Hace unos
días, el poeta cubano Alberto Sicilia, radicado en Tampa, hizo una entrevista
al escritor nicaragüense Sergio Ramírez, a quien conoció personalmente en NIcaragua hace varios años. Su intención expresa fue publicarla
en su revista Classic Subversive y extenderla a La Gaceta, como
le fue comunicado al autor de la novela Margarita, está linda la mar, único escritor centroamericano que ha sido laureado con el premio de
Literatura Cervantes, el más preciado que se otorga en lengua española.
A
continuación, la entrevista de Alberto Sicilia a Sergio Ramírez:
¿Cómo se
equilibran la calma que se percibe en su expresión y la pasión al abordar los
temas que le preocupan?
Ese equilibrio
viene desde la infancia. Yo aprendí a hacer esto entre la personalidad de mi
padre y la de mi madre. Mi madre era una mujer muy serena, muy reposada, ella
había sido educada en la religión evangélica, en un colegio Bautista en
Managua. Mi abuelo materno era un hombre de recursos, era cafetalero, pudo
educar a todos sus hijos en el recién instalado colegio Bautista por la misión
evangélica que había llegado desde Alabama. Era una enseñanza bilingüe y nueva
en Nicaragua, laica, evangélica y un colegio de alta calidad. Mi madre, que era
profesora de Literatura, tenía ese carácter reposado, desapasionado, severa,
muy severa, mientras que mi padre, por el contrario, era todo entusiasmo, mi
padre no le tenía miedo al diablo; había sido alcalde del pueblo, si tocaba
bailar en público, en una fiesta patronal, él bailaba, mi madre se echaba para
atrás. Quizás yo soy el fruto de esa combinación, que me da un equilibrio. No
abandonar los temas de la vida pública, que me preocupan, junto con los temas
literarios, pero tratar de reflexionar mientras hablo, sin apresuramiento, ni
pasiones desmedidas. Siempre he creído que la única manera que lo escuchen a
uno, es dejando hablar a los demás y por lo tanto, tratar siempre de establecer
el diálogo, en contra del carácter que tenemos los nicaragüenses, y quizás
suceda bastante en Cuba, que unos se arrebatan las palabras a los otros y por
lo tanto es muy difícil establecer un diálogo en que de repente, dos o tres o
cuatro personas hablando al mismo tiempo, como si se fueran a matar,
simplemente están discutiendo entusiastamente sobre un tema, pero esa manera de
no escucharse es muy caribeña.
A los 14 años, ya
usted había publicado su primer cuento. ¿Cuáles fueron las principales
influencias literarias y artísticas en sus años de formación?
Cuando yo publiqué...
lo que pasa es que uno hace ese tipo de cuentas según más le conviene, ¿no? Mi
cuento publicado en septiembre de 1956, en el diario La prensa, era un
cuento dominado por los temas a los que yo estaba más aficionado, que era los
temas vernáculos, de las leyendas populares, los cuentos de camino, los cuentos
de miedo que se le contaban a los niños, los cuentos orales que se transmitían
de voz en voz, entonces yo hice una recreación de esos cuentos vernáculos,
folklóricos digamos, y la mandé al periódico y ahí el periódico lo publicó sin
conocer... el director del periódico, que era Pablo Antonio Cuadra, poeta, sin
sospechar que edad tenía yo. Entonces él le puso un subtítulo, una entrada al
cuento, diciendo: “Leyenda de la carreta náhuatl”, versión de Masatepe, como
que era la versión de un folklorista, ¿no? Y era un cuento que yo había
inventado... pero realmente el cuento que yo escribí, con la voluntad de
hacerme cuentista, se llama “El estudiante” y se publicó en la revista Ventana,
que creamos en la Universidad, apareció en el primer número de dicha revista,
que se publicó en junio de 1960, de manera que mi historia literaria yo, a
veces, generalmente empiezo a contarla a partir de ese cuento, no a partir del
cuento de 1956.
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El rey de España, Felipe VI, entrega el premio Cervantes al escritor Sergio Ramírez |
Paralelo a su
desarrollo literario, sus inquietudes sociales lo llevaron a la lucha contra
Somoza. Conocí y conversé con algunos de los integrantes del frente Sandinista
en 1988, como Omar Cabezas, por ejemplo. ¿Estaban ellos entre su círculo de
amigos o compañeros?
