El pasado 21 de abril la ciudad de Roma celebró el 2777 aniversario de su fundación, una fecha cuya anotación en la historia debemos a Marco Terencio Varrón, un político e historiador de fines de la era antigua y principios de la nuestra, quien basado en leyendas y tradiciones (incluida la de los gemelos Rómulo y Remo amamantados por una loba) propuso una fecha exacta para el nacimiento de la ciudad de las siete colinas al este del río Tíber.
En esta tercera y penúltima crónica sobre mi reciente visita
a Roma, quiero detenerme en uno de sus sitios históricos que más me impresionó:
la Vía Apia. Al llegar a espacios
conservados de lo que fue aquella famosa calzada, ya había estado en El
Coliseo, en espacios conservados de los acueductos, en algunas catacumbas y
otros lugares privilegiados por el tiempo, pero al caminar por la piedras vivas
sobre las que hace dos mil años
transitaron emperadores, militares famosos, patricios, plebeyos y esclavos –con
tantos sueños, glorias, felicidad y dolor–, se produce una sensación de
desolada infinitud.
![]() |
En la Vía Apia, converso con Maurizio Tripodi sobre la grandeza de la ingeniería romana que concibió esta obra hace más de dos mil años. |
Caminé unos cuantos metros de la Vía Apia original al lado de Maurizio, Yenitza, Arianna y José Gabriel. Por momentos, nos fuimos agachando a tocar las piedras, a mirar construcciones a su alrededor que fueron testigos de salidas a batallas, regresos triunfales, sitios de descanso, intercambio de caballos, referencia de llegada y salida, atisbo de adversarios o, simplemente, remansos de amor y reanimación.
La vía, a la que el poeta Estacio llamó Longarum Teritur
Regina Viarum (la reina de las carreteras largas), debe su nombre al político y
militar romano Appio Claudio Ciego, quien en el siglo IV
a.n.e. comenzó su construcción hacia el sur de Roma para trasladar los
ejércitos durante las Guerras Samnitas. Su primera expansión se extendió hasta
Capua, cerca de Nápoles, con más de 500 kilómetros de largo y unos 8 metros de
ancho. En los siglos siguientes, incluidos los del Imperio Romano, fue
expandiéndose hasta llegar a a Brindisi, importante puerto del Mediterráneo
oriental que facilita el transporte hacia el Oriente.
Esta admirable obra de ingeniería romana fue edificada con
capas de piedra y cemento de cal sobre una cubierta de gravilla, con una
pequeña inclinación a ambos lados que servía de drenaje. Es impresionante
caminar sobre fragmentos de esta calzada y aunque la erosión ha provocado que
hayan desaparecido muchas junturas entre las piedras, sabemos por testimonios
de la época en que fue construida que en sus orígenes tuvo una superficie tan plana como las
carreteras modernas.
En sus siglos de existencia, el Imperio Romano extendió las carreteras hacia todos los puntos cardinales, llegando hasta España, Britania, parte de África y el Oriente. Así como la construcción de acueductos, puentes, murallas y otras obras de ingeniería marcaron el florecimiento de Roma en la antigüedad y su significado para la civilización universal, ninguna ruta adquirió la plenitud de la Via Apia, convertida en el paradigma de todos los caminos por los que los romanos se extendieron al mundo.
Los caminos, a fin de cuentas, son la historia de todos,
aunque el acento histórico lo haya asumido la narrativa del vencedor. En la
literatura y en tantos filmes se acentúa el papel de los caudillos transitando
esta vía y se pierde el rostro de los subordinados. Es más fácil reconstruir la
imagen de Vespasiano o de Trajano, que
relacionar la famosa calzada con el sufrimiento
de los miles de esclavos trasladados a Roma.
De todos modos y a
favor del provecho económico que aun
puede prestar desde un enfoque turístico, ahora esta calzada está propuesta
para que sea considerada Patrimonio de la Humanidad. Para ello, se insiste en
que la Apia no fue solo un medio de conquista, sino también una vía de extender
la civilización. Con lo válido de esa óptica, al apoyar la aspiración de que en
2024 esta obra alcance esa categoría dada por la UNESCO, sumamos el culto al
camino abierto, que es siempre más esperanzador que la construcción de muros.
Porque el camino, como sabía el poeta
español Antonio Machado, se hace al andar.
El eterno andar, el del ser vivo y el tiempo, sentí en el embrujo de un atardecer en que, bien acompañado, anduve un tramo de
la milenaria y paradigmática Vía Apia de los romanos.