Por Gabriel Cartaya
West
Tampa, conocida primero como Pino City, fue una extensión inmediata hacia el
oeste de Ybot City, al otro lado del puente, como efecto del vigor tabacalero
alcanzado en los últimos años de la década de
1880. Ahí están todavía los edificios de ladrillos de fuego, orientados de este
a oeste, que son vivos testigos del ardor y esperanzas con que nuestros abuelos
construyeron la ciudad donde vivimos.

¿Quién era este cubano que recién llegado a West Tampa se convierte en
su primer Alcalde? Es larga su historia y el más exigente esfuerzo de síntesis
no podría condensarla en un par de cuartillas. Nació en Camagüey en 1846, pero
por origen y primera formación es bayamés. Completa sus estudios
preuniversitarios en La Habana y matricula en la Escuela de Ingeniería de Troy,
en una Universidad de Nueva York. Entre sus amigos de allí aparece curiosamente
Teddy Roosevelt, quien lo llamaba “Figue”, en la confianza grata de la amistad.
Está casi al graduarse en 1868, con 22 años, cuando el padre le escribe desde
Bayamo diciéndole que Carlos Manuel de Céspedes se ha levantado en armas contra
España. Ha comenzado la Guerra de Independencia de su país y no tiene que
pensarlo. Llega a Bayamo y se incorpora a la lucha armada.
Debió ser grande el impacto que causó
en los líderes de aquella epopeya, porque muy pronto se convirtió en el
Ayudante y Secretario de Céspedes, primer Presidente de la República en
Armas. Desde entonces, estuvo en las principales acciones de la Guerra de los
Diez Años y termina como Secretario del General Antonio Maceo. Su nombre
aparece al lado del de Maceo en la honrosa Protesta de Baraguá, donde los
cubanos se negaron a una paz sin independencia. Con la Paz del Zanjón, el
Teniente Coronel Fernando Figueredo tuvo que salir a vivir en el exilio, primero
en Santo Domingo, después en Cayo Hueso y finalmente en Tampa.
Cuando Figueredo llega a Tampa, ya es
ciudadano americano y ha participado en Cayo Hueso en la vida política de este
país. En 1885 fue elegido a la Cámara de Representantes por la Florida,
siendo el primer cubano en alcanzar ese cargo electoral. También fue
superintendente de escuelas por el condado de Monroe, al que correspondían los
cayos del sur de la península.
La fecha en que Fernando Figueredo
comienza a radicar en Tampa, corresponde al mes de abril de 1894. Para entonces
Fernández O´Halloran, que radicaba en Cayo Hueso, ha adquirido la fábrica de
tabacos que dos años antes había inaugurado del Pino en esta parte de la
ciudad, siendo la primera de varias que en esa década propiciaban el nacimiento
y primer esplendor de un nuevo pueblo tampeño.
Para impulsar en West Tampa la
producción de puros con mano de obra segura, O´Halloran es seguido por decenas
de familias cubanas, entre ellas la de Figueredo, contratado como tenedor de
libros para la firma del distinguido industrial.
Emiliano Salcines, que es capaz
de oír en el tiempo el soplo trascendente del paso del hombre por la vida, me
ha acompañado el pasado domingo a mirar en West Tampa la conservación de aquellos
edificios, mostrándome con el índice y un caudal de palabras la presencia de
tanta historia viva. Miramos donde estuvo la casa de Fernando Figueredo, en su
tiempo marcada como 404 Main Street y hoy, penosamente, un solar yermo con la
yerba crecida; nos detuvimos a admirar el edificio
construido hace algo más de ciento diez años, hoy biblioteca pública (en 2312 W
Union St.), de cuyo interior salió el tabaco clandestino destinado a Juan
Gualberto Gómez, que ocultaba la orden de alzamiento, en febrero de 1895, para
que estallara la guerra por la independencia de Cuba.
La casa de Fernando, en Cayo Hueso, había sido de visita obligatoria
para José Martí, desde su primera llegada en diciembre de 1891. La felicidad
de aquel hogar debió causar una honda impresión en el Apóstol, quien le dice
en una de sus primeras cartas: “El amor lo premió a usted y le da ese aire de
rey con que publica sin querer la hermosura de su hogar”. Ya en Tampa
Figueredo, Martí viene dos veces más a la ciudad y seguramente pudo visitarle,
en la carrera de atar los últimos cabos para desatar la guerra. Su hijo
Bernardo, todavía mozalbete, le acompañó mucho en esos días, entre Cayo Hueso
y Tampa, e incluso hasta Nueva York. Lo que no podía entonces presentir el
hombre iluminado es que, cuatro años después y a tres de su muerte en combate,
su pobre madre, anciana y enferma, sería recibida en esta casita tampeña por
su amigo Figueredo.
El patricio bayamés sólo vivió alrededor de 4 años y medio en este
pueblo y de ellos uno (1895-1896), como su primer alcalde, pero dejó una huella
perdurable, como ocurre con los hombres privilegiados de la historia. Cuando
comienza la guerra en Cuba, el 24 de febrero de 1895, Fernando pide su lugar
para tomar las armas, pero no es complacido, porque es en ese momento uno de
los dirigentes más necesarios en el exterior.
En septiembre de 1895 fue creado el Gobierno de la República en Armas y
se nombró a Tomás Estrada Palma como su Delegado en el Exterior. Éste designó
a Figueredo como su representante en Tampa. Es impresionante la labor que
realizó entre 1895 y 1898. Se ha considerado que asciende a 750 mil dólares la
suma recaudada por sus manos en apoyo a la guerra.
Terminada la guerra en Cuba, en 1898,
Figueredo regresó a su patria, como miles de cubanos. Ocupó altos cargos en
Cuba desde llegar: en 1902 se crea la república y lo nombran Director General
de Comunicaciones y en 1912 asumió la presidencia de la Academia de Historia de
Cuba.
Su libro, La Revolución de Yara, es
hasta hoy una de las fuentes principales para el estudio de la
guerra del 68. Martí llegó a leer páginas inéditas de esta obra y quiso
publicarlo, según consta en su carta del 25 de febrero de 1894: “Me prometo
publicarlo en dos tomos y hacer una edición dedicada a la revolución que
programamos”. Finalmente, el libro fue publicado en 1902 y hasta hoy ha tenido
varias ediciones.
Murió a los 83 años, en La Habana, en 1929, rodeado de su familia, de
hermanos masones y de muchos compañeros de hacer y escribir la historia. Tal
vez más nunca volvió a caminar por las calles de West Tampa, pero debió
llegarle, hasta el último día, el rumor de su crecimiento y seguramente una
brisa cálida de gratitud, porque la segunda generación tampeña escuchaba de
labios de sus mayores su propia historia: la de los fundadores de su ciudad.
Muchas generaciones han pasado, pero si
el latido de aquellos hombres nos acompaña en la obra actual, podremos contar
con su aliento para hoy y para mañana.
Si caminas por la acera izquierda de la calle Main, de Howard hacia
Armenia, detente un instante frente a la hierba fresca de ese solar vacío,
donde tal vez escuches, en el ruido del tiempo, como una voz de padre. Es la
sensación indescifrable de haber identificado la energía etérea que brota de
los sitios sagrados: esta vez el lugar donde vivió Fernando Figueredo, el
primer Alcalde.
Citas: José Martí. Epistolario en V
tomos, preparado por Salvador García Pascual. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1993.