Ellos son de otra
generación posterior, yo pertenezco más bien a la generación que se llamó de la
autonomía, porque yo vivía en la universidad en 1959, recién conquistada la
autonomía universitaria, y el gran rector nuestro, rector de la universidad
pero rector espiritual era Mariano Fiallos Gil, quien había luchado por la
autonomía, era un humanista, un liberal y era un maestro en todo sentido. Pero
coincidió que en el año que yo vivía en la universidad, el ejército de Somoza
masacró una manifestación de estudiantes en la que yo participaba, el 23 de
julio de 1959 y entonces esta generación se llamó también 23 de julio, los que
fuimos sobrevivientes de esa masacre; al año siguiente se fundó el frente
estudiantil revolucionario, que fue el semillero del frente Sandinista posteriormente,
pero la verdad es que me fui a Costa Rica cuando me gradué de abogado, a
trabajar en el consejo de universidades de Centroamérica, y yo no participé
nunca en la lucha armada, esa fue otra corriente, en la que no tuve nada que
ver. Yo me incorporé al frente Sandinista, ya en 1976, cuando regresé de
Alemania, porque el Frente Sandinista se había abierto a la participación de
aquellos que no cargaban armas, de aquellos que no aceptaban irse a la lucha
clandestina, etc. Entonces yo entré como un intelectual a las filas del Frente
Sandinista, eso sería, como te decía, a finales de 1976.
El hecho de
abandonar la política activa y dedicarse a la literatura ocurrió avanzada la
década del 90. Aun así, usted mantiene un activismo desde las páginas de su blog
El boomeran, invitando a la reflexión y haciendo un análisis de la sociedad y
sus problemas más acuciantes. ¿Considera que es una manera de combatir contra
la desidia contemporánea, una enseñanza para sus lectores más jóvenes, o ambas?
Creo que a las alturas
que estamos del siglo XXI, estamos algo avanzado, llegando al primer cuarto del
siglo XXI, todo esto que a finales del siglo XX, o cuando yo me involucré en la
revolución, asumíamos como el compromiso del escritor ha cambiado mucho, se ha
diluido bastante, o su naturaleza ha variado y antes era casi inaceptable que
un escritor no expresara sus opiniones, o no se afiliara públicamente en contra
de la opresión, de la dictadura. Pues como yo me formé en aquellos años,
siempre he seguido considerando que para mí hay dos espacios de escritura, de
reflexión, de acción y de palabra, que son el de mi propia obra creativa, de
invención literaria y el de mi voz pública, que yo me siento obligado a alzar
como ciudadano. Es decir, no soy de esos intelectuales, y no estoy
deslegitimizando a nadie, me parece que es perfectamente legítimo no opinar en
política y escribir bien, sino que simplemente yo vuelo con esas dos alas, soy
a la vez ciudadano y a la vez escritor, con el cuidado de que mis opiniones o
creencias políticas no intervengan abiertamente dentro de la literatura y
terminen por arruinar el discurso literario, por encaramar encima el discurso
político; esas aguas me parece que deben siempre permanecer separadas, pero
vivimos en situaciones tan frágiles, tan complejas, tan anormales en América
Latina, que yo siempre siento que hay algo que decir, y es lo que hago.
Su obra ha sido
galardonada con los premios más importantes, transitando desde la memoria
íntima y familiar a la ficción. En ella concurren diferentes géneros y
subgéneros, como el policiaco, el humor negro y la aventura. No obstante
pertenecer a una generación que abunda en recursos que complejizan el discurso
literario, su escritura mantiene el lirismo y legado de la literatura clásica.
En sentido general, ¿cómo ha sido el proceso de selección de sus temas y
personajes a lo largo de su carrera como escritor?
