Para Rafael Martínez Ybor, biznieto de Mercedes que vive en Tampa, donde mucho se le quiere.
Cuando se habla de las mujeres cubanas que desde Tampa
contribuyeron a la Guerra de Independencia de Cuba, generalmente se recuerda a
Paulina Pedroso por el apoyo que prestó a José Martí, especialmente cuando,
tras un intento de envenenamiento, lo llevó a reanimarse en su casa, lugar
donde hoy tenemos el parque “Amigos de José Martí”.
Algunas veces se menciona a Carolina Rodríguez “La
Patriota”, cuyo nombre en el epistolario martiano la hace inolvidable. En
algunas páginas, generalmente archivadas, encontramos nombres femeninos en los clubes revolucionarios que se crearon
para contribuir a la organización, estallido y desarrollo de la gesta bélica
antillana reiniciada en 1895, pero no se ha hecho justicia histórica al papel
desempeñado en aquellos acontecimientos por la Sra. María Mercedes Evarista de
las Revillas y Salmonte, la digna esposa de Vicente Martínez Ybor, a la que
Cuba y Tampa tienen tanto que agradecer.
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Sabemos lo que significó su esposo para Tampa, desde que en 1885 decidió trasladar su fábrica de tabacos de Cayo Hueso a este lugar, iniciando con ello el desarrollo de una industria de fabricación de puros que devino en inusitada prosperidad para esta localidad. Es merecido el reconocimiento al valenciano emprendedor, como a todos los que le secundaron, pero hay que significar que al lado del gran hombre estuvo la gran mujer que le acompañó, alentándole y participando del crecimiento de su obra. Ello sería razón suficiente para recordar a Mercedes. Sin embargo, ahora nos fijamos en un ángulo no suficientemente observado: el patriotismo con que aquella cubana –nacida en Guanajay, Pinar del Río, el 26 de octubre de 1841– se sumó al llamado martiano de luchar por la conquista de una patria donde la construcción de una república democrática, próspera y justa evitara que los cubanos tuvieran que buscar su progreso en el extranjero.
La hermosa Mercedes, perteneciente a una familia propietaria
de tierras en una de las villas más prósperas de la región de Vueltabajo, se
casó con Martínez Ybor a los 25 años, cuando
el español triunfante en La Habana ya gozaba de prestigio como dueño de
la floreciente fábrica de tabacos El Príncipe de Gales, cuyos tabacos ya eran
codiciados hasta en las más encumbradas cortes europeas. Había enviudado cuatro
años atrás, con cuatro hijos que se sumaron a los siete que aportó el vientre
de la segunda esposa, nacidos en Cuba, Cayo Hueso Nueva York y finalmente en
Tampa.
Existen muchos testimonios sobre el carácter afable y la
naturaleza generosa de Mercedes, en cuya hermosa casa de Ybor City, a la que
nombraban La Quinta o La Hacienda (esquina de la Avenida 12 y Calle 17)
atendían con cariño a los amigos, entre
ellos obreros, intelectuales, artistas, sin distingos de clase, raza,
religiosos o filosóficos. Pienso que en aquel hogar debieron reproducirse
conductas como la que impresionó a Martí al ver sentado a un obrero en la silla
que correspondía, en su oficina, a Martínez
Ybor.
Pero en la brevedad de estas líneas prefiero recordar a
Mercedes, al cumplirse el 182 aniversario de su natalicio, como una patriota
cubana, como la mujer que se sumó a su pueblo en el escenario de Ybor City,
cuando la patria llamó a sus hijos desterrados a conquistar una república
propia. Hay que imaginarla dentro del Liceo Cubano –nacido del edificio que fue
la primera propiedad de su esposo en Tampa y que con tanto altruismo regaló a
sus trabajadores–, aplaudiendo las palabras del inigualable
Maestro, aportando de su dinero a los recursos requeridos para la gesta
independentista y sumándose a las filas de la organización que encabezó aquella
epopeya. La historiadora cubana Nidia Sarabia, cuya obra historiográfica es
reconocida, escribió para la revista Bohemia el 26 de enero de 1956: “Mercedes
de las Revillas de Martínez Ybor fue fundadora y miembro del Partido
Revolucionario Cubano al ser creado por Martí en 1892. Ella asistía a todos
los mítines y a las juntas que fueron
presididas por el propio Maestro, quien tuvo su principal tribuna en la fábrica
de Martínez Ybor”.
Una vez iniciada la guerra en Cuba el 24 de febrero de 1895,
muchos de los expedicionarios que salieron desde Tampa –y fue el lugar del que
salió un mayor número de expediciones– dejaron testimonios sobre las atenciones
que recibieron en la casa de Mercedes. Entre ellos, elijo el ofrecido por
Orestes Ferrara en sus memorias, a las que tituló Una mirada sobre tres siglos.
El italiano, que llegó a Tampa para enrolarse en una expedición que lo
incorporara a las tropas independentistas cubanas, recordó que fue Mercedes
quien lo salvó de las penurias que padeció en el primer hospedaje que le
brindaron en Ybor City. Confiesa Ferrara que “como ángel tutelar apareció
inesperadamente la Señora de Ybor, viuda de aquel honorable ciudadano que había
dado su nombre al pueblo. Era una cubana de vieja estampa, rodeada de numerosa
familia: patriota por añadidura y de suprema bondad y cortesía. Al enterarse de
nuestras quejas, nos ofreció una de sus casas, a la que nos trasladamos y donde
pasamos confortablemente el mes o poco más que todavía perdimos en Tampa”.
Hay muchas razones para incluir el nombre de Mercedes de las
Revillas en la lista de las patriotas cubanas que contribuyeron a conquistar la
independencia de la Isla y en la fundación de la República en 1902. Su cercanía
a estas filas, puede verse en el matrimonio de su hija Amalia Elena, casada en
1900 con Carlos García Vélez, hijo del Mayor General Calixto García.
Mercedes, quien enviudó en 1896 a los 55 años de edad, fue
profundamente fiel a su familia, al entorno social –que es ser fiel a la
humanidad– hasta el final de su fecunda existencia. Murió en abril de 1931 en
La Habana, a los 89 años –en la casa de su hija Jenny, donde vivió sus últimos 14 años–, siendo socia de honor de la Asociación
Nacional de Emigrados Revolucionarios, lo que muestra su activo dinamismo
social hasta el final de su vida.
El ejemplo de aquella mujer cubana e yborciteña, como el de
tantas que en su época contribuyeron a hacer un mundo mejor, ha de seguir
siendo un paradigma permanente para nuestro tiempo y el venidero.