Publicar
una entrevista con el abogado Richard Muga en La Gaceta, el año en que arriba a los 80 de
edad, es un imprescindible homenaje a quien ha dedicado una larga vida al
servicio de nuestra comunidad, especialmente desde su profesión de abogado.
Asimismo, nos honra dedicar un espacio a quien ha estado vinculado a esta
publicación durante décadas, desde su
temprana amistad con Roland Manteiga hasta la actualidad, en que escribe una
columna para sus páginas.
La historia de un hombre que llegó adolescente
a EE.UU. y con su esfuerzo se
convirtió en un prestigioso abogado, es un ejemplo para los jóvenes que hoy se
enfrentan a sus propias aspiraciones.
Pero será mejor que este cubano-tampeño, inteligente, perseverante y
bondadoso, nos hable de él.
¿Cuáles son los recuerdos más vívidos de su niñez en
el pueblo de Morón, Cuba?
Morón
en mis recuerdos es un pueblo alegre, con rica agricultura y grandes campos de caña e ingenios azucareros. Tambien
tengo recuerdos de mi familia y los viajes anuales a la playa de Las Tinajas,
donde teníamos una casa.
¿Qué circunstancias
determinaron que usted, con 15 años,
llegara a Estados Unidos en 1955?
Yo
pasé al Instituto de segunda enseñanza con un año de adelanto, a través de un
examen de admisión. Después de los primeros cursos comenzaron los paros de
clases, debido a los altercados revolucionarias que comenzaban. Los apagones de
luces, las amenazas de tiroteos, de lanzar veneno por el aire acondicionado de
los cines, crearon un ambiente que me hizo pensar que nunca podría terminar mi educación
en Cuba.
¿Cómo fueron los primeros años en Estados Unidos?
Unos
amigos de mi familia, Harry y Kitty Hutson, habían comenzado una empresa de
cultivo de arroz en la región. Después
de escucharlos hablar sobre este país, decidí que mi futuro estaba aquí. Traté
de convencer a mi familia y al principio se negaron a darme el permiso. Pero
había un estadounidense –Frank Gil– que tenía negocios con Cuba y era bien
conocido por mi tío, el Dr. José (Pepe) Pardo Jiménez, entonces senador y
ministro de Obras Públicas. Cuando la esposa de mi tío hizo una visita a Tampa
en compañía de Frank y su esposa, me dejaron venir con ellos con la idea de
matricularme en un colegio en Tampa por un semestre.
Viajamos
en camioneta hasta La Habana, donde tomamos un ferry que nos condujo a Key
West. De allí seguimos a Tampa. Aquí pasé mis primeras noches en el Hotel
Tahitian Inn, en compañía de mi tía.
Después
de la partida de mi tía, el señor Gil me llevó a un edifico de apartamentos en
la Calle 16 y la 8.ª Avenida, frente al
restaurante “Los Helados de Ybor”. En ese triste cuarto sentí miedo y soledad.
Pero después de un tiempo, el seňor Gil me encontró una habitación en una casa
de familia en West Tampa. Fui inscrito en Washington Junior High School y
comencé mis primeras clases, aprendiendo el inglés rápidamente.
En
Washington Jr. High conocí muchachos que me ayudaron a insertarme en la cultura
estadounidense. Tres de ellos fueron Manuel Gutiérrez, Arnold Romero y Ralph
Rodríguez. En 1956 tuve mi primer empleo, en La Gaceta.
Durante
mis primeros meses en EE.UU. recibía un cheque de mi madre de 65 dólares. Eso
era suficiente para pagar el alquiler. Por necesidad, hice varios trabajos como
limpiar establos de caballos, vender estiércol para abono o repartir
periódicos. Con ello conseguía los fondos necesarios para pagar el pasaje en
autobús de West Tampa a Washington y Jefferson y no tener que caminar de Abdela
y Gómez hasta Columbus Drive y Nebraska,
o a Columbus Drive y Highland
Avenue.
Me
mudé varias veces durante el año 1957, después de comenzar mis estudios en
Jefferson High School. Gracias a mi amigo Dennis Walker (QEPD) obtuve empleo en
la Funeraria A. P. Boza en septiembre de 1957. La bondad de Jerry Boza fue
extraordinaria. No sólo me ofreció trabajo y alojo en la funeraria localizada
en la calle Albany, sino también residencia permanente cuando esta abrió la
capilla en la Avenida Nebraska. Esa fue
mi residencia hasta el día de mi boda, el 4 de marzo de
1962.
