Si Gabriel
García Márquez es el padre de Cien años de soledad, Mercedes Barcha fue la madre de aquel
alumbramiento feliz que está repartido por el mundo desde hace más de medio
siglo, para la dicha de millones de lectores de todas las lenguas. Ahora el
espíritu de Mercedes se elevó al cielo donde la esperaba su esposo de toda la
vida desde hace seis años, tres meses y
28 días, para seguir avivando desde su nombre propio y literario el realismo
mágico de una rica existencia.
Mercedes murió en la ciudad de México el pasado 15 de agosto, a la edad de 87 años. Nació en noviembre de 1932 en Magangué, en el norte de Colombia y desde la niñez conoció al aracataqueño con quien se casó en marzo de 1956. Pero nadie podría contar mejor que el Premio Nobel de Literatura el nacimiento del amor entre ellos. Muchas veces escribió y habló sobre Mercedes. En su autobiografía, Vivir para contarla, lo describe con la brillantez que le era peculiar:
“A Mercedes la conocí en Sucre,
un pueblo del interior de la costa Caribe, donde vivieron nuestras familias
durante varios años, y donde ella y yo pasábamos nuestras vacaciones. Su padre
y el mío eran amigos desde la juventud. Un día, en un baile de estudiantes, y
cuando ella tenía sólo trece años, le pedí sin más vueltas que se casara
conmigo. Pienso ahora que la proposición era una metáfora para saltar por
encima de todas las vueltas y revueltas que había que hacer en aquella época
para conseguir novia. Ella debió entenderlo así, porque seguimos viéndonos de
un modo esporádico y siempre casual, y creo que ambos sabíamos sin ninguna duda
que tarde o temprano la metáfora se iba a volver verdad. Como se volvió, en
efecto, unos diez años después de inventada, y sin que nunca hubiéramos sido
novios de verdad, sino una pareja que esperaba sin prisa y sin angustias algo
que se sabía inevitable. Ahora estamos a punto de cumplir veinticinco años de
casados, y en ningún momento hemos tenido una controversia grave. Creo que el
secreto está en que hemos seguido entendiendo las cosas como las entendíamos
antes de casarnos. Es decir, que el matrimonio, como la vida entera, es algo
terriblemente difícil que hay que volver a empezar desde el principio todos los
días, y todos los días de nuestra vida. El esfuerzo es constante, e inclusive
agotador muchas veces, pero vale la pena. Un personaje de alguna novela mía lo
dice de un modo más crudo: También el amor se aprende”.
Muchas veces El Gabo contó lo
que significó Mercedes en el nacimiento de Cien años de soledad, cuando
él empeñó el automóvil ella sus joyas familiares, quedando a cargo de la mujer
los ingentes esfuerzos para que no faltara en la mesa un plato de comida y en
su mesa de trabajo un puñado de hojas para escribir. En El olor de la
guayaba (1982), el escritor confiesa: “Sin Mercedes no habría llegado a
escribir el libro”. Y en esa misma publicación aclara lo que muchos le
preguntaban: si se había inspirado en su esposa para algunos personajes
femeninos de sus novelas. Su respuesta a quienes buscaban encontrarla en las
protagonistas estuvo enriquecida por su propio estilo: “Ningún personaje de mis
novelas se parece a Mercedes. Las dos veces que aparece en Cien años de
soledad es ella misma, con su nombre propio y su identidad de boticaria, y
lo mismo ocurre las dos veces en que interviene en la Crónica de una muerte
anunciada. Nunca he podido ir más lejos en su aprovechamiento literario,
por una verdad que podría parecer una boutade, pero que no lo es: he llegado a
conocerla tanto que ya no tengo la menor idea de cómo es en realidad”.
Cuando, en una entrevista para
la revista Crisis, en 1973, le preguntaron al ya famoso escritor sobre
lo más significativo que le había
ocurrido, respondió: “Mi signo es Piscis y mi mujer, mi esposa, es Mercedes. Estas
son las dos cosas más importantes que han sucedido en mi vida, porque gracias a
ellas, por lo menos hasta el momento, he conseguido sobrevivir escribiendo”.
Mercedes no fue sólo la esposa
durante 56 años del escritor famoso y mucho menos una bella mujer para lucir
vestidos en cada salón abierto al Premio Nobel. Fue la mujer trabajadora que se
ocupó de la economía familiar, de educar a los dos hijos, representar los
intereses del escritor ante las editoriales y propiciar el clima favorable para
el ejercicio de creación literaria de su esposo. Al conocer su muerte, la secretaria de Cultura de México, Alejandra
Fausto, expresó: “Con mucha tristeza me entero de la muerte de Mercedes Barcha,
mujer tenaz y generosa. Cómplice indiscutible de Gabo, madre de Rodrigo y
Gonzalo. Nuestro más sentido pésame, vuelan mariposas amarillas”. Las mariposas amarillas, junto a las flores que la eterna Musa acercaba a la mesa
del escritor, les acompañarán en la eternidad.
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