Ese instante en que despedimos y a la vez recibimos 365 días del calendario gregoriano tiene su primer referente en el dios Jano de los romanos –quien dio nombre a enero–, una deidad que al poseer dos caras, una mirando adelante y otra hacia atrás, fue adorada como guía de las entradas y salidas. Así miramos a un diciembre que va al pasado irrepetible, mientras recibimos a enero con la eterna esperanza de mejoramiento.
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En la mitología romana, el Dios Jano mira al pasado y al futuro |
Esa esperanza fue muy golpeada en el 2020 que acabamos de
vivir. El año se abrió con las primeras noticias sobre una pandemia que en los
primeros cintillos de la prensa mencionó un vocablo casi desconocido:
coronavirus. Poco a poco, en la medida en que se fue extendiendo de China a
Europa, supimos su nombre propio, Covid-19, y comenzamos a entender el peligro
que se cernía sobre toda la humanidad.
En pocos meses, en la medida en que fueron llegando las
cifras escalofriantes de contagiados y fallecidos, comprobamos que estaban
amenazadas nuestras costumbres, empleos, escuelas, hogares de ancianos,
seguridad y nuestra propia vida.
En Estados Unidos, cuando alguien pronosticó la posibilidad
de 200 mil muertes, creímos que la hiperbólica cifra tendría un matiz político.
Sin embargo, ahora que sobrepasamos los 330 mil y sabemos que uno de cada mil
estadounidenses ha muerto por este virus, nos impactan las declaraciones de los
especialistas cuando advierten que se avecinan unos días más lóbregos. Así, al
desear un Feliz Año Nuevo a quienes queremos, incluimos en lo más recóndito de
la esperanza el pedido a que esquiven el contagio y, para ello, le pedimos que
usen mascarillas, que obseven la distancia social, que se cuiden, como si estas
previsiones constituyeran el mejor regalo que podamos ofrecerles.
Ha terminado un año difícil para toda la humanidad, no sólo
por la pandemia que ha llegado a casi todos los rincones del universo, sino
también por las hambrunas, las catástrofes naturales, las guerras, las
revueltas sociales, las crisis económicas y las respuestas represivas a las
ansias de justicia en tantos lugares del mundo.
A pesar de ello y sin olvidar el sufrimiento que en 2020 han
padecido millones de seres humanos, hay lugar para la esperanza y la gratitud,
debidas especialmente a las permanentes muestras de solidaridad con que los
sentimientos humanos se comportan frente a la pandemia, a los desastres
naturales y otras manifestaciones adversas. Muchos ejemplos conocemos cada día
de médicos, enfermeros y otros trabajadores de la salud que arriesgan su vida
diariamente para salvar a los enfermos; personas que llevan alimento gratuito
al necesitado, otros que cosen mascarillas hasta la madrugada para brindar a
quien las necesite.
Hay otras buenas noticias del 2020. El pasado 25 de agosto
se declaró la erradicación de la poliomielitis en África y se logró controlar
la expansión del ébola que afectaba mayormente al Congo. En República
Dominicana, este año, se logró que la legislación pusiera fin al matrimonio
infantil; en Argentina, la Cámara de
Diputados aprobó el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo,
desde el entendimiento de que “el aborto legal es un imperativo de justicia
social, de justicia reproductiva y de Derechos Humanos”. A su vez, en
Dinamarca, el Gobierno accedió a reformar el Código Penal para incluir que el
sexo sin consentimiento es violación.
Es lamentable que el Covid-19 haya mostrado tanta rapidez para expandirse, pero es
alentadora la premura con que la ciencia ha dado respuesta a su agresión para
lograr que antes de finalizar el 2020 haya millones de personas vacunadas
contra él. Asimismo, reconforta la
noticia de que una estudiante de 14 años, Anika Chebrolu, haya descubierto una
molécula que dificulta que el virus
SARS-CoV-2 penetre e infecte las células, lo que representa un gran paso
hacia la cura del Covid-19. Esta alumna
del estado de Texas, que ganó el 3M Young Scientist Challenge con su
descubrimiento, sueña continuar con el desarrollo de fármacos sobre su cura.
Si seguimos buscando
buenas noticias del 2020 vamos a encontar cientos que nos asombran por
su contenido humano y voluntad hacia el mejoramiento de nuestro planeta y la
vida en él. Es verdad que cuando abrimos el televisor, la radio o el periódico
prevalecen noticias desalentadoras, aunque no falten a esa hora sucesos
relevantes a favor del bien. Si
aquellos, por una explicable razón, despiertan más atención, es
seguramente porque desde tiempos inmemoriales se requirió un oído más atento al
daño que a la virtud. Mas la bondad nos enriquece desde la sincera expresión
Feliz y próspero Año Nuevo.
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