Ha llegado diciembre en un abrir y cerrar de ojos, como se dice. ¿Es que las transformaciones impuestas por la revolución tecnológica más acelerada de la historia nos hacen percibir el paso del tiempo a mayor velocidad, o es que con el avance de la edad quisiéramos que los años nos duraran un poco más? A casi todos los adultos nos parece que en los lejanos años de la infancia entre una Navidad y otra discurría un tiempo enorme. Aquellos trescientos sesenta y cinco días que debíamos esperar para la próxima llegada de los Reyes Magos contenían tanta vida que el regreso del regalo navideño se alargaba en el tiempo, una magia que ha desaparecido con los regalos al alcance de la mano, sin adornos seductores, en cada día del año.
Es que ya estamos en el diciembre del Calendario Gregoriano,
el duodécimo mes del año y que, aunque está entre los más largos por contar con
31 días, es tan dinámico como las fiestas y luces que le engalanan. Su nombre
nace del latín decembris, una derivación de la voz decem, que significaba diez.
La razón es que en la medición del tiempo de la antigua Roma, que empezaba en
marzo, diciembre era el décimo mes. A
aquel calendario de diez meses, Numa Pompilio
(753-674 a. C.), siendo el segundo rey de Roma, le agregó enero y
febrero. Siglos después, en el año 46 a.C., el emperador Julio César introdujo
el Calendario Juliano, también dividido en 12 períodos, empezando en marzo.
Vino a ser el Gregoriano, originado en España y aprobado por el papa Gregorio
XIII en 1582, el que convirtió a diciembre en el mes número 12, último del año.
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Al establecerse el Calendario Gregoriano se perdieron diez días, pues se decretó que el día siguiente al jueves, 4 de octubre (jueves), sería viernes 15 de octubre de 1582. |
Sin embargo, la palabra diciembre, como la conocemos hoy, no viene a aparecer en el Diccionario de la Lengua Española hasta 1732, cuando el llamado Diccionario de Autoridades –antecesor inmediato de la RAE– lo incluye como “duodécimo mes del año, que tiene 31 días”.
Después de esta breve disquisición, retomamos el motivo de
elegir diciembre para estas líneas, que es ver la ciudad engalanada desde el
Thanksgiving, con todo el resplandor de sus luces multicolores iluminando sus
diversas calles, avenidas, portales, parques, lugares públicos y privados. Es
como si el último mes del año modificara no solo el entorno en que vivimos,
sino también la mentalidad con que admiramos la naturaleza y la creación
humana, enriquecida con una espiritualidad que se expande a lo conocido y lo
ignoto, con la esperanza de que el engalanamiento del espacio contribuya a
nuestro embellecimiento interior.
Como todo es nacimiento y fin, el año también lo es, por lo
que diciembre asume la vejez y terminación del tiempo encerrado en doce meses,
por lo que su espera, y despedida para el reinicio de un nuevo ciclo, se asume
como cumplimiento y compromiso: lo alcanzado en los últimos doce meses y lo que
nos proponemos para el año siguiente. En su asunción, se refleja la diversidad
humana en los distintos componentes de la personalidad. Si para el poeta
peruano César Vallejo, –cuyo pesimismo llega al verso “diciembre con sus 31
pieles rotas”–, hay un desencanto en cada día de un mes que debió serle
doloroso y frío, en Francisco de Quevedo hay un hálito de optimismo pletórico
de alegorías cuando escribe: “Cuando llega diciembre y las lluvias abundan/
ellas con las acacias tornan a florecer”. Mientras, en la
poetisa colombiana Meira Delmar
(1922-2009) hay una alegre nostalgia al “ver llegar las golondrinas/ que con
diciembre regresaban”.
Diciembre es un nombre que aparece en títulos de poemas,
novelas, filmes, pinturas y en múltiples expresiones de la realización humana,
no solo por ser el que contiene la fecha de devoción espiritual más extendida
en la civilización cristiana –la Navidad–, seguida del Año Nuevo, enlazando los
días festivos más intensos, sino también por la enorme implicación simbólica
que atesora. Por ello, en la sabiduría
sintetizada en los refranes también nos encontramos con sus letras, desde su
doble percepción, como vemos en el refrán italiano: “Dicembre, dà freddo al
corpo ma gioia al cuore (Diciembre da frío al cuerpo, pero regocijo al
corazón”).
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