Por Gabriel Cartaya
No se sabe mucho sobre el Dr.
Miguel Barbarrosa y Márquez, médico cubano que vivió en Ybor City a finales del
siglo XIX, durante los años gloriosos en que, en medio del propio crecimiento
de este barrio y el de West Tampa, se estuvieron realizando los más grandes
esfuerzos por la independencia de Cuba. Decenas de nombres afloran al pensar en
aquella época heroica. Cuando se mira en el tiempo hacia este espacio poblado
de cubanos, españoles, italianos, estadounidenses, entregados al completamiento de la
independencia americana, el respeto se vuelve admiración.
Y si en alguna conversación ocasional emerge el
nombre de José Martí y se recuerdan sus pasos fecundos por las calles de Tampa,
inevitablemente se menciona a Carbonell, a Rivero, a Figueredo, a Ruperto y
Paulina Pedroso. Muchas veces, el diálogo se enriquece con anécdotas que
pasaron de generación en generación y hoy están cuidadas en la escritura. Una
de las más repetidas relata el momento en que alguien atentó contra la vida de Martí. Entonces, casi siempre se
habla de Paulina, por el desvelo con que ella y su esposo Ruperto Pedroso le cuidaron en su casa, donde le
dieron hospedaje seguro. En medio de esta anécdota, a veces aparece el nombre
del médico que le atendió. Así es cuando asiste Emiliano Salcines a la
conversación, o alguien que, como él, se apasiona con las huellas de la
historia. Allí se recuerda a Barbarrosa, el galeno que atendió a Martí en Ybor
City cuando le brindaron una copa de vino que contenía veneno.
Su nombre era Miguel y, al igual que Martí, nació en
La Habana, hacia 1849. En su ciudad natal se graduó de Bachiller en el
Instituto de Segunda Enseñanza, donde debió coincidir con alguno de los
estudiantes de medicina asesinados en 1871. Al terminar este nivel de estudios
se trasladó a Estados Unidos, donde se graduó de doctor en Medicina y Cirugía.
Después se mudó a Francia, residiendo un tiempo en París, lugar en que ejerció
su profesión.
De París regresó a La Habana, pero volvió a tomar el
camino de la emigración, eligiendo a Tampa como destino. Debió ser hacia 1890
que el Dr. Barbarrosa se instala en Ybor City, donde viven algunos miles de
cubanos y ya hay decenas de profesionales prestando sus servicios en una
comunidad que crece con rapidez.
Es por la pluma atenta de Martí que conocemos
algunos detalles sobre Barbarrosa, por quien llegó a sentir una sincera
amistad.
Considero que
Barbarrosa debió conocer a Martí desde la primera visita de éste a la ciudad,
en noviembre de 1891. Unos días antes de sufrir el intento de envenenamiento
–incidente ocurrido el 16 de diciembre de 1892– le ha escrito desde Cayo Hueso.
La carta está fechada el 12 de noviembre de 1892 y le expresa:
“Acaso mi amigo Barbarrosa, y el alma exquisita y
ferviente de su compañera, hayan sido injustos, por falta de cartas de
agradecimiento, con el viajero cuyas ansias y soledades ha alegrado más de una
vez, y muchas veces, el recuerdo del
entusiasmo, de la ternura, de la lealtad, y del amor que he visto en su casa.
Se habrán engañado, y allá voy a decírselo, con el cuerpo a medio deshacer,
pero con más patria, con un beso en la frente pa. el niño y en la frente pa. la
compañera, y con el corazón agradecido y hermano de, su J. Martí”.
Hay cuatro cartas de Martí a Barbarrosa, que no
aparecieron en las diversas ediciones de sus Obras Completas, pero
fueron incluidas en el Epistolario que durante años de paciente búsqueda
y estudio preparó Luis García
Pascual y la Editorial de Ciencias
Sociales publicó en La Habana, en 1993.
En esas cartas conocemos el hogar de Barbarrosa, a su esposa y pequeño
hijo –René–, así como el cariño con que recibían al sensible amigo cuando
llegaba de Nueva York o regresaba de
Cayo Hueso.
La segunda carta a Barbarrosa Martí la envía desde
Nueva York. Su médico en la gran urbe es el Dr. Miranda, a quien le dio a
conocer lo ocurrido en Tampa y le mostró el tratamiento médico prescripto. En
esta carta le cuenta con orgullo a Barbarrosa que Miranda “aprobó absolutamente
y con gran elogio, toda la medicación de Ud., que continúa él aquí; por cierto
que no quiso irse sin su dirección”.
Con suma delicadeza, le cuenta que, aunque sigue
convaleciente, ha mejorado. “Yo, ya al trabajo, entre el sofá y la silla: la
mente se me ha vuelto a enflorar, de toda la virtud que he visto por ese mar
azul, y en lo que toca a Ud. parte mayor: estoy, por lo que hace a mente, echando chispas,
pero le prometo no salir al frío hasta que tenga cuerpo”.
Delicadeza de amigo y de paciente, porque en la
virtud encontrada por “ese mar azul”, Barbarrosa tiene “parte mayor”, y debió
aconsejarle con mucha fuerza el cuidado de sus pulmones maltrechos, para
despertarle la promesa de no salir al frío.
Casa de Ruperto y Paulina Pedroso -Ybor City, Tampa-, donde el Dr. Barbarrosa atendió a José Martí |
La tercera carta es del 18 de febrero de 1893 y la
escribe desde Fernandina, de donde seguirá hacia Tampa. “Yo me callaba la
sorpresa, pero quiero darme el gusto de saber que los he hecho pensar en mí
desde hoy, antes de que me vean, camino del Cayo…”. Se queja porque no lleva
consigo un carrito de juego a René, una
siempreviva a la madre y un libro al amigo, y con fino humor se disculpa:
“Recíbame mal, si lo merezco, y crea que no tiene amigo más tierno, ni cliente
más inútil, que su, José Martí”.
La última carta conocida de Martí a Barbarrosa la
escribe en Nueva York, el 9 de mayo de 1894, en medio de su incesante ajetreo.
En ella le confiesa que lo considera parte de su “íntima familia, de aquella en
que sólo entran las almas de absoluta limpieza y desinterés”.
Es una lástima que el epistolario martiano no se
haya completado con las cartas que él recibía. Cuánto nos servirían esas
epístolas que le fueron escritas para entender la estimación que le rodeó. Las
de Barbarrosa deberían estar entre ellas, porque mucho debieron significar a
Martí para que le confesara: “De sus cartas sí le he de decir que me fueron un
premio muy dulce, en días en que, con
todo el poder de mi humildad y mi moderación echaba acaso las bases de esa cara
república de Cuba”.
Si sólo supiéramos del Dr. Miguel Barbarrosa por
haber sido destinatario de unas cartas sinceras y hermosas del Apóstol,
sería suficiente para recordarle. Pero
cuando apreciamos que contribuyó a su cuidado físico y espiritual y mereció ser
visto por Martí como de su familia, comprendemos que esas cualidades debieron
corresponderse con una atencióm exquisita, como médico y ciudadano, a la
comunidad de Ybor City a fines del siglo XIX. Entonces, en la lista de médicos
distinguidos que pasaron por esta ciudad, debe inscribirse también el del Dr.
Miguel Barbarrosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario