El 17 de mayo de 1895 José Martí se encontraba en el campamento de La Vigía, en Dos Ríos. Como menciona en su Diario de campaña, ese día solo le acompañaban 12 hombres, a pesar de ser el máximo dirigente político de la Guerra de Independencia cubana y cuando todos sabían que las tropas españolas estaban detrás de los insurrectos.
Cómo se explica que una figura en quien recaía la mayor responsabilidad en el ordenamiento de un gobierno que encausara el país hacia la independencia estuviera ese 17 de mayo con tan inconcebible desamparo. Si entonces una avanzada española hubiera llegado a aquel débil campamento, se habría repetido la cacería inexplicable que sufrió Carlos Manuel de Céspedes en San Lorenzo.
La indefensión entre la jerarquía mambisa lo alcanzó dos
días después, cuando acompañado únicamente por el soldado imberbe Ángel de la
Guardia apareció a galope frente a los fusiles españoles que lo fulminaron.
Estaba en la guerra y le sobraba el valor para morir combatiendo, pero estaba
más atento a los otros que a sí mismo. Así lo apreciamos en la última página
del Diario, cuando nos da detalles de quienes le acompañan y por cuyas líneas
entraron a la historia.
También es incomprensible la demora inútil en Dos Ríos. La
única razón de la acampada era la necesidad de sostener una reunión con el
general Bartolomé Masó, como lo hicieron él y Máximo Gómez en La Mejorana con
Antonio Maceo. Eran los dos generales con mayor mando en Oriente y si con el
Titán de Bronce hubo fricciones en torno a la organización del gobierno, ellos
esperaban que el Héroe de Bayate contribuyera a limarlas.
Sin embargo, aunque le convocaron en carta del 12 de mayo al
llegar a Dos Ríos y el 15 repitieron el aviso, vino a ser el 18 por la noche
que Masó apareció, rodeado de unos trescientos hombres a caballo. A esa hora,
Martí estaba escribiendo una hermosa carta a su amigo mexicano Manuel Mercado,
quien nada tenía que ver con aquel lugar. Le estaba hablando de “sentimientos
de tan delicada honestidad” cuando se oyó el tropel de los cascos. Por eso, no
tuvo tiempo de escribir en su Diario el día 18, lo que tampoco pudo hacer el 19,
pues lo impidió la muerte.
Al terminar de leer esas páginas del Diario de campaña que
tanto impresionaron a María Zambrano, a José Lezama Lima y a tantos grandes
escritores, nos quedamos con ese dulzor del higo, como hechizados con las
palabras de aquel gran hijo de América.
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Pintura de Esteban Valderrama, presentada en el Salón de Bellas Artes de La Habana, en1918. |
Última página del Diario: 17 de
mayo de 1895
Gómez sale, con los
40 caballos a molestar el convoy de Bayamo. Me quedo escribiendo con Garriga y
Feria, que copian las Instrucciones Generales a los Jefes y Oficiales conmigo
doce hombres, bajo el Teniente Chacón, con tres guardias, a los tres caminos; y
junto a mí, Graciano Pérez. Rosalío, en su arrenquín, con el fango a la
rodilla, me trae, en su jaba de casa, el almuerzo cariñoso: «por usted doy mi
vida».
Vienen, recién salidos de Santiago, dos hermanos Chacón,
dueño el uno del arria cogida antier, y su hermano rubio, bachiller y cómico, –
y José Cabrera, zapatero de Jiguaní, trabado y franco, – y Duane, negro joven,
y como labrado, en camisa, pantalón y gran cinto, y ... Ávalos, tímido, y
Rafael Vázquez, y Desiderio Soler, de 16 años, a quien Chacón trae como hijo. –
Otro hijo hay aquí, Ezequiel Morales, con 18 años, de padre muerto en la
guerra. Y estos que vienen, me cuentan de Rosa Moreno, la campesina viuda que
le mandó a Rabí su hijo único Melesio, de 16 años: “allá murió tu padre: ya yo
no puedo ir: tú ve”.
Asan plátanos, y majan tasajo de vaca, con una piedra en el
pilón, para los recién venidos. Está muy turbia el agua crecida del
Contramaestre, – y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de
higo.
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