Conversar con alguien de Aracataca nos lleva a recordar a Gabriel García Márquez, pues el famoso narrador colombiano inscribió en el universo al mítico lugar donde nació. Máxime, si el aludido es también escritor, fue amigo del Gabo y tiene familiares cuyos nombres aparecen entre los protagonistas eternizados en las novelas del Premio Nobel, por lo que es difícil que no aflore en el diálogo esa conexión enriquecedora. Nos referimos a Eduardo Márceles Daconte, quien ha recorrido el mundo como investigador, escritor, profesor, periodista, crítico de arte..., y ha preferido conocer antes de narrar, investigar antes de escribir, vivir antes de contar. Márceles ha residido en diversos lugares de Asia, Europa y América, dejando testimonio escrito de tan asombroso peregrinaje.
Sus libros como
crítico de arte han hecho aportes sustanciales al conocimiento de las artes
plásticas en el Caribe y una biografía suya sobre la cantante cubana Celia Cruz
contiene todo el azúcar que la Reina de la salsa le imprimió. Ahora, viene a
Tampa con otro libro que llama la atención: 16 danzas emblemáticas en el
Carnaval de Barranquilla, un nuevo aporte suyo a la cultura
hispanoamericana. Le pedimos una entrevista y en su respuesta generosa agrega
la amistad.
Próximamente
presentarás en Tampa tu libro 16 danzas emblemáticas en el Carnaval de
Barranquilla, uno de los estudios pioneros sobre las manifestaciones del
patrimonio oral e inmaterial del folclor caribeño. ¿Cómo nació esta obra que
está despertando tanto interés en el público y la crítica?
La idea se
originó en la invitación que recibí de una institución académica de República
Dominicana para participar en el simposio denominado Música, identidad y
cultura con el subtítulo de Folklore musical y danzario en el Caribe que tuvo
lugar en Santiago de los Caballeros (Cibao), en abril de 2013. Entonces escribí
una ponencia basada en las danzas tradicionales que conocía desde niño en el
Carnaval de Barranquilla. Una vez terminé de leer y explicar cada una de esas
danzas, algunas personas se acercaron a conversar y me dijeron que hubiera sido
más ilustrativa si hubiera llevado más imágenes y, mejor aún, un documental
para conocer mejor la coreografía, el vestuario y la música de esas danzas. Ahí
comencé a entretener la idea del libro y de la película documental que está ya
editada, sólo falta agregar algunos detalles y corregir unos pasajes para
estrenarla ahora que vaya a Miami y Tampa.
A mi regreso a
Puerto Colombia, decidí solicitar una credencial de investigador a la Casa del
Carnaval para ingresar a los desfiles y presentaciones escénicas de las danzas,
así pude durante 4 años tomar más de 4 mil fotografías mientras investigaba en
la historia, la coreografía y la música de cada danza. Fue un trabajo agotador
pero divertido, entrevisté a los músicos, directores e integrantes de las
danzas, viajé a los pueblos y barrios de Barranquilla donde se originan y
ensayan, leí una docena de libros sobre sus características generales para
escribir sobre esta fiesta popular, fue una experiencia reveladora porque, así
como yo, la mayoría de los colombianos, incluso barranquilleros, desconocen el
rico contenido folclórico que caracteriza cada danza.
Por eso el libro
ha tenido una acogida fenomenal tanto en Colombia como en otros países, en
Alemania, por ejemplo, han adquirido, sólo en Stuttgart, más de 200 ejemplares
y en Nueva York me han encargado alrededor de 120. Debo agregar aquí que no
obstante la cantidad de información bibliográfica y cinematográfica sobre el
carnaval, no había un libro o documental específico que enfocara de manera
individual y detallada, tanto en textos como en imágenes (el libro tiene 377
fotografías a color), la trayectoria y características de estas danzas
patrimoniales del Caribe colombiano.
Cuando terminé de
escribir el primer borrador, escribí el guion para el documental. Recuerda que
mientras tomaba las fotografías, de manera simultánea, también filmaba, pero me
di cuenta a tiempo que era imposible hacer las dos cosas a la vez, entonces
contraté a camarógrafos y después a un editor que hizo un magnífico trabajo. En
todo este trabajó me acompañó mi esposa, la artista visual Nubia Medina, sin
cuyo apoyo logístico y moral, hubiera sido imposible llevar a feliz término
esta iniciativa. Por último, como quiera que he vivido largos trechos de mi
vida en EE.UU. y Europa, decidí traducirlo al inglés, un trabajo dispendioso
que me llevó a hacerlo más accesible y didáctico para cualquier público de aquí
o allende nuestras fronteras.
