Por Gabriel Cartaya
Si hay una fecha que a todos impresiona, con mayor o menor grado de
entusiasmo, es la llegada de un nuevo
año. Se abre un escalón inédito en la corriente de la vida, propicio para mirar
al almanaque transitado y establecer las finalidades que deben quedar abiertas
a partir del primero de enero. Es común que en las tarjetas de felicitación
enviadas y recibidas, en las cartas, en el intercambio oral y en las redes
digitales de nuestro tiempo, las felicitaciones se hinchen de múltiples deseos, entre los que la salud, paz, prosperidad,
amor, resultan preponderantes.
Hasta hoy, no existe un patrón universal que unifique la celebración
del primero de enero como día de Año Nuevo para todos los pueblos y culturas,
aun cuando a los cristianos occidentales nos parezca que al comer las 12 uvas a
las 12 de la noche del 31 de diciembre el mundo entero está pendiente de los
buenos deseos que anidamos.
Tampoco fue en las culturas occidentals donde comenzó la costumbre,
pues 2000 años antes de Cristo ya en Babilonia (hoy Irak) practicaban esta
celebración, aunque en una fecha que corresponde al mes de marzo, cuando nace
la primavera y se plantan los cultivos para la siguiente cosecha.
En Europa, la celebración del 1.º de enero comienza en el 153 antes de
Cristo, por un decreto del Senado Romano. El propósito de la ley no era
atemperar el cambio de año a una exigencia agrícola o estacional, sino corregir
un calendario que había alejado su sincronía con el sol y, de paso, atender a
una exigencia civil: que cada Cónsul asumiera su cargo en esa fecha. El primer
mes del año recibió su nombre en honor al primero de sus dioses
(Jano), al que representaban con doble
cara, una mirando al pasado (al año viejo) y otra al futuro (al año nuevo).
Al
principio, la Iglesia Católica condenó este festejo, considerándolo pagano,
pero pronto se adaptó a la práctica popular, interesada en la conversión de las
masas, aunque le encontró una designación atemperada a su prédica al nombrarla
“Fiesta de la Circuncisión de Cristo”, asumiendo que en esa fecha hubiera
cumplido una semana de nacido.
Gregorio XIII |
Pero
entonces el calendario oficial era el Juliano, que no coincidía exactamente
con nuestro primero de enero actual. En realidad, la verdadera celebración del
Año Nuevo, exactamente como la celebramos hoy,
comenzó hace solamente 433 años, cuando se instauró el calendario
gregoriano, al ser declarado por el papa Gregorio XIII como obligatorio para
todos los países católicos. Ese día, se saltaron 10 días del almanaque, pues al
4 de octubre de 1582 le sucedió el día 15 de ese mes.
A partir de
entonces, se fue abandonando el recibimiento del nuevo año el 21 de marzo y las naciones europeas
incorporaron y llevaron a sus colonias la nueva fecha festiva, tal y como hoy
la disfrutamos.
Sin
embargo, no todas las culturas iban a asumir la disposición del Papa y
continuaron con su propia visión calendaria, acorde a sus propias tradiciones
culturales, religiosas e históricas. Por ejemplo, para los chinos el Año Nuevo
comienza entre enero y febrero, con la primera luna nueva de acuario; mientras,
para los musulmanes el año se inicia con el mes de Muharram, el cual se ajusta
a una cronología lunar que puede coincidir con cualquier mes del añalejo
gregoriano. Los judíos, por su parte, siguen un calendario hebreo que empieza
en el mes de Tisri, con el Rosh Hashaná,
el que se corresponde con nuestro
septiembre u octubre.
También
persisten diversas perspectivas para considerar la llegada de un nuevo año. Si
nos basamos en el ciclo de las estaciones, la interpretación es astronómica o
natural y el año comenzaría hacia el 20 o 21 de marzo, con el equinoccio en el Norte y el otoño en
el Sur, momento en que el sol toca el punto vernal y la rueda de las estaciones
reinicia su rotación. Esa fecha, mirada desde la antigüedad, también se
corresponde con el año astrológico, porque entre el 20 y el 21 de marzo el sol
toca el cero grado de Aries (punto vernal), que es el primer signo del zodíaco
y de ahí comienza a avanzar sobre los
signos restantes, determinando el ciclo mensual.
A mí,
particularmente, me llama la atención el componente de factura astrológica que
propone considerar Año Nuevo el día del
cumpleaños personal. En realidad, es a cada año de estar sobre la tierra que
cada uno de nosotros llega a un Año Nuevo. Con ello, se multiplica la fiesta,
pues mientras esperamos la celebración del primero de enero con todos los
cristianos de este mundo, vamos festejando el cumpleaños de hijos, hermanos,
padres, amigos y cuánta gente nos llame a brindar por el maravilloso día en que
le fue abierta la luz del universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario