Mientras estoy leyendo la novela Dominó de dictadores, de Alfredo Antonio Fernández, he tenido la suerte de conversar con su autor, quien se desempeña como profesor en la Universidad de Prairie View A&M, en Texas. Es de origen cubano y en su país, donde se graduó de Historia en la Universidad de La Habana, publicó sus primeras novelas: El Candidato (1979) y La última frontera (1898), ambas muy bien reconocidas por la crítica. Después vivió en México y allí hizo un Máster en Estudios Latinoamericanos en la UNAM.
En Estados Unidos, donde radica actualmente, obtuvo un
Doctorado en Español en la Universidad de Houston. Además de su labor
académica, ha publicado una extensa obra que incluye varias novelas, relatos,
ensayos, periodismo.
Le propuse una entrevista para La Gaceta y, al
responder positivamente, le envié estas preguntas a las que respondió con
amabilidad. La presentación de Fernández requeriría mucho espacio y prefiero
limitarlo a sus respuestas, las que aparecerán en más de un número de nuestra
publicación.
En los casi cincuenta años que separan El Candidato
(1978) de Míster Verde y la señorita Greene (2025) has publicado una gran
cantidad de novelas y ensayos que te convierten en uno de los escritores
cubanos más prolíficos. ¿Cómo has hecho para tanto escribir cuando, a la vez,
has tenido que insertarte en otra cultura, idioma y convertirte en un profesor
universitario de prestigio en Estados Unidos?
No es fácil resumir tanto tiempo de escritura creativa, pero
algo haré. Hasta hoy (2025) he publicado 18 libros: 12 novelas, 4 ensayos, uno
de relatos y otro de no ficción. Han sido publicados en Cuba (6), México (1), Estados Unidos (1) Francia (1) España (5) y
cuatro en Alemania. Premios: El Candidato (1978, Premio Nacional de Novela
Cirilo Villaverde, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba); La última
frontera 1898 (1985, 1.ª Finalista al Premio de la Crítica, Cuba); Lances de
amor, vida y muerte del Caballero Narciso (Premio Razón de Ser, 1992 y Premio
Novela Alejo Carpentier 1993); Dominó de dictadores (Premio Razón de Ser 1993
con título Dios y Trujillo), Adrift: The Cuban Raft People, (Rockfeller
Foundation Fellowship at Florida International University, 1995); Bye,
camaradas (Primer Finalista Premio Internacional Novela Marcio Veloz Maggiolo,
New York, 2002 y Finalista Premio Internacional Novela La ciudad y los perros,
Madrid, 2004) y Citizen Kane se fue a la guerra (1.ª finalista Hypermedia
International Literature Prize, USA, 2020).
En realidad, no ha sido fácil ni en Cuba, ni en México ni en
Estados Unidos, los tres países en los cuales he escrito libros, escribir y
trabajar como profesor (Universidad de La Habana-Universidad Autónoma del
Estado de México (Toluca Campus)-Prairie View A/M University (Texas). Por el
horario de clases y actividades hace mucho adquirí hábitos de vampiro de
escritura a deshoras –nocturnas y fines de semanas– en tierras, lenguas y
culturas ajenas. Son retos a los que logré acostumbrarme más que superar, pero
con sentimiento de extrañamiento. Cuando ocurre, trato de recordar un par de
frases que sirven –si no a superarlos– a hacerlos llevaderos. La respuesta de
Trotsky a la pregunta ¿Cómo se las arregla para escribir en el exilio? fue: “Con papel y lápiz a mano”. La frase que
escuché al profesor universitario Juan Pérez de la Riva –prisionero en un campo
de concentración nazi en la Francia de Vichy– antes de ser enviado a Cuba tras
rodar por media Europa en la II Guerra Mundial: “La patria no se lleva en la
suela de los zapatos”.
Repito, no es un consejo de vida, es un criterio personal
basado en mi experiencia de vida profesional que no necesariamente funciona en
otras personas en circunstancias similares.
