El viernes pasado asistimos al Círculo Cubano, en Ybor City, para ver el estreno del documental de Lynn Marvin Dingfelder titulado Tres lenguas, tres generaciones, dedicado a los cien años de La Gaceta. Siempre que entramos en ese hermoso edificio construido en 1917, uno siente la profunda presencia cubana en la historia de la ciudad, pero, esta vez, se agranda esa impresión porque la razón de la visita es disfrutar de una obra visual que promete asomarnos a la centuria de una publicación que, en 1922, fundara el cubano Victoriano Manteiga de los Ríos.
Si con el nombre del fundador se afirma la raíz cubana de La
Gaceta, que en sus primeras tres décadas fue publicada únicamente en español,
con la incorporación del inglés y de una página en italiano en la década de
1950 se expandió a las tres culturas básicas del origen y desarrollo de Ybor
City y West Tampa, dos barrios céntricos y emblemáticos alrededor de esta
bahía. Desde entonces y hasta hoy, la familia Manteiga –desde el abuelo al
nieto– han expresado en su publicación cien años de historia de la ciudad con
la diversidad de matices propios de una población que la ha hecho parte de su
identidad.
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De der. a izq.: Haydée, Gabriel, Patrick, Manuela, Alberto y Aileen |
Al entrar al Círculo Cubano, veo a cientos de personas conversando animadamente en diferentes salones, saludando y brindando por la ocasión de reencontrarse para una feliz celebración. Quién sabe desde cuando no se veían muchos de los más viejos asistentes al lugar, quienes hace algunas décadas leyeron en La Gaceta las noticias que entonces les preocuparon, alegraron, alertaron o, simplemente, les hicieron reír. Ahora estaban aquí, alegres de saberse parte de la historia que prometía el documental. Muchos, que ahora son amigos de Patrick Manteiga, lo fueron también de su padre, Roland, y algunos también de Victoriano, como Emiliano Salcines o Richard Muga, cuyas imágenes desfilarían más de una vez por la pantalla con entusiastas testimonios que perdurarán en el emotivo documental.
Con todas las sillas del teatro ocupadas y algunas personas
de pie –como ocurría en el Liceo Cubano cuando se anunciaba un discurso de José
Martí–, se apagaron las bombillas para dar paso a la luz del documental. Las
imágenes de Victoriano Manteiga– desde el apuesto joven que llegó de Cuba en 1914
con 19 años, se empleó como lector de tabaquería y fundó La Gaceta, hasta el
hombre, ya viejo, que en 1962 cedió la
dirección del periódico a su hijo–, desfilan en múltiples retrospectivas
acompañadas de momentos familiares y palabras de personas que le conocieron, le
leyeron, fueron amigos suyos y le recuerdan con cariño y nostalgia de una época
ya lejana, así como de periodistas y testigos actuales de la historia resumida
en el documental.
La segunda parte de la cinta privilegia la época de Roland
Manteiga. Remembranzas de familiares y amigos, imágenes rápidas de su niñez, de
su participación como soldado en la Segunda Guerra Mundial y, más detenidas,
sobre su labor como editor y columnista de La Gaceta o como visitante asiduo
del restaurante Tropicana, donde tuvo una mesa privada, una especie de trono
desde el que guiaba sus comentarios políticos, recibía distinguidas
personalidades, entrevistaba a los más altos estadistas de la nación y saludaba
con esmerada atención a elegantes mujeres que frecuentaban las páginas de su
publicación. Los declarantes que le recuerdan con cariño en la filmación hablan
de su personalidad atrayente y deslizan, con fino humor que desata hilaridad
cómplice en los oyentes, alguna frase asociada a la predilección del editor por
las mujeres hermosas.
Después, aunque reiterado en varios momentos del documental,
emerge la figura de Patrick Manteiga, editor de La Gaceta desde la muerte de su
padre, en 1998. Patrick, emocionado junto a su esposa e hijos en la primera
fila, vuelve a oír las palabras del padre y el abuelo, mira los gestos de
aquellos dos hombres que fueron en su tiempo protagonistas significativos de la
historia de la ciudad; mira desfilar por la pantalla el rostro joven de su
madre, el de su magnífica esposa, el de sus hijos desde la feliz niñez hasta
hoy y, seguramente, piensa en el legado que recibió y en la responsabilidad de
continuarlo.
Finalmente, es de destacar la corrección del lenguaje
documental, la síntesis a pesar de la densidad informativa, el ajuste temporal,
la coherencia de los diferentes expositores y la consistencia entre la imagen y
el discurso hablado. Evidentemente, la experiencia, profesionalidad y pasión de
Lynn como documentalista y el excelente trabajo de su equipo permitieron la
realización de una obra hermosa, emotiva
y digna del tema elegido.
Estas líneas no pretenden ser una nota crítica (la que
requeriría ver detenidamente la cinta más de una vez), sino unas palabras de
felicitación a todos los que han
permitido la creación de un documental que quedará inscrito en la historia de
La Gaceta y en la historia de la ciudad.
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