Cuando leemos sobre la vida de Francisco Gómez Toro, admiramos a aquel joven que durante la batalla de Punta Brava se lanzó sobre las tropas enemigas cuando vio caer al General Antonio Maceo, que era su padrino. Ese día, 7 de diciembre de 1896, tenía sólo 20 años y hacía algo más de dos meses se había incorporado a la Guerra de Independencia de Cuba.
Nació
en medio de la Guerra de los Diez Años en el centro de la isla de Cuba, hijo
del general Máximo Gómez con la jiguanicera Bernarda Toro, la “Manana” del valiente
dominicano. Pero no es el propósito de estas líneas describir la meteórica vida
de aquel muchacho cuya muerte temprana destrozó el corazón de el corazón de
su padre, quien escribió en líneas conmovidas el mejor perfil de su existencia
bajo el título Francisco Gómez Toro. Asimismo, ante la noticia de su muerte, al
conocer la brutalidad con que su cadáver había sido profanado junto al de
Maceo, anotó en su Diario las frases más terribles contra los victimarios.
Fermín Valdés Domínguez, Panchito Gómez Toro y José Martí, Nueva York, 1894. |
José
Martí lo conoció en septiembre de 1892, cuando viajó a República Dominicana a
entrevistarse con Máximo Gómez y proponerle la dirección militar del Partido
Revolucionario Cubano. A su arribo a Montecristi, antes de llegar a la casa del
General, detuvo su caballo en la tienda comercial de Jiménez Grullón, donde
Panchito era dependiente. El joven reconoció al visitante y le llevó a su casa,
contándole que su padre no estaba en el pueblo, pues la finca de trabajo estaba
en La Reforma, ya que la bautizó con el mismo nombre del lugar en que él nació
en 1876.
A Martí
le impresionó la madurez de aquel jovencito a quien el padre ya le confiaba
secretos sobre los planes independentistas. Cuando en abril del 1894 Gómez
viajó a Nueva York, a revisar con el Delegado del Partido Revolucionario Cubano
el plan independentista, llegó acompañado de su hijo. Al regresar a Santo
Domingo, Martí le pidió que dejara a Panchito unos días a su lado, sabiendo que
su palabra en los próximos mítines tendría la capacidad de representar la voz
del líder más respetado entre los viejos militares cubanos.
El
entusiasmo del joven con esa idea complació a Martí y el 14 de mayo de 1894
llegaron a Tampa. Es de imaginar cuánto conversarían en el largo viaje en tren.
Cuántas veces el poeta del Ismaelillo, mirándolo, pensaría en su hijo ausente,
solamente dos años menor que el adolescente que le acompañaba. Apenas se
detuvieron en nuestra ciudad, pues continuaron en barco hasta Cayo Hueso, donde
permanecieron el resto de la semana. El domingo, 20 de mayo, están de regreso y
esta vez disfrutaron las calles de Ybor City y West Tampa por una semana.
Aquí,
Panchito, que el 11 de marzo anterior había cumplido 18 años, sintió el aplauso
de los tabaqueros en diversas fábricas que visitó, la simpatía de cientos de
cubanos y cubanas, jóvenes y viejos que extendían a él la admiración que
sentían por su glorioso padre. Regresan a Nueva York y enseguida vuelven a
salir juntos hacia Centroamérica y el Caribe, deteniéndose varios días en Costa
Rica, al lado de Antonio Maceo. Después siguen a Panamá y Jamaica, a donde
llegan el 24 de junio para desde allí volver a Nueva York. Durante algo más de
dos meses estuvo Panchito al lado de Martí, tiempo suficiente para que éste
llegara a sentirlo como un hijo. Así se lo escribió al padre desde Nueva
Orleans cuando iba para México, en carta del 15 de julio de 1894, cuando ha
tenido que dejar a Panchito en Nueva York preparándose para retornar a Santo
Domingo. “Una sola pena llevo, y es la de haber tenido que decir adiós a ese
hombrecito que con tanta ternura y sensatez me ha acompañado (…) Ha estado como
cosido a mí estos dos meses, siempre viril y alto (…) Ha hecho usted bien en
darme ese hijo…”.
Donde
se ponga el nombre de los héroes que pasaron por el Liceo Cubano, por las
calles de Ybor City y West Tampa en el siglo XIX, no debe olvidarse mencionar a
Francisco Gómez Toro. Y en el lugar más alto, porque a los dos años de haber
aclamado por una patria libre en sus breves discursos en este lugar, derramó su
sangre defendiendo ese ideal.
Aquel 7
de diciembre de 1896, cuando cabalgaba hacia el centro de la Isla para
encontrarse con su padre, tropezaron con la tropa enemiga. Le pidieron que no
avanzara, pues tenía un brazo en cabestrillo por una herida de bala en el
combate anterior. Pero se abalanzó hacia Antonio Maceo, al verlo caer de su
caballo, y entró a su lado a la gloria.
Publicado en La Gaceta, 2 de julio, 2021.
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