Siempre hemos oído decir que la información es el cuarto poder, aludiendo a que después de los tres que representan al estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) es la prensa quien ocupa el lugar más relevante en la elección y mantenimiento del gobierno. Al establecer la doctrina sobre los balances requeridos por los gobernantes para no abusar de sus atributos, Montesquieu argumentó la necesidad de que “el poder detenga al poder”, con la idea de garantizar la libertad política mediante la vigilancia y control recíproco de los poderes separados.
![]() |
Tomado de:https://www.tironi.cl/un-mundo-en-mutacion/la-ruta-de-la-posverdad |
En los más de dos siglos de democracia occidental, extendida a diversos países asiáticos y africanos con diversidad de componentes, el concepto de la prensa como cuarto poder ha sido legitimado desde la aceptación de su enorme influencia en los asuntos sociales y políticos que determinan los cambios de gobierno. En ese camino, no siempre la verdad ha sido vigilada como componente moral y cívico que determine el ascenso al poder. En algunos casos, los políticos mismos han expresado que lo importante no es la legitimidad detrás de la expresión, sino la repetición de un mensaje que penetre en la mentalidad ciudadana. Se le atribuye a Joseph Goebbels –jefe de campaña electoral de Adolfo Hitler y después su ministro de Propaganda– la frase cínica de que una mentira repetida muchas veces se transforma en una verdad.
Sin embargo, en la época digital en que vivimos resulta más
peligrosa la deformación de la verdad, al modificar la realidad de los hechos y
convertirlos en noticias que circulan por la red entre miles de millones de
habitantes de todo el planeta. Ello se agrava al mezclarse con un término
aparecido en el tiempo de la llamada posmodernidad, cuando entre los tantos pos
hay uno que corresponde a la llamada posverdad, considerada por la Real
Academia de la Lengua Española (RAE) como “distorsión deliberada de una
realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la
opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la
posverdad”.
Por más que la expresión se intente legitimar en la
condición humana de la emotividad, la posverdad puede mover a millones de
personas a defender una mentira conscientemente elaborada para influir en la
conciencia de las personas. Seguramente, detrás de cada proceso electoral en
las llamadas democracias, siempre han penetrado en el discurso político
elementos de lo que ahora llamamos posverdad. Pero Estados Unidos, que se
enorgullece de tener la democracia más avanzada y duradera del mundo, entre
1878 y 2016 tuvo elecciones cuyos resultados fueron acatados sin que se
cuestionara su verdad.
En cambio, a los 228 años de esa experiencia admirada mundialmente,
el candidato perdedor –siendo presidente al término de su primer mandato– no
sólo negó la legitimidad del proceso electoral condenando todas las instancias
implicadas en el mismo, sino que echó a volar su propia posverdad, una mentira
edulcorada que fue calando entre sus admiradores y cuyo filo más peligroso no
sólo torció la verdad, sino también la voluntad de políticos republicanos que
temieron perder su poder, si se enfrentaban al volcán populista que empezó a
crecer alrededor de la imagen de una gorra roja que, de haber estado en la
cabeza de su oponente, le habrían tildado de filocomunista por su color.
En el marco de las elecciones de medio término del 8 de
noviembre de 2022, oigo sin cesar –entre otros, a varios amigos– que la
economía anda mal por culpa del actual Presidente, desconociendo u ocultando
que el capitalismo es más fuerte mientras menos intervenga el estado en las
leyes que rigen el mercado, como en su tiempo estableció Adam Smith, uno de los
grandes pensadores que construyó las bases teóricas del sistema. Pero podría
aceptarse como válida la aseveración, por la influencia –no determinante– del
gobierno en algunas zonas de la economía.
Lo asombroso es cuando hay quienes afirman sin argumentos
que el actual Presidente es comunista, tomando como veraz la posverdad acrítica
que sus pobres oídos han ido escuchado una y otra vez. Entonces salen a
repetirla con tanto afán que, sumando adeptos, podrían llevar otra vez a la
presidencia al constructor de una mentira que podría dañar seriamente la
legitimidad de la democracia.