Desde el día en que fue establecido por el gobierno sueco el Premio Nobel de Literatura, en 1901, ha sido entregado 115 veces y, de ellos, solo 17 mujeres lo han recibido.
La desproporción numérica no entraña una superioridad
masculina en el arte de escribir, mas bien, muestra que en este campo también
las féminas han sido desfavorecidas por los instrumentos de raíces patriarcales
establecidos en la sociedad, con justicia cada vez más insostenibles.
La primera mujer reconocida con el más alto premio literario
a nivel universal fue la sueca Selma Ottilia Lovisa Lagerlöf, en 1909.
Hispanoamérica tuvo que esperar hasta
1945, cuando la chilena Gabriela Mistral obtuvo el lauro.
Hoy vamos a recordar, en el 131 aniversario de su natalicio,
a Pearl Comfort Sydenstricker Buck –Buck
por su primer esposo–, la primera escritora estadounidense que mereció el
Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose, en 1938, en la cuarta representante
del bello sexo en ostentar el codiciado galardón de la academia sueca.
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"No siento necesidad de otra fe que no sea mi fe en la bondad de los seres humanos". Pearl Buck. |
Sin embargo, no es una figura muy conocida en Estados Unidos, al menos a nivel popular. Tal vez eso se relacione con la mentalidad del país, donde es más renombrado un millonario mediocre que un exitoso escritor, mientras en Hispanoamérica el nombre de un buen escritor no es ajeno a sus coterráneos. De hecho, todos los colombianos pronuncian el nombre de Gabriel García Márquez como si fuera de su familia, mientras millones de estadounidenses no saben quién fue Pearl Buck –nacida el 26 de junio de 1892 en Hillsboro, Virginia–, a pesar de haber ganado el Premio Pulitzer de Literatura en 1932 con su obra La buena tierra, la novela más vendida en Estados Unidos entre 1931 y 1932 y cuando, seis años después, su nombre se publicó en todo el mundo gracias a la fascinación que acompaña al Nobel de Literatura.
No creo que la carencia divulgativa alrededor de Pearl Buck
se relacione con el hecho de que viviera casi la mitad de su vida en China,
donde adoptó el seudónimo de Sai Chen, ni debido a que el premio de la academia
sueca fuera en reconocimiento a una obra que exaltaba, esencialmente, la
cultura de esa milenaria nación asiática.
Como hija de misioneros estadounidenses trabajando en China,
Pearl pasó casi toda la niñez y adolescencia allí. Al terminar los estudios medios,
viajó a Estados Unidos a estudiar en Randolph-Macon Woman’s College, en
Lynchburg, Virginia (1911-1914). Al graduarse, volvió a China, donde, en 1917,
contrajo matrimonio con el misionero John Lossing Buck. Durante esos años y
hasta 1935, ella también fue misionera presbiteriana, pero, a su vez, se
desempeñó como profesora de Literatura Inglesa en la Universidad de Nanking y
en otros centros docentes. En 1935 regresó a Estados Unidos, donde volvió a
casarse, esta vez con el editor Richard J. Walsh.
A partir de esta fecha, se consagró a la escritura y realizó
una constante labor como defensora de los derechos de la mujer y la igualdad
racial. En sus escritos destacó los valores de la cultura asiática, oponiéndose
a todo tipo de discriminación hacia ella.
En sus obras se
refleja esa preocupación por los valores humanos y el derecho de todos a un
tratamiento digno, como puede apreciarse en las novelas Viento del este, viento
del oeste (1929), La buena tierra (1931) o La estirpe del dragón (1942).
La esencia humanista que defendía Pearl entró en
contradicción con la revolución comunista que triunfó en China en 1949, a tal
extremo que se le negó volver a esa tierra que tanto amaba. En el período de la
llamada Revolución Cultural de Mao Tse-Tung, se le llegó a evaluar de
“imperialista cultural estadounidense”. La escritora lo denunció, condenando
aquel sistema totalitario, en novelas como Satanás nunca duerme, de 1962.
La dirección comunista china no podía apreciar las palabras
con que la Academia Sueca acompañara el premio en 1938: “Por las obras notables
que abren el camino a una simpatía humana que trasciende fronteras raciales”.
Prevalece, sin embargo, el contenido de su voz en el estrado
sueco: “Soy estadounidense de nacimiento y ascendencia, pero, mi primer
conocimiento de la historia, de cómo contar y escribir historias, me llegó en
China”. Entonces, al mencionar obras como Todos los hombres son hermanos, de
Shi Nai’an, alabó los grandes valores de las novelas clásicas de ese país,
porque en ellas, dijo, “el novelista no tenía la tarea de crear arte, sino de
hablarle a la gente (...) En China, la tarea del novelista difería de la del
artista occidental; a los agricultores
debe hablarles de su tierra, a los ancianos debe hablarles de paz, a las
ancianas debe hablarles de sus hijos; y a los jóvenes y mujeres debe hablarles
del uno y del otro”.
Pero la trascendencia
de la obra de Pearl no viene solamente de su belleza literaria, sino de su
contenido y su propia participación en el mejoramiento de la sociedad en que le
tocó vivir. Escribió sobre diversos
temas, incluidos los derechos de la mujer, las culturas asiáticas, la inmigración,
la adopción, la obra misional, la guerra, la violencia. En 1949, cofundó
Welcome House, Inc., la primera agencia internacional de adopción interracial,
junto con James A. Michener, Oscar Hammerstein y Dorothy Hammerstein. En 1967,
destinó la mayor parte de sus ganancias –más de 7 millones de dólares– a la
Fundación Pearl S. Buck (nombre cambiado a Pearl S. Buck International en 1999)
para “abordar la pobreza y la discriminación que enfrentan los niños en los
países asiáticos”.
En 1964, abrió el Centro de Oportunidades y el Orfanato en
Corea del Sur, y más tarde se abrieron oficinas en Tailandia, Filipinas y
Vietnam. Al establecer Opportunity House, Buck dijo: “El propósito es dar a
conocer y eliminar las injusticias y los prejuicios que sufren los niños a
quienes, debido a su nacimiento, no se les permite disfrutar de los privilegios
educativos, sociales, económicos y civiles que normalmente se otorgan a los
niños”.
Pearl S. Buck murió a los 80 años, el 6 de marzo de 1973 en
Danby, Vermont. Fue sepultada en Green Hills Farm, en Perkasie, Pensilvania.
Pero su obra, por su riqueza literaria y profundidad humana, es imperecedera.