Los
primeros meses en la funeraria tuve que dormir en una silla de patios. Pero
bueno, tenía un colchoncito y se estiraba suficientemente para poderme
acomodar. Yo, como otros empleados de Boza, también proveía servicios de emergencia
de ambulancias.
Jerry
Boza facilitó mi residencia permanente en este país. Viajé a Cuba en 1959,
después de la toma de poder por Castro. Durante el proceso de embarcar en el
aeropuerto, me registraron varias veces. Las autoridades pararon el avión, me
bajaron y de nuevo me registraron, pues tengo el mismo nombre de mi padre, el
cual había sido sentenciado a 40 años en prisión política en la Isla de Pinos.
Por un rato, pensé que me quedaría en Cuba.
De
regreso a Tampa, Walter López, un amigo conocido desde que llegué a esta
ciudad, me recomendó a la prestigiosa tienda de ropas Wolf Brothers, donde
comencé a trabajar, aunque seguía viviendo en la funeraria. En esa tienda
sobresalí como vendedor y me ascendieron a gerente del departamento de peletería
en su nueva tienda de Clearwater. Después, cuando la compañía Florsheim me
ofreció trabajo en las oficinas de Chicago, Mr. Harold Wolf me propuso una
posición en el departamento de trajes, mucho más lucrativa. También, fui
escogido por esta firma para servir como modelo de sus nuevos trajes y
chaquetas, lo que me aportó más ganancias.
En
el año 1970, a insistencia de mi esposa Sylvia, decidí comenzar mis estudios en
la Universidad de Tampa. Sería una tarea imponente, pues en esos tiempos,
después de la muerte de mi suegro, Al García, yo quedé encargado de la finca de
la familia. Era una intensa labor que desempeñaba solo, donde se producían de
cuatro a cinco mil pacas de heno y mantenía una manada de ganado en más de 120 acres. Al mismo tiempo, continúe
trabajando en Wolf Brother durante los fines de semana y por las noches en la
licorería de la familia García. Gracias a Dios, me gradué de la Universidad de
Tampa en dos años.
En
enero del 1973, mi esposa, mi madre y nuestras dos hijas cargamos un tráiler
con nuestras posesiones y nos marchamos para Houston Texas. Anteriormente,
guiados por E. J. Salcines y su esposa Elsa, viajamos a Houston para ser
matriculado en S.T. College of Law, obtener trabajo para mi esposa, un
apartamento y escuela para las niñas. En esa ciudad permanecimos 28 meses,
hasta graduarme en esa Universidad.
Graduarse en South Texas College of Law Houston
debió ser el cumplimento de uno de sus grandes sueños. Descontando el talento,
¿cuánto esfuerzo y perseverancia hubo detrás de ese título?
El esfuerzo necesario para obtener mi Doctorado en
Leyes fue enorme. A mi lado necesité el diccionario de términos legales. Muchos
de los conceptos eran totalmente ajenos. Las horas necesarias para asimilar el
material eran interminables. Durante mis últimos meses en Houston, trabajé como
maestro substituto de grados menores. Fue una necesaria faena que causaba más tensión. Con
el apoyo de mi esposa y de E. J. Salcines al fin pudimos obtener el título.
Siempre nos recordamos de la frase que mi esposa y yo habíamos adoptado: “El
fracaso no es una opción.” Nos mantuvimos con el salario de ella y lo poco que
yo ganaba de maestro. Nunca pedimos préstamos escolares.
En su profesión de abogado, ¿cuáles han sido los
momentos más difíciles para usted?
Los
momentos más difíciles durante mis años de abogado fueron preparando juicios en
el Departamento de Felonías de la Oficina del Fiscal en Tampa. Todavía más
difícil fue empezar la práctica privada. De nuevo, gracias a varios jueces que
me nombraron abogado de oficio para defender a indigentes, me mantuve a flote
desde el principio. Gracias a Dios que mi negocio creció en Tampa, dirigiéndose
en varias direcciones. Las áreas de lesiones personales, divorcios, al igual
que cambios de clasificación de zonas para propiedades, resultaron ser
lucrativas. Después de varios años,
decidí adquirir un edificio modesto en Plant City. Pensé que la población
hispana en esa ciudad necesitaba un abogado que se comunicara en su propia
lengua. Más tarde, junto con mi esposa, adquirimos dos edificios más, uno de
ellos todavía lo ocupo con actividades de mi pequeño bufete.
¿Y los de mayor satisfacción?
La
mayor satisfacción de mi profesión siempre ha sido ayudar a las personas que
han sido maltratadas por injusticias a mano de otros individuos, o por el
sistema legal. Representar a individuos condenados a muerte cuando sufrían
enfermedades mentales o fueron acusados de crímenes que no cometieron, a
víctimas de discriminación y aquellos que han sido afectados durante accidentes,
me ha producido grandes satisfacciones. Con la ayuda de las oficinas del
Sheriff, proveímos consultas legales gratis en varias iglesias en Wimauma,
Plant City y otros sitios. Combatimos los incidentes de abuso doméstico,
alertando a muchos acerca de que ese acto es considerado un crimen en las leyes
de este país. Participé con algunos padres de la Iglesia Católica en las clases
prematrimoniales, explicándoles a los futuros esposos sobre el comportamiento
respetuoso que entre ambos exige la ley. También delineé las violaciones de las
leyes Estatales envueltas en esas acciones.
¿Qué personalidades hispanas en la bahía de Tampa
han sido más cercanas a usted?
Primero,
E. J. Salcines. Sin su ayuda hoy no estuviera escribiendo estas palabras. Le
agradezco a García S. por sus enseñanzas en la ganadería y el trabajo de
agricultura. Roland Manteiga, mi amigo desde 1955, me facilitó el primer
trabajo en este país y recomendó mi nombre al Gobernador para que yo fuera
nombrado miembro de la Comisión de Regulación del Medio Ambiente del Estado de
Florida. Reconozco también a Manuel López Sr. (QEPD), Robert (Bobby) Diez
(QEPD), los cuales me ofrecieron guías y ayuda en el mantenimiento y crianza
del ganado. Son muchos más los que cuento como amigos.
¿Cómo ve hoy la ciudad de Tampa, si la compara con
la de unas décadas atrás?
Veo
la ciudad de Tampa muy diferente. Las amistades se han distanciado, la juventud
no parece tener el entusiasmo de mantener la cercanía con la familia. El
carácter de la sociedad, con el crecimiento, ha generado más crimen. El uso de
drogas está destruyendo una generación completa.
He oído anécdotas –especialmente a la abogada Yahima
Hernández– sobre la atención que usted brinda a inmigrantes hispanos en Plan
City, incluidos servicios gratuitos a los más necesitados.
En
el presente, proveo servicios gratis que incluyen notaría, matrimonios,
traducción de documentos y más. Si un cliente necesita ayuda en áreas
especiales, les refiero a abogados especializados en la materia con los que mantengo
relaciones por muchos años. De esa manera, estoy seguro de que serán tratados
honesta y bondadosamente. Muchos de los trabajadores de la agricultura no saben
leer ni escribir. Cuando reciben correspondencia oficial o que parece oficial
les interpreto el documento y, en ciertos casos, he descubierto que se trata de
un fraude para estafar a un pobre infeliz.
Sé que otra de sus pasiones es escribir y que ha
dedicado un libro a las memorias de Palmetto Beach. ¿Qué le inspiró a escribir
y publicar ese libro?
Mi
esposa, Sylvia García Muga, nació en esa península. Su familia, padres, tía,
abuelos, al igual que las de muchos conocidos se ubicaron allí. Mientras que
mucho se ha escrito de Ybor City, nada encontré sobre el vecindario de Palmetto Beach. Por esa
razón, decidí escribir todo lo que descubrimos: las fotos viejas al igual que
las anécdotas de los que todavía están vivos.
Ahora que ha llegado a los 80 años, ¿no cree que
sería bueno escribir sus memorias?
Mis
hijas y mi esposa me han insistido en que las escriba. Pero, francamente, no me
considero tan importante.
-Muchas gracias.
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