He venido revelando algunos escritos de gran valor histórico publicados por Victoriano Manteiga, como homenaje al centenario de La Gaceta, fundada por él en 1922. Esos textos, que corresponden a su columna “Chungas y no chungas”, forman parte de un libro en preparación, el que, además de rendir tributo al sagaz periodista, devela su visión sobre importantes acontecimientos de su tiempo.
El
escrito que presentamos en el día de hoy corresponde al 28 de febrero de 1938.
Se refiere a acontecimientos que ocurrieron hace más de 80 años y que las
nuevas generaciones conocen por los libros e historias orales heredadas de sus
padres y abuelos, con los diversos matices que la interpretación y la memoria
siempre incorporan.
La
figura de Fulgencio Batista, a la que alude Manteiga, es bien conocida por su
protagonismo en la historia inmediatamente anterior a la Revolución Cubana, al
convertirse en el Mandatario de la Isla a partir del golpe de estado que dirigió
el 10 de marzo de 1952. Se sabe menos de cuando fue Presidente legítimo del
país entre 1940 y 1944, una de las etapas más prósperas de la economía cubana
durante la llamada República, si bien las ventajas que aprovechó, esencialmente
con las ventas de azúcar, se relacionan con el alza de sus precios durante la
Segunda Guerra Mundial.
Manteiga
no se refiere en su “Chungas y no chungas” de ese día a ninguna de estas dos
etapas, sino a la anterior a ellas, cuando emerge la figura de Batista a la
vida política cubana y asciende, de la noche a la mañana, de un simple y desconocido
sargento al General más encumbrado de la nación. Como el espacio es breve para
detenerse en la complejidad de ese hecho, sólo voy a esbozar sus momentos
principales.
El 4 de
septiembre de 1933, se produjo un golpe militar contra el gobierno de Carlos
Manuel de Céspedes de Quesada, quien había asumido la presidencia ante la caída
de Gerardo Machado. El jefe del levantamiento militar era el sargento mayor
Pablo Rodríguez, pero el más audaz fue el sargento taquígrafo Fulgencio Batista
Zaldívar, quien se relacionó con los políticos que formaron el conocido como
Gobierno de los Cien Días, dirigido por Grau San Martín. Entonces, el sargento
se nombró a sí mismo Coronel y Jefe de las Fuerzas Armadas. A este tiempo alude
Manteiga, cuando nos cuenta que lo conoció personalmente en el campamento de
Columbia, algo que no sabíamos.
Desde
entones hasta 1938 –fecha en que Manteiga escribe la nota que presentamos–
Batista ejerce una gran influencia sobre los diferentes gobiernos que se
sucedieron en Cuba, tanto que cuando el presidente Miguel Mariano Gómez se
atrevió a contradecirlo, en 1936, fue sustituido por Federico Laredo Bru. Este
gobernó hasta 1940, cuando fue sustituido por el propio Batista al ganar las
elecciones de ese año. Pero es mucha historia para una página, así es que
prefiero dejarles con la opinión de Victoriano Manteiga.
Fulgencio Batista (izq.), junto a Malin Craig –jefe del Estado Mayor del Ejército de EE.UU.–, durante el vigésimo desfile del Día del Armisticio, en 1938. |
Chungas y no chungas, 28 de febrero de 1938 (fragmentos)
En Cuba
no existe actualmente una verdadera democracia. Para que la democracia se
establezca es necesario que el Coronel se retire a ser exclusivamente el jefe
del ejército, a las órdenes del Presidente, no el Presidente a las órdenes del
Coronel, no importa lo “bueno” que sea.
Y
cuando el Presidente sea un verdadero Presidente, electo por la mayoría de los
cubanos, no se llamará Miguel Mariano Gómez ni Laredo Bru.
La
democracia pertenece al pueblo y el ejército tiene el deber de ampararla, no de
mancillarla.
Batista,
perdidos los estribos y endiosado por los adulones, diariamente repite: Yo soy
el ESTADO.
Nosotros
conocimos a Batista en el Círculo Militar de Columbia. Fuimos a verlo en compañía del Dr. Ramiro
Capablanca*, entonces secretario de la presidencia. Allí le encontramos con la
camisa abierta, sin corbata, junto a un modesto escritorio. Nos dio la mano y
se la estrechamos, aunque ya estábamos enterados de sus “contactos” con
Jefferson Caffery.
Vimos
en él, con el mayor respeto y con cierta emoción, al jefe del ejército popular,
al ejército creado para respaldar las aspiraciones populares, no para imponer
su voluntad al poder civil.
De
aquel Batista de la camisa abierta, que no tenía tiempo para dormir, tenemos un
grato recuerdo.
Para el
Batista de ahora, el coronel de tono enfático, los uniformes vistosos, la
veintena de medallas y condecoraciones, el que dicta órdenes a Laredo Bru,
senadores, representantes, etc., no tenemos ni respeto ni estimación.
¡Cuba
ama la democracia basada en la justicia y la libertad y aborrece la dictadura!
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*El
doctor Ramiro Capablanca, hermano del ajedrecista José Raúl Capablanca, fue un
político cubano. Fue amigo de Victoriano Manteiga, como consta en su
correspondencia escrita, de la que se conserva una carta en La Gaceta.
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