Aunque durante estos días la escritora Daína
Chaviano ha estado inmersa en múltiples actividades –entrevistas, presentación
de libros, coloquios–, accedió con mucha gentileza a responder unas preguntas
para La Gaceta, que se publican cuando su última novela, Los hijos de
la Diosa Huracán, está llamando la atención de los lectores y la crítica
especializada en todo el mundo hispanohablante.
Es imposible, en la brevedad de este espacio, extenderse en la
presentación de una autora que está
considerada entre las más altas exponentes de la literatura de ficción de nuestro tiempo. A ese peldaño la ha
llevado su exquisita escritura. Su novela La isla de los amores infinitos
(2006), publicada en 26 idiomas, es hasta hoy la novela cubana más
traducida de todos los tiempos; El hombre, la hembra y el hambre recibió
en España el pretigioso premio Azorín de novela en 1998; esa misma obra es
parte de la trilogía –con Gata encerrada (2001) y La isla de los
amores infinitos– que, según la crítica literaria, refleja mejor el
comportamiento psíquico y espiritual de los cubanos.
Bendecida por distinguidos premios en diversos lugares del mundo,
Daína es la única escritora cubana que aparece con una entrada individual en la
prestigiosa Enciclopedia Británica de ciencia ficción, preparada por John Clute y Peter
Nicholls.
Ahora, con Los hijos de la Diosa Huracán (Grijalbo, 2019) la
escritora está dando a conocer su obra más ambiciosa, novelando en 736 páginas
cinco siglos de imaginería, realidad, mitos, sueños y esperanzas que laten
desde el ser taíno hasta las dos orillas de la cubanidad actual. Pero, sepamos
más de Daína por ella misma.
Mientras la mayoría de los escritores cubanos de nuestro tiempo buscan
en el entorno social e histórico las fuentes de su creación literaria, tu obra
nace de profundos buceos mágicos y mitológicos. ¿Hasta dónde hay en esta
elección una conciencia de universalización que se desmarca de lo fronterizo
nacional que la modernidad impuso?
No creo que se trate de una búsqueda consciente de lo universal. Es
parte de mi personalidad. Cuando escribo, soy simplemente un ser humano que no
se limita a una época, a un lugar o a un país. Siempre fui un espíritu muy
independiente, muy libre. Fue así como me criaron y educaron mis padres. Nunca
me dejé arrastrar por fanatismos o espejismos nacionalistas. Soy deudora de
muchas culturas. La espiritualidad y la naturaleza humana son más importantes
para mí que cualquier frontera geográfica.
Dicho lo anterior, quien haya leído mis novelas sabe que Cuba siempre
ha estado presente en ellas. Lo que ocurre es que abordo cada historia de modo
muy diferente a la mirada puramente realista de otros coterráneos. La situación
social o política del país nunca es el meollo de mis tramas. Más bien me
interesa lo que provoca esa realidad circundante en la psiquis de los
personajes. Quiero mostrar cómo sobreviven, cómo burlan las prohibiciones, cómo
sortean los obstáculos, cómo se oponen a las restricciones; y todo eso, sin
usar la violencia física, acudiendo a la astucia, a la intuición, e incluso a
la percepción extrasensorial, porque son las mismas herramientas que usé en la
isla para sobrevivir emocional y espiritualmente. Incluso hoy reflejan cómo
siento y percibo la vida.
En todos los escritores –que naturalmente empiezan siendo lectores–
hay influencias, más o menos marcadas, de quienes le precedieron. ¿A quiénes
crees deberle más en la aparición y construcción de lo que hoy es tu propio
estilo y personalidad literaria?
En primer lugar, a Ray Bradbury.
Y aunque parezca raro para alguien que nació en Cuba: Shakespeare. Fueron las
dos figuras literarias que me llevaron a cursar Licenciatura en Lengua Inglesa
en la Universidad de La Habana. Los había leído cientos de veces en español, copié
páginas enteras de sus textos que podía recitar de memoria, y luego quise
leerlos en su idioma original. Cuando pude hacerlo, estudié sus estilos, sus
puntos de vista, el modo en que lograban determinados efectos en mí como
lectora. Fueron mis maestros literarios.
Otro autor, aunque no de ficción, que me marcó fue Sigmund Freud. Leí
sus Obras Completas cuando tenía 15 años. Sus análisis sobre figuras
como Moisés o Leonardo da Vinci, y sus estudios sobre las neurosis y la
histeria, me llevaron a explorar las causas psicológicas de lo que somos, como
individuos. Sus teorías cambiaron para siempre mi percepción sobre la
psicología humana y, en especial, sobre la relación entre conciencia e
inconsciente.
También me marcaron autores como Milán Kundera, Margaret Atwood, Julio
Cortázar, Mario Vargas Llosa, Iván Efrémov, Anaïs Nin, Edgar A. Poe, Mika
Waltari, y obras de la antigüedad clásica como La Epopeya de Gilgamesh,
la literatura y los mitos grecorromanos, y las leyendas del ciclo artúrico.
Entre Los mundos que amo (1979) y Los hijos de la Diosa Huracán (2019)
hay cuarenta años pródigos de escritura, donde poemas, cuentos, novelas,
publicados en diferentes idiomas y regiones del mundo, han dado a conocer a la
notable escritora que eres. ¿Cuánto trabajo, voluntad, renuncias y pasión hay
en la mujer que ha elaborado una obra de esta envergadura?
Escribir un solo libro requiere una gran dosis de trabajo y voluntad.
Imagínate hacerlo una y otra vez. Y si se trata de novelas relacionadas con la
historia, la mitología y la arqueología, que requieren de mucha investigación,
es una labor de hormiga. Todo eso me ha llevado a renunciar a muchas cosas:
fiestas, cenas, viajes… No es que no tenga vida social, pero cuando me
encuentro trabajando en un proyecto complicado, siempre priorizo el libro.
¿Cuánto hay de ti en las novelas que escribes?
Cada escritor posee una filosofía personal y unos valores que refleja
en sus obras. Hasta los personajes que manifiestan conceptos contrarios a esas
creencias revelan mucho de un autor. Pero no acostumbro a usar mi propia
biografía, ni la ajena, para hacer ficción. Prefiero trabajar con personajes
inventados. Desarrollo historias y caracteres ficticios que me permiten decir
lo que pienso. Y cuando he usado vivencias autobiográficas, casi siempre
pertenecen al terreno de lo paranormal.
Con Los hijos de la Diosa Huracán vuelves a Cuba, a cinco siglos de su
historia, desde la cultura taína a nuestro tiempo, donde el hechizo, la magia,
el mito, la música, el asombro, el misterio, los sueños, se adentran en el ser
que somos. ¿Hasta dónde regresas a la isla profunda en la recreación de su
historia?
La idea de escribir esa novela partió del deseo de explorar la
prehistoria cubana y de ahondar en ciertos episodios escamoteados o deformados,
porque creo que si queremos aprender quiénes somos, necesitamos conocer a fondo
nuestra historia real.
La imagen de Guabancex, la diosa taína del caos y de los huracanes, es
símbolo de los ramalazos sociales que han azotado la isla desde sus orígenes. Pero
ese símbolo tiene su contrapartida en su hermana Iguanaboína, la diosa del buen
tiempo. Ambas encuentran su equilibro en Atabey, la madre universal de los
taínos, sincretizada más tarde en la Virgen de la Caridad del Cobre, la santa
patrona de Cuba. Las coincidencias entre Atabey y la actual Virgen son
demasiadas para ser casuales. En la novela toda esa simbología enmarca los
misterios de la trama. En otras palabras, los elementos geográficos y
climáticos –representados por esa trinidad de diosas taínas– encarnan las
pautas de una tragedia socio-política recurrente que pudiera revertirse si
escucháramos la voz equilibrada de Atabey.
La novela se mueve entre dos extremos temporales que cubren cinco
siglos, desde el pasado indígena hasta un futuro cercano, para imaginar uno de
los posibles caminos que pudiera tomar Cuba. Fue un ejercicio de optimismo, de
“wishful thinking”, porque traté de concebir una vía democrática y pacífica a
un conflicto que ya dura más de 60 años. ¿Es poco probable que ocurra de ese
modo? Quizás. Pero creo que los escritores estamos en la obligación de mostrar
la posibilidad de la utopía. No podemos construir algo si primero no lo
visualizamos. Si sólo imaginamos futuros oscuros y distópicos, nunca podremos
abrir la viabilidad de otro mejor.
¿Te sientes identificada cuando te dicen escritora cubana?
Es un asunto complejo para mí. No siempre me reconozco como una autora
netamente cubana. Cargo con demasiadas influencias de otras culturas. Además,
he vivido tanto tiempo en EE.UU. como en Cuba. Sin embargo, siempre llevaré
conmigo esos recuerdos de infancia, adolescencia y juventud en la isla. Y
aunque mis novelas carguen con fantasmas, duendes o dioses de muchas latitudes,
tengo días en los que me identifico como escritora cubana… aunque eso sí, una
escritora cubana bastante rara.
Los hijos de la Diosa Huracán
se presenta en la Feria del Libro de Miami, el sábado 23 de noviembre, a las
4:15 p.m. (Edificio 8, Piso 5, Salón 8503).
Publicado en La Gaceta, Tampa, el 1.° de novoembre, 20019.