Por Gabriel Cartaya
Pienso en
la madre de Martí, a cuya relación con su retoño iluminado le dediqué hace
unos años un pequeño libro –Luz al universo, Editorial Gente Nueva, La
Habana, 2006—de cuyas páginas extraigo un fragmento sobre la llegada a Tampa
de Leonor Pérez, unos días antes del tercer aniversario de la muerte de Martí.
Era 1898 y Leonor vivía en la pobreza, con 70 años de edad, cuando le escribe a
Nueva York a Carmen Miyares, la amiga más probada de su hijo.
Digo en mi libro: “Le contó su drama: la
vista estaba tan nublada que apenas podía ver, había la esperanza de mejorar
con una operación, pero no tenía recursos para hacerlo ‘pues mis hijas viven
hoy muy reducidas y yo no puedo disponer de una habitación ni puedo pagarla´.
Tanta era la pena que no pudo contener el lamento: ‘no sé para qué Dios no me
llevó a mí primero que a él’, y el pesar porque los compañeros de su hijo no se habían ocupado de darle ni ‘un triste pésame’.
Fue una carta dictada con el corazón muy oprimido, como ella misma dice. De
inmediato Carmita le escribió a Tomás Estrada Palma – Delegado del Partido
Revolucionario Cubano desde la muerte de Martí— y le anexó la carta recibida
desde La Habana”.

El viaje lo hizo en el Olivette,
acompañada de su hija Leonor y del nieto Alfredo García Martí. Se le debe al
historiador cubano Enrique Moreno Pla haber encontrado en la sección
“Movimiento marítimo”, del Diario de la Marina, los nombres de
Leonor y sus dos acompañantes, en la lista de pasajeros de aquel día. Describe
Pla en un artículo dado a conocer por el Anuario Martiano No. 1, de
1969, que casi a la misma hora de salir el barco donde iba en silencio la
familia de Martí, zarpó el Fern, donde viajaba Mr. Springer, vicecónsul
de Estados Unidos en la capital cubana.
Como esta embarcación sólo llegaba hasta
Cayo Hueso, el diplomático siguió a Tampa en el Olivette. Esta
circunstancia fortuita determinó que en el muelle de Tampa estuvieran Fernando
Figueredo y otros cubanos, como parte de la delegación tampeña que saludaría
al político norteamericano. Alguien se acercó a Fernando con la nueva de que la
madre de Martí estaba desembarcando. Al saludarla y saber que iba a procurar
por conocidos en Ybor City, le brindó su casa de West Tampa y la llevó consigo.
Bernardo, el hijo de Figueredo, contó después que a él y su hermano los
mandaron a dormir en el desván, junto al sobrino de Martí, porque su habitación
fue concedida a Leonor con su hija.
A los pocos días, Figueredo decidió
alquilar una pequeña casa cerca de la suya y asignarle una pensión de diez
pesos semanales, para que pudiera cubrir sus gastos mínimos. Aquella casita
estaba situada en la calle Chesnut, no. 380 en su tiempo. Allí vivió tres meses
la madre de uno de los grandes americanos, de allí salieron dos de sus nietos
para la guerra y fue tal vez el lugar donde mejor sintió la gratitud por haber
traído al mundo al hijo que nos dio. Por ese lugar pasaron decenas de oficiales
del Ejército Libertador Cubano, dirigentes del exterior, cubanos y cubanas que
habían vibrado de pasión patriótica con los discursos conmovedores de su hijo,
a darle la mano, un abrazo, o sólo verla de cerca, murmurando gracias y
bendiciones henchidas de verdad. Algunos, como el comandante Alfredo Lima, o el
capitán Frank Agramonte, fueron a regalarle un retrato dedicado, antes de
salir a la manigua cubana dispuestos a morir por su ideal.
Gualterio García,
uno de los líderes del independentismo cubano en Tampa, le escribió a Gonzalo
de Quesada: “Sabrás que tenemos en ésta a la madre de nuestro querido Martí.
Vive en West Tampa cerca de Fernando. La pobre está ciega, pero está rodeada
del cariño que como madre de él se merece”.
El tiempo que vivió la madre de Martí en
West Tampa, corresponde a los meses finales de la Guerra de Independencia en Cuba,
a la intervención de las tropas norteamericanas en el proceso que concluyó con
el Protocolo de Paz firmado en agosto de 1898 y a la terminación de la
dominación española en Cuba. Ese mismo mes, el día 28, se embarca hacia Cayo
Hueso, donde estará hasta el 29 de octubre, día en que regresó, en el Mascotte,
al puerto de La Habana.
Según los libros de
contabilidad de la Agencia de Tampa, conservados en el Archivo Nacional de
Cuba, los gastos relacionados con la presencia de la madre de Martí en Tampa,
ascienden únicamente a 273 pesos, distribuidos entre alquiler, algunos muebles
y los diez semanales para mantenerse. El pasaje de regreso a Cuba, parece ser
que lo pagó ella de sus pequeños ahorros, pues no hay constancia de que alguien
haya cubierto ese gasto.
Cuánto sufrimiento y nobleza, en aquella
madre. Cuando su único hijo varón era pequeño, quiso apartarlo del ideal libertario
que le costó la vida. La noche en que las calles de La Habana se llenaron de
fuego, salió en la oscuridad a buscarlo debajo de las balas, a sus 16 años.
Unos meses despué lo hicieron prisionero y fue a reclamarle al Capitán
General, por la injusticia que se cometía con apenas un niño. Después se resignó,
lo vio irse al exilio, una y otra vez. Perdió al esposo y casi todas las hijas
murieron antes que ella. Fue a verlo a Nueva York en el año 1887 y lo acompañó
unos meses. No lo vio más. Al llegar a sus manos la última carta del hijo, ya
él estaba dentro de la guerra, pero le alivió su ternura: “...conmigo va siempre,
en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre”. Al mes siguiente
murió en combate. Ella calló su dolor y murió pobre, el 19 de junio de 1907, en
La Habana.
No sabia que la madre del Apostol habia vivido en West Tampa. Gracias por tan importante informacio.
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