Amor y memoria en la descendencia de Vicente Martínez Ybor
Rafael
Martínez Ybor tiene más de 90 años y, aunque nació en Cuba en 1929, ha vivido
en la ciudad de Tampa la mayor parte de su larga y fecunda vida. Entre sus
muchas satisfacciones cuenta la de estar acompañado por Cecilia, la mujer a la
que hizo su esposa hace más de sesenta años y cuida en la vejez como si fuera
una niña. Pero hay un regocijo legítimo que se le adivina en el rostro cuando
camina por Ybor City y es el de saberse biznieto del fundador que dio nombre a
este histórico pueblo.
Cuando
Rafael habla sobre Vicente Martínez Ybor, lo hace con el orgullo y sencillez de
quien atesora la grandeza de su antepasado, se ocupa de esclarecer detalles de
su biografía, cuida de su tumba en el cementerio Oaklawn, venera su repetida
imagen en sitios de la ciudad y asiste a eventos donde, al llegar, se le saluda
con el respeto y cariño que ha ganado por sí mismo y como fiel continuador del
legado glorioso de su bisabuelo.
Las
veces que he conversado con Rafael, de cuya amistad me enorgullezco, he
apreciado que la veneración que siente por su antecesor no es sólo porque fuera
un fundador del pueblo que lleva su apellido, sino también porque quien diera
fama mundial a la firma de tabacos El Príncipe de Gales fue generoso con sus
miles de trabajadores, a quienes regaló su primera edificación en la ciudad
(7.ª Ave. y Calle 13), para que tuvieran un lugar de recreación. Que allí
naciera el Liceo Cubano, donde José Martí pronunciara dos de sus más grandes
discursos, son sólo hermosas ramificaciones de un gesto que relaciona a los dos
grandes hombres.
Así
como al bisabuelo Vicente, a Rafael también le gusta recordar a su bisabuela
Mercedes de las Revillas, una ejemplar mujer que contribuyó a la independencia
de Cuba. De ella vino al mundo su abuelo, cuyo nombre llevó su padre y él
también heredó.
Justamente,
el impulso para estas líneas está vinculado a Rafael Martínez Ybor de las
Revillas, porque su nieto, al escribirme la semana pasada, tuvo el hermoso
gesto de compartir conmigo una poesía, con una preciosa caligrafía, que su
abuelo escribió en 1895. Entonces, aún
vivía Vicente Martínez Ybor y, seguramente, debió emocionarse con aquellos
versos de su último hijo, que apenas tenía 16 años.
Rafael,
el abuelo, es también un rostro sobresaliente en la memoria de Ybor City. Llegó
con sus padres y hermanos en 1886, cuando apenas tenía seis o siete años. Jugó
en las calles del pueblo recién fundado cuando aún eran de tierra, aprendió a
leer y escribir, oyó hablar a los expedicionarios –muchas veces cenando en su
casa–, en vísperas de partir para la guerra en Cuba. Y, quién sabe si es uno de
esos niños que aparecen en la fotografía en cuyo centro está el Apóstol cubano,
en la escalera de la fábrica de tabacos de su padre, cuando aquel sábado,18 de
julio de 1891, Rafael tenía 12 años.
Rafael Martínez Ybor de las Revillas, en 1941, cuando era profesor en la Universidad de Tampa. |
La
poesía de Rafael, pletórica de amor hacia un abuelo que debió acariciar con
especial ternura al último de sus hijos, fue escrita cuando Vicente había
cumplido 77 años, edad en que la propensión a sentirse amado cobra una fuerza
singular. Es perceptible en el poema el sentimiento de Rafael, escrito en
cuartetas de versos octosílabos, a tono con el romance popular propio de fines
del siglo XIX. Pero, esencialmente, fue oportuno expresarlo en esos versos,
porque al año siguiente se apagó el querido rostro del anciano, cuando había
cumplido su 78 aniversario.
A mi padre
Escucha padre querido
Este mi pobre cantar
Que ante ti yo me he atrevido
Con cariño a presentar.
Recíbelo padre amado
Con dulce satisfacción
Pues aunque pobre ha brotado
De mi triste corazón.
En tu vasta y blanca frente
Se ve el sello del honor
Y en tu corazón ferviente
Reina tan solo el amor.
En tus ojos cual destellos
De luz yo veo relucir
Tu virtud y en tus cabellos
Canos, va el mal a morir.
Yo, tu hijo que orgulloso
De tu nombre siempre soy
Con semblante cariñoso
Cantándote amor estoy.
A mi lira que hoy se atreve
A cantarte, yo diré
Que mi cariño te lleve
Y pruebas de amor te de.
Y en el mundo cuando hondos
Desengaños yo hallaré
Por siempre, Padre, tu nombre
Con orgullo llevaré.
Y cuando un dolor profundo
Con crueldad mi alma taladre
Iré, despreciando el mundo,
A postrarme ante ti, Padre.
Marzo, 1895.
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