Este 2 de febrero se cumplen 136 años de la muerte de un hombre inscrito con agradecimiento en la historia, por haber sido el padre de uno de los seres “más puros de la raza humana”, según palabras de la poeta chilena Gabriela Mistral. Sin embargo, aunque siempre se recuerda cada 28 de enero el natalicio del hijo –José Julián Martí Pérez– no se menciona la efemérides del progenitor. Se ha escrito más de la madre, Leonor Pérez Cabrera, que de aquel buen español nacido en Valencia el 31 de octubre de 1815.
Como curiosidad para los tampeños, puede observarse que el
padre de Martí nació en el lugar donde casi tres años después llegó al mundo
Vicente Martínez Ybor. De aquellos dos valencianos, a uno le correspondió ser
fundador de Ybor City y al otro engendrar a quien, en esta ciudad, inició la unificación de los cubanos en aras
de un proyecto que hiciera libre a su patria.
Cuando Martí abrazó a Martínez Ybor en su fábrica de
tabacos, mirando sus cabellos blancos, seguramente recordó a su padre, fallecido lejos de él casi un lustro
atrás y cuyo dolor expresara a su amigo Fermín Valdéz Domínguez con palabras
conmovedoras: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que
conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma”.
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Mariano de los Santos Martí Navarro |
Mariano de los Santos fue hijo de Vicente Martí Guillot y Manuela Navarro Beltrán, un matrimonio de españoles pobres, trabajadores y honrados. No se sabe mucho sobre sus primeros años, aunque algunos historiadores sostienen que aprendió el oficio de sastre y cordelero, como su padre. De joven ingresó en el Cuerpo de Artillería de Valencia y en 1850 lo destinaron a La Habana como sargento primero en La Cabaña.
En la capital cubana conoció a la joven canaria Leonor Pérez
y, el 7 de febrero de 1852, contrajeron matrimonio. El 28 de enero de 1853 recibe
a su primer hijo, nombrado José Julián y en los años siguientes nacen siete
hembras. Mientras crece la prole, Mariano se desempeña como artillero, después
policía celador de barrio, luego capitán de partido, aunque entre uno y otro
empleo padeció de temporadas dsempleado y penurias en el hogar. En uno de esos
momentos viajó a España (1857) con la esposa embarazada y tres hijos –en Valencia
nace María del Carmen–, pero no encuentra acomodo y regresa a La Habana.
Hay al menos dos momentos en que viajan solos el padre y el
hijo: los días que, en 1862, se acompañan en Hanábana (Matanzas) y cuando
viajan a Belice en 1863.
Cuando Pepe venció los primeros grados escolares, Mariano lo
inclinó a un trabajo de dependiente que permitiera un ingreso más a la familia
pobre. Fue una suerte que Rafael María de Mendive, admirando las cualidades de
su alumno, convenciera al padre para que le permitiera seguir a la segunda
enseñanza, cuyos costos él cubriría. En ese colegio, el San Pablo, estaba Martí
cuando estalló en el oriente cubano la Guerra de los Diez Años. El
adolescente saludó en un poema inflamado
su simpatía con la rebeldía de la Isla, mientras su padre intentaba en vano
frenar el entusiasmo evidente en el hijo.
Al año siguiente, se lo encarcelan por infidencia y lo ve partir, con 16
años, con entereza de hombre hacia su destino.
Hasta entonces, el hombre de carácter firme, hosco a veces,
recio ante el hijo que quiso educar sin asomo de debilidades, había sido él.
Temeroso a que la más mínima delicadeza dañara el temple de hombre en que quiso
educarlo, se privó de las ternezas con que pudo mimarlo. Ahora, sin embargo, el
hombre fuerte era el hijo, como probó en la cárcel donde fue a verlo. La
escena, descrita por Martí en El Presidio político en Cuba, no puede ser más
estremecedora: “Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba
ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi
madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de
haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas
purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de
materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día
amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto,
envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando
febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis
llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz,
y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él
quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo
hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día
amarguísimo aquel!”.
Hasta esa fecha, José no había descubierto la enorme ternura
del padre y no la olvidaría nunca más. Por gestiones de él y de su madre, la
condena de seis años fue rebajada a seis meses, aunque condicionada al
destierro. Se va a España y cuando regresa a América en 1875, en México lo
estaban esperando Mariano, Leonor y sus hermanas. Había tristeza en el hogar,
porque acababa de fallecer su hermana Ana. Otras dos habían fallecido pequeñas
(Dolores y María del Pilar). Es él quien presenta a Manuel Mercado al hijo que
llega con dos títulos universitarios de España.
El joven Martí se
abre camino en el país azteca y los padres regresan a La Habana. Mariano vuelve
a verlo en 1879, cuando el hijo regresa a la Isla, ya casado y con la mujer
embarazada. Esto le hace creer que se dedicará a la familia. Se equivoca. Se
mezcla enseguida en una conspiración que intenta reiniciar la guerra en Cuba,
es detenido y deportado otra vez a España. En 1880, llega a EE.UU. y,
exceptuando unos seis meses en Venezuela ese mismo año, vive en este país hasta
enero de 1895.
Si el padre llevaba
al hijo de viaje cuando éste era un niño, de hombre es el hijo quien lleva al
padre a que le acompañe. Así, vemos a Mariano llegar a Nueva York con 68 años,
en junio de 1883. Estuvo al lado de su primogénito durante un año y debió
admirar el valor con que seguía entregado a la causa de la independencia de
su país, ocupando altas responsabilidades en ese empeño. También pudo estar en
el cuarto cumpleaños de su nieto Pepito y apreciar el prestigio de su hijo como
escritor.
No volvió a ver al hijo amado. Al regresar a Cuba, el 18 de
junio de 1884, fue a vivir con su hija Amelia, porque las relaciones con Leonor
no andaban bien. Hay una hermosa carta de Martí a su hermana, donde le dice:
“Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus
vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”. Cuando José García, el esposo de
Amelia, dio al hijo ausente la noticia de la muerte del padre, éste le
respondió desde Nueva York, como a un hermano:
“¡No he podido pagar a mi padre mi deuda en la vida! Ya
¿dónde se la podré pagar? No es que haya muerto lo que me entristece, sino que
haya muerto antes de que yo pudiera pregonar la hermosura silenciosa de su
carácter, y darle pruebas públicas y grandes de mi veneración y de mi cariño.
Pero ¿qué falta le hice, si lo tenía a Vd.? Juntos, José, Vd. y yo, iremos a
visitarlo algún día”.
Pero el hijo no pudo cumplir la promesa que hiciera al
cuñado de ir juntos un día a su tumba, pues la muerte lo alcanzó en Dos Ríos,
sin poder volver a su Habana.
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