Conocí al doctor en Medicina Antonio Cobo en 1995. Un día,
al anochecer, llegó a mi casa de Manzanillo detrás de una noticia que le había
dado Joel James, entonces director de la Casa del Caribe de Santiago de Cuba.
Yo le había comentado a Joel que el médico forense que hizo la autopsia a José
Martí estaba enterrado en el cementerio de Manzanillo, según me había mostrado
el único hijo sobreviviente de quien tuvo la responsabilidad de hacer la
primera exhumación de los restos del Apóstol.
Entonces el Dr. Cobo, médico forense que entre otros méritos
profesionales contaba con el de haber exhumado en el cementerio de Santiago de
Cuba los restos del último galeno de Napoleón Bonaparte, salió inmediatamente
para la ciudad del Guacanayabo. A las dos horas de conocernos ya estaba armado
el plan de trabajo del día siguiente: visitar a Rodolfo Acebal, hijo
extramatrimonial de Valencia que llevaba el apellido del padrastro, hacer los
trámites requeridos en Medicina Legal y el Gobierno de la ciudad y, con ello,
proceder a la exhumación de los restos del Dr. Pablo de Valencia y Forns, cuyo
estudio y preparación para su conservación realizó el Dr. Cobo con tanta
pericia como pasión.
Antonio Cobo, como tantos especialistas cubanos de enorme
prestigio, está viviendo en Miami, donde acaba de publicar dos libros que tuvo
la generosidad de enviarme: Memorias de un médico forense y Francois
Antommarchi: el médico que lucró con la muerte de Napoleón. Al leerlos, le
propuse entrevistarlo para La Gaceta, para que muchos le conozcan cuando visite
nuestra ciudad.
Memorias de un médico forense nos trae una muestra de una
literatura poco común: la experiencia de un médico con esa especialidad y de
una extensa ejecutoria. ¿Qué te motivó a escribir esta obra?
Mostrar que la medicina forense es algo más que encontrar
evidencias criminales en un cadáver como piensan muchos, incluso hasta los
propios profesionales de la salud. Fue la manera de hacer llegar lo importante
y estimulante que resulta explorar el universo de las Ciencias Forenses
atendiendo a las necesidades socio-culturales y científicas de tu entorno,
argumentados con los resultados concretos obtenidos en los aspectos socio
culturales en la provincia de Santiago de Cuba.
Cuba tuvo en Fernando Ortiz un pionero en la aplicación
de la medicina forense a la antropología, especialmente con su libro La
Medicina Legal y la Criminología, ¿te inspiró su obra de alguna manera?
El doctor Ferrando Ortiz Fernández, desde el inicio en
nuestra especialidad fue una fuente inspiradora por el estudio de nuestras
raíces culturales históricas afrocubanas y la visión criminológica de las
mismas, constituye una lectura casi obligada en la práctica forense cubana, por
la necesidad de interpretar ciertos comportamientos criminales en determinados
ritos religiosos africanos y donde radican sus diferencias. Indudablemente sus
aportes contribuyeron a nuestra formación integral, sobre todo en la interpretación
de crímenes acompañados con rituales de origen africano.
La práctica médico forense en la región oriental, donde
confluyen raíces africanas de orígenes haitiano y jamaicano, debido a su
transculturación se hace imprescindible el conocimiento de estos aspectos y
donde mejor que de la mano del doctor Ortiz, que mantienen su vigencia por sus
aportes antropológicos, resultando ser una fuente de inspiración en la
criminalística cubana
En la introducción a tu libro, se describen 18 procederes
médico-forenses relevantes de interés local o nacional. ¿Cuál de ellos te
resultó más impresionante y por qué?
En el servicio médico forense, durante años contaba con no
más de cinco a seis médicos y se terminaba el año con más de setecientas
autopsias realizadas, por lo que cada médico en particular realizaba un
promedio de cien procedimientos anuales. De ellos, escogí efectivamente los más
significativos para mí, en las diferentes ramas del derecho en que se desempeña
el trabajo médico forense: en lo criminal, el más impresionante por su sadismo
extremo fue el desollamiento, desmembramiento y antropofagia ritual de un niño,
con fines religiosos.
En lo civil, por lo sui géneris del caso, presentó un
conflicto de paternidad de unos gemelos monocigóticos, que uno de ellos fue
accidentalmente cambiado después de nacido en la sala de neonatología y que al
cabo de diez años fue reconocido por su padre biológico en la vía pública al
confundirlo con su gemelo, al cual le había prohibido estar tan lejos de su
casa.
En lo referente a lo socio-cultural, el más significativo e
impresionante fue el hallazgo, después de una semana de excavación, de un
aborigen [protoagricultor] en un sitio que se orientaba al asentamiento
arqueológico por la Academia de Ciencias de Cuba. Hasta ese momento no se había
encontrado en el país los restos óseos completos correspondientes a esta
cultura aborigen que antecedió a los aborígenes agricultores en Cuba (taínos).
En tu labor de investigación de tantos años, ¿qué
inconvenientes –si los hubo– te resultaron más desafiantes?
Existieron muchos contratiempos durante años en el trabajo
médico forense y desarrollo de la especialidad, con excepción quizás de la
capital. A nuestro juicio, por lo siguiente: el servicio médico forense en
Cuba, administrativamente le responde a los tribunales de justicia, pero por
ley en 1965 pasó a ser atendido por el Ministerio de Salud Pública, cambio que
fue considerado como un gran error por especialistas de la época.
El poder judicial tenía creadas las instalaciones
necesarias y una infraestructura sólida para garantizar el trabajo pericial, en
oficinas y consultas equipadas para exámenes genitales dentro de los
tribunales, así como la construcción de necrocomios en los cementerios. ¿Qué
ocurrió? Al pasar el servicio médico al Ministerio de Salud, estas
instalaciones se fueron desvaneciendo con los años por falta de atención
administrativa, hasta no existir ninguna en la actualidad. Salud Pública nunca
reclamó, ni mostró interés por esos inmuebles y esto ha ocasionado serias
dificultades en el desarrollo de la especialidad, acompañado con el deterioro
sistemático de algunas actividades médicas, entre otras, las autopsias en
cadáveres que presentan signos evidentes de putrefacción y se tienen que
realizar al aire libre, en condiciones higiénico sanitarias deplorables.
Los inconvenientes más significativos estuvieron presentes
tanto en el trabajo diario, como para las investigaciones por falta de apoyo
económico y de sensibilidad en la mayoría de los funcionarios de salud, quizás
por el desconocimiento del universo de esta especialidad o porque no les
representaba nada para sus evaluaciones administrativas.
Todo sucedió por lo que explicaba sobre el paso del servicio
médico forense a Salud Pública. Siempre ofrecieron resistencia a tener que
enfrentar los gastos que este servicio generaba, tanto en la localidad como
fuera del municipio. El administrador de salud, quien recibía el producto del
trabajo, era quien debía asumir los gastos. Por ello, siempre nos mantuvimos en
un limbo administrativo que perturbó el desarrollo de la especialidad, por lo
que debíamos de asumir los gastos o sensibilizar a organismos afines para
lograr algún objetivo individual o colectivo.
Te refieres en tu libro Memorias de un médico forense al
“cálculo de la muerte al aire libre en Cuba”. ¿Qué significa esa expresión?
En cadáveres que son encontrados al aire libre, la pregunta
obligada es: ¿qué tiempo lleva el cuerpo en ese sitio? Eso solo es posible por
cambios que se van sucediendo en el cadáver relacionados al tiempo de
fallecido, en muertes recientes, o sea, con menos de 24 horas estos cambios
post mortem son fácilmente identificados por el profesional médico en sentido
general. Sin embargo, después de transcurridas las primeras 24 horas al aire
libre, estos sufren estos cambios putrefactivos, porque sobre ellos inciden la
acción de factores climáticos, geográficos y biológicos [fauna] presente en el
lugar. Para poder ofrecer la data o fecha de muerte más acertada, entomólogos y
médicos forenses extranjeros realizaron estudios al respecto y confeccionaron
sus tablas tanatológicas (cambios post mortem) y entomológicas para el cálculo
de la muerte al aire libre en sus respectivos países, que no son tropicales.
Estas tablas fueron sugeridas y utilizadas para el trabajo
médico forense en Cuba, por muchos años. Al comenzar nuestro trabajo en 1967,
observamos la falta de correlación entre estas tablas sugeridas y los hallazgos
post mortem en cadáveres encontrados al aire libre, afectando así la data de
muerte y por ende a las investigaciones criminales. Por lo que decidimos, como
trabajo de Grado realizar una investigación al respecto, creando tres centros
de exposición cadavérica al aire libre por 30 días, por dos años (a partir de
1977) en las provincias de Santiago de Cuba, Guantánamo y Bayamo. Se utilizaron
cadáveres reportados sin familiares, ni allegados, describiendo las
alteraciones tanatológicas que iban presentando, tomando los datos
meteorológicos registrados en el lugar [temperatura, lluvia y humedad
relativa], así como recolección de la fauna cadavérica presente, identificadas
por entomólogos nacionales. A través de este estudio se pudieron confeccionar
las tablas tanatológicas y entomológicas tropicalizadas para el estudio del
cálculo de la muerte al aire libre en Cuba.
En 1995, tuve la oportunidad de estar a tu lado, en el
cementerio de Manzanillo, durante la exhumación de los restos del Dr. Pablo de
Valencia y Forns, el médico que hizo la autopsia a José Martí. ¿Qué representó
aquel trabajo para ti?
Después de leer el dictamen confeccionado por el doctor
Pablo A. de Valencia y Forns, sobre su actuación médico forense en
Remanganaguas aquel 23 de mayo de 1895, donde se describen las lesiones
presentes en el cadáver de Martí. Me preguntaba quién era ese joven galeno,
natural de La Habana, de veintitrés años de edad, graduado en España y
especializado en práctica forense que en esos tiempos era todo el alcance de la
medicina forense en Cuba. Además, su presencia en Santiago de Cuba y que fuera
designado con su corta vida pericial a una actuación tan importante para el
ejército español como fue exhumar, identificar, realizar el reconocimiento y el
embalsamamiento del cadáver de José Martí para su trasladado a la ciudad de
Santiago de Cuba, así como su traslado a la ciudad de Manzanillo, después de
haber participado en estos acontecimientos.
