Por
Gabriel Cartaya
Quien no
sienta amor por la tierra donde nació, tal vez nunca logre amar al lugar donde le lleve el
destino, porque el espacio del alma que afirma en la niñez la riqueza del
entorno primigenio se cultiva en el hogar congénito y desde el barrio de la
infancia se abre a lo universal.
El libro Puerto Real del Manzanillo, de
José Miguel Remón Varela, me confirma
esta creencia, pues el autor que evoca en sus páginas la ciudad en que vino al
mundo, no vive en ella desde los 13 años. Sin embargo, cruza en las páginas por
sus calles, esquinas, edificaciones, parques, malecón, clubes, como si nunca
hubiera estado lejos del paisaje donde tuvo sus primeros asombros, juegos y amigos. Mucho ha de querer a su
familia y a la ciudad de Tampa, donde vive, quien a los 36 años de distancia de
los recuerdos que narra ha dedicado tan amoroso y desinteresado empeño en
plasmar la riqueza de esa ciudad cubana enclavada en el Golfo del
Guacanayabo.
El libro, claro está, contiene un significado especial para los
habitantes y descendientes de ese lugar, vivan hoy donde vivan. Esta preciosa
obra, enriquecida con 170 postales a color sobre un excelente papel cromado,
desborda el interés legítimo de quienes son manzanilleros, porque ese mensaje
de amor al terruño original emerge como un referente sentimental al sitio de
cada quien, simbolizado en un espacio íntimo que se asume como pueblo de la niñez.
El autor de Puerto Real de Manzanillo,
sin requerir las herramientas metodológicas del historiador, ha incursionado en
los momentos más relevantes de los anales de la ciudad, consultando
acríticamente una amplia bibliografía, sin la pretensión de una monografía
académica, sino con el interés en situar
los acontecimientos que dieron origen y evolución a una ciudad que en las
primeras cinco décadas del siglo XX se convirtió en un modelo singular de
florecimiento cultural, a pesar de su distancia física de la urbe cosmopolita
del país. Asomarse a la riqueza del Grupo Literario de Manzanilo y a la
relevancia continental de la revista Orto, dan fe de ello.
El autor junto a su libro |
La actividad del puerto manzanillero, el
desarrollo del comercio y la industria local, el fulgor de sus calles, el
eclecticismo arquitectónico, la belleza de sus parques –especialmente la emblemática glorieta en el
Parque Central–, sus parroquias, hoteles, estatuas, litoral, y tantas personas
célebres o simplemente cercanas al autor, dan testimonio en este precioso
libro, tanto en la escritura como en sus fotografías históricas, del esplendor
que alcanzó Manzanilo en la etapa republicana de una isla que pudiera
pluralizar el nominativo de Perla del Caribe, pues una de las que la componen
–la ciudad del autor– es bien llamada Perla del Guacanayabo.
Desde lo autoral-personal, emergen los juegos
de la infancia, el embrujo ante el campo y el mar, y desde esos recuerdos el
libro se abre hacia el tejido social que se expresa en la escuela, en el
carnaval, en la vuelta al parque donde ellos y ellas estrenan la adolescencia
caminando en sentido inverso para facilitar una mirada, una sonrisa, una
ivitación a sentarse en uno de sus bancos, donde nació el amor de tantos. Desde
esta focalidad, el comportamiento humano de la ciudad va alcanzando una
dimensión ecuménica.
Naturalmente, Remón Varela ha visitado
Manzanillo en los últimos tiempos. Ha indagado en los archivos, conversado con
sus historiadores y poetas, con sus pintores y músicos, con la gente del
pueblo, y ha percibido con enorme sensibilidad el murmullo que nace del alma de
una ciudad que no olvida el esplendor de su belle époque: la ansiedad de
recuperar el color y embellecimiento del tiempo en que Benny Moré cantó a su
esplendor: Noche de luna de Manzanillo, brillo de plata sobre la mar…
Es verdad que entonces había ricos y pobres,
como puede apreciarse en los censos de la época. Hoy son menos los ricos, pero
los pobres se han multiplicado alrededor de los edificios depauperados, cuyo
deterioro provoca lástima cuando se compara con el fulgor que muestran en las
postales de este libro.
El autor se propuso “contribuir a rescatar del
olvido al Manzanillo de nuestros ancestros”, como dice en el prólogo, lo que
logra sobradamente al llamar la atención sobre el pasado floreciente de la
ciudad, sin convocar tanto al raciocinio que explique las
causas de la decadencia, como a la emoción de los sentimientos que impulsen su
restauración, para que Manzanillo recupere la belleza que la convirtió en Perla
del Guacanayabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario