En el marco del centenario del poeta cubano Eliseo
Diego, La Gaceta ha querido sumarse a los diversos homenajes que se le han
ofrecido a uno de los grandes representantes de las letras hispanoamericanas
del siglo XX. El autor de En la Calzada de Jesús del Monte nació en La Habana
el 2 de julio de 1920 y murió en la ciudad de México el 1.° de marzo de 1994,
legando una obra compuesta por más de 20
libros, entre poemarios, prosa y traducciones. Entre otras distinciones,
recibió el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe
“Juan Rulfo”, que le fue otorgado en 1993.
Josefina de Diego –Fefé–, hija del poeta y autora del
libro El reino del abuelo, quien vive en La Habana, respondió gentilmente a
nuestro deseo de entrevistarla para esta publicación.
Ser hija del poeta Eliseo Diego, sobrina de Cintio
Vitier y Fina García Marruz, haber crecido en una atmósfera donde la presencia
de José Lezama Lima y otros grandes
intelectuales y artistas fue permanente, debe asaltarte constantemente en el
recuerdo. Aunque seguramente lo has contado muchas veces, para los lectores de
La Gaceta, en Tampa, puede ser la primera vez…
Eliseo Diego junto a sus hijos Constante Alejandro (Rapy), Josefina de Diego (Fefé) y Eliseo Alberto (Lichy) |
Así es. Como muchos saben, mis
padres, mi abuela paterna y nosotros tres (mis dos hermanos y yo) vivimos desde
1953 hasta 1968-69 en una quinta, Villa Berta, en las afueras de La Habana, en
Arroyo Naranjo, a unos veinticinco kilómetros de El Vedado, donde vivo ahora,
para que se puedan ubicar los lectores de esta entrevista. Era un jardín
grande, del tamaño, aproximadamente, de lo que se conoce como “manzana”, cinco
mil metros, según consta en la propiedad. Esa quinta era de mis abuelos y ahí
vivió mi padre los primeros nueve años de su vida. Durante la crisis de 1929,
el negocio de mi abuelo quebró y tuvieron que alquilar la finca y mudarse.
Cuando mis padres se casaron, mi madre, Bella García-Marruz, quiso regresar a
ese hermoso jardín, porque quería que sus hijos crecieran en el lugar en el que
mi padre había sido tan feliz.
Villa Berta era un verdadero parque de diversiones para nosotros,
nuestros primos y amigos del barrio. Y también se convirtió en un espacio de
reunión de la familia y los amigos de mis padres. Todos los domingos llegaba
muy temprano mi abuela materna, Josefina Badía, que era pianista, y nos
despertaba tocando el piano que teníamos en la sala, para ella. Venía con
nuestros primos, los hijos del hermano médico de mamá, Sergio García-Marruz,
ginecólogo y obstetra, que tenía una linda voz de tenor. Más tarde, los tíos
Cintio y Fina, con sus hijos. En
ocasiones llegaba el tío Felipe, hermano de mi madre de un primer matrimonio de
mi abuelita, con sus hijos y sus músicos (Los Armónicos de Felipe Dulzaides). Y
así, domingo tras domingo, el jardín recibía a los amigos: Lezama, el sacerdote
navarro Ángel Gaztelu, el músico asturiano Julián Orbón y su esposa Tanguy, los
“tíos” Agustín Pi y Octavio Smith, con sus respectivas familias, era una
especie de “sub-grupo Orígenes”, como yo le llamo. Y muchos otros visitantes.
Mi madre se las agenciaba para que todo el mundo se sintiera bien, a gusto,
ella hizo posible que Villa Berta se convirtiera en ese “sitio en que tan bien
se estaba”, con su delicadeza, inteligencia y sabiduría. Mi hermano Lichi y yo
teníamos dos años cuando nos mudamos para esa quinta, Rapi, cuatro. Y nos fuimos
en la adolescencia. Pero para nosotros, todas esas “personas mayores” eran
familia, amigos y “tíos”, no los mirábamos como los grandes artistas e
intelectuales que eran. Ellos estaban en sus “juegos”, nosotros en los
nuestros, ¡mucho más divertidos!, de eso estábamos seguros. Y no todo era
literatura y conversaciones “serias”. Recuerdo que jugaban al croquet (¡no
confundir con criquet!), hacían torneos de ajedrez; abuela Josefina se sentaba
al piano y el tío Sergio cantaba; si llegaba Felipe, la fiesta era en grande.
Mamá y Fina se sabían en inglés muchas
de aquellas bellísimas canciones de la
década de 1940-1950: “Stars Fell On Alabama”, “The Nearness Of You”, “They
Can’t Take That Away From Me”, y Felipe las tocaba (Fina escribió el libro de poemas Viejas
melodías, dedicado a esas canciones y a esos recuerdos). Y papá y Julián
cantaban: “Como quieres que una luz / alumbre dos aposentos / como quieres que
yo quiera / dos corazones a un tiempo”.
¿Qué determinó que en 1968 la familia se mudara de
Villa Berta, ese paraíso de Arroyo Naranjo al que tanto aludió tu padre?
En esta pregunta no me detendré porque siempre me resulta muy doloroso
hablar de este tema. En mi libro El reino del abuelo, lo explico muy
brevemente. En una larga entrevista que me hizo el escritor cubano Norge
Espinosa (“Si hay buen tiempo mañana, iremos a La Habana”, reproducida en el
libro La Habana en mí, Ediciones Extramuros, 2019) lo cuento en
detalles. Para resumir, tuvimos que abandonar la quinta por razones económicas,
no era ese nuestro deseo, pero así tuvo que ser.
¿Qué fue de Villa Berta cuando ustedes la abandonaron, qué es en la
actualidad?
Allí hay una empresa del Ministerio de la Agricultura, nada de museo…
el jardín no existe, construyeron dos oficinas grandes, quedan la casa y el
estudio.
¿Tuvo suficiente
atención en las editoriales cubanas la
obra de Eliseo en las décadas de 1970 y 1980?
Sí. Entre 1958, fecha en que publicó su segundo poemario, –Por los
extraños pueblos, y 1966 hubo un
silencio, digamos, editorial, porque mi padre nunca dejó de escribir. En ese
año salió a la luz El oscuro esplendor. Pero, si te fijas, entre En
la Calzada de Jesús del Monte y Por los extraños pueblos
transcurrieron nueve años. Él trabajaba mucho sus poemas, no se apuraba por
publicar. En esos años que mencionas se publicaron sus libros de cuentos, luego
Los días de tu vida (1977). Y así, todos sus libros.
Cuando en 1994 Eliseo Diego murió en México, a los
74 años, ¿estaba viviendo en ese país?
Mi padre tenía la intención de pasarse un tiempo en México, ya que el
premio le proporcionó una tranquilidad económica, por decirlo de alguna manera.
Allá vivían mis dos hermanos y tenía grandes y entrañables amigos. Mi madre y
yo estábamos con él. Pero la vida decidió otra cosa.
Aunque tu padre confesó ser esencialmente un poeta,
su obra escrita en prosa es de una
extraordinaria calidad. ¿En qué género lo veías esforzarse y disfrutar
más?
Él revisaba mucho sus escritos, ya fuera poesía, prosa, prosa poética,
traducciones, ensayos, era muy meticuloso y exigente. Conservo borradores de
sus textos, con sus tachaduras, cambios de palabras. Él mismo los
mecanografiaba y cuidaba mucho siempre, no sólo el contenido sino también la
forma. Lo de disfrutar más un género por encima de otro, no sabría decirte.
Escribía por necesidad, así lo dijo muchas veces, y le gustaba citar a Rilke en
sus Cartas a un joven poeta:
“Investigue la causa que le impele a escribir; examine si ella
extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiese si no le sería preciso morir en el
supuesto que escribir le estuviera vedado. Esto ante todo: pregúntese en la
hora más serena de su noche: ¿debo escribir? Ahonde en sí mismo hacia una profunda
respuesta; y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un
fuerte y sencillo ‘debo’, construya entonces su vida según esta necesidad; su
vida tiene que ser hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo
y testimonio de este impulso”.
Esa necesidad podía manifestarse en un poema, en un cuento, en un
ensayo. Escribía y traducía, también, por placer. Sus traducciones de poetas
ingleses y estadounidenses las fue haciendo poco a poco, durante años, con el
simple propósito de compartir esos poemas que tanto le gustaban con sus amigos.
Creo que la poesía estaba siempre presente. Quisiera citar ahora unas bellas
palabras de Rafael Rojas, publicadas quince días después de su muerte, donde
explica muy bien, me parece, lo que me estás preguntando.
“(…) Por eso su poesía es una necesidad del orden natural y su
escritura es el acto inevitable que testifica esa misión. Era muy poco lo que
podía hacer Eliseo contra su propia virtud porque sus lazos con el verso eran
casi providenciales” (Nota necrológica publicada en el periódico Siglo XXI,
Guadalajara, 16-III-94).
¿Crees que el año del
centenario de Eliseo Diego puede impulsar
un redescubrimiento de su poesía?
Pienso que sí. ¡Y ojalá que así sea! Aquí se le
quiere y admira muchísimo, me consta, pero por la escasez de papel y otros
recursos, sus libros no se encuentran en las librerías. Y un escritor seguirá vivo mientras exista alguien que lo
lea. El otro país donde es muy querido y conocido es México. Pero, por lo
general, no se ha divulgado mucho fuera de Cuba. Todos sus ancestros eran
españoles: su padre era asturiano y su madre, habanera, era hija de asturiano y
catalana. La literatura española, los poetas del Siglo de Oro, Cervantes, los
libros de los grandes escritores españoles pueblan los estantes de sus
libreros. Pero en España es casi un extraño, al
igual que en el resto de América Latina. Aunque también me consta que en esos
países, sus poemas y sus escritos han acompañado a varias generaciones de
jóvenes peruanos, colombianos, panameños, dominicanos…
Lezama afirmó en la antología ‘Una fiesta innombrable’ que el libro de
Eliseo ‘En la Calzada de Jesús del Monte’ constituyó uno de los esplendores de
la poesía cubana y de su autor. García Márquez, por su parte, afirmó que tu
padre era uno de los más grandes poetas
que hay en la lengua castellana. Unas opiniones tan autorizadas, ¿pudieron
influir en que la obra de Eliseo Diego fuera priorizada en la crítica y academia cubanas?
Lezama
escribió varias veces sobre él, siempre de forma muy elogiosa. También lo
hicieron Gastón Baquero, Fina, Cintio. Pero creo que la calidad de su poesía,
de sus textos en general, se fue abriendo paso, poco a poco, a través de sus
libros. Ya en 1958 era una especie de leyenda entre los jóvenes escritores de
la época. En una entrevista que su madre tenía celosamente guardada entre sus
papeles, Severo Sarduy dice:
Eliseo Diego,
sin lugar a dudas, es el mejor poeta cubano. Orígenes es el grupo más
trascendente; y la figura más completa es Virgilio Piñera (…) Jamás he visto a
Eliseo Diego. He llegado a pensar que es una ficción (Diario de la Marina,
diciembre, 1958).
Conocimos a
García Márquez en 1975, ya mi padre era un autor reconocido, y esas palabras de
Gabriel las dijo durante una visita que mi padre hizo a México en la década de
los ochenta del siglo pasado. Fue una pena que no se llegaran a conocer Octavio
Paz y mi padre, estaba ya concertada una cita para verse en los primeros días
de marzo. Al saber la noticia, Paz dijo:
Sólo lo vi una
vez, no fui su amigo, pero la muerte era lo único que faltaba a Eliseo Diego
para convertirse en leyenda de la poesía latinoamericana. Fue uno de los buenos poetas, dejó una obra
considerable y profunda” (En: Periódico Excelsior, 3 de marzo, 1994,
México DF).
En una familia de escritores tan reconocidos, se suma tu nombre con El
reino del abuelo. Cómo fue recibido este libro y qué significó para ti y tu
familia?
Sé que el
libro ha gustado. Comencé a escribirlo en 1991 y su primera edición fue en
México, 1993. Se publicó en España y Colombia y aquí se dio a conocer en 2016.
Pero he escrito otros libros, uno que me dio mucho placer, Un gato siberian
husky (Premio de la Crítica de 2007, junto a otros títulos), un relato para
niños. Están ya en imprenta otros dos: Un rumor apenas, que agrupa
cuatro conferencias que impartí sobre mi padre y una sobre un texto inédito de
mi tía Fina; el otro ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, compilación de
textos sobre mi familia.
También me he
dedicado a la traducción literaria, del inglés al español.
De Cuba, La Habana y tu familia, dime una frase con que las sientes.
Un nombre, el
mejor: Villa Berta.
Muchas gracias.
Publicado en La Gaceta, Tampa, el 17 y 24 de julio, 2020.
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