Aunque parezcan de signo contrario entre sí, en mi
experiencia personal he logrado con esfuerzo armonizarlas, lo mismo en Cuba que
en Estados Unidos. En entrevista con Amir Valle –director de la revista
cultural Otro lunes y de Ilíada Ediciones en Alemania– dije que en época de
estudiante en la Universidad de La Habana –años sesenta– las diferencias entre
Literatura e Historia eran flexibles, se armonizaban en la Facultad de
Humanidades en la cual ambas disciplinas ocupaban pisos contiguos en la mañana y
la tarde y se ejemplificaban en el profesor y escritor Alejo Carpentier –honra
asistir a algunas de sus clases– quien con orgullo aseveraba sentirse “un
historiador que escribía literatura” y otras “un músico que escribía novelas”.
Así que, al graduarme de Historia, redondeé mi formación de Literatura Latina
con Vicentina Antuña y seminarios de Rousseau y el Modernismo con Mirtha
Aguirre y otros. Empecé a impartir clases de Historia Social del Arte y la
Literatura con Enrique Sosa en el área de Historia –siguen juntas ambas
disciplinas en mi experiencia personal– dando lugar a nuevas experiencias. Una
de ellas –imbricación de “cultura clásica” y “cultura popular”– muy singular.
Mi colega Enrique Sosa con más años y experiencia era aficionado a las culturas
afrocubanas.
En los años setenta tenían fama los escritos de Umberto Eco
que mezclaban literatura medieval –classic cult– con el cine de James
Bond –pop cult– con eco en nuestro ámbito caribeño, latino y tropical de
Cuba. ¿De qué tipo? El edificio de Humanidades quedaba en una intersección de
vías, Zapata y Calle G, con árboles en las orillas, del lado opuesto, sobre una
loma, una fortaleza colonial emblemática, el Castillo del Príncipe, sede de la
cárcel más importante de Cuba. Al finalizar las clases, Sosa y yo hacíamos el
recorrido desde Zapata y G al mausoleo del expresidente José Miguel Gómez
(Tiburón). Nos deteníamos en los árboles de G ¿Por qué? Los familiares de los
presos en el Castillo del Príncipe habían hecho de las raíces de los árboles un
lugar de culto donde depositar ofrendas de amor (calderos) hacia sus parientes
y de odio (ebos) a sus captores. Sosa y yo recogíamos los atados siguiendo el
ritual con la mano izquierda para evitar que el “daño” cayese sobre nosotros.
Luego, al llegar a la casa de Sosa abríamos y era una sorpresa saber qué
contenían.
Hubo tardes en las que para estudio recolectaba monedas
(kilos prietos, patas de gallinas, cabezas de gallos, patas de conejos,
raspadura de coco, frascos con miel de abejas, corazoncitos de tela
acribillados con alfileres, pañuelos de colores). ¿Crees que exista un ejemplo
de sincretismo de classic cult con pop cult en el ámbito caribeño
– en la vertiente preconizada por Umberto Eco–, mejor que recibir e impartir
clases de cultura universal en las mañanas en un edificio de arquitectura
modernista y en las tardes en las calles aledañas a un viejo edificio colonial,
recolectar ofrendas y “brujerías” afrocubanas a las que acabo de relatar? ¿Se precisa una experiencia de vida
profesional mejor a la que te cuento para que me decidiera hace casi medio
siglo por la narrativa histórica?
El texto de cine
que mencionas no es único, hay dos más: Buñuel In Memoriam, (2016) y Cine
Latino de Humor Negro (2022), ambos publicados por la editorial El barco
ebrio, en Madrid y en venta en Amazón.
Los capítulos de
ambos textos fueron publicados en el magazín cultural Otro lunes
(Berlín) entre 2009-2022. El resto de la respuesta a tu pregunta en parte la
anticipé en las entrevistas (2021-2023) en Otro lunes: desde niño soy
aficionado al cine pues iba con mi abuelo todas las noches durante los veranos
a uno en la esquina de la casa y vi montones de comedias norteamericanas de El
Gordo y El flaco y otro montón de comedias mexicanas de Cantinflas y Tin-Tan. Cuando
leas una de las novelas de la tetralogía de Ilíada Ediciones –Citizen
Kane se fue a la guerra– verás cómo increíblemente en el inconsciente de mi
mente por décadas quedaron grabados procedimientos artísticos de ambas géneros
cinematográficos y culturas que muchos años después desarrollé creativamente en
los capítulos de Estados Unidos y México en la revolución mexicana con las
figuras de Pancho Villa, Ambrose Bierce, Stan Laurel, Oliver Hardy, etc.
También en esas entrevistas explico como al pasar los años, y graduarme de
Licenciado en Historia en la Facultad de Humanidades, paralelamente comencé a
asistir a cursos de Apreciación Cinematográfica, Historia del Cine, Guiones,
etc hasta que en 1982 me vinculé profesionalmente al Instituto del Cine (ICAIC)
como guionista de la Dirección de Cinematografía, asesor del Centro de Estudios
Cinematográficos y asistente a los Festivales Internacionales de Cine
Latinoamericano sin dejar de enseñar en la Universidad Historia Social, Arte y
Literatura y Cultura Latinoamericana. Y si aún quieres un dato más para dar
respuesta a tu pregunta: “He visto, en textos tuyos, la cercanía en el lenguaje
cinematográfico y el novelístico. ¿Cómo lo explicas?” Te responderé brevemente
con la lección inaugural que recibí en el Curso de Guiones en el ICAIC. El
profesor me dejó a solas por media hora en una salita de cine, al cabo regresó
y me preguntó: “¿Qué viste?” Con dudas de si hablaba en serio o en broma, le
respondí: “Ver no vi mucho, la pantalla en blanco”. Sonrío y me dijo: “Pasaste
la lección. Eso es lo que debes ver, la pantalla, todo sucede allí. El trabajo
de un guionista es ‘llenar’ esa pantalla en blanco con la narrativa de un texto
visual. Esa es su meta, y en eso debe enfocarse. Lo demás no tiene interés.
Todo pasa en la pantalla, nada fuera de la pantalla”. ¿Basta con esta lección
aprendida hace ya mucho tiempo como respuesta a vuestra pregunta…?
¿Qué ventajas –y
desventajas, tal vez– has encontrado en la emigración para escribir?
Interesante pregunta. Hay muchas clases de emigración, por
mencionar algunas: política, económica,
religiosa y turística que es como decir fan del paisaje. Pese a las
diferencias, hay coincidencias. Hay dos que vale la pena mencionar: la maleta
en la que carga ropa y zapatos el emigrado y la cabeza donde guarda
pensamientos y recuerdos. De las dos, la primera es efímera, la ropa y los
zapatos se desgastan y es preciso cambiarlos, al hacerlo ni el color recuerdas.
Pensamientos y recuerdos son otra cosa, no se desgastan, echan raíces, se
fortalecen con el tiempo y cuando vienes a ver tienes una ceiba plantada en el
cerebro. Salí de Cuba hace treinta años en un momento tan extraño y difícil que
hasta al mismo gobierno se le hacía difícil nombrar, y ya se sabe por la
filosofía de los antiguos “lo que no se nombra no existe, aunque persiste”. El
término acuñado no podía ser más eufemístico: “período especial”. De ser
sinceros, debió ser “período de la tristeza”, o “de la crueldad”. Palabras
sagradas: eligieron la elipsis, la metáfora, el “ninguneo” socrático “solo sé
que no sé nada” hecho “período especial in saecula saeculorum. Palabras
profanas: mientras las cosas que preservaban la vida como la vivienda, los
alimentos, el agua, las medicinas, el transporte, la electricidad, las escuelas
y la creación cultural desaparecían sin remedio, se incrementaban la falta de
vivienda, los derrumbes de edificios, la escasez de alimentos, el suministro de
agua, los apagones eléctricos, la recogida de basura, las epidemias, la censura
artística y la represión policial en calles y cuarteles. En resumen: lo peor no
era el derrumbe en un día del bloque de países comunistas de Europa del Este,
lo peor era la caída diaria de un pedazo del techo que nos cubría hasta quedar
en el puro descampado. Si los pensamientos del emigrado pueden tornarse
negativos, no ocurre igual con los sentimientos; si se trata de artistas
emigrados, puede haber desenlaces que van de la esterilidad a la dinámica de la
creación. En mi caso, quiero pensar que tras adquirir una Licenciatura en Cuba,
un Máster en América Latina (México) y
un Doctorado en Estados Unidos, llegar a ser Associate Professor y escribir y
publicar once (11) libros en treinta (30) años en México, Estados Unidos,
España, Francia y Alemania, hice bien en optar por la dinámica de la creación y
no la de la esterilidad.