El escritor
colombiano, profesor, crítico de arte, ensayista, editor y otros quehaceres,
que ahora recibimos en Tampa por primera vez, ha sido llamado “un trotamundos
de la cultura”, ¿a qué debemos tan sugerente nombramiento?
Pues bien, te
cuento que he sido un andariego toda mi vida. Salí de Barranquilla con una beca
para New York University, donde me gradué en 1970 con un B.A. en humanidades y
concentración en economía y ciencia política. Luego ingresé a la Universidad de
California en Berkeley para una maestría en Estudios de América Latina con
énfasis en historia cultural de la región. Para mi tesis atravesé en una vieja
camioneta Volkswagen, durante 6 meses, todo México y Centro América hasta
llegar a Colombia donde vendí el vehículo, regresé a Berkeley donde tenía unos
amigos asiáticos que me introdujeron en el estudio de religiones orientales
tales como el hinduismo, el islamismo, el budismo y otras más, entonces me
entusiasmé por el budismo, esa religión que se nutre de las enseñanzas de Buda
que no es un dios, sino un ser humano que enseña el camino a la perfección
espiritual. Con este bagaje inicial me fui en un largo recorrido por Japón,
Hong Kong, Tailandia y Malasia hasta tomar un barco en Singapur que me llevó a
Madrás en el sur de India y de ahí pasé a un monasterio en Sri Lanka como monje
budista por 6 meses.
Luego viajé por
India visitando ashrams y comunidades hinduistas, viví un tiempo en Goa,
Benares y Cachemira, atravesé toda Asia Central en tren, bus, camello y
elefante hasta llegar a Estambul, de ahí pasé a Grecia donde quería repasar el conocimiento
heredado de los clásicos, en especial la mitología griega, por un tiempo viví
en el sur de Creta a donde fui tras los pasos del laberinto del Minotauro,
Ariadna, Perseo, Dédalo y su hijo Ícaro, también de mi admirado escritor griego
Nikos Kazantzakis, viví en una comuna de jipis que habitaban unas cuevas arriba
de una playa del mar Mediterráneo. Después de visitar la tierra de mis
antepasados, inmigrantes italianos procedentes de Scalea, en la región
calabresa, que se radicaron en Aracataca, un pueblo bananero en las
estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, me fui a España.
En Barcelona me
desempeñé como traductor de inglés-español para algunas editoriales, regresé a
Colombia en 1975 para dedicarme a la literatura, el periodismo cultural y la
docencia académica en la Universidad Javeriana de Bogotá, hasta que un
estudiante llegado de China a hacer una especialización en la obra de García
Márquez me entrevistó para sus tesis de grado y terminó invitándome a enseñar
historia cultural de América Latina y asesor del diccionario chino-español. Nos
fuimos a la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghai en febrero de
1986 con mi esposa y nuestra primera hija Anneli, de sólo 3 años. En vacaciones
recorrimos el país desde Beijing hasta Lhasa, capital de Tibet.
Cuando estaba a
punto de cumplirse el contrato, me llegó una invitación de la decana de
humanidades de Miami-Dade College como Distinguished Visiting Professor para
dar conferencias sobre aspectos diversos de la cultura artística de América
Latina, incluyendo algunas inquietudes sobre China y su polémica política
acerca de las modernizaciones de Deng Xioping, el hijo único y sus
consecuencias sociales, la herencia de Mao, el arte tradicional y la literatura
contemporánea china.
Cuando estábamos
listos para regresar a Colombia, fuimos a pasar la Navidad en NY, 1989, allí
conocí un grupo de amigos que querían abrir una galería de arte en Soho y me
ofrecieron dirigirla. A pesar de no tener experiencia en ese campo acepté el
reto, nos vinimos a NY y durante un año dirigí la galería que se especializaba
en artistas de América Latina con énfasis en el Caribe. Cuando la galería
cerró, trabajé primero como intérprete en las cortes del seguro social de NY,
después como curador de artes visuales en el Queens Museum of Art, hasta que
abrieron HOY, un diario en español respaldado por uno de esos grandes
conglomerados editoriales del país. Allí me desempeñé como periodista cultural
y director de la revista cultural VIDA-HOY, que circulaba como un inserto todos
los viernes.
