El pasado lunes, 18 de noviembre, la población de Tampa recibió una
triste noticia, cuando diferentes medios de comunicación anunciaron la muerte
de un relevante hijo adoptivo de la ciudad, el conocido filántropo David A. Straz
Jr.
Su
apellido, grabado en la alta fachada del edificio que ocupa el centro de artes
escénicas más grande de la localidad, lo hace permanentemente visible a los
miles de tampeños y visitantes que pasan por el imponente lugar.
En los meses pasados, también el
nombre de David Straz estuvo en cientos de carteles distribuidos por Tampa, porque el ejemplar ciudadano fue
aspirante al cargo de Alcalde de la ciudad y resultó ser el segundo candidato
más apoyado por la población electoral. Straz habría sido un eficaz conductor
político de nuestra ciudad.
En todas las noticias que han registrado el
inesperado óbito de Straz, a los 77 años de fecunda existencia, la palabra
filántropo acompaña los titulares, como indicando un rasgo de su personalidad
muy distintivo. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se
sintetiza la filantropía como “amor al género humano”, reconociendo en quienes
lo practican su servicio a la comunidad. Es lo que se corresponde con la vida y
la obra del hombre que ahora culmina su trayectoria física en la tierra y la
sensibilidad del pueblo lo ha captado con el merecido calificativo.
Aunque no nació en Tampa, David Straz Jr. la sintió
su ciudad y en las últimas cuatro décadas contribuyó extraordinariamente a su
florecimiento material, cultural y espiritual. Por ello su nombre queda, no
sólo en el centro de artes escénicas que lleva su nombre en gratitud a la
elevada donación financiera que hizo a su favor, sino también en el Straz Hall,
una residencia de la Universidad de Tampa, en el Centro de cuidado de manatíes
David A. Straz Jr., situado en el Lowry
Park, así como toda contribución, incluyendo la de una sonrisa, que hizo en
vida para la felicidad de los demás.
Conocí personalmente a David Straz Jr. en las
afueras de la sala Morsani del Straz Center, cuando me lo presentó Albert Fox.
En ese instante, terminábamos de disfrutar una obra presentada magistralmente
por la Compañía del Ballet Nacional de Cuba y acudíamos al brindis dedicado al
flamante elenco artístico. Todos sabíamos, entonces, que la presencia de esa
alta muestra del arte cubano fue disfrutada porque David Straz Jr. lo hizo
posible. Unos meses atrás había estado en La Habana, animado con el avance de
las relaciones entre los dos países que estaba impulsando el entonces
presidente Barack Obama. Straz invitó a
Alicia Alonso y, aunque la mejor encarnación de Giselle no pudo asistir
porque, a su avanzada edad, la salud ya no la acompañaba, tuvimos en Tampa su
compañía danzaria. Cuando le di la mano, sentí en la suya el calor de un hombre
bueno, no la de un millonario.
El hombre que a los 25 años de edad compró un banco
en Wisconsin para iniciar su carrera en los negocios, fue el mismo que en 2009
donó varios millones para el Centro de
Artes Escénicas de la bahía de Tampa. El mismo hombre que a los 75 años quiso
ser Alcalde de la ciudad, no para vivir de ella sino para servirla, acaba de
morir. Pero Straz vivirá eternamente entre los hijos agradecidos de esta ciudad
que hizo suya y en las múltiples huellas, materiales y espirituales, que nos ha
legado. ¡Gloria eterna al benemérito
David Straz Jr.!
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