El proceso de
selección para mi comienza del interés que yo tenga en un personaje o un tema
por su singularidad, porque me parezca que ese personaje o esa situación,
inventada o no, merecería la pena ponerlo delante de los ojos del público,
porque se sale del común, para mí la literatura es una lucha permanente por
convertir personas en personajes y convertir situaciones de la vida real en
situaciones novelescas, y darle el tinte de novela a lo que en la vida real
toman por común y corriente. En América Latina, tenemos esa virtud, digamos, de
que no nos asusta lo que pasa a diario porque nos parece que lo extraordinario
y lo anormal es tan corriente que hasta que uno no lo ve en las páginas de una
novela, no dice, esto parece novelesco o esto es novelesco. Entonces existe el
tránsito de esa realidad a través de la imaginación para que una vez puesto en
la letra impresa, se convierta en novela... no estoy hablando de todas las
situaciones, la imaginación es muy rica, pero siempre parte de un punto de la
realidad.
Hemingway decía mis modelos y cuando decía mis
modelos, se refería a sus contemporáneos, a la gente que él conocía, conocía
bien por dentro y que ocupaba para insertarlos dentro de sus novelas, con sus
complejidades anímicas psicológicas, etc. Me parece que de eso se trata, se
trata de insertar dentro de la novela a uno mismo por supuesto, que uno se
conoce a sí mismo antes que a nadie, a la gente que lo rodea, a las situaciones
que conoce, dándole los distintos disfraces que la novela permite.
¿Qué ha significado
para usted la lejanía geográfica de su país natal y el hecho de enfrentar la
continuidad de su obra con otros desafíos?
Creo que la mayor
complejidad que uno se impone con un libro, con una trilogía como va a ser
esta, porque estoy terminando la tercera novela de esta serie, es la
contemporaneidad de estos temas y de estos personajes. Mi personaje comienza
sus aventuras después de la derrota del frente Sandinista en las urnas, en los
años 90, la siguiente es avanzados los años 2000, y esta es en el hoy, pero tan
contemporáneo, que estoy hablando de hace 2 años, entonces la mayor complejidad
es como escaparse de lo contemporáneo para que se convierta en ficción y que la
realidad no lo siga corrigiendo a uno. Ahí está la gran dificultad de este libro,
es decir, cerrar cronológicamente en determinado momento para que la realidad
no te siga aturdiendo, en la medida en que yo lo que pretendo es ir haciendo un
relato del día a día.
El 5 de agosto del
2022 se abrirá en el Instituto Cervantes la caja de seguridad 1475 que contiene
una carta manuscrita de Rubén Darío y otra de Augusto Cesar Sandino.
Coincidiendo con ese hecho usted llega al 80 cumpleaños, ¿con qué
satisfacciones e ilusiones espera ese momento?
Bueno, no hay
muchas ilusiones de llegar a los 80 años, uno no puede estar muy entusiasmado,
pero creo que la vida hay que vivirla en la medida que avanza. Al llegar a los
80 años, yo recapitulo el camino andado, pero siempre tengo energías para
seguir adelante, es decir, mis energías yo las concentro en lo que quiero
escribir. Mi programa de escritura siempre es muy amplio y no voy a decir
nunca, este fue mi último libro que escribí y ahora me siento a descansar, eso
sí es la muerte. Entonces yo agradezco a la providencia, manos y cabeza, que
son mis instrumentos. Terrible sería que yo me empezara a olvidar, entonces
sería un mal final del camino, pero mientras yo tenga imaginación, memoria y
dedos para pulsar, pues esa será mi vida y me sentiré muy feliz.
Recuerdo que usted
tenía una disciplina o la tiene, porque su disciplina es mítica, de levantarse
bien temprano a escribir. ¿A qué hora acostumbra a comenzar a escribir?
