En el crecimiento económico y cultural de Estados Unidos, la inmigración ha jugado un papel relevante desde antes de crearse la nación. La primera gran oleada de europeos hacia territorio norteamericano se produjo en el marco de la colonización española, inglesa y francesa, desarrollada a fines del siglo XVI y principios del XVII. Tres siglos después, al empezar el XX, se considera que más de 30 millones de europeos se establecieron en este lugar.
A la inmigración de aquellos siglos, hay que agregar el traslado brutal de casi
400 mil africanos a servir como esclavos en lo que hoy es EE.UU. A fines del
siglo XIX, durante todo el XX y en lo que va del XXI, la inmigración en Estados Unidos está vinculada al
desarrollo económico, social y cultural de la nación. Sin embargo, nunca antes
hubo una mirada tan polarizada hacia este fenómeno como en nuestro tiempo,
incrementada con el uso político de su comportamiento en los discursos
electorales, más que con la aprehensión de la naturaleza intrínseca del
comportamiento de los patrones migratorios.
Naturalmente, en las complejidades del mundo contemporáneo,
frente a la abrumadora desigualdad entre los países desarrollados y los pobres,
así como el incremento de los flujos migratorios hacia los primeros, deben
existir políticas regulatorias hacia el movimiento de personas y defenderse la
inmigración legal y segura.
Sin embargo, el debate actual en torno a este fenómeno está
permeado por dos opiniones excluyentes: los que
se pronuncian por un muro que impida la entrada de inmigrantes,
relacionándolos con el incremento de drogas y violencia, y los que se fijan en
el aporte de ellos a este país junto a los ingredientes humanos que se le suman
(reunificación familiar, huida de la represión y la miseria, ansia de
superación).
Desde esta segunda perspectiva, llamo la atención con un
ejemplo recientemente conocido. El cubano Luís Mosquera llegó a este país hace
solo siete años. Hoy es codueño de la compañía
LMWI, junto a William Ibern. La empresa, dedicada a la construcción de
gabinetes (www.Designer-Cabinetry.com), da empleo a más de diez trabajadores y
cuenta con una carpintería cuyas modernas herramientas de trabajo facilitan y
hacen muy productiva la jornada laboral, además de contar con varias camionetas
cerradas para el traslado e instalación de los muebles a solicitud de una
clientela en crecimiento.
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Luis Mosquera (primero a la izq.), junto a algunos de sus trabajadores |
Cuando visito los talleres de trabajo de LMWI –ubicados en 5555 W Linebaaugh Ave., Tampa, Fl 33624– me llama la atención, en medio de la entrega de los trabajadores a su labor, el rostro de satisfacción que muestran. Son todos hispanos y la mayoría cubanos que no llevan mucho tiempo en este país. Pero han encontrado en los talleres de Luís un ambiente que tal vez contradice la imagen que se habían creado sobre el trabajo en las factorías capitalistas estadounidenses. Se exige respeto a la puntualidad y calidad en el trabajo, como debe ser, pero se atiende el componente humano en su rica diversidad.
De la puntualidad, el contenido de trabajo, de los servicios
que presta la compañía (gabinetes, puertas, mesetas, construidas e instaladas)
me habla Luís, pero del trato que reciben me hablan los trabajadores, sin que
los oiga él: que siendo una compañía pequeña y reciente, les paga vacaciones,
así como días feriados; que cuando alguien ha tenido un problema familiar no ha
disminuido su ingreso semanal por faltar unas horas; que cuando alguno ha concluido más temprano su
desempeño se incorpora a otra labor, con lo que diversifica la capacitación y
completa la jornada laboral.
Pero, de todos los ejemplos, uno me conmovió. Un trabajador
que apenas lleva dos meses en la compañía, sirviendo como carpintero, tiene la
madre muy grave en Cuba. Debía ir a acompañarla en el final inminente de su
vida. Hacía solo unos días le habían entregado el uniforme al operario, con la
sigla en el pecho: LMWI. Cuando entró a la oficina de Luís, ya este sabía la
pena que le aquejaba, pero no que se iría por tiempo indefinido.
El empleado, incapaz de pedir que le reservaran su
puesto, puso el uniforme encima de la
mesa, cuando exclamó: Me tengo que ir. Luís se puso de pie, lo abrazó como a un
hermano, le devolvió el uniforme y le dijo: Cuando regreses, al día siguiente
vienes para acá, este es tu trabajo.
Luís es un inmigrante afirmativo, que coadyuva al
crecimiento de este país, como habría contribuido al suyo de haber tenido las
condiciones que en este le han hecho progresar. Y como en el mundo donde
habitamos señalar el bien es un modo de alimentarlo, exaltar el caso de él es situarse al lado de
quienes, al entender el provecho de la inmigración positiva, encomian lo mejor
de la conducta humana.
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