Hace unas décadas, leímos mucha literatura acerca de la heroica resistencia del pueblo ruso a la invasión de la Alemania nazi, cuando enfrentó a las enormes tropas con las que Hitler se propuso expandir su dominación por toda Europa. Como sabemos, la esperanza del dictador alemán chocó con la decidida entereza de un pueblo que se unió en la defensa de su tierra.
En las páginas de Ellos se batieron por la patria, de Mijaíl Shólojov,
en las novelas de Alexander Bek La carretera de Volokolamsk y Los
hombres de Panfilov, como en tantas obras, encontramos admirables escenas
de valor, abnegación, grandeza e inmenso sacrificio en aras de expulsar al
invasor. En su libro Somos hombres soviéticos el corresponsal de guerra
y escritor Boris Polevoi exaltó aquella
epopeya y, con ello, la admiración a su país creció mucho en todo el mundo.
Particularmente
emotiva resultó la lectura de la novela Días y noches, en la que
Konstantín Símonov describe el drama real que vivieron los rusos durante la
batalla de Stalingrado, ciudad que defendieron durante casi seis meses calle
por calle, casa por casa, hasta aniquilar la poderosa maquinaria de guerra de
los alemanes, lanzada con toda su ferocidad sobre la heroica ciudad. Es tal vez
la batalla más sangrienta en la historia de la humanidad, donde alrededor de
dos millones de personas de ambos bandos perecieron, entre ellos miles de
civiles, por culpa de un hombre que, en su locura, se creía capaz de “asaltar
los cielos”.
Este "Monumento a la Patria" en Kiev rinde homenaje a la victoria de la Unión Soviética frente al fascismo, donde rusos y ucranianos combatieron juntos. |
En
Stalingrado, el arma insuperable con que contaron los soviéticos frente a los
tanques, aviación y poderoso ejército alemán fue la profunda convicción de su
pueblo de que era preferible morir que ser dominado por una potencia
extranjera. Hace casi 80 años de aquellos hechos tan fielmente descritos por
Símonov en Días y noches y aún se conservan vivos los sentimientos de
admiración y gratitud hacia los defensores de una ciudad agredida. Asimismo, el
conocimiento de aquellos terribles acontecimientos, provocará siempre el
desprecio hacia el agresor, identificado esencialmente en el rostro malévolo de
un demente que arrastró a un ejército con el fin de cumplir su obsesión de
poder.
Hoy,
cuando Kiev está asediada, nos cuesta creer que los agresores provengan del
mismo lugar en que vivieron los “hombres soviéticos” que describió Boris
Polevoi. Y, más triste todavía, que estén agrediendo a los hijos de quienes en
la batalla de Stalingrado compartieron la trinchera.
No
es relevante saber si realmente fueron 28 los hombres comandados por Panfilov o
si todos murieron para detener a la poderosa maquinaria de guerra alemana
cuando avanzaba hacia Moscú. He leído que una película sobre este hecho fue muy
admirada por el actual presidente ruso. Sin embargo, si la defensa de Kiev
produjera alguna analogía con Stalingrado, los hombres de Volodímir
Oleksándrovich Zelenski serían los de Panfilov, los defensores de la ciudad
serían el arquetipo de los héroes que salvaron a Stalingrado y, más allá de la
idealización novelística, el eterno derecho de los hombres a ser libres
volvería a explicar el comportamiento heroico de los ucranianos en esta guerra
que de todos modos ganarán.
Sabemos
que hay contradicciones entre dos países que hasta hace tres décadas estuvieron
bajo la misma bandera soviética y ahora son independientes. Puede entenderse
que Rusia tenga resquemores porque la nación vecina se sienta más atraída por
la política de Europa occidental que por la suya. Y cuando digo Rusia, aludo a
quien detenta el poder desde hace 20 años y ha modificado la constitución para
mantenerlo mucho más tiempo, porque no se ha hecho un plebiscito para saber
realmente qué piensa el pueblo ruso sobre la guerra en que están volviendo a
morir hijos suyos.
Entonces,
¿no era preferible antes de lanzar los aviones y tanques sobre el país
fronterizo encontrar una solución que asegure el derecho que cada quien tiene a
decidir su destino? De haberse lanzado una agresión ucraniana sobre Rusia, se
justificaría la respuesta con las armas. Pero no fue Ucrania quien arrebató a
Rusia un pedazo de su país. Tampoco hay señales alarmantes de que la pretensión
de Ucrania de ser parte de la Unión Europea –OTAN incluida– sea un primer paso
para agredir a Rusia.
¿Quién es el atacante?, ¿quién
es el agredido?, debemos preguntarnos a la hora de culpar a alguien por los
miles de seres humanos que han muerto en Ucrania en apenas tres semanas de
guerra. No basta con justificar el asalto como alternativa a la posibilidad de
ser asaltado, como si se tratara de una bronca callejera en que el más guapo
vocifera que el que da primero da dos veces. Es mucho más lo que está en juego
y de la serenidad, responsabilidad y sabiduría de los estadistas depende el
destino de la humanidad.
Publicado en La Gaceta, el 18 de marzo de 2022.
Finalmente una lectura de alguien que cómo esta generación de cubanos, se alimentó del realismo socialista en su evolución personal. Ya sabemos cuánto nos sobredosificación con aquellas drogas a los cubanos intelectuales.¡Cuanta ironía hay en estos acontecimientos actuales!
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