El 30 de abril de 1780, murió Juan de Miralles y Trayllon en Nueva Jersey, Estados Unidos. Ahora, a 243 años de su desaparición física, hablamos de él. ¿Quién fue aquel valiente español que trascendió su tiempo para permanecer en la memoria agradecida?
Miralles nació en Alicante en 1713 y, como tantos españoles,
se embarcó a Cuba en plena juventud. En la década de 1740 se había convertido
en un próspero comerciante, especialmente ocupado en el comercio desde La
Habana con las Trece Colonias de Norteamérica. En esa actividad se encontraba
cuando se inició la Guerra de Independencia de Estados unidos, en la que se
inserta prestando valiosos servicios a las fuerzas libertadoras comandadas por
George Washington.
Los primeros servicios prestados por Miralles a los independentistas norteamericanos se relacionan con el frente de inteligencia, formando un servicio secreto que ofrecía información a los sublevados contra la corona británica. Su labor comercial entre La Habana, Nueva Orleans, Florida, Filadelfia, Nueva York y Boston le permitieron formar un servicio secreto que se extendía a todos los dominios británicos en el Caribe.
La importante
colaboración de Miralles al movimiento independentista le llevó a relacionarse
con Washington, convirtiéndose no solo en un eficiente colaborador suyo, sino también en un verdadero amigo de quien
sería el primer presidente de Estados Unidos.
Sus grandes contribuciones no se
limitaron a los servicios de inteligencia, sino también a facilitar abastecimientos a las tropas insurrectas,
haciéndoles llegar o gestionándoles municiones,
medicinas y vestimenta, las que se enviaban fundamentalmente a través de
la ciudad española de Nueva Orleáns.
En la labor de Miralles se expresaba también el apoyo de
España a la independencia estadounidense, como se aprecia con su nombramiento, en 1778, como
representante y observador en Estados Unidos de la Corte borbónica entonces
regida por Carlos III.
Se considera que el apoyo económico gestionado por Miralles
a la causa de la independencia de este país, con ayuda de comerciantes cubanos
y españoles, sobrepasa los 300 millones de dólares. Cuando, en medio del conflicto
armado, España declara finalmente la
guerra a Inglaterra, el 3 de septiembre
de 1879, Miralles se dirige a la localidad de Morristown, en Nueva Jersey,
donde entonces radicaba George Washington. Allí llegó enfermo, dañando el mal
tiempo sus pulmones cansados. Fue
atendido con esmero por la propia esposa de Washington y su médico, pero nada
pudo impedir que una pulmonía detuviera su corazón la tarde fría del 30 de
abril de 1780.
Al heroico español se le ofreció un funeral militar donde
participaron grandes líderes de aquella
gesta. En camino a la tumba que le fue
destinada –al lado de la iglesia de Morristown–, el féretro fue cargado por
oficiales en uniforme, con los honores que se le rinde a un héroe de la patria. George Washington, emocionado expresó: “Con
el mayor placer hice todo lo que un amigo podría hacer por él durante su
enfermedad. Debe ser de algún consuelo a sus familiares saber que en este país
se le estimaba universalmente y del mismo modo será lamentada su muerte”.
Con sobrada razón, el historiador Salvador Larrúa Guedes, al escribir un libro
sobre el insigne español que contribuye a su (re)conocimiento, lo tituló Juan
de Miralles: biografía de un padre fundador de los Estados Unidos. El autor cubano
le hace justicia, porque así debe inscribirse su nombre en la pléyade de los libertadores, como un padre, un fundador.