Toda esa
experiencia de mis viajes e investigaciones los he puesto al servicio de
divulgar y promover las artes visuales, el teatro, la literatura y la
cinematografía de América Latina y el Caribe en cada uno de los sitios donde he
vivido, de ahí ese título que mencionas de “trotamundos de la cultura” que
llevo con mucho orgullo porque me ha costado, además del inmenso kilometraje,
el trabajo de investigar, reflexionar, escribir y enseñar sobre esos
fascinantes temas.
Eres oriundo
de Aracataca, ese pequeño pueblo del Magdalena colombiano universalizado por
Gabriel García Márquez. ¿Qué relaciones tuviste con el Nobel de Literatura de
tu país?
Sí, nací en
Aracataca, hijo de Imperia Daconte y Carlos Márceles Orellano. Mi mamá era hija
de inmigrantes italianos y mi papá desciende de indígenas Mokaná, a orillas del
mar Caribe. Mis padres me trajeron a Barranquilla aún niño para estudiar, crecí
con mis abuelos paternos porque además era el único nieto. A pesar de que
conocía a Gabo por su literatura, había leído primero su novela La mala hora y
luego sus cuentos en Barranquilla, pero nunca había experimentado la emoción
que sentí cuando leí Cien años de soledad cuando era estudiante en NYU, porque
de inmediato reconocí el área geográfica donde se desarrolla la novela.Gabriel García Márquez y Eduardo Márceles
Daconte. La Habana, 1981.
Lo conocí en
persona en el lobby del Hotel Havana Riviera en 1981, cuando Casa de las
Américas me invitó a participar en el Encuentro de intelectuales y artistas de
América Latina como miembro de una numerosa comitiva. Al día siguiente de
llegar, bajé temprano a caminar por el malecón cuando lo vi conversando con el
recepcionista, me aproximé, lo saludé, pero cuando escuchó mi nombre, me
preguntó si era de la familia Daconte de Aracataca, asentí y él lanzó un grito
que asustó a los que estaban por ahí cerca: “Ahora sí se jodió esta vaina, dos
cataqueros en La Habana”. Entonces, me señaló un sofá y estuvimos conversando
un tiempo largo. Allí fue cuando me reveló que el admiraba y quería mucho a mi
abuelo Antonio Daconte porque siempre fue amable y generoso con él y su
familia.
Mi abuelo era
dueño de una tienda bien surtida con todo tipo de mercancía, incluso importada
de Italia, pero más aún del cine del pueblo. Me dijo que mi abuelo lo dejaba
entrar gratis a él y a su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, porque
nunca tenían para pagar las entradas, eran pobres de solemnidad como sucede con
el protagonista de su novela El coronel no tiene quien le escriba. En señal de
gratitud, me dijo que se le ocurrió hacerle un homenaje con el nombre del
italiano que llega a Macondo pero el personaje se le fue “volviendo marica”,
después corrigió, era un tanto afeminado, entonces lo cambió por Pietro Crespi,
un afinador de pianos que él conoció en Barranquilla, pensaba él que mi familia
se sentiría ofendida de ver el nombre del patriarca familiar en esas
condiciones. A partir de esa fecha nos hicimos amigos.
Son muchas las
anécdotas con Gabo, cuando le pregunté por qué había utilizado el nombre de mi
tía Elena “Nena” Daconte para la protagonista de “El rastro de tu sangre en la
nieve”, me contestó que él había estado enamorado de ella cuando estudiaba en
la Escuela Montessori de Aracataca. “Era una niña hermosa con una cabellera
rubia que reía y jugaba mucho con todos”, me comentó, recordando que después el
padre se lo llevó a estudiar a Barranquilla, pero nunca la olvidó, por eso
cuando escribía ese cuento en Barcelona en 1974, le vino su nombre como un
relámpago.
