literatura, han sido creadas por los recuerdos del nieto, a partir
del impacto que en ellos tuvo la relación afectiva que experimentaron con él.
Así lo vemos en el escritor Gabriel García Márquez, quien recibió la crianza y
protección de los abuelos durante
sus primeros años y, en
un marco de protección y cariño, le contaron las historias, leyendas y fantasías
que en la narrativa del escritor dieron origen a la expresión estilística del
realismo mágico. Se sabe que el Coronel Nicolás Márquez, su abuelo, es una prefiguración de Aureliano Buendía, el
de Cien años de soledad.
La belleza y enseñanza de la relación abuelo-nieto
está en muchas obras de la literatura universal, como ese precioso cuento de
los Hermanos Grimm, “El abuelo y el nieto”,
donde un anciano es desatendido por una familia que lo ha apartado a
comer solo en una vasija de madera, porque derramaba restos de alimentos en el
mantel. Un día vieron al hijo de 9 años horadando un trozo de madera y el padre
se acercó a preguntarle por lo que estaba construyendo. –Un plato, para dar de
comer a mamá y a papá cuando sean
viejos– contestó. Al día siguiente, todos fueron juntos a la mesa. La enseñanza
a aquellas personas mayores vino del nieto.
Hermoso y aleccionador es también el cuento “Pacto
de sangre”, de Mario Benedetti. La relación de complicidad que se establece
entre el nieto y el abuelo, introduce un clima de amor, calidez y confianza, en
un ambiente que estaba marcado por la frialdad de las relaciones entre la
familia.
Alguien dijo que uno ama a sus hijos, pero se
enamora de sus nietos, no tanto porque esa segunda paternidad esté marcada por
la experiencia, como por la serenidad que van alcanzando los sentimientos. Y
tal vez porque el abuelo ha llegado a
una edad donde, jugando con el nieto, renueva el recuerdo de la infancia.
Finalmente, quiero compartir un cuento, que acaba de
nacer con ese maravilloso ser que le da sentido.
Los dos abuelos
A Luis Manuel Sánchez
Ernesto Manuel tenía 24 horas de nacido cuando
llamaron por teléfono a su abuelo LuisMa, quien llevaba más de dos horas con el
hermoso bebé cargado, como prolongando en el calor de sus brazos el ambiente
tibio en que el líquido amniótico lo protegió en el vientre acabado de
abandonar.
Pero con la emoción del arrullo no se percató de
apagar el celular. Por esa razón imprevista, cuando el timbre anunció que
estaba siendo requerido, su primer impulso fue tantear, por encima de la tela
áspera del mezclilla, un botón donde acallarlo. Pero tuvo miedo de que un gesto
abrupto pudiera importunar al recién nacido.
Luis Manuel y G. Cartaya con el nieto |
Sin saber qué hacer, su mirada mezclada de alegría y
angustia se encontró, de golpe, con los ojos ansiosos del otro abuelo, que se
había precipitado desde 300 millas a la sala de postparto. En la primera
reacción de asombro, LuisMa no pudo entender que el timbre de su celular
tuviera la magia de producir tanto regocijo, aun cuando había seleccionado el
fragmento más bello de un nocturno de Chopin para sensibilizar los oídos de
quien le llamara.
Sólo al mirar los brazos abiertos y una mirada más
feliz que traviesa en los ojos del otro abuelo, LuisMa entendió la dimensión
del milagro, cumplido en la alquimia del apellido de ambos en un nuevo ser,
como símbolo de prolongación de la familia y la vida.
De todos modos, en el primer instante no alcanzó a
discernir cómo el otro abuelo pudo evaluar el peso de la llamada, para
reaccionar con unas palabras iluminadas y los brazos listos para acunar:
–No te preocupes, LuisMa, tómate tu tiempo, habla
con largueza–, de cuya frase insondable pasó a una especie de ru-ru-ru
con el bebé, que sonrió levemente al abrir los ojos.
Publicado en La Gaceta,
el 22 de octubre, 2015
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