La idea del
escritor que no tiene nada más que escribir es un mito porque el escritor
siempre tiene que hacer algo adicional porque si no, no sobrevive. O es
periodista o es profesor universitario generalmente. También hay escritores que
son hasta médicos como William Carlos William, como el doctor Chejov, o que son
funcionarios bancarios como T.S. Eliot, pero uno es algo además de ser escritor,
entonces lo importante, y eso se lo digo siempre a los muchachos cuando trabajo
talleres con ellos, es apartar las horas o el tiempo diario que uno le va a
dedicar a la escritura siempre que uno esté hondamente convencido de la
necesidad de escribir. Si uno no tiene esa necesidad, pues se puede dedicar a
otra cosa, tranquilamente, pero para pagarse esa necesidad, hay que pagarla con
obras de escritura, no importa la hora que sea, lo que tú me recuerdas es
porque en los años 80, yo tenía muchos compromisos en la vida pública, entonces
para poder escribir tenía que levantarme a las 4 de la mañana, pero el asunto
es que yo no renunciaba a hacerlo, porque de no escribir, uno deja de ser
escritor, eso es una ley de la vida; pasa el tiempo y uno no escribe, los dedos
se ensarran, se va olvidando la escritura y después retomarla se vuelve muy
complicado. Hoy en día yo me siento feliz, de que no tengo nada más que hacer
que escribir, hoy yo puedo decir, bueno, mi principal dedicación o mi
dedicación única es la escritura y lo que está alrededor de la escritura, las
tareas que están alrededor de la escritura, una de ellas, viajar, cuando se
podía viajar, a congresos, festivales, presentaciones de libros, todo lo que
sea. Eso siempre lo he considerado parte de mi trabajo literario y luego, la
parte administrativa de la escritura, la correspondencia, los agentes
literarios, las editoriales, etc. Pero todo eso centrado en que yo, en las
mañanas, estoy escribiendo, a partir de las 7:30, 8 de la mañana yo estoy sentado
aquí, en este mismo asiento, escribiendo hasta la hora del almuerzo, y eso lo
hago todos los días del mundo.
En la comunidad
hispana de los Estados Unidos se encuentra una parte de sus lectores. ¿Podría
darles algunos consejos para los que se inician en el camino de la creación
literaria y unas palabras para sostener la esperanza de los hombres y mujeres
que sueñan con sus países de origen?
Primero resumir lo
que te he dicho. No hay escritura sin escritor y no hay escritor sin
escrituras. Si uno habla en serio de escribir tiene que hacerlo, no importa que
sea una paginita diaria, y el día que no pueda, que siente que no imagina nada
pues corregir, volver sobre la página, uno en la escritura, algo siempre tiene
que hacer, pero no abandonarla, ese es el peor camino. Y siempre insistir,
insistir en que si uno es escritor tiene que respetar el oficio escribiendo. Y
por otro lado, yo a los jóvenes les digo, nunca hay que dejar de leer porque
esa es otra cara de la escritura. Uno aprende a escribir leyendo, uno no
aprende con un manual de gramática ni con un manual de estilo, aprende leyendo
a otros buenos escritores, eso es esencial.
Y respecto a las
diásporas, parte larga de mi vida yo he sido parte de una diáspora. Estuve en
el exilio 14 años, tanto en Costa Rica como en Alemania, y a un escritor la
ausencia del país no lo envenena nunca, siempre es un recurso creativo, la
nostalgia es un recurso creativo, pero uno nunca puede perder la esperanza de
regresar. Es decir, el que se va es como una ola, la ola siempre tiene que
buscar como volver a la playa. Y de esa esperanza vive alguien en la diáspora
sino no viviría. Uno no escoge el exilio, uno es siempre forzado al exilio por
una u otra circunstancia, ya sea política, ya sea económica, pero nadie se va
de su país por gusto. Nadie se va porque como se dice en Nicaragua, sea pata de
perro, porque le guste andar los caminos, uno se va porque es forzado a
hacerlo; y estas grandes corrientes migratorias que vemos hoy en día, las que
van de Centroamérica hacia la frontera con Estados Unidos, que antes llegaban
hasta la frontera mexicana con los Estados Unidos, hoy esa frontera está
cerrada. México se convirtió en la policía migratoria de los Estados Unidos y
los migrantes sólo llegan hasta el río Suichate. Y estas grandes olas
migratorias en el medio oriente, es así, que van hacia las costas de Europa,
estas son dramáticas, son dramáticas porque son masivas y para verlas de la
perspectiva de la literatura pues uno tiene que fijarse, no en los miles de
personas que van atravesando el desierto o metidos en una patera atravesando el
mediterráneo, sino los individuos que forman esa colectividad donde están las
historias, donde está el drama de la vida, donde están los motivos de las
personas que tienen que alejarse de su país y los sufrimientos que pasan en ese
alejamiento, luego las vidas que buscan fuera de su país, que es otro drama y
otro motivo literario, de manera que esta sensibilidad nunca hay que perderla,
de ver al inmigrante como alguien que fue forzado a salir de su tierra pero que
siempre espera que podrá volver.