También, una vez
que me invitó a almorzar a su casa de Cartagena, cuando escribía El amor en
los tiempos del cólera, me preguntó por la familia, le dije que por esos
días había muerto mi tío Galileo Daconte. Se puso triste, dijo que había sido
su mejor amigo de infancia; luego, cuando leí la novela, encontré que le hizo
un homenaje como dueño de un cine de Cartagena ubicado en las ruinas de un
antiguo convento de las clarisas. También, como asesor de la Editorial La Oveja
Negra, recomendó publicar mi libro Los perros de Benares y otros
retablos peregrinos (Colección de Literatura Colombiana), la mayoría de
cuyos relatos suceden en India, Afganistán y El Líbano, durante una de las
guerras en el Medio Oriente. Tiempo después me pidió prestado el nombre de
peregrinos para su próximo libro de cuentos, y así fue, cuando salió su libro Doce
cuentos peregrinos (1992) encontré que había cumplido su solicitud. Hace
algún tiempo publiqué en el diario El Espectador, de Bogotá, una crónica
donde cuento todas estas historias titulado “La familia Daconte en la obra de
García Márquez” que se puede leer en Internet en la página del diario bogotano.
Tu obra ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz,
es tal vez uno de tus libros más vendidos. ¿Has seguido escribiendo sobre la
cubana conocida como La Reina de la Salsa?
Para mí, ha sido
uno de los proyectos editoriales que más he querido, para empezar desde muy
joven mis padres eran fanáticos de la Sonora Matancera que escuchaban en onda
corta de Radio Progreso en La Habana, yo me sé casi todas las canciones de
Celia, me encantan, así que cuando ella murió en julio de 2003, estuve por
casualidad en una fiesta de cumpleaños en Manhattan donde me encontré con una
agente literaria chilena de nombre Leyla Ahuile. Lloramos y lamentamos su
ausencia, le dije que me gustaría algún día escribir la biografía de la Reina
de la Salsa, el lunes siguiente me llamó por teléfono para decirme –¡vaya
sorpresa!- que una importante editorial de NY estaba buscando un autor para
escribir su biografía y me la estaba ofreciendo.
Yo me asusté, me
corrió una gota de sudor frío por la columna vertebral, le pedí un tiempo, era
demasiada responsabilidad, me dijo claro que sí, te doy 10 minutos porque es
urgente. Lo pensé un momento, la volví a llamar y le dije que sí. Entonces
comenzó un periplo que me llevó a Miami, México, Barranquilla, La Habana hasta
que completé la investigación básica. Terminé de escribir la versión final seis
meses después, me dieron un tiempo más y se lanzó en el auditorio de NYU, donde
asistieron muchos de los músicos y cantantes que la habían acompañado durante
su trayectoria musical.
En Miami
organizaron una protesta contra el libro cuando se organizó la presentación en
el Instituto Cervantes porque menciono la canción que ella dedicó a la
Revolución Cubana en 1959/1960 titulada “Guajiro ya llegó tu día”, grabada en
Radio Progreso, canción que encontré por azar durante mi investigación,
escuchando viejas interpretaciones en emisoras habaneras. Decían que era una
calumnia e injuria, un invento intolerable, hasta Pedro Knight y Omer Pardillo
me amenazaron con una demanda millonaria, pero envié la grabación en casetes a
algunas emisoras y cuando la escucharon, cesaron las amenazas porque era
evidente la voz de Celia y la música de la Sonora Matancera. Era, además, el
inicio de la transformación revolucionaria y todo el mundo en Cuba estaba
optimista, contento, con los cambios que se veían, de manera especial la
familia de Celia que era pobre y pasando dificultades sin cuento. Según la
editorial Reed Press, del libro se vendieron en español 100 mil y en inglés
también 100 mil ejemplares. Estuvo varias semanas entre los libros más vendidos
en EE.UU. en las listas del diario The NY Times.
Desde hace como
siete años firmé un contrato con una empresa cinematográfica para hacer una
película basada en esa biografía, pero se demoró, llegó la pandemia del Covid y
sólo ahora parece que están resucitando el proyecto pero es lento y complicado,
ya van como tres versiones del guion; yo escribí uno, pero todos han sufrido
por diferentes razones, ahora contrataron a Celia María Cody, sobrina de Celia,
para que revise su fase final.
