Por Gabriel Cartaya
En los últimos días, varias personas me han
preguntado por el lugar donde José Martí pronunció el brillante discurso “Con
todos y para el bien de todos”, el 26 de noviembre de 1891, en su primera
visita a Tampa. Generalmente, quienes
interrogan especifican haber recibido
una información imprecisa y no siempre coincidente.
Casi todos
los que visitan a Ybor City, especialmente los cubanos, quieren conocer los
lugares que se relacionan con la presencia
de José Martí en ella. Al detenerse frente al Círculo Cubano, en la
esquina de Palm Avenue y la calle 14 (República de Cuba), algunos, al
contemplar el busto del Apóstol,
identifican el sitio como el lugar donde se produjo la impactante
disertación.
La
historicidad de la famosa escalinata de hierro procede de la fotografía
donde José Martí aparece rodeado de
muchos pobladores de Ybor City. Seguramente, desde este lugar habló varias
veces, en sus múltiples visitas a la fábrica de Martínez Ybor, pero lamentablemente
no se conservan esos discursos. Si contamos con los textos “Con todos y para el
bien de todos” y “Los Pinos Nuevos”, es gracias a la trascripción taquigráfica
realizada por Francisco María González, quien vino de Cayo Hueso para ese
propósito.
En realidad, los dos discursos fueron
pronunciados en El Liceo Cubano: el 26 de noviembre, invitado por el Club Ignacio
Agramonte, y el 27, en el acto que organizó la Liga Patriótica Cubana por el 20
aniversario del fusilamiento de los estudiantes de Medicina. Es una afirmación
conocida y creo que la confusión se produce cuando se identifica al Liceo con el Círculo Cubano. El
vínculo mental entre los dos lugares fue enriquecido con una anécdota: según
han contado testigos, estando Martí rodeado de muchos compatriotas en el Liceo
Cubano, abrió los brazos y dijo: Esto no es un liceo, esto es un círculo, un
círculo de cubanos.
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Liceo Cubano de Ybor City |
El local que albergó al
Liceo Cubano fue el edificio de madera que Martínez Ybor había donado a los
trabajadores. Fue la primera edificación que mandó a levantar el industrial y
que utilizó para almacenamiento y despalillado del tabaco, mientras inauguraba
la fábrica de ladrillos de la calle 14. Al Liceo se integraron varias
agrupaciones de cubanos, atraídos por la idea de contribuir a la independencia
de Cuba.
Es a este lugar, situado en la 7.ª
Avenida, entre las calles 12 y 13, donde llega José Martí la noche del
26 de noviembre de 1895, a decirle a un público impresionado: “Yo quiero que la
ley primera de la república sea el culto de cada cubano a la dignidad plena del
hombre”. Por primera vez un líder explicaba para qué era la guerra y la razón
de la independencia, nunca un fin en sí mismas, sino un medio para fundar una
república democrática, “con todos y para el bien de todos”.
¿Qué pasó después con el Liceo y por qué se identifica con el Círculo
Cubano? Realmente este organismo desapareció al terminar la Guerra de
Independencia. Después de proclamarse la paz, Tomás Estrada Palma, como
Delegado del Partido Revolucionario Cubano, llamó a la disolución de los
órganos representantivos del independentismo cubano. “Los Clubs, los Cuerpos de
Consejo y las Agencias en el exterior, ya no tienen razón de ser”, dice una
parte del comunicado que hizo llegar a todos los lugares.
Curiosamente, es en Tampa donde se hace más resistencia a la orden de
disolver esas organizaciones. La Delegación de esta ciudad hace constar en un
acta que “mientras no sea constituida la República forjada en la mente del
Apóstol José Martí, los que fueron afiliados del Partido no podrían entregarse
al descanso”.
Pronto se extrañó a aquellos clubes, a las reuniones públicas, a
espacios de recreo social y ayuda mutua, y comenzaron a crearse nuevamente.
Pero entonces prevalecieron, penosamente, determinadas normas y leyes que
afloraban en la sociedad del entorno, en un espacio impactado por la mentalidad
racial del Sur de los Estados Unidos, donde los afroamericanos vivían separados
de los blancos y creaban sus propias
asociaciones. La historiadora y profesorea universitaria Maura Barrios, en su
ensayo “José Martí se topa con Jim Crow: cubanos en el sur”, ha valorado este
fenómeno con mucha agudeza.
En aquellas circunstancias se empiezan a crear asociaciones que de
alguna manera copian los modelos raciales que le rodean. Así, el 10 de octubre
de 1899 se funda el Club Nacional Cubano, en la calle 14, destinado a miembros
de la raza blanca. Allí nombraron a Pepillo Rivero como su primer Presidente.
Tres años más tarde, con la presidencia de Eladio Paula, comienza a llamarse
Círculo Cubano. Es el lugar donde sigue hoy, aunque el edificio actual fue construido
en 1917, para sustituir al que fue destruido por un incendio.
A su vez, comienzan a producirse reuniones entre cubanos de la raza
negra, quienes deciden crear en 1900 una asociación, a la que llamaron
“Librepensadores de Maceo”. José Isabel
Ramos fue el primer Presidente y Ruperto Pedroso una de las figuras que más
influyó en su fundación. Más tarde comenzaron a nombrarla “Librepensadores de
Martí y Maceo”, una paradoja evidente porque se juntan bajo la imagen de un
hombre que procede de la raza blanca y otro de la raza negra, ambos defensores
de la igualdad racial. Más tarde el nombre fue derivando al que ocupa en
nuestro tiempo -Sociedad Martí Maceo-, y por suerte, hoy sin miramientos al
color de la piel.
Curiosamente, el edificio
original de la 7.ª Avenida, donde estuvo el Liceo Cubano, también
despareció por la voracidad de las llamas. Y aunque recordar las palabras
luminosas de Martí frente a la escalinata de la Calle 14, o donde estuvo la
casa de Paulina Pedroso en la 8.ª Avenida,
es enteramente legítimo, sería bueno que una placa conmemorativa fuera
situada en el edificio actual de la 7.ª Avenida, para que los pinos nuevos de
todos los tiempos puedan leer, en “Con todos y para el bien de todos”, el ideal
de patria que por más de un siglo llevamos dentro.
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