Por Gabriel Cartaya
Como en todos los grandes acontecimientos de la humanidad, el nombre de la mujer también aparece en las legendarias hazañas marinas que registra la historia. Ya en el siglo V a.n.e., Herodoto se refiere a la corsaria Artemisa I de Halicarnaso, quien para el rey persa Jerjes era uno de sus mejores capitanes en sus campañas contra los griegos.
En los umbrales de la modernidad, cuando a partir de los llamados grandes descubrimientos geográficos la piratería se convirtió en la gran aventura de alta mar, se suman los nombres de mujeres como Jeanne Clisson, cuyos atrevidos abordajes se convirtieron en espanto para muchos corsarios y piratas y en tormento para el propio rey Felipe VI.
Pero ha sido a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando encontramos a diversas mujeres ante el reto de cruzar grandes distancias marítimas sin acompañantes, en embarcaciones pequeñas. El fenómeno es conocido con el nombre de noseve (navegación solitaria en pequeños veleros), siendo Ann Davison, en 1952, la primera mujer en atravesar el Atlántico, desde Inglaterra hasta Nueva York.
Sin embargo, esta reseña es para llamar la atención hacia la primera latinoamericana en conquistar esa proeza, tanto por el significado del acontecimiento en sí, como por las derivaciones humanitarias con que la autora acompañó su acción legendaria.
En el mes de junio de 2006, hace justamente diez años, Galia Moss anotó una página heroica al velerismo mundial, cuando llegó a la costa de Quintana Roo, en su México natal, a los 41 días de haber salido del Puerto de Vigo, en España, sin más compañía que la férrea voluntad de atravesar el Atlántico. A la hora de coronar la hazaña, Galia tenía 31 años, de los que había dedicado más de un lustro a prepararse para cumplir el sueño y con él servir a la humanidad.
Desde muy temprana edad, Galia sintió atracción por el deporte, practicando atletismo, gimnasia, natación, yoga. Cuando empezó a experimentar el velerismo, concibió la idea de atravesar el océano Atlántico, sin contar con nada más que su pasión, voluntad y optimismo, pues ni siquiera sabía de dónde saldrían los recursos para armar su excursión solitaria.
En el décimo aniversario de la travesía histórica de Galia Moss, quiero llamar la atención hacia las acciones humanitarias con que esta joven mujer concibió y ejecutó su marca deportiva. Habría sido suficiente la travesía, para probar a todos lo que es capaz de lograr un ser humano cuando se propone alcanzar un sueño. También, en una época donde la mujer reivindica más que nunca su capacidad de ser par del hombre, la epopeya marina de Moss es un símbolo de equidad de género. Y, todavía, regaló a Latinoamérica el orgullo legítimo de sumar otra página en el registro de las grandes hazañas de la humanidad.
Pero, por encima del valor simbólico contenido en los elementos señalados, está la acción altruista de convertir la titánica empresa en beneficio social, al concebir que cientos de familias fueran favorecidas con la repercusión de un acontecimiento que atrajo a la prensa, instituciones, negocios, patricinadores. El proyecto de realización de la travesía trasatlántica, en coordinación con tres organizaciones sin fines de lucro, programó que por cada 8 millas náuticas vencidas se recibiría una donación para construir una casa a una familia mexicana que viviera en extrema pobreza. Un total de 644 nuevos hogares dieron gracias a Galia por su aventura de mar.
Después de ver cumplida esta ilusión y convertirse en la primera mujer latinoamericana en atravesar el Atlántico timoneando un velero, sin una voz humana alrededor, Galia ha seguido transformando su pasión por el velerismo en beneficio de los más necesitados. En 2011 concluyó una travesía sin acompañantes desde Veracruz hasta las Islas Azores, y las 4250 millas náuticas del viaje, con el compromiiso de que la “Fundación Televisa” y la organización “Un kilo de ayuda” entregaran un paquete nutricional bisemanal a 708 niños durante dos años y medio.
Galia ha contado su apasionante aventura en su libro Navegando un sueño y ha apadrinado a cientos de niños de su país. También, ha ofrecido becas educativas y contribuído a la construcción de escuelas, dando múltiples pruebas de que su gran corazón bombea buena sangre al cerebro para emprender obras tan memorables.
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