Como ya todas las cosas parecían arregladas para salir, José Martí puede estrenar un nuevo traje, sencillo y limpio como él, para que lo acompañe en la naturaleza que lo aguarda. Nunca se ocupó mucho de su vestimenta, pero en el último tiempo, con su continuo viajar, se le había deteriorado demasiado la escasa que tenía. El exceso de gastos de indumentaria lo creyó una de las superficialidades mayores de la vanidad humana. Dijo alguna vez que la mucha tienda significaba poca alma y que el que lleva mucho por dentro, necesita poco por fuera. Bastante tenía él por dentro, pero, de todos modos, era imprescindible llevar algo por fuera, se dejó guiar de los pasos de Máximo Gómez a las puertas de una sastrería.
En el camino hacia ella, tal vez cayera en cuenta de lo
pobre que iba: los zapatos fueron
remendados hace unos días en Santiago de los Caballeros, el saco que trae se ha
ido decolorando y el sombrero de castor es de los más baratos. Para el viaje
reciente a Cabo Haitiano llevó una capa de Gómez, más para ampararse del frío
que de la lluvia y también del General “unos pantalones muy cariñosos y ya
amados”. En el camino, un médico cubano –Salcedo–, “porque me oye decir que vengo con
los pantalones deshechos, me trae los mejores suyos, de dril fino azul, con un
remiendo honroso”. Hacía dos semanas
que Gómez, pensando en el posible
viaje a la capital, se lo había presentado
así: “Allá va Martí, con su cabeza desgreñada, sus pantalones raídos,
pero con su corazón fuerte y entero”.
Ya estaban al partir. Él y Gómez han comprado la goleta
“Mary” a John Poloney y éste se ha comprometido a contratar al capitán y contramaestre que les acompañarán hasta Cuba
esa semana que comienza. El plan
fracasaría por la alta suma de dinero que se les exige; pero este domingo están
firmemente convencidos de que en un par de días estarán en el mar. Por eso,
Martí escribe el texto capital que llamamos El Manifiesto de Montecristi y
tantas cartas de organización y despedida.
El texto programático debió estarse escribiendo, o
pensándose este domingo. Al día siguiente lo firman los dos grandes dirigentes,
sin alteraciones y con armonía. En carta a Gonzalo de Quesada, fechada tres
días después, el Maestro señala: “Del Manifiesto, complacerá a ustedes saber
que luego de escrito no ocurrió en él un
solo cambio; y que sus ideas envuelven a la vez (...) el concepto actual del
General Gómez, y el del Delegado”. En esta misma carta, informa a Quesada que a
través de la palabra vidi –puesta en un cablegrama del 26 para él– lo está
remitiendo a este documento. Por otro lado, entre aquel domingo y el miércoles,
hay reproducciones del material, por
cuanto a Gonzalo se le envía una copia el día 28, con el encargo de hacerle
una urgente impresión, mientras
otra se
hará en Santo Domingo.
También las cartas fechadas el 25 de marzo debieron andarle
cortejando todo este domingo. Unas, breves,
tenían que ver con el trajinar del momento, como la escrita a Dellundé
para que enviara a Montecristi, con el mismo portador –Camilo Borrero–, las
últimas noticias llegadas de Cuba por esa vía.; al Brigadier Rafael Rodríguez, encargándole de una
importante misión relacionada con otra expedición posible; a Gonzalo y
Benjamín, a quienes ya viene uniendo en su epistolario, dos cartas el mismo
día: En una, toda la oración la hace una voz: “partimos”. Y después lo
principal, a lo que va: “contribuir a ordenar la guerra de manera que lleve
adentro sin traba la república”. En la
otra, la táctica con que deben actuar y una especie de revista a todo lo que se
está haciendo: a lo de Costa Rica, desde donde acaso Flor, y Maceo con él,
hayan salido. Lo de Serafín, lo de
Collazo, lo de Enrique Rodríguez. Y al final, todo el papel que les corresponde
a los revolucionarios del exterior, para con los compatriotas que ya están en
el escenario de la guerra. Después de lo inmediatamente cubano, medita en el
alcance americano de esta obra, que si bien lo ha reflejado en el Manifiesto,
lo amplía en carta a Federico Henríquez y Carvajal, tan excelso pensador como
amigo suyo. Le habla de los complejos problemas que influyeron en las
imperfecciones de la independencia de nuestros pueblos y le expresa su convicción
de que las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América.
Esta misión trae él a
cuestas, aunque ande a rastras, con el corazón roto. En una frase para el amigo
Henríquez, está el mandato de unidad con que convoca a todos: “Hagamos por
sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la
cordillera de fuego andino”. Después
ordena en el corazón las despedidas más íntimas de su ser: “Madre mía: hoy 25
de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud”. Todavía sueña con ver un día a toda la
familia a su alrededor, contentos de él. Y el adiós a las niñas, a María y a
Carmita, porque ya está al partir a un largo viaje. Y tal vez allá, donde no
puedan llegar las cartas, tendrá que conformarse con las noticias que de ellas
puedan darle el sol y las estrellas.
Tomado de mi libro Domingos de tanta luz, disponible en
Amazon o directamente con el autor escribiendo a cartayalopez@gmail.com.
Es un deleite leer con tu magnifica prosa el quehacer de Martí en aquellos venturosos días. Excelente lectura.
ResponderEliminarBrillante. Ronel González Sánchez.
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