Me dispuse a conocer más sobre la trayectoria personal y
profesional del doctor Pablo Aureliano de Valencia y Forns, y fue entonces que
conocí al profesor Gabriel Cartaya, investigador incansable quien me ofreció la
ayuda necesaria para poder lograr el objetivo propuesto. Cartaya resueltamente
me llevó a conocer al único hijo del doctor Valencia que aún quedaba vivo, el
señor Rodolfo Enrique Acebal López.
 |
En el cementerio de Manzanillo: Gabriel Cartaya, Rodolfo Acebal y el Dr. Antonio Cobo |
La visita a Rodolfo fue un encuentro con la historia
personal de su padre, su vida familiar y profesional que se desarrolló entre
las ciudades de Manzanillo y Pilón. Con toda la información necesaria, se
realizaron las coordinaciones pertinentes para que en el centenario de la caída
de Martí en Dos Ríos se reparara la bóveda que guardaba sus restos y se
realizara la exhumación de sus restos con el objetivo de preservarlos y
sellarlos a la perpetuidad en su nicho familiar en el cementerio de Manzanillo.
Rodolfo nos acompañó a la identificación de la bóveda de su padre con orgullo y
satisfacción reflejados en su rostro. Efectivamente, en aquella pequeña morgue
del cementerio de Manzanillo fue un reencuentro con la historia al estructurar
la osamenta del doctor Valencia, en especial sus manos, lo que no pude evita
que, por varios minutos, me trasladara a los momentos vividos por él en
Remanganaguas aquel 23 de mayo de 1895, cuando esas manos examinaban el cadáver
de nuestro Apóstol. Fue como retroceder en el tiempo. Posteriormente, se develó
una tarja en reconocimiento a su participación aquellos hechos históricos.
En el libro François Antommarchi: el médico que lucró con
la muerte de Napoleón, ofreces una amplia información acerca de esa figura
histórica cuyos restos fueron exhumados por ti en el cementerio de Santiago de
Cuba para su estudio y preservación. ¿Qué repercusión tuvo ese trabajo?
En 1994, en el Festival de la Cultura Caribeña realizado en
la ciudad de Santiago de Cuba y que fuera dedicado ese año a los países
francófonos del Caribe, se buscaron las diferentes manifestaciones culturales
francesas y su impronta en la ciudad, identificando, entre otras, el actuar
profesional del doctor François Antommarchi, que vivió y murió en Santiago de
Cuba.
Se me solicitó realizar la búsqueda de sus restos, su
exhumación y preparación para sellarlos a perpetuidad. Después de realizada la
preparación de los restos, se esculpió en el mármol de dicha bóveda un escrito
en reconocimiento a su desempeño profesional durante su estancia en Cuba, que
fue develado por el embajador francés acreditado en el país.
Pienso que el haber realizado la exhumación de los restos
mortales del doctor Antommarchi fue la motivación para seguir investigando
sobre su vida, en la que pude conocer más sobre su trayectoria profesional
hasta llegar a América, así como sus medias verdades sobre todo lo que
presumía, la mascarilla mortuoria de Napoleón, la autopsia de Napoleón, entre
otros acontecimientos poco éticos que se fue adjudicando para alimentar su ego.
Me sentía comprometido en exponer los resultados de la investigación y mostrar
cómo este profesional de la medicina lucró con la muerte de Napoleón Bonaparte.
¿Qué satisfacciones te ha producido el largo tiempo
dedicado a la medicina forense, la
historia y la antropología?
En estos años dedicados al estudio y práctica de las
Ciencias Forenses, interioricé y disfruté todo lo que hice por la especialidad
con profunda satisfacción, trabajé con honestidad, disciplina y el amor que
ella demanda. Fue una gran fuente de inspiración, experiencias y emociones
acumuladas que enriquecieron mi vida profesional. Encontré durante mi vida
profesional algunas contradicciones laborales y administrativas por mi
personalidad y convicciones, las cuales enfrenté resueltamente. Nunca criterios
de terceros apagaron mi fuerza interior, por el contrario, me ayudaron a
reafirmarme y fortalecer mi resiliencia como única alternativa para preservar
mi intelecto.
En estos momentos, siento haber cumplido con mi legado
durante mi vida profesional y experimentar la satisfacción de haber recibido el
reconocimiento a mi trabajo por profesionales cubanos destacados,
instituciones, colegas, amigos y familiares. Siento, además, la satisfacción
familiar de haber inspirado en mis hijas y nietos la vocación por las Ciencias
Médicas, en las que se desempeñan hoy. Pretendo conservar la fuerza mental,
anímica y espiritual para continuar transmitiendo la motivación hacia las investigaciones
médico forenses.