En la literatura sobre los dictadores en Hispanoamérica,
siempre se menciona a Yo el supremo, de Roa Bastos, a Alejo Carpentier con El
recurso del método, a García Márquez con El otoño del patriarca y también
aparece La fiesta del chivo de Vargas Llosa.
En esos ejemplos, sus novelas aluden a una dictadura especifica. Sin
embargo, tu Dominó de dictadores abarca un espectro mayor, yendo al fondo de
esa tragedia en Cuba, Santo Domingo, Alemania, y todo el escenario al que se
expandió. ¿Qué te propusiste con una obra donde el novelista tiene tanta
profundidad como el historiador?
Vamos por partes en la respuesta. Creo que fue el escritor
cubano Antonio Benítez quien habló de Cuba como “la isla que se repite”. Una
buena frase, irónica, como aquella de la dictadura de Machado –Cuba en sentido
figurado– como “la isla de las cotorras”, o la de un amigo de la universidad
que la definía como “la isla del tiquistiquis”. La historia de América Latina,
pese a grandes diferencias tiene rasgos que se repiten: golpes de
estado-dictaduras-revoluciones ad infinitum. Triste historia de la que se aprovechan
políticos y militares y dicen que la democracia guía sus acciones. Los
escritores que mencionas –de cerca o de lejos– pasaron por la experiencia de
“vivir en dictaduras” de diferente intensidad y coloración: Carpentier-Machado,
Roa Bastos-Stroessner, García Márquez-Rojas Pinillas. Hay muchos más, y es
inevitable citar a Asturias con El señor presidente, un genial precursor. Las
novelas del trío fueron calificadas por Benedetti como El recurso del Supremo
Patriarca, las he leído y cada una me gusta por algo diferente: la de
Carpentier por ser un potpurrí de las dictaduras de Díaz en México, Gómez en
Venezuela y Machado en Cuba; la de Roa Bastos por apegarse a una visión
historicista del dictador Rodríguez deFrancia y la de García Márquez precisamente
por el hecho de ser criticada como “exagerada”, “caricaturesca” y ·desmedida”,
pero que adoro. Te diría más, no es posible separar el trío de novelas del
momento en que se escribieron –años setenta– vigentes aún las secuelas de las
dictaduras militaristas y anticomunistas del Cono Sur en Bolivia, Brasil,
Uruguay y Argentina. Debía tener en cuenta todos estos elementos a la hora de
escribir la mía, de hecho, crecía en perspectivas y horizontes a medida que
desarrollaba la investigación y la escritura. Primero se limitaba a la Era de
Trujillo (1930-1961), como tal ganó el Premio Razón de Ser (1992) del Centro
Cultural Alejo Carpentier. Me fui a México al año siguiente como Profesor
Invitado, entre las clases en la universidad y la asistencia como estudiante al
Máster en la UNAM, solo pude escribir un capítulo en 2 años, La Habana 1933, que
publiqué en la Revista Coatepec de la universidad en la que trabajaba. Al año
siguiente (1995), interrumpí al ganar una beca Rockefeller y trasladarme a
Florida International University cinco meses investigando sobre la crisis
internacional de los balseros, pero ya era consciente que daba para más que
Trujillo y República Dominicana y debía ampliar a Cuba con Batista y Fidel y a
Alemania con Hitler.
Al finalizar la investigación en Florida me trasladé a Texas, a trabajar como Teaching Assistant mientras cursaba el Doctorado en Estudios Hispánicos y escribía Adrift: The Cuban Raft People. No fue hasta principios del siglo XXI que empecé a trabajar en Texas A & M University, tras graduarme, que retomé el escrito como Dominó de dictadores, y con ese título lo publicó Ilíada Ediciones en Berlín.
Si en una mochila de salvación solo pudieras poner tres libros tuyos, ¿con qué pretextos los elegirías?


















