El mes de julio contiene las dos efemérides vitales que cierran el círculo de la vida de Ernest Hemingway, uno de los escritores más influyentes en la literatura del siglo XX.
Nació el 21 de julio de 1899, en Oak Park, Illinois, y
cuando le faltaban 19 días para cumplir 63 años, estando en una casa que había
comprado tres años antes en Ketchum, Idaho, se privó de la vida a través de
un disparo de escopeta en el cielo de la
boca, como había insinuado a unos amigos entre tragos qué haría cuando su
cuerpo no respondiera a los imperativos de sus pasiones.
Según Hemingway "el talento consiste en cómo vive uno la vida". |
Sobre cualquier faceta que se elija de la vida y la obra del escritor estadounidense pueden llenarse varias páginas, pues en una y otra llamó la atención de sus contemporáneos en los dos ámbitos: como escritor, porque la riqueza, dinamismo, calidad y seducción de sus letras fueron premiadas con los más altos lauros literarios, el Pulitzer en 1953 por su novela El viejo y el mar y el Nobel de Literatura, al año siguiente, en reconociendo a toda su obra publicada. Su vida, porque eligió vivir las aventuras que un soldado, pescador, cazador, amante, puede experimentar antes de recrearlas en un protagonista que, tantas veces, fue su alter ego. Él confesó una vez que no era posible describir fielmente lo que siente alguien en el interior de un avión a punto de estrellarse, si no ha tenido esa prueba; claro, él la experimentó cuando, viajando por África, en 1952, tuvo dos accidentes de aviación.
A esa correspondencia entre sus actos y su escritura quiero
dedicar una rápida mirada, como homenaje al 124.° aniversario de su nacimiento.
Cuando leemos Adiós a las armas conociendo su biografía, identificamos al
soldado herido que se enamora locamente de una enfermera. En la realidad, el
sufrió graves heridas de metralla en las piernas en julio de 1918 en Italia,
mientras participaba como conductor de ambulancias en la Primera Guerra
Mundial. En el hospital, se enamoró de la enfermera de la Cruz Roja Agnes von
Kurowsky, en un idilio similar al del protagonista de su primera gran novela,
aparecida en 1929 cuando estaba casado con su segunda esposa, Pauline Pfeiffer.
Con Pauline realizó extensos safaris en África durante la
década de 1930, lo que se reflejó en obras como Las verdes colinas de África,
así como en los cuentos “Las nieves del Kilimanjaro” y “La corta vida feliz de
Francis Macomber”. Hasta en la gravedad de aquel Macomber que espera la muerte
en medio de la selva, encontramos un referente a sí mismo, cuando enfermó de
disentería amebiana en Kenia y tuvieron que evacuarlo de urgencia en un avión
hasta Nairobi.
En su novela Por quién doblan las campanas (1940), vertió su
experiencia en España, donde viajó en 1937 como corresponsal de guerra en
defensa de la República Española. Volvió
en 1938, siendo testigo de la Batalla del Ebro, la última fortaleza
republicana, de donde es uno de los últimos periodistas en retirarse. En esta
época conoce a la periodista Martha Gellhorn, la que se convierte en su tercera
esposa.
Para esta fecha se ha desatado la Segunda Guerra Mundial y
en ella también el escritor va a tener una participación activa. Estaba en Cuba
cuando, en 1941, EE.UU. le declara la guerra a Alemania. Entonces propone al
gobierno de la Isla lo que tal vez fue la locura mayor de su vida: que lo ayuden
a equipar su barco, el Pilar, con armas que le permitieran emboscar a los
submarinos alemanes que se acercaran al Caribe. Por suerte no vio ninguno, pero
salió a buscarlos.
Al final se fue a Europa, al escenario de la guerra. En
junio de 1944 participó en el desembarco de Normandía y luego se unió al 22.º
Regimiento de Infantería, cuando, bajo el mando del coronel Charles Buck
Lanham, se dirigía a París. Por su participación en la liberación de la capital
francesa, en 1947 recibió una Estrella de Bronce “por su valentía durante la
Segunda Guerra Mundial”. En medio de aquellos acontecimientos bélicos encontró
otro premio: a Mary Wells, la que sería su última esposa y la primera en correr
a su lado, cuando escuchó el disparo en aquel borroso amanecer de su día
postrero.
En la obra literaria de Hemingway, otro tema apasionante es
la pesca, ambiente en que el hombre, como en la guerra y la caza, puede
experimentar el límite entre la vida y la muerte, entre el valor y la
resistencia, frente a una filosofía que él hizo suya: un hombre puede ser
destruido, pero no derrotado. En su novela póstuma Islas en el golfo, como en
varios de sus cuentos, se entrelazan la ficción y su experiencia como pescador,
aunque es en El viejo y el mar donde emerge en toda su belleza esta imbricación
entre el escritor y su obra.
Harían falta muchas líneas para recordar al Ernest Hemingway
que vivió en Cuba. Por ello les remito al mejor libro sobre este tema:
Hemingway en Cuba, del escritor Norberto Fuentes, un recorrido apasionante sobre
los años en que el escritor vivió en la Isla, donde sigue siendo un ídolo.
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