La pandemia que estamos atravesando hace ya más de un año se refleja en todas las áreas del comportamiento humano, más allá de la crisis sanitaria global que ha provocado. Si al llegar las primeras noticias con la palabra coronavirus ésta no había estado en nuestro vocabulario, hoy no existe un hogar en el mundo donde no haya penetrado y desde los niños hasta los más ancianos la distinguen con una variedad de matices que indican preocupación, temor, resguardo, conocimiento, superstición o responsabilidad. En todos los casos, la voz se integra a la conversación en el idioma de cada pueblo, oyéndose Xīnguān bìngdú entre oriundos de China, Mànshēng zhě para cuantiosos árabes, Kōrōnābhā’irasa en quienes viven en Nepal, Koronawirus los polacos o coronavirus, como escribimos los que hablamos español, inglés, francés, alemán y otros idiomas, cada cual desde su escritura y pronunciación.
Que la
pandemia extendida en el vigésimo año del siglo XXI ha afectado la demografía
mundial es una triste realidad, al aumentar significativamente los decesos en
una franja de la población más longeva y perder con ella un reservorio de
conocimiento. Cuando se menciona la cifra de más de tres millones de muertes,
conmueve pensar que una gran parte de quienes han perdido la vida por este
virus aún estarían al lado de su familia, transmitiendo a sus descendientes
verdades ancestrales.
Asimismo,
el cierre de las aulas, aunque sea por un trimestre, ha ejercido una particular
conmoción sobre la cultura, no únicamente por el atraso en el aprendizaje que
puede suponer esa necesaria medida, sino por los replanteamientos a que obliga,
entre ellos las clases a distancia, sustituida la presencia física del maestro
por su imagen en una pantalla de televisión. Probablemente el contenido de la
lección sea bien transmitido y el estudiante logre aprobar su curso, pero sin
la mirada, el gesto, la mano en el hombro, sin esa sensación de complicidad que
entraña la trasmisión y aprehensión del conocimiento, el hecho cultural del
lazo maestro-alumno queda incompleto.
También,
asistimos a efectos más sutiles que la pandemia provoca en la sociedad y que, a
la postre, impactan las costumbres. Entre ellos, creo significativo un elemento
atávico relacionado con el tránsito a la muerte y los ritos funerarios con que
las diversas culturas lo acompañan. Si bien, hay notables diferencias
culturales alrededor de este hecho, es universal el hábito de acompañar al
familiar en sus últimos minutos de vida. No creo que ello sufra variación
porque miles de personas hayan atravesado por el dolor de no abrazar a un
ser amado en el minuto de su despedida final, pero podría influir en el ritual
del velorio y el enterramiento, cuando cada vez más personas se inclinan por la
cremación, sobrepasando los límites de la cultura heredada.
Cuando
transcurra un tiempo prudente, la Sociología y otras ciencias afines estudiarán
la influencia que pudo tener la pandemia actual en determinadas transformaciones
de las costumbres y cuyos primeros signos, apurados por la pandemia, comienzan
a pugnar en la mentalidad que rodea la convivencia familiar, comunitaria,
laboral, educativa, donde se sintetiza la cultura.
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