En el calor del verano caribeño de este 27 de junio, se apagó el corazón casi centenario de una de las poetas más sobresalientes del siglo XX, inscrita con su nombre esplendente –Fina García Marruz– en la hermosa historia de la literatura hispanoamericana, en cuyo sitial femenino la cubana estará siempre acompañada por la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, por sólo mencionar algunas.
Fina nació en La Habana el 28 de abril de 1923, por lo que sólo le faltaron
diez meses para llegar al siglo de vida. Como estuvo publicando poesía 80 años
–su primer libro, titulado Poemas, es de 1942– es probablemente una de las
escritoras que durante más tiempo pudo asistir a la impresión de su obra.
Desde aquel ¿De qué, silencio, eres tú silencio?
–una antología publicada en 2011 en
España–, van casi siete décadas de plena creación poética y ensayística. Entre
estas dos fechas y textos, aparecieron Transfiguración
de Jesús en el Monte, Orígenes, La Habana, 1947; Las miradas perdidas 1944-1950,
Ucar García, La Habana, 1951; Visitaciones, Unión Nacional de Escritores
y Artistas de Cuba, La Habana, 1970; Poesías escogidas, Letras Cubanas,
La Habana, 1984; Viaje a Nicaragua, con Cintio Vitier, Letras Cubanas,
La Habana, 1987; Créditos de Charlot, Ediciones Vigía de la Casa del
Escritor, Matanzas, 1990; Los Rembrandt de l’Hermitage, La Habana, 1992;
Viejas melodías, Caracas, 1993; Nociones elementales y algunas
elegías, Caracas, 1994; Habana del centro, La Habana, 1997; Antología
poética, La Habana, 1997; Poesía escogida, con Cintio Vitier,
Bogotá, 1999 y El instante raro, Pre-Textos, Valencia, 2010.
Tuve la ocasión de conversar con Fina más de una
vez, la primera de ellas en Bayamo, en la Casa de la Nacionalidad Cubana, a
principios de la década de 1990. Otras veces coincidimos en el Centro de
Estudios Martianos, donde fue una permanente colaboradora hasta el final de su
vida y, también, pude verla en su hogar un día que llegué a saludar a su
esposo, Cintio Vitier. En esas oportunidades, sentí una honda satisfacción al
intercambiar unas breves palabras con una de las grandes poetas de nuestro
tiempo. Uso la voz poeta y no poetisa, en contra de su confesión de incluirse
en la segunda acepción, al reservar la primera para quien “crea un idioma”,
como indica la palabra poiesis. De eso habló Fina en una entrevista con
la periodista cubana Rosa María Elizalde, incluyendo en la segunda
significación a Gabriela Mistral por sus aportes a la lengua española.
Fina ya no está en su casa del Vedado, la que compartió
con su Cintio Vitier, al igual que ella miembro de la luminosa cofradía
origenista junto a Lezama Lima, Eliseo Diego y otros eminentes arquetipos de la
cultura cubana. Fina les sobrevivió a todos y ahora se les reúne en la
eternidad.
Leyendo la triste noticia de la desaparición física
de Fina, galardonada en 2011 con los premios “Sofia” y el “Federico García
Lorca”, percibo el impacto causado por
este acontecimiento en la prensa iberoamericana, consciente de que es un adiós
a una de las grandes exponentes de sus letras. Pero, entre todas las palabras
dedicadas a ella, me conmueven las de su hijo José María Vitier, que vuelan en
el popular Facebook: “Si mi madre hubiera sabido (¿y quién sabrá si lo
supo....?) como iba a ser este adiós de la patria a su persona física, de este cúmulo de emociones y gestos
multiplicadas en su honor, la puedo imaginar perfectamente: estaría abrumada por tantos gestos de amor.
Ella estaría, (cualquiera que la conociera bien, lo sabe) incluso “apenada” de
recibir tanta atención y mimo, de ser el centro de todas las miradas. Ella que
sólo reclamaba para sí la gloria del ‘instante raro’, la majestad del silencio
y el color lila de un recuerdo, la plenitud de su pudor, su ligereza ingrávida
de un verso que salta como el ‘ave que sin causa está volando’ y canta sin
prisa su eternidad para marcharse y volver, ya para siempre, ‘bramando con las albas”.
Dos poemas de Fina García Marruz
Sé el que eres. Píndaro
Lo profundo es lo que se manifiesta.
La playa lila, el traje aquel, la fiesta
pobre y dichosa de lo que ahora existe
al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,
sé sabiendo que cuando nada seas
de ti se ha de quedar lo que quisiste.
–la luz es ilusión, también locura–
sino la imagen tuya que prefieres,
Si mis poemas todos se perdieran
Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra gris
junto al agua o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.
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