Has realizado
significativos aportes al conocimiento de las artes plásticas en el Caribe,
especialmente con tus libros Recursos de la imaginación, Las Artes visuales del
Caribe colombiano, ¿sigues enriqueciendo esas obras para futuras reediciones?
Sí, yo siempre
estoy escribiendo reseñas y ensayos sobre la plástica, no sólo de Colombia, a
veces me solicitan ensayos artistas de otros países de América Latina y de
Estados Unidos. Como curador he organizado exposiciones en EE.UU., ciudades de
Colombia, Caracas, Abu Dhabi en Emiratos Árabes Unidos y una vez llevé una
exposición de artistas colombianos a Arco, la feria de arte de Madrid (España).
Esos libros que mencionas reúnen mi trabajo de investigador de la plástica
nacional durante décadas con muchas reproducciones fotográficas de las obras de
los artistas mencionados. Se han hecho dos ediciones ya agotadas y aquí siguen
preguntando por esos libros.
Como narrador,
tu novela El umbral de
fuego se asoma al tema del inmigrante colombiano en Estados Unidos. ¿Qué
lectura pueden hacer hoy de ella todos los inmigrantes?
Es una novela de
la diáspora colombiana que recoge las experiencias de personas que conocí en
Miami y NY y la mía personal, aunque no es una novela autobiográfica. Son más
bien las aventuras y vicisitudes de un inmigrante ilegal que después de un
largo peregrinaje llega a Miami y por casualidad se encuentra con amigos que
viven del narcotráfico, sin papeles ni trabajo, se enreda en ese negocio, viaja
a NY y allí se dedica al tráfico local como jíbaro o sea la persona más abajo
de la estructura narcotraficante, pero es más que nada la vida íntima, social,
erótica de un personaje en circunstancias extraordinarias.
La novela ha
corrido con suerte porque la edición se agotó, aunque me quedan algunos
ejemplares que llevaré a Florida ahora que vamos. El personaje se llama Lorenzo
Centeno, un bogotano que huye de las necesidades económicas, comienza en Bogotá
durante el gobierno de César Turbay Ayala (1978-1982), es una obra que se puede
leer de una sola sentada. Hay un director de cine colombiano que me ha
solicitado sentarnos a conversar sobre la posibilidad de llevarla al cine, pero
aún no nos hemos puesto de acuerdo.
Volviendo al
libro que presentarás en Tampa a principios de septiembre. ¿Hasta dónde esta
obra puede ser un modelo para el estudio de otros carnavales caribeños en cuyos
pueblos el elemento afroamericano es un componente importante de su
sincretismo?
Sí, es cierto, el
libro abre las puertas a proyectos similares en el área del Caribe y otras
regiones de América Latina y de manera especial en el Caribe donde se celebran
los carnavales, como República Dominicana o la celebración de Vejigantes en
Ponce (Puerto Rico), también en Brasil o Bolivia y, en general, las islas del
Caribe. No sé si Cuba porque allí el carnaval ha perdido mucho brillo, yo
estuve en uno de ellos como jurado de literatura testimonial del premio Casa de
las Américas, pero extrañé el esplendor que me han dicho tenía décadas atrás.
Por supuesto, el
elemento africano es fundamental en estas danzas, por ejemplo, la Danza de
Congos, como indica su nombre, ubica su génesis en la época colonial en
Cartagena de Indias entre esclavos que celebraban sus fiestas dedicadas a las
deidades africanas; la Danza Son de Negro es la respuesta festiva de los
esclavos en los palenques contra sus amos, es una danza de burla que
ridiculizaba con muecas y gestos, alguna veces grotescos, la opresión española,
aunque también las hay ecológicas como la Danza de Coyongos que nació un 11 de
noviembre de 1811, cuando se celebraba la independencia de Cartagena, en la
ciudad de Mompox y es una mímica de las aves zancudas que habitan en las
márgenes de los ríos caribeños, así sucesivamente, aunque el elemento indígena
también está presente en algunas danzas, así como el ingenio y creatividad de
artistas populares del mestizaje rural y urbano en barrios periféricos de
Barranquilla. Ya las conocerán todas durante la presentación en la Universidad
de Tampa.
Mil gracias,
Gabriel, tus preguntas me han hecho recordar muchas cosas que tenía extraviadas
en el archivo de mi memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario