Hace dos
semanas publiqué en esta columna una reseña sobre la segunda sede del Liceo
Cubano en Ybor City, escrita en 1896 por Wenceslao Gálvez del Monte. Fue incluida en su libro Tampa, impresiones de un emigrado, publicado en esta ciudad en
1897. Con ese libro de casi 300 páginas, Gálvez legó a la posteridad una obra
de gran riqueza testimonial, con pequeñas
semblanzas sobre personas que vivieron aquí a fines del siglo XIX,
lugares significativos de la ciudad, costumbres, hechos históricos, estampas
culturales y pasión patriótica de los cubanos en suelo tampeño.
La lectura
de esas líneas provocó que algunas personas me preguntaran por la vida del
autor de ese texto, cuya mayor divulgación en Cuba no ha devenido de la obra mencionada, sino por otro libro que es
imprescindible a todos los que se interesan por la historia del béisbol de la
Isla, un tema verdaderamente apasionante
entre los cubanos.
Para
complacer a los lectores –entre ellos el crítico deportivo Leonardo Venta– hago
una pequeña búsqueda que me depara la primera sorpresa. Wenceslao Gálvez del Monte fue un buen
pelotero cubano, elevado al Salón de la Fama de ese deporte en Cuba en 1946, cuando aún vivía aquel antiguo torpedero
del equipo Almendares, a quien tal vez no se había reconocido como el primer
historiador del béisbol, probablemente
en el mundo.
Su tiempo
como jugador activo fue breve, pero tuvo su momento de gloria. Sólo participó
en las series de 1885 a 1887 –insertadas en su primera década, si consideramos
su inicio en 1878–, tiempo en el que fue
líder de los bateadores del Almendares, promediando 375 de average.
Aunque
algunos autores lo señalan como habanero (tal vez por jugar con
Almendares), Gálvez nació en Matanzas,
el 20 de enero de 1867, aunque muy joven se trasladó a la capital de la Isla.
Allí se destacó enseguida como jugador de pelota, cuando se daban los primeros
pasos en la creación de equipos provinciales y competencias entre ellos.
Sin
embargo, es en las letras donde más se destaca Gálvez y por las que alcanza
mayor trascendencia. En 1989 aparece su libro Historia del Béisbol en la Isla
de Cuba que algunos especialistas consideran el primero de este tema no
solamente en Cuba, sino universalmente. Damián L. Delgado-Averhoff, en el
artículo “La verdad sobre el primer juego de béisbol en Cuba”, escribió que
Gálvez no podía imaginar “el valor que tendría el béisbol en la conformación de
la identidad nacional, y mucho menos que una referencia suya, publicada en ese
texto, sería canonizada e idolatrada por millares de sus compatriotas a lo
largo del tiempo”. Hasta hoy, todos los comentaristas deportivos cubanos,
cuando hablan de la historia de este deporte en el país, comienzan mencionando
la obra fundacional de este autor.
En La
Habana, Gálvez se rodea de los más grandes poetas y escritores de su tiempo,
cultivando la amistad con Julián del Casal y otros intelectuales. Estudió la
carrera de leyes en la Universidad de La Habana y aunque ejerció ese oficio un
corto tiempo, su pasión por la escritura y la crítica literaria le ocuparon
permanentemente, publicando en revistas de la relevancia de El Fígaro y en
periódicos deportivos como El Pítcher.
En esta época publicó Esto, lo otro y lo de más allá (La Habana, 1892).
En 1896, un año después de haber reiniciado la
Guerra de Independencia, toma el camino del destierro y elige Tampa como
destino. Él mismo cuenta en Tampa, impresiones de un emigrado, la llegada a
nuestra ciudad en el Olivette: “Parecía
que el mar se sometía blandamente al barco. A lo lejos, chispeaban las luces eléctricas…era Port
Tampa (…) Apresuradamente tomamos el tren, luego los carritos urbanos y fuimos
a parar provisionalmente al hotel Victoria, en Ybor City, propiedad de un señor
Montejo (…) El hotel estaba repleto de cubanos”. Desde esa nota hasta la
dedicada a Fernando Figueredo, hay casi
50 reseñas que recogen la impresión del escritor sobre la ciudad, sus barrios,
habitantes, figuras sobresalientes,
creencias, actividades, luchas, aspiraciones.
Al
terminarse la Guerra de Independencia regresó a La Habana y en la República
ejerció el oficio de fiscal en diferentes provincias del país (Matanzas, Santa
Clara, Camagüey y Pinar del Río). Sin
embargo, es en las letras donde ocupa su talento, legándonos decenas de páginas
costumbristas, un género que se extiende del siglo XIX a las primeras décadas
del XX. Su libro de la década de 1920
Costumbres, sátiras y observaciones es una muestra de ello, como advirtieron en
su tiempo Jorge Mañach y Emilio Roig de Leuchsenring. Aunque Mañach recibió el
libro como el de un costumbrista rezagado, a Roig le mereció la siguiente opinión: “La obra recientemente publicada por
el Sr. Wenceslao Gálvez y del Monte, con el título de Costumbres, sátiras y
observaciones , contiene algunos que sí pueden considerarse verdaderos
artículos de costumbres, pues en esos trabajos periodísticos, ahora reunidos
con otros, en volumen, el Sr. Gálvez nos pinta tipos y cosas de la vida
habanera de hace medio siglo, recogiendo ya en la edad madura los recuerdos e
impresiones de su niñez y su juventud”.
Ese
costumbrismo está presente en la obra de Gálvez sobre Tampa. A través de sus
descripciones, matizadas con un fino humor, asistimos a una barbería de la
época, a la venta de periódicos, a un puesto de frutas, la llegada del cartero,
un bautizo, el alquiler de carruajes y múltiples aspectos de la vida en la
ciudad a fines del siglo XIX.
Gálvez
murió en La Habana, en 1951, a la edad de 64 años. En su legado literario se
hermanan también Cuba y la ciudad de Tampa, que en muchas de las costumbres
narradas no se adivina a cuál de los dos